Horror 7- Stephen King y otros

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13.05.2013 Views

Stephen King y Otros Horror 7 «Es probable que se diera por vencida hace mucho tiempo», pensó el enfermero con amargura. Y en voz alta y tono monótono, empezó a declararse culpable de aquella infracción menor. –No quería hacerle daño, señora. Sólo había entrado a echarle un vistazo, como es mi deber. El viejo me miró de reojo y en seguida trató de levantarse de la cama. Yo quería evitar que se cayera y se lastimara.. Henrietta le lanzó una mirada. –No me vengas con esos rollos –cortó–. No sabes cuál es el problema. Pero yo sí. Te lo voy a contar. –El enfermero no dijo palabra–. ¿Alguna vez has visto las películas de Peanut? –preguntó Henrietta. –No. Peanut Posey no es de mi época. –De la mía, sí –le aclaró ella–. Por entonces, era lo más cómico del cine. Superaba incluso al viejo Stepin Fetchit. Hizo una película con Step y lo eclipsó. Peanut era tan pequeño y tan mono, siempre capaz de salirse con la suya. Por entonces se solía decir que «superaba a Fechit». Chiquito y mono como era, hizo un montón de dinero. –Haciendo de Tío Tom mono, querrá decir. Henrietta le lanzó una mirada fija, plana como la superficie de una mesa. –¿Quién te crees tú que os ha abierto el camino a vosotros, los jóvenes de hoy? –preguntó. –La que cambia de tema es usted. Henrietta le lanzó un breve «humrnm...», con el cual quiso indicarle cuan ignorante lo consideraba. Pero prosiguió con la historia. –Peanut tenía mucho éxito con las damas. Recuerdo haber visto una foto suya, sentado en el regazo de Lena Horne. Y derrochaba a las mujeres mucho más de prisa que al dinero. Por supuesto, algunas de estas mujeres tenían hijos. Y uno de ellos... Autopista de Nueva Jersey, 1969 Flame pisó el acelerador de su T-Bird. Adelantó a toda velocidad a los coches más lentos que estaban en el peaje, y con la mano le hizo un gesto obsceno a un conductor que llevaba en el parachoques una pegatina que rezaba: AMÉRICA – ÁMALA O DÉJALA. Un paisaje de refinerías de petróleo, restaurantes de comidas rápidas, gasolineras y supermercados de bebidas pasó veloz y brumoso como si estuviera conduciendo debajo del agua. Flame se frotó los ojos. Se encontraba haciendo la carrera rutinaria Nueva York-Filadelfia, tal como tenía por costumbre desde tres años atrás. Su destino: la Universidad Douglas, justo en las afueras de Filadelfia, cerca de la frontera con Maryland. En circunstancias normales, se estaría dirigiendo a algún sitio a pronunciar alguno de sus belicosos discursos que le habían hecho acreedor de su fogoso apodo 7 . Pero en aquel momento... Había ocurrido después de una reunión del grupo Liberación Justa, en una Asociación de Jóvenes Cristianos de Harlem. A la revolución le estaban dando de patadas en el culo y había que hacer algo. En aquella reunión, la retórica llegó a caldearse más que nunca. Pero la organización de acciones concretas seguía escapándoseles. Cuando se desconvocó la reunión en medio de un despliegue de gritos de apoyo y apretones de mano llenos de ánimo. Flame oyó una voz familiar a su espalda. 7 Flame = Llama. (N. de la T.) 116

Stephen King y Otros Horror 7 –Espera, hermano. Se detuvo de mala gana. No le gustaba aquella voz ni su dueño: el hermano Do-Nasty. 8 Cuando Flame se volvió, sus ojos se encontraron con los de Do-Nasty. Éste condujo a Flame debajo del hueco de la escalera para hablar con él a solas. –¿Qué quieres? –preguntó Flame–. Tengo que volver a Douglass. –Hermano, «sé quién es tu padre...» Flame cerró los ojos. Se le revolvió el estómago como si tuviera resaca de Ripple. –¿De qué estás hablando, tío? –preguntó–. Ya te he dicho que ni siquiera sé quién es mi padre. –Lo sabes, siempre dices «que salga volando ahora mismo si miento». ¡Sigue diciendo gilipolladas como ésa y serás el mariscal del aire! Flame movió la cabeza. Aquellas palabras se negaban a abandonarle. Do-Nasty nunca le había tenido aprecio. Flame era muy duro con las mujeres, e hiciera lo que hiciese. Do-Nasty no lo tragaba. Y ahora, Do-Nasty había vuelto a desenterrar toda la porquería. Las manos de Flame desearon poder cerrarse alrededor del cuello de Do-Nasty. Pero tenía la seguridad de que éste no habría sacado el tema a colación sin antes habérselo contado a alguien más. –¿Qué quieres? –repitió, fatigado. –Eres un tío legal. Flame. Pero a la revolución no le haría ningún bien si se supiera por ahí que eres hijo de Peanut Posey. Aunque hay maneras de que no se sepa toda esta mierda. Pero tú insistes, tío. Olvídate de la revolución. ¿Por qué no tomas lecciones de teatro? Lanzó una aviesa risotada. Flame deseó causarle daño. Pero no había nada que pudiera hacer. Se había marchado de la Asociación de Jóvenes Cristianos, subido a su T-Bird, atravesado túneles y dejado atrás los peajes para tomar la autopista. El coche iba cargado de literatura revolucionaria, la mayor parte escrita por él. Y además, oculto debajo del asiento delantero, llevaba un rifle semiautomático. Ahora le ocurría algo raro al parabrisas de Flame. El paisaje de Jersey fluctuaba apareciendo y desapareciendo de su vista, como un trozo de película mal empalmado. Unas imágenes nuevas se superpusieron al borroso perfil de Gino's Hamburguers y del supermercado A&P; unas imágenes que nunca había logrado borrar del todo de su memoria... Su madre solía pasarle viejas películas de Peanut Posey en un proyector Bell & Howell de segunda mano. De niño, Flame veía las cintas veteadas en las que el comediante hacía sus bufonadas y se caía de la silla de tanto reírse. –Ese es tu papá –le decía su madre–. Cada mes nos envía dinero para que podamos vivir decentemente. –¿Por qué no vive con nosotros? –preguntaba Flame. Su madre jamás contestaba a esa pregunta. Flame vio a Peanut sólo en cinco ocasiones en su vida, la última cuando tenia catorce años y ya era cinco centímetros más alto que su padre. Aquella vez. Flame ni siquiera había querido verle. Flame había leído libros y había aprendido algunas cosas. Entre otras, a rebelarse. –Sé lo que eres –le había dicho en aquella última ocasión. 8 Do-Nasty = Haz maldades y cosas desagradables. (N. de la T.) 117

