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<strong>Stephen</strong> <strong>King</strong> y Otros <strong>Horror</strong> 7<br />
yuxtaposición con la eternidad?<br />
Todo aquello me hizo pensar en los libros, en la producción creativa de <strong>otros</strong> autores y recordó<br />
lo que Eudora Welty escribiera: «Me resultó sorprendente y decepcionante... descubrir que los libros<br />
de relatos habían sido escritos por personas, que los libros no eran maravillas naturales...». Si<br />
se pensaba bien, todo el proceso de «inventarse» una obra de ficción era más extraordinario de lo<br />
que nadie hubiera admitido jamás, incluso más sobrenatural. Constaba, en parte, de ideas disociativas<br />
que el autor imaginaba que podían enlazarse en forma de intriga hasta llegar a un punto; sin<br />
embargo, la fuente de las ideas mismas era, a menudo, imposible de encontrar. También...<br />
Una corta serie de buzones se elevaba sobre unos postes al costado del camino de tierra, como<br />
gruesos indicadores de sepulcros. Después de recorrer varios kilómetros por ese camino, aquellos<br />
buzones fueron la primera prueba de que Wordsong, de que cualquiera, podía subsistir en aquella<br />
soledad. Con el cristal de la ventanilla bajado, los comprobé uno por uno; pero sólo descubrí que<br />
había elegido el camino rural correcto. Ningún «Wordsong» me fue revelado, y gran parte de los<br />
demás nombres habían sido total o parcialmente borrados por el tiempo y los elementos.<br />
Sin más alternativa, continué por el mismo camino; por <strong>otros</strong> breves instantes, las tranquilas nubes<br />
de polvo contestatario envolvieron mi coche. El polvo y la calma de los campos sin arar, abandonados<br />
por el hombre, faltos de la mejora humana, me embrujaron; sonreí cuando comencé a entender<br />
la fuente de la inspiración de mi escritor (o escritora). Para entonces ya había oscurecido, y el<br />
camino se había vuelto interminable; una persona que viviese allí durante el tiempo que fuera, tarde<br />
o temprano, habría llegado a la conclusión de que el camino no concluía sino que continuaba, inacabable,<br />
serpenteando a través de mundos salvajes que superaban toda imaginación, incluso la de<br />
un escritor (o escritora) de nombre Wordsong.<br />
Y como es lógico, con el tiempo, un alma creativa de esa talla intentaría, a pesar de todo, plasmar<br />
todo aquello en el papel.<br />
Entonces vi el siguiente buzón, a un lado del camino, a mi derecha, y de repente me di cuenta de<br />
que en la distancia no había ningún otro. Frené de repente y mi coche lanzó un enervante chillido<br />
animal; aparqué justo delante del oxidado buzón y miré por primera vez hacia el lugar donde debía<br />
estar la casa.<br />
Aunque el viento continuaba levantando una polvareda, la vislumbré con su aullido estridente,<br />
como el de una anciana moribunda; o más bien lo que vi fueron los cimientos y dos obstinadas paredes<br />
de una casa que pudo haber sido construida en tiempos de Nathaniel Hawthorne, o utilizada<br />
como modelo para algunas de las cosas que Hawthorne escribiera. También vi –o creí ver– una silueta<br />
igualmente insustancial o incompleta junto a una de las paredes que seguían en pie. Bajé del<br />
coche con rapidez, y comencé a gritar; pero la silueta amorfa desapareció..., si es que había estado<br />
allí alguna vez. Al parecer, yo había reaccionado como si la hubiese reconocido, y al hacerlo, había<br />
violado los límites de una imperceptible permisividad dimensional.<br />
Entre las ruinas no había nada, y hacía tiempo que estaban abandonadas. Ni señales de vida, por<br />
más que me esforcé en encontrarlas: sin embargo, había ciertas.... ciertas sensaciones, supongo. Los<br />
reflejos distantes y discernibles de las vidas transcurridas allí en otras épocas y de otras que seguían<br />
allí, escondidas en las profundidades de aquella finca cubierta de hierbas, como si fueran entes<br />
submarinos.<br />
En el buzón, con el número al que dirigía mis envíos, no encontré correspondencia. Al parecer,<br />
no lo habían utilizado durante década, pero la tapa había quedado abierta. Me imaginé que algo<br />
podía haber escapado a mi vista, y aparecería por el camino para ahogarme en aquella finca desierta<br />
y fértil. Esta idea me hizo temblar y me dispuse a cerrar el buzón. «¡Abandona; márchate!»<br />
Pero en el fondo del buzón encontré un ave vivaz y saludable, de una especie que no logré iden-<br />
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