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Horror 7- Stephen King y otros

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<strong>Stephen</strong> <strong>King</strong> y Otros <strong>Horror</strong> 7<br />

Había luz en la casa del guarda.<br />

Lleva años vacía. Eso le había dicho Darnell.<br />

«¿Quién estará ahí arriba?»<br />

Murió en el setenta y cuatro y lo enterramos en la cima de la colina.<br />

Hooke no disponía de tiempo para buscarle una explicación racional a todo aquello. Tenía que<br />

subir. Con un gruñido, se apartó de la camioneta y comenzó a subir entre las lápidas caídas.<br />

Notó las articulaciones heladas. Caminaba con paso rígido y desmañado, como un muerto viviente.<br />

No podía correr el riesgo de caerse. Jamás se levantaría. Respirar se le hacía cada vez más<br />

difícil. E inspirar profundamente, imposible. Todo eran jadeos. La casa y la luz parecían encontrarse<br />

a una eternidad de allí.<br />

Los pies empezaron a llenársele de barro. Hooke se puso a rezar.<br />

Entonces tropezó con el indicador semienterrado de un sepulcro. Se quedó allí tirado un momento,<br />

con el rostro hundido en el fango. Hizo el esfuerzo de levantar la cabeza; en la boca notó el sabor<br />

de la tierra mojada. Escupió débilmente. «Dios mío, dame fuerzas.» Miró hacia la ventana, a unos<br />

treinta metros colina arriba.<br />

Una silueta se erguía sobre ella.<br />

Apartó la mirada. ¡No pienses en ello! ¡No! Empezó a arrastrarse, centímetro a centímetro, por<br />

el lodazal. A medida que avanzaba, se le hacía más difícil respirar. Al cabo de unos minutos, intentó<br />

gritar, pero la voz le falló. El horrendo silencio lo dejó exhausto.<br />

Hooke apoyó la cabeza sobre la tierra húmeda; el rostro apuntaba; hacia la casa. La silueta de la<br />

ventana había desaparecido. Cerró los ojos. Entonces, desde alguna parte, no muy lejos de allí, oyó<br />

un sonido.<br />

Ras... ras... ras... ras...<br />

Por un momento, el ruido de la tormenta le impidió identificarlo. Después lo reconoció sin lugar<br />

a dudas. Era una pala entrando en la tierra.<br />

Alguien estaba cavando.<br />

Luchó una vez más por moverse, pero cuando apoyó la mano, no encontró la tierra. Sino algo<br />

duro. Algo áspero, viejo y astillado.<br />

Hay ataúdes a los que les falta un palmo para salirse de la tierra...<br />

Empujó con fuerza para apartarse del ataúd que se elevaba, y de lo que hubiera en su interior y<br />

del horrible sonido de la pala. Pero con la mano perforó la tapa podrida por el agua y fue a introducirla<br />

entre una maraña de huesos nudosos. Intentó sacar el brazo, pero lo sujetaron como anzuelos.<br />

De su garganta surgió un diminuto y patético gorgoteo que en cualquier otro momento habría sido<br />

un aullido ensordecedor, producto del pánico más auténtico. Entonces, los ojos se le llenaron de<br />

lágrimas. Su único consuelo era que la muerte, la esperada muerte, sólo tardaría unos instantes en<br />

llegar.<br />

Entonces oyó la voz.<br />

–Buenas noches, señor Hooke.<br />

Éste apenas podía mover los ojos. Logró ver un par de botas enlodadas y el filo de una pala. Pero<br />

reconoció la voz. Era Max Feer.<br />

Feer depositó la pala a un lado y se arrodilló en el barro. Comenzó a quitarse el cinturón.<br />

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