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<strong>Stephen</strong> <strong>King</strong> y Otros <strong>Horror</strong> 7<br />
detrás del sofá de papá. Anne, estaba sentada en el confidente que había contra la pared, y no dejó<br />
de mirar la tele hasta que salieron los anuncios.<br />
–¿Juegas a las cartas? –preguntó.<br />
–No, creo que me iré a la cama temprano.<br />
–En la nevera queda algo de cena, Walt –dijo papá–. Chuletas de cerdo rellenas y judías verdes.<br />
Walt asintió.<br />
–Gracias –repuso.<br />
Se levantó y se dirigió a la cocina.<br />
–Ah, Walt –dijo papá–. Se me olvidaba. Llamó el hombre de ese periódico. The Interlocutor.<br />
Quiere venir a hablar contigo mañana por la mañana, antes de que salgas para la escuela.<br />
–Ah.<br />
Walt no estaba muy seguro de lo que pensaba.<br />
–Creo que sería interesante –dijo papá–. Me pregunto cómo se habrán enterado tan pronto.<br />
Walt se encogió de hombros y entonces se dio cuenta de que su padre no lo comprendería.<br />
–No lo sé. Supongo que alguien del colegio se lo diría.<br />
–Sí. –Su padre movió la cabeza afirmativamente mirando el televisor–. Supongo que eso habrá<br />
sido.<br />
En la cocina, sacó el plato de la nevera y trató de comer lo que su madre le había dejado. A Walt<br />
le encantaban las chuletas de cerdo rellenas. Incluso frías. Pero no logró encontrar las ganas de<br />
comérselas, ni tampoco las judías verdes. Al cabo de veinte minutos, dejó el plato casi sin tocar sobre<br />
la mesa de la cocina y se fue a la cama.<br />
Su mamá entró por la puerta trasera justo cuando él subía la escalera para irse a su cuarto. Se<br />
volvió para darle las buenas noches, pero ella ya se disponía a subir también, despotricando contra<br />
Dios sabía qué, y como estaba oscuro, no reparó en él.<br />
–Mamá –dijo Walt, en un intento de llamar su atención antes de que tropezara con él.<br />
–¡Dios mío! –gritó su madre.<br />
En la oscuridad, le arreó un puñetazo que alcanzó a Walt justo debajo del ojo derecho. Cayó al<br />
suelo, y habría salido rodando, escalera abajo, de no habérsele enganchado el tobillo izquierdo entre<br />
los pies de su madre.<br />
Durante cinco minutos, temblando y respirando con agitación, la mujer permaneció agarrada a la<br />
barandilla que había atornillada a la pared. Walt no se movió –no le pareció seguro–, y permaneció<br />
tirado en la escalera, a los pies de su madre. En un instante, su padre y su hermana se presentaron al<br />
pie de la escalera y lo vieron todo. Se quedaron allí, observándolo. No dijeron palabra.<br />
–Walt –dijo su madre por fin (su voz le pareció más fría y más inhumana de lo que llegaría a parecerle<br />
nunca a ningún extraño)–. Te he dicho cien veces que enciendas la luz cuando vayas por la<br />
escalera y por los pasillos.<br />
–Perdóname –se disculpó, temeroso de enfurecerla más si agregaba algo.<br />
–No vuelvas a hacerlo.<br />
Asintió y le dijo:<br />
–Me iba a la cama. Quería darte las buenas noches.<br />
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