Horror 7- Stephen King y otros

Horror 7- Stephen King y otros Horror 7- Stephen King y otros

juegosdemainque.xtrweb.com
from juegosdemainque.xtrweb.com More from this publisher
13.05.2013 Views

Stephen King y Otros Horror 7 EL HOMBRE QUE AHOGABA CACHORROS Thomas Sullivan Impresionante versatilidad: una novela de ciencia ficción, Diapason; un relato en el primer número de Twilight Zone; cuatro impresiones (empezando con Omni) de «The Mickey Mouse Olympics»; reseñas de libros; otras narraciones en Analog, Espionage, Fantasy & Science Fiction, además de Shadows 8, Midnight y, ahora, en esta antología. Sullivan, maestro y miembro de la junta directiva de una escuela, ha escrito novelas románticas, del oeste, treinta relatos que ganaron premios en metálico en concursos literarios y la más conocida novela no publicada, que además fue nominada para el Pushcart Ward, «The Phases of Harry Moon», recientemente vendida a un importante editor. Todos estos logros pueden pasar a segundo plano, comparados con el penúltimo relato de este volumen, un tour de force clásico, al que, por lo menos, otros dos editores aspiraban, asombrados por la actuación de Sullivan. Puede que este relato le recuerde al lector a otros diestros escritores, pero no tiene nada que ver con ellos. Sugiero al lector que saboree cada sílaba de «El hombre que ahogaba cachorros» y se maraville con el suspense que lo mantendrá en vilo hasta la última palabra. Y creo que seguirá manteniéndolo en vilo por muchos años. *** MacIver era el hombre de la muerte de todo el barrio. Hacía los ataúdes, enterraba a los muertos. Ahogaba perritos y gatitos, se llevaba los cadáveres de los animales y exterminaba las infestaciones, fueran de ratas, gorgojos o víboras. Si querías deshacerte del animal más pequeño de la camada, mandabas llamar a MacIver. Y cuando a Jonathan Sawyer lo declararon culpable del asesinato de Betsy, su esposa, fue MacIver quien lo colgó. Ninguna de estas tareas encerraba un placer especial para el hombre bajo, corpulento, de ojos implacables. Se veía a sí mismo como una fuente de fuerza para la gente a la cual servía, y que carecía de la voluntad de hacer aquello que debía ser hecho, eso era todo. No se podía dejar que en los pueblos se acumularan el barbecho, la muerte o su hedor. La degeneración es como el moho. Déjala vivir, y se comerá lo que esté vivo. Mátala, y permitirás que la vitalidad florezca. Lo que MacIver hacía era compasivo. Lo que MacIver hacía servía al más alto imperativo moral autorizado por los habitantes del pueblo. Y él necesitaba esa autorización. Le daba integridad y limpieza. Le otorgaba una cualidad espiritual a su aparición. Tras el desdén y el miedo se encontraba el irrevocable imperativo moral, el reconocimiento de que aquello que hacía era correcto y necesario. MacIver jamás explotó ese temor, y se mostraba casi comprensivo con el desdén. Y llegó a ser el hombre de la muerte. El ritualmente gentil MacIver. No obstante, había cosas ante las que incluso un hombre decidido como MacIver palidecía. Porque había un grupo que no reconocía su imperativo moral. Los niños. Estos jamás entenderían que él mantenía los pueblos salubres merced a matar y enterrar lo que ya no debía seguir vivo. Por más enfermo que estuviera un animalito, o lastimado un caballo, o por más destructivo que fuese el ratoncillo, un niño jamás aprobaría el misterio final. Y siempre había demasiados cachorritos. Por eso, MacIver palidecía. Porque algunos días debía enfrentarse a los niños. Como este día. 152

