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Horror 7- Stephen King y otros

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<strong>Stephen</strong> <strong>King</strong> y Otros <strong>Horror</strong> 7<br />

Durante el recreo, Donny James (lleno de moretones aunque no lastimado de verdad) buscó a<br />

Walt y le invitó a la partida de «Risk» que siempre jugaban en su casa los viernes por la tarde. Se<br />

comportó como si nada hubiera pasado; tal vez se mostró un poco incómodo. Walt nunca logró entenderlo,<br />

y aunque más tarde en la vida, aprendió que la gente hacía cosas como aquélla, jamás consiguió<br />

creérselas ni se acostumbró a esperarlas.<br />

Una hora después del recreo, tuvo problemas con la señorita Allison. Esta hizo una pregunta a la<br />

clase («¿Dónde está la República Malgache?») que esperaba que nadie supiera responder. Pero Walt<br />

levantó la mano y la contestó a la perfección («La República Malgache es la isla de Madagascar, situada<br />

cerca de la costa sudeste de África. Sus nativos son negros, pero hablan una lengua emparentada<br />

con el polinesio»), lo cual hizo que ella pareciera como terriblemente tonta, y los niños de la<br />

clase se rieron. Walt no había querido ofenderla. Pero en cuanto abrió la boca, supo que la había dejado<br />

en ridículo. Contestar preguntas era algo más fuerte que él, y sabía la respuesta porque el anciano<br />

que ocupaba la tumba junto a la suya había sido marinero en el océano Indico durante treinta<br />

años, y cuando hablaba (cosa que ocurría muy rara vez) le contaba cosas de África, de la India, de<br />

las Maldivas y de sitios por el estilo.<br />

A la señorita Allison aquello le sentó fatal. Desde el regreso de Walt, todo le sentaba fatal. Y no<br />

contribuyó en nada a mejorarlo el hecho de que Walt (sintiéndose intrépido, pues durante el desayuno<br />

se lo había explicado todo al hombre del The Interlocutor) tratara de explicarle cómo y por<br />

qué se había enterado de algo tan extraño; al fin y al cabo, no tenía tanta importancia. Por tercera<br />

vez consecutiva en aquella semana, la expresión de la señorita Allison se tornó violenta, y levantó la<br />

mano dispuesta a abofetearle y. por tercera vez, Walt le lanzó una mirada iracunda como advirtiéndole<br />

que si le golpeaba, sería lo último que haría en su vida. (Walt no lo hizo con mala intención, ni<br />

siquiera era capaz de cumplir con la amenaza. Simplemente la miró así para impresionar. Pero la<br />

conocía lo suficiente como para saber que con aquello la detendría.) Sin embargo, la señorita Allison<br />

no regresó temblando a su escritorio, tal y como había hecho las ocasiones anteriores. Salió del<br />

aula corriendo y cerró de un portazo. Estuvo ausente durante veinte minutos al menos, y cuando por<br />

fin regresó, lo hizo acompañada del señor Hodges, el director.<br />

El señor Hodges sacó a Walt de la clase de la señorita Allison y lo puso en el curso siguiente, en<br />

la clase que había compartido con Donny James, Rick Mitchell y el resto.<br />

La nueva clase le gustaba más. Aunque la señorita del cuarto curso era una vieja fornida y gruñona,<br />

por lo menos no resultó ser una histérica.<br />

Por la tarde, acompañó a Donny hasta su casa y le ayudó a preparar el «Risk». En total, jugaron<br />

seis chicos –Walt, Donny, Rick, Frankie, John y Jessie, el hermano menor de Donny– y la partida<br />

fue bien. Walt no ganó, pero tampoco perdió. En realidad, nadie perdió. Se hizo la hora de la cena<br />

antes de que ninguno de ellos lograra conquistar el mundo, de modo que lo dejaron así.<br />

Al llegar a su casa, su padre y su hermana no estaban. Su madre se encontraba sentada a la mesa<br />

de la cocina, bebiendo café con los alienígenas.<br />

Supo que aquellas cosas estaban allí incluso antes de entrar en la cocina como una tromba;<br />

cuando abrió la puerta principal, olió a carne electrocutada y al aroma sulfuroso de huevos podridos,<br />

y supo que habían ido a buscarle. Lo primero que pensó fue que habían tomado a su madre<br />

como rehén, que la habían raptado para obligarle a que los acompañara. Entró como una tromba en<br />

la cocina (de donde le llegaba el olor) empujado por uno de esos valientes impulsos que un niño<br />

suele sentir cuando no tiene tiempo para pensar.<br />

En cuanto abrió la puerta de la cocina, supo que debía dar media vuelta y echar a correr de inmediato,<br />

pero no lo hizo. La sorpresa le paralizó. Retrocedió hacia la pared, junto a la puerta que<br />

acababa de trasponer y los miró con los ojos desorbitados y la boca muy abierta.<br />

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