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<strong>Stephen</strong> <strong>King</strong> y Otros <strong>Horror</strong> 7<br />
–¿Dónde lo dice? –preguntó alguien.<br />
–¡Son las reglas! –respondió el gordo. Le dio la espalda al hombre y con el bastón golpeó levemente<br />
las peceras–. ¡Acérquense y llévense un premio!<br />
–¡Yo vine ayer y jugué cinco rondas! –gritó un hombre.<br />
–¡Sería porque no ganó ninguna! –replicó un adolescente. Casi todos reían y aplaudían, pero<br />
había quien abucheaba.<br />
–¡Deje que juegue! –ordenó una voz de hombre. Todo el mundo comenzó a exigir al unísono–:<br />
¡Deje que juegue!<br />
El gordo del sombrero de paja tragó saliva, nervioso. Miró a su alrededor con una expresión truculenta<br />
en el rostro. De repente, levantó los brazos y dijo:<br />
–¡Está bien! ¡No se pongan nerviosos!<br />
Lanzó una furibunda mirada al hombre alto al tiempo que recogía la moneda. Se inclinó, sacó<br />
tres pelotas de ping-pong y las estampó sobre el mostrador. Se acercó bien al hombre alto y masculló:<br />
–Si lo que intenta es engañarme, será mejor que lo olvide. Éste es un juego limpio.<br />
El hombre alto lo miró muy fijo, totalmente inexpresivo. Sobre el fondo bronceado coriáceo del<br />
rostro, el color de sus ojos parecía muy pálido.<br />
–¿Qué insinúa? –preguntó.<br />
–Nadie puede meter sucesivamente tantas pelotas dentro de esas peceras –repuso el gordo.<br />
El hombre del traje negro lo miró, impasible, y repuso:<br />
–Yo, sí.<br />
El gordo sintió que un estremecimiento le recorría el cuerpo. Se apartó y observó al hombre alto<br />
lanzar las pelotas de ping-pong. Al ver que todas iban a caer dentro de la misma pecera, la gente vitoreó<br />
y aplaudió.<br />
El gordo sacó un juego de cuchillos con filo aserrado del siguiente estante de los premios y lo<br />
colocó sobre el mostrador. Se alejó con rapidez.<br />
–¡Acérquense! –exclamó con voz temblorosa–. ¡Lancen una pelota a la pecera! ¡Llévense un<br />
premio!<br />
–Quiere volver a jugar –dijo alguien.<br />
El hombre del sombrero de paja volvió. Había una moneda de veinticinco centavos sobre el<br />
mostrador, delante del hombre alto.<br />
–Ya no quedan premios –objetó.<br />
El hombre del traje negro señaló los artículos del último estante de madera: una tostadora eléctrica<br />
para cuatro tostadas, una radio de onda corta, una perforadora para papel y una máquina de escribir<br />
portátil.<br />
–¿Qué me dice de ésos? –preguntó. El gordo se aclaró la garganta.<br />
–Son de muestra –repuso, al tiempo que miraba en derredor en busca de ayuda.<br />
–¿Y dónde lo dice? –quiso saber alguien.<br />
–¡Es que los tengo para eso, les doy mi palabra! –exclamó el del sombrero de paja, cuyo rostro<br />
aparecía empapado de sudor.<br />
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