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<strong>Stephen</strong> <strong>King</strong> y Otros <strong>Horror</strong> 7<br />
Paralizado por la frustración y la desesperanza, se quedó allí sentado, con la espalda contra el<br />
tronco, hasta que el sol salió. Pensó otra vez en morirse, pero no creyó que aquello le sirviera de nada.<br />
Se durmió bien entrada la mañana; seguía sucio y la piel comenzaba a arderle y a picarle allí<br />
donde el estiércol la cubría. No se había movido desde que se arrastrara hasta el árbol. Apenas notó<br />
el paso de la vigilia al sueño.<br />
El tacto de algo fresco y limpio lo despertó. Antes de abrir los ojos, cuando todavía no se había<br />
despertado del todo, pensó que sería la lluvia.<br />
Pero no era la lluvia.<br />
Al aclarársele la vista por fin, vio que se trataba del alienígena; limpiaba el cuerpo de Walt con<br />
un lienzo blanco que olía a limón o a algo cítrico. Su mano lo rozó, y la sintió exactamente como si<br />
fuera un trozo de mondongo en el cajón de la verdura del refrigerador. Tras el olor cítrico se notaba<br />
el del sulfuro del alienígena y... el de carne en conserva. El primer impulso que sintió Walt fue gritar<br />
de terror –¿acaso lo estaba limpiando como se limpia a un animal antes de matarlo?–, pero ya no<br />
le quedaban siquiera ánimos para gritar. Si aquél era el fin, pues que lo fuera: se lo hubiese propuesto<br />
o no, ya se había hecho a la idea de llegar al final. Observó tranquilamente los ojos llorosos de<br />
aquella cosa.<br />
–¿Estás herido? –le preguntó el alienígena, con la voz que sonaba a burbujas en una pecera y el<br />
aliento a huevos podridos. Walt apartó la cara.<br />
–No –respondió, y lanzó un suspiro–. Me encuentro bien.<br />
El alienígena asintió moviendo la cabeza hacia adelante y hacia atrás muy despacio, como una<br />
mecedora. Terminó de limpiarle el hombro derecho y se estiró para limpiarle el izquierdo. Walt<br />
notó que debajo de la barbilla ya estaba limpio y le ordenó:<br />
–Para ya.<br />
El alienígena se mostró sorprendido, pero retiró la mano.<br />
–Te quema la piel –dijo.<br />
El alienígena se sentó durante un largo rato y se le quedó mirando con fijeza.<br />
–No puedes volver a casa. Tu mamá se sentiría infeliz contigo. Te haría daño.<br />
–Ya lo sé –repuso Walt. Hacía ya mucho que lo sabía.<br />
–¿Adonde vas a ir? ¿Dónde tendrás tu vida?<br />
Walt se encogió de hombros.<br />
–No eras feliz entre los muertos. Eso es raro en vuestra gente; casi todos ellos descansan en paz.<br />
Necesitábamos un ayudante, por eso te despertamos. –El alienígena miró la suciedad que cubría a<br />
Walt–. No estás obligado a venir.<br />
Walt sintió la mierda de oso, la tenía como metida en el fondo de los poros, aunque la criatura lo<br />
hubiese limpiado. Notó que llevaba la mugre de la camioneta impregnada en el cabello. Tenía la ropa<br />
sucia y grasienta, hacía tres días que no se cambiaba. Y el alienígena, con sus manos como el<br />
mondongo, que olía a algo muerto y a algo podrido, no le pareció tan asqueroso ni horrendo. Al<br />
menos, en comparación.<br />
Se marchó con los alienígenas. Fuera su decisión acertada o no, lo cierto es que jamás se arrepintió.<br />
Y se divirtió.<br />
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