Horror 7- Stephen King y otros

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Stephen King y Otros Horror 7 DOBLE VISTA Ramsey Campbell Conocí a Ramsey Campbell en la World Fantasy Convention. Hasta aquel momento, sólo habíamos intercambiado un par de cartas, de manera que durante nuestro encuentro sonreímos mucho, carraspeamos otro tanto, y el silencio actuó como una densa cortina de niebla. A menudo, cuando me pongo nervioso, me comporto de manera impetuosa al hablar, y eso mismo hice aquella noche en Tucson. «Ramsey, me gustaría publicar uno de tus tour de force en mi próxima antología», dije. Enarcó una ceja, luego las dos. Demasiado tarde para echarme atrás, añadí: «Nada confuso, algo que me asuste, contenido en unas dos mil palabras». Sólo su interés en las buenas relaciones anglonorteamericanas le hizo mostrarse comedido. Al cabo de seis semanas, lo que me llegó de Merseyside fue esta joya de relato corto que ahora ofrezco al lector. Su trama es asombrosamente clara y me pasé temblando durante todo el tour de force, expresado... ¡en dos mil palabras! Mi nuevo ejemplo de escritor profesional es el autor de Incarnate, The Face That Must Die, y The Nameless. En «Doble vista», el lector encontrará a Campbell, el maestro, en la cumbre de sus poderes. *** Key esperaba a Hester la primera vez que su piso comenzó a tener aquel aire hogareño. La pareja que vivía en el de arriba había salido un rato, y se habían acordado de apagar la televisión. Él recorrió las habitaciones de su casa en medio de aquel placentero silencio, haciendo sonar bajo sus pies los listones del suelo de madera, y cuando la puerta de la cocina se cerró tras él, reconoció el sonido. Por primera vez, el piso le pareció cálido de verdad, y no sólo debido a la calefacción central. Se encontraba en plena tarea de preparar café cuando se preguntó a qué hogar se parecía su piso. El timbre sonó con suavidad; él había amortiguado el tono de la caja de resonancia. Retrocedió, cruzó la sala dejando atrás la estantería de libros y discos y tras recorrer el breve vestíbulo, le abrió la puerta a Hester. Ésta le rozó la mejilla con sus carnosos labios; sus largas pestañas le tocaron el párpado como la promesa de otro beso. –Lamento llegar tarde. Tuve que grabar al alcalde –murmuró ella–. ¿Listo para empezar? –Acabo de preparar café –repuso queriendo decir que sí. –Traeré la bandeja. –Puedo hacerlo yo solo –protestó, aunque lamentó en el acto su petulancia. O sea, que el hecho de envejecer traía consigo volverse así de quisquilloso. Se sintió azorado y divertido a la vez por haber contestado a Hester de mal modo, después que ella se hubiera tomado el trabajo de ir hasta allí para grabarle. –No me hagas caso, soy un viejo gruñón –masculló. Pero se vio recompensado por una caricia en los labios de aquellos dedos largos y frescos. Se sentó a la luz del sol de marzo que, entre nube y nube, penetraba por la ventana, y repasó los discos que había escuchado ese mes; despotricó contra la acústica de las grabaciones de Brahms, elogió la claridad de Tallis. Una vez en la emisora de aquella radio, Hester ilustraría las críticas de Key con fragmentos de aquellas composiciones musicales. 16

Stephen King y Otros Horror 7 –Otro monólogo impecable y sin guión –comentó ella–. ¿Iremos al cine esta semana? –Si quieres... Desde luego, no faltaría más. Perdóname por no mostrarme más sociable –se disculpó–. Será que me ha asaltado la segunda infancia. –Con tal que te mantenga joven... Key se echó a reír ante ese comentario y le dio unas palmaditas en la mano; sin embargo, de repente, la ansiedad de que se marchara, para poder pensar, lo asaltó. ¿No habría dicho la verdad, acaso sin pretender hacerlo? Sin duda, aquello debería alegrarle: había tenido una infancia feliz, no hacía falta que pensara en las consecuencias negativas de aquella casa. En cuanto el coche de Hester se hubo alejado, se apresuró a volver a la cocina y cerró la puerta, una y otra vez, mientras escuchaba con atención. Cada segundo que pasaba le hacía sentirse menos seguro de cuánto se parecía el ruido producido por la puerta al de otra que había en la casa donde transcurrió su niñez. Cruzó la cocina, que había fregado a fondo aquella mañana, y se dirigió hacia la puerta trasera. Al quitarle el cerrojo, creyó oír los arañazos de un perro en ella; pero afuera no encontró ningún animal. Pasado el breve jardín, el viento soplaba sobre los campos enfangados, a través de los árboles rechinantes, y le llevó aromas de la incipiente primavera y una ráfaga de lluvia que le empapó el rostro. Desde la puerta trasera de la casa de su infancia se alcanzaba a ver el cementerio, pero aquello no le había molestado en aquel entonces: incluso llegó a inventar historias para asustar a sus amigos. Sin embargo, en ese momento, los campos abiertos le infundieron valor. El olor a madera húmeda que penetró en la cocina sería producto del tiempo. Cerró la puerta con llave y, durante un rato, se dedicó a leer las aventuras de Sherlock Holmes, hasta que las manos comenzaron a temblarle. «El cansancio», se dijo. La pareja del piso de arriba no tardó en regresar. Key les oyó dejar las bolsas de las compras en el suelo de la cocina, y. después, sus pasos apresurados hasta el televisor. Al cabo de un momento, comenzaron a charlar, a voz en cuello, sobre el trasfondo de un tiroteo en Abilene o Dodge City o algún corral, como si no se hubiesen enterado de que los espectadores debían mantenerse silenciosos o. al menos, no levantar demasiado la voz. A la hora de la cena, en el piso de arriba, los vecinos se sentaron a la mesa casi al mismo tiempo que Key, y la doble imagen del sonido de cubiertos le hizo sentir como si se encontrara en la cocina de arriba y en la suya propia al mismo tiempo. Aunque tal vez la de ellos no despediría aquel leve olor a madera húmeda debajo del linóleo. Después de la cena, se colocó los auriculares y puso una sinfonía de Bruckner en el compact disc. En la oscuridad, la música se elevó con sus montañosas formas. Cuando la sintonía concluyó, estaba más que dispuesto a irse a la cama, pero, una vez acostado, no pudo conciliar el sueño. De repente, el ruido producido por la puerta de su habitación le había sonado mucho más familiar que de costumbre. ¿Y qué había de malo si le recordaba la puerta de su antiguo dormitorio? Envejecer consistía en revivir antiguos recuerdos. Pero sus ojos se abrieron de mala gana y miraron fijamente en la oscuridad, porque había descubierto que la disposición de las habitaciones era la misma que la de la planta baja de la casa de su infancia. Hubiera sido mucho más extraño si la disposición fuese diferente. No había por qué asombrarse: de joven se había pasado años sintiéndose vulnerable después de haber estado tan cerca de la muerte. De todos modos, descubrió que aguzaba el oído para ver si le llegaban sonidos que prefería no sentir, de manera que cuando por fin se durmió, soñó con el día en que la guerra apareció en su vida. Ocurrió al comienzo de uno de aquellos ataques aéreos que a punto estuvieron de lograr que aquel pueblo pasara al olvido. Él se sentía impaciente de tanto ocultarse debajo de la escalera cada vez que las sirenas aullaban, de esperar a que sus papeles de reclutamiento llegaran para poder ir a combatir contra los nazis. Aquel día había salido del refugio en cuanto la señal de «ha pasado el peligro» empezó a sonar. Se había dirigido hacia la parte trasera de la casa y mirando fijamente el cie- 17

