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<strong>Stephen</strong> <strong>King</strong> y Otros <strong>Horror</strong> 7<br />
El paseo se bifurcaba en un sendero y Shag avanzó con cautela por él; tanteaba el camino con<br />
los pies, mientras intentaba encontrar algo que sirviera de guía a sus manos. Al cabo de una decena<br />
de pasos, se dio un fuerte golpe contra un muro sólido. ¡Ah! Era probable que los lavabos y las instalaciones<br />
de esparcimiento estuvieran allí.<br />
Tanteó a lo largo de la pared en busca de una puerta o una ventana. Cuando encontró una ventana,<br />
la notó cubierta por volutas ornamentales cuyo bonito diseño no lograba ocultar sus intenciones<br />
prácticas. Encontró dos puertas, ambas cerradas con llave. Ya se le había pasado la época de abrir<br />
puertas a patadas; había quedado atrás, junto con su uniforme de infantería.<br />
–¡Maldición!<br />
Con el transcurrir de los minutos, el viento se volvía cada vez más penetrante. La nieve o el<br />
aguanieve comenzó a golpear el rostro de Shag, anunciando la muerte por congelación antes del<br />
amanecer. Tenía que encontrar un refugio.<br />
Otro sendero se alejaba del edificio; se internó por él. Lo condujo a un laberinto de juegos para<br />
niños, donde se despellejó las espinillas contra algo hecho de hormigón y se enganchó la barbilla en<br />
una especie de trapecio. Sus maldiciones habían adquirido ya la temperatura suficiente como para<br />
aminorar el frío de la noche.<br />
Después, contra un cielo ligeramente menos cargado, libre de los árboles abrumadores, vio un<br />
bulto. Un bulto familiar. «¡Joder, un carro Sherman!»<br />
Por supuesto. Probablemente se trataba de algún tributo de guerra, acorde con el tema del Memorial<br />
Park. Había seguido a aquellos cacharros a través de media Francia, refugiándose en su<br />
cuerpo a prueba de balas cuando su grupo se topaba con francotiradores.<br />
Shag lanzó una risita ahogada. ¡A nadie iba a ocurrírsele cerrar con llave un viejo carro de combate!<br />
Metió la botella en uno de los bolsillos interiores del abrigo y tanteó en busca de un sitio donde<br />
apoyar los pies. Ah. Listo. En cierta ocasión había estado en uno, sólo para verlo por dentro. Sí, así<br />
era como el cabo le había enseñado a entrar en aquel cacharro.<br />
Su superficie comenzaba a tornarse resbaladiza con la helada, pero Shag consiguió llegar a lo alto,<br />
sintiéndose triunfante y. en cierto modo, un poco más joven de lo que se había sentido en mucho<br />
tiempo.<br />
Encontró la escotilla cerrada, pero no con candado. Estaba oxidada y casi sellada, pero tiró de<br />
ella con fuerza, recordando con toda claridad aquella remota experiencia. Por fin se abrió con un<br />
chirrido y Shag metió la cabeza en el negro agujero.<br />
El interior olía tan mal como una celda..., aunque se trataba de un hedor diferente. Herrumbre,<br />
moho y orina... alguien debía de haberlo utilizado para eso no hacía mucho. Pero estaba vacío; y era<br />
un sitio privado. Frío, sí, pero podía envolverse en su buen abrigo y beberse su cuarto de litro de tokay<br />
hasta calentarse un poco los pies y las piernas helados. En noches más crudas que aquélla había<br />
dormido en sitios peores.<br />
Se arrastró hasta el interior del tanque, y al final estuvo a punto de caerse. De todos modos, tenía<br />
demasiado frío como para notar los golpes: se acurrucó en un rinconcito y se envolvió en el abrigo.<br />
Le habían arrancado los asientos y los mandos, con lo que el mastodonte se había convertido en una<br />
cáscara vacía. Allí dentro hacía frío, era verdad, pero con sólo encontrarse al abrigo del viento y del<br />
hielo, ya empezaba a entrar en calor.<br />
Con dificultad sacó la botella del bolsillo enredado del abrigo y fue sorbiendo con moderación.<br />
El alcohol no contribuía mucho a darle calor. Cerró los ojos. En el interior del viejo tanque se sentía<br />
casi como en casa.<br />
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