<strong>Stephen</strong> <strong>King</strong> y Otros <strong>Horror</strong> 7<br />

–Espera, hermano.<br />

Se detuvo de mala gana. No le gustaba aquella voz ni su dueño: el hermano Do-Nasty. 8<br />

Cuando Flame se volvió, sus ojos se encontraron con los de Do-Nasty. Éste condujo a Flame<br />

debajo del hueco de la escalera para hablar con él a solas.<br />

–¿Qué quieres? –preguntó Flame–. Tengo que volver a Douglass.<br />

–Hermano, «sé quién es tu padre...»<br />

Flame cerró los ojos. Se le revolvió el estómago como si tuviera resaca de Ripple.<br />

–¿De qué estás hablando, tío? –preguntó–. Ya te he dicho que ni siquiera sé quién es mi padre.<br />

–Lo sabes, siempre dices «que salga volando ahora mismo si miento». ¡Sigue diciendo gilipolladas<br />

como ésa y serás el mariscal del aire!<br />

Flame movió la cabeza. Aquellas palabras se negaban a abandonarle. Do-Nasty nunca le había<br />

tenido aprecio. Flame era muy duro con las mujeres, e hiciera lo que hiciese. Do-Nasty no lo tragaba.<br />

Y ahora, Do-Nasty había vuelto a desenterrar toda la porquería. Las manos de Flame desearon<br />

poder cerrarse alrededor del cuello de Do-Nasty. Pero tenía la seguridad de que éste no habría sacado<br />

el tema a colación sin antes habérselo contado a alguien más.<br />

–¿Qué quieres? –repitió, fatigado.<br />

–Eres un tío legal. Flame. Pero a la revolución no le haría ningún bien si se supiera por ahí que<br />

eres hijo de Peanut Posey. Aunque hay maneras de que no se sepa toda esta mierda. Pero tú insistes,<br />

tío. Olvídate de la revolución. ¿Por qué no tomas lecciones de teatro?<br />

Lanzó una aviesa risotada. Flame deseó causarle daño. Pero no había nada que pudiera hacer.<br />

Se había marchado de la Asociación de Jóvenes Cristianos, subido a su T-Bird, atravesado túneles<br />

y dejado atrás los peajes para tomar la autopista. El coche iba cargado de literatura revolucionaria,<br />

la mayor parte escrita por él. Y además, oculto debajo del asiento delantero, llevaba un rifle semiautomático.<br />

Ahora le ocurría algo raro al parabrisas de Flame. El paisaje de Jersey fluctuaba apareciendo y<br />

desapareciendo de su vista, como un trozo de película mal empalmado. Unas imágenes nuevas se<br />

superpusieron al borroso perfil de Gino's Hamburguers y del supermercado A&P; unas imágenes<br />

que nunca había logrado borrar del todo de su memoria...<br />

Su madre solía pasarle viejas películas de Peanut Posey en un proyector Bell & Howell de segunda<br />

mano. De niño, Flame veía las cintas veteadas en las que el comediante hacía sus bufonadas<br />

y se caía de la silla de tanto reírse.<br />

–Ese es tu papá –le decía su madre–. Cada mes nos envía dinero para que podamos vivir decentemente.<br />

–¿Por qué no vive con nos<strong>otros</strong>? –preguntaba Flame.<br />

Su madre jamás contestaba a esa pregunta.<br />

Flame vio a Peanut sólo en cinco ocasiones en su vida, la última cuando tenia catorce años y ya<br />

era cinco centímetros más alto que su padre. Aquella vez. Flame ni siquiera había querido verle.<br />

Flame había leído libros y había aprendido algunas cosas. Entre otras, a rebelarse.<br />

–Sé lo que eres –le había dicho en aquella última ocasión.<br />

8 Do-Nasty = Haz maldades y cosas desagradables. (N. de la T.)<br />

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