<strong>Stephen</strong> <strong>King</strong> y Otros <strong>Horror</strong> 7<br />

DOBLE VISTA<br />

Ramsey Campbell<br />

Conocí a Ramsey Campbell en la World Fantasy Convention. Hasta aquel momento, sólo habíamos<br />

intercambiado un par de cartas, de manera que durante nuestro encuentro sonreímos mucho, carraspeamos<br />

otro tanto, y el silencio actuó como una densa cortina de niebla. A menudo, cuando me pongo<br />

nervioso, me comporto de manera impetuosa al hablar, y eso mismo hice aquella noche en Tucson.<br />

«Ramsey, me gustaría publicar uno de tus tour de force en mi próxima antología», dije. Enarcó una<br />

ceja, luego las dos. Demasiado tarde para echarme atrás, añadí: «Nada confuso, algo que me asuste,<br />

contenido en unas dos mil palabras».<br />

Sólo su interés en las buenas relaciones anglonorteamericanas le hizo mostrarse comedido.<br />

Al cabo de seis semanas, lo que me llegó de Merseyside fue esta joya de relato corto que ahora<br />

ofrezco al lector. Su trama es asombrosamente clara y me pasé temblando durante todo el tour de force,<br />

expresado... ¡en dos mil palabras! Mi nuevo ejemplo de escritor profesional es el autor de Incarnate,<br />

The Face That Must Die, y The Nameless. En «Doble vista», el lector encontrará a Campbell, el<br />

maestro, en la cumbre de sus poderes.<br />

***<br />

Key esperaba a Hester la primera vez que su piso comenzó a tener aquel aire hogareño. La pareja<br />

que vivía en el de arriba había salido un rato, y se habían acordado de apagar la televisión. Él recorrió<br />

las habitaciones de su casa en medio de aquel placentero silencio, haciendo sonar bajo sus<br />

pies los listones del suelo de madera, y cuando la puerta de la cocina se cerró tras él, reconoció el<br />

sonido. Por primera vez, el piso le pareció cálido de verdad, y no sólo debido a la calefacción central.<br />

Se encontraba en plena tarea de preparar café cuando se preguntó a qué hogar se parecía su piso.<br />

El timbre sonó con suavidad; él había amortiguado el tono de la caja de resonancia. Retrocedió,<br />

cruzó la sala dejando atrás la estantería de libros y discos y tras recorrer el breve vestíbulo, le abrió<br />

la puerta a Hester. Ésta le rozó la mejilla con sus carnosos labios; sus largas pestañas le tocaron el<br />

párpado como la promesa de otro beso.<br />

–Lamento llegar tarde. Tuve que grabar al alcalde –murmuró ella–. ¿Listo para empezar?<br />

–Acabo de preparar café –repuso queriendo decir que sí.<br />

–Traeré la bandeja.<br />

–Puedo hacerlo yo solo –protestó, aunque lamentó en el acto su petulancia.<br />

O sea, que el hecho de envejecer traía consigo volverse así de quisquilloso. Se sintió azorado y<br />

divertido a la vez por haber contestado a Hester de mal modo, después que ella se hubiera tomado el<br />

trabajo de ir hasta allí para grabarle.<br />

–No me hagas caso, soy un viejo gruñón –masculló. Pero se vio recompensado por una caricia<br />

en los labios de aquellos dedos largos y frescos.<br />

Se sentó a la luz del sol de marzo que, entre nube y nube, penetraba por la ventana, y repasó los<br />

discos que había escuchado ese mes; despotricó contra la acústica de las grabaciones de Brahms,<br />

elogió la claridad de Tallis. Una vez en la emisora de aquella radio, Hester ilustraría las críticas de<br />

Key con fragmentos de aquellas composiciones musicales.<br />

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