Stephen King y Otros Horror 7 Fue la señora Garrick quien lo mandó llamar. MacIver admiraba su valor, porque no había esperado a que el consistorio municipal le dijese que estaba protegiendo a una amenaza. Sin duda, el hecho de que fuera una viuda con cuatro hijos influyó. A duras penas lograba alimentar a su familia. Sin embargo, los niños organizaron un escándalo, sobre todo Bobby, y por más perspicaz que fuera la mujer, debía de tener el corazón destrozado. Una hora después del amanecer. MacIver cogió su saco de arpillera y partió. Los Garrick vivían al otro lado del pueblo, pero la belleza y la paz del día le infundieron fuerza, y no le importó caminar. No tardaría en ver a Bobby Garrick, y ésa constituiría su prueba. –Buenos días, Mac –oyó de repente. Era Elder Robinson, que aparecía en la linde del bosque con su hacha. –Hola – respondió MacIver. –Veo que llevas el saco de los cachorros. –Voy a casa de Garrick. –Ah. –Ella me mandó llamar. –¿De veras? A mi modo de ver, debió hacerlo hace seis meses. Entonces ya estaba claro que tenía un problema. él. –No habrá dificultades. Sólo que ahora, a los demás pequeños les resultará difícil separarse de Elder Robinson gruñó. MacIver siguió su camino. Las espuelas de caballero estaban floreciendo, los abadejos salían de entre la maleza como agua corriente silenciosa, pero todo lo que MacIver lograba ver era el rostro de Bobby Garrick, censurador e hinchado de tanto llorar. Con una sensación de alivio y gratitud, llegó a la cabaña de los Garrick y la encontró en silencio, sumisa: aquel lugar era como un cadáver gris al que le hubieran arrancado ya la vida de sus habitaciones. Ha llegado el hombre de la muerte y se ha hecho el silencio. Y así fue. La noche anterior, Mary Garrick había enviado a sus hijos a casa de unos vecinos, porque sabía lo que ocurriría al amanecer. –Iré a buscar a mis hijos –le comunicó, estoica pero cenicienta–, cuando regresemos, usted ya habrá terminado, señor MacIver. –Ajá. Y la mujer se marchó. Esperó un instante en la silenciosa cabaña, midiéndola. A menudo se había encontrado así, solo, poco después o poco antes de la muerte. Era un momento en el que había llegado a confiar, porque era inevitablemente pacífico, como si el mundo y su caos se detuvieran, reverentes. Mary Garrick no le había dicho ni dónde estaba, ni cómo se llamaba, pero era probable que estuviera dormido, y el nombre no importaba. Al avanzar hacia el dormitorio, fue cuando gimió. Era un gemido apenas audible que le dijo a MacIver todo cuanto necesitaba saber. La criatura era dócil y estaba asustada. Retrocedería al aproximarse él: temblaría cuando la metiera en el saco; y al llevarla al río no se resistiría ni haría ruido. Y así fue. La encontró debajo de la cama. No lo arañó ni le mordió cuando la sacó con suavidad y la metió 153

<strong>Stephen</strong> <strong>King</strong> y Otros <strong>Horror</strong> 7<br />

Fue la señora Garrick quien lo mandó llamar. MacIver admiraba su valor, porque no había esperado<br />

a que el consistorio municipal le dijese que estaba protegiendo a una amenaza. Sin duda, el<br />

hecho de que fuera una viuda con cuatro hijos influyó. A duras penas lograba alimentar a su familia.<br />

Sin embargo, los niños organizaron un escándalo, sobre todo Bobby, y por más perspicaz que fuera<br />

la mujer, debía de tener el corazón destrozado.<br />

Una hora después del amanecer. MacIver cogió su saco de arpillera y partió. Los Garrick vivían<br />

al otro lado del pueblo, pero la belleza y la paz del día le infundieron fuerza, y no le importó caminar.<br />

No tardaría en ver a Bobby Garrick, y ésa constituiría su prueba.<br />

–Buenos días, Mac –oyó de repente.<br />

Era Elder Robinson, que aparecía en la linde del bosque con su hacha.<br />

–Hola – respondió MacIver.<br />

–Veo que llevas el saco de los cachorros.<br />

–Voy a casa de Garrick.<br />

–Ah.<br />

–Ella me mandó llamar.<br />

–¿De veras? A mi modo de ver, debió hacerlo hace seis meses. Entonces ya estaba claro que tenía<br />

un problema.<br />

él.<br />

–No habrá dificultades. Sólo que ahora, a los demás pequeños les resultará difícil separarse de<br />

Elder Robinson gruñó. MacIver siguió su camino.<br />

Las espuelas de caballero estaban floreciendo, los abadejos salían de entre la maleza como agua<br />

corriente silenciosa, pero todo lo que MacIver lograba ver era el rostro de Bobby Garrick, censurador<br />

e hinchado de tanto llorar. Con una sensación de alivio y gratitud, llegó a la cabaña de los Garrick<br />

y la encontró en silencio, sumisa: aquel lugar era como un cadáver gris al que le hubieran<br />

arrancado ya la vida de sus habitaciones. Ha llegado el hombre de la muerte y se ha hecho el silencio.<br />

Y así fue. La noche anterior, Mary Garrick había enviado a sus hijos a casa de unos vecinos,<br />

porque sabía lo que ocurriría al amanecer.<br />

–Iré a buscar a mis hijos –le comunicó, estoica pero cenicienta–, cuando regresemos, usted ya<br />

habrá terminado, señor MacIver.<br />

–Ajá.<br />

Y la mujer se marchó.<br />

Esperó un instante en la silenciosa cabaña, midiéndola. A menudo se había encontrado así, solo,<br />

poco después o poco antes de la muerte. Era un momento en el que había llegado a confiar, porque<br />

era inevitablemente pacífico, como si el mundo y su caos se detuvieran, reverentes.<br />

Mary Garrick no le había dicho ni dónde estaba, ni cómo se llamaba, pero era probable que estuviera<br />

dormido, y el nombre no importaba. Al avanzar hacia el dormitorio, fue cuando gimió. Era<br />

un gemido apenas audible que le dijo a MacIver todo cuanto necesitaba saber. La criatura era dócil<br />

y estaba asustada. Retrocedería al aproximarse él: temblaría cuando la metiera en el saco; y al llevarla<br />

al río no se resistiría ni haría ruido.<br />

Y así fue.<br />

La encontró debajo de la cama. No lo arañó ni le mordió cuando la sacó con suavidad y la metió<br />

153

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!