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<strong>Stephen</strong> <strong>King</strong> y Otros <strong>Horror</strong> 7<br />
–Otro monólogo impecable y sin guión –comentó ella–. ¿Iremos al cine esta semana?<br />
–Si quieres... Desde luego, no faltaría más. Perdóname por no mostrarme más sociable –se disculpó–.<br />
Será que me ha asaltado la segunda infancia.<br />
–Con tal que te mantenga joven...<br />
Key se echó a reír ante ese comentario y le dio unas palmaditas en la mano; sin embargo, de repente,<br />
la ansiedad de que se marchara, para poder pensar, lo asaltó. ¿No habría dicho la verdad, acaso<br />
sin pretender hacerlo? Sin duda, aquello debería alegrarle: había tenido una infancia feliz, no<br />
hacía falta que pensara en las consecuencias negativas de aquella casa. En cuanto el coche de Hester<br />
se hubo alejado, se apresuró a volver a la cocina y cerró la puerta, una y otra vez, mientras escuchaba<br />
con atención. Cada segundo que pasaba le hacía sentirse menos seguro de cuánto se parecía el<br />
ruido producido por la puerta al de otra que había en la casa donde transcurrió su niñez.<br />
Cruzó la cocina, que había fregado a fondo aquella mañana, y se dirigió hacia la puerta trasera.<br />
Al quitarle el cerrojo, creyó oír los arañazos de un perro en ella; pero afuera no encontró ningún<br />
animal. Pasado el breve jardín, el viento soplaba sobre los campos enfangados, a través de los árboles<br />
rechinantes, y le llevó aromas de la incipiente primavera y una ráfaga de lluvia que le empapó el<br />
rostro. Desde la puerta trasera de la casa de su infancia se alcanzaba a ver el cementerio, pero aquello<br />
no le había molestado en aquel entonces: incluso llegó a inventar historias para asustar a sus<br />
amigos. Sin embargo, en ese momento, los campos abiertos le infundieron valor. El olor a madera<br />
húmeda que penetró en la cocina sería producto del tiempo. Cerró la puerta con llave y, durante un<br />
rato, se dedicó a leer las aventuras de Sherlock Holmes, hasta que las manos comenzaron a temblarle.<br />
«El cansancio», se dijo.<br />
La pareja del piso de arriba no tardó en regresar. Key les oyó dejar las bolsas de las compras en<br />
el suelo de la cocina, y. después, sus pasos apresurados hasta el televisor. Al cabo de un momento,<br />
comenzaron a charlar, a voz en cuello, sobre el trasfondo de un tiroteo en Abilene o Dodge City o<br />
algún corral, como si no se hubiesen enterado de que los espectadores debían mantenerse silenciosos<br />
o. al menos, no levantar demasiado la voz. A la hora de la cena, en el piso de arriba, los vecinos<br />
se sentaron a la mesa casi al mismo tiempo que Key, y la doble imagen del sonido de cubiertos le<br />
hizo sentir como si se encontrara en la cocina de arriba y en la suya propia al mismo tiempo. Aunque<br />
tal vez la de ellos no despediría aquel leve olor a madera húmeda debajo del linóleo.<br />
Después de la cena, se colocó los auriculares y puso una sinfonía de Bruckner en el compact<br />
disc. En la oscuridad, la música se elevó con sus montañosas formas. Cuando la sintonía concluyó,<br />
estaba más que dispuesto a irse a la cama, pero, una vez acostado, no pudo conciliar el sueño. De<br />
repente, el ruido producido por la puerta de su habitación le había sonado mucho más familiar que<br />
de costumbre. ¿Y qué había de malo si le recordaba la puerta de su antiguo dormitorio? Envejecer<br />
consistía en revivir antiguos recuerdos. Pero sus ojos se abrieron de mala gana y miraron fijamente<br />
en la oscuridad, porque había descubierto que la disposición de las habitaciones era la misma que la<br />
de la planta baja de la casa de su infancia.<br />
Hubiera sido mucho más extraño si la disposición fuese diferente. No había por qué asombrarse:<br />
de joven se había pasado años sintiéndose vulnerable después de haber estado tan cerca de la muerte.<br />
De todos modos, descubrió que aguzaba el oído para ver si le llegaban sonidos que prefería no<br />
sentir, de manera que cuando por fin se durmió, soñó con el día en que la guerra apareció en su vida.<br />
Ocurrió al comienzo de uno de aquellos ataques aéreos que a punto estuvieron de lograr que<br />
aquel pueblo pasara al olvido. Él se sentía impaciente de tanto ocultarse debajo de la escalera cada<br />
vez que las sirenas aullaban, de esperar a que sus papeles de reclutamiento llegaran para poder ir a<br />
combatir contra los nazis. Aquel día había salido del refugio en cuanto la señal de «ha pasado el peligro»<br />
empezó a sonar. Se había dirigido hacia la parte trasera de la casa y mirando fijamente el cie-<br />
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