Horror 7- Stephen King y otros

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Stephen King y Otros Horror 7 –No me diga... –Empezaba a darse cuenta de por qué incluso los más osados del Troller's Unión evitaban acercarse a Fowler's Crescent–. Cuénteme sus secretos, Darnell. ¿Qué tengo que hacer para pescar uno grande? El anciano se echó a reír como un niño travieso. –Verá usted, señor Hooke, en el lago Crescent tenemos todo tipo de peces. Pero hay uno al que le llamamos Bu. Es el diminutivo de Belcebú, porque algunos creen que es el mismo diablo. Picar, ha picado muchas veces, pero nadie ha logrado sacarlo del agua. Aunque a mí me parece que he encontrado la manera de atraparlo. –Soy todo oídos –dijo Hooke. Arrastrando los pies, Darnell fue hacia su camioneta y regresó con un enorme anzuelo de cuatro puntas y un frasco con un líquido marrón. –He preparado esto con veneno de serpiente de cascabel. «Paraliza» a los peces. Moje el anzuelo en el veneno y cuando el pez lo muerda, romperá dos de las cuatro puntas, entonces el veneno le entrará directo en el cuerpo. Las dos puntas restantes son para mantenerlo sujeto; sólo tendrá que recoger el sedal y sacarlo. –Ingenioso –admitió Hooke–. Pero ¿porqué no ha salido usted a pescar a Bu? –Me he pasado la vida tras ese hijoputa. Siempre se me escapa. Ahora me he hecho demasiado viejo, señor Hooke. Usted es joven. Y fuerte. Pero vaya con cuidado. Se trata de un pez grande, listo y taimado. Esperará hasta que usted se canse y se quede dormido... Entonces, se abalanzará contra la canoa y usted acabará en el fondo, como su amigo. –¿Cómo dice? –Se quedó mirando, incrédulo, al anciano–. ¿Insinúa acaso que un jodido barbo mató a Artie? ¡Vamos, hombre, ésas son historias de pescadores! El enjuto anciano se volvió despacio y se encaminó hacia su camioneta. –No se duerma, señor Hooke. –Oiga –se apresuró a decirle Hooke–, le pido perdón. Pero es que resulta difícil de creer. –Ya lo sé. Hooke suspiró, ablandándose un poco. –Verá, he traído cerveza, pero me dará sueño. Quizá debería esperar hasta mañana y conformarme con algo más pequeño. Tal vez sea mejor que deje que algún otro pesque a Bu. El anciano bajó la mirada. Luego asintió, como queriendo decir: «Pues sí, eso es lo que debería hacer, pero yo podría morirme mañana y Bu me habrá derrotado una vez más». –Ya, comprendo –comentó en voz baja. Hooke vaciló por un momento. Luego, sonrió. –Al diablo con todo –dijo–. ¿Por casualidad no tendrá Coca-Cola o café o algo que me mantenga despierto? Al anciano se le iluminaron los ojos. –Señor Hooke, siempre llevo conmigo una lata de café instantáneo Folgers. Nunca se sabe cuándo le van a entrar a uno ganas de tomarse uno. Hooke le tendió la mano. –Gracias, Darnell –dijo–. Nos veremos por la mañana. –Hasta mañana, señor Hooke. 110

Stephen King y Otros Horror 7 Faltaba poco para medianoche cuando decidió internarse en el lago. Había permanecido sentado junto a la fogata, bebiéndose el café de Darnell. Pensó en aquellos ancianos y sus historias de pescadores, sonriendo ante tamañas tonterías. Pero luego tragó saliva ante la idea de que una criatura llamada Belcebú estuviera nadando en silencio en lo profundo de aquellas aguas negras que se extendían a sus pies. Probablemente, habría sido una satisfacción regresar al Troller's Unión con un barbo del lago Crescent, en el que se apreciaran las mutaciones producidas por los residuos químicos que pudiera tener como señales de identificación. ¡Pero ir tras Bu! «Eso significaría la inmortalidad», pensó Hooke. ¿Cuánto podría pesar? ¿Veinte kilos? ¿Veinticinco? Había leído en alguna parte que en el río Mississippi había barbos de hasta treinta y un kilos. Y en el Amazonas, ejemplares mastodónticos de hasta un quintal y medio, pero los pescadores les huían porque eran venenosos. Los ancianos del almacén de Feer se comportaban como si el lago Crescent fuese una reserva sagrada de animales que era mejor no ver. Y le recomiendo un sedal de prueba de cuarenta y cinco kilos. «¡Hostias –pensó Hooke–, con un sedal así podría pescar un pez vela de cuatrocientos cincuenta kilos!» Durante un buen rato, estuvo dándole vueltas a la idea de salir con la caña ligera y el sedal para dos kilos y medio. Luego cogió el pesado anzuelo de cuatro puntas y el frasco de veneno que Darnell le prestara. No dejaba de preguntarse qué debía saber un hombre para sentirse impulsado a pergeñar una trampa de aquel calibre. Y cuando notó que no era capaz de responder a esa pregunta, preparó el anzuelo tal como el anciano le había indicado y lo ató al sedal de cuarenta y cinco kilos en la caña más recia. Después, llenó un termo con café, se colgó del brazo la cesta de mimbre con lombrices de Crescent y, arrastrando los pies, se internó en la negrura. Echó el ancla a unos quince metros de la orilla de la cala. El agua aparecía lisa como la superficie de un espejo. Y la cala entera permanecía en completo silencio. No se oían sonidos nocturnos. Nada. Aunque las historias que circulaban por ahí fueran mitos, pensó Hooke, el Crescent era el lugar más desagradable que había visitado jamás. Abrió la cesta de mimbre y metió la mano en ella para sacar un gusano. Eso bastó para que la cesta se animara de movimientos serpenteantes y babosos. Retiró la mano, espantado. Con la linterna iluminó el interior de la cesta y tuvo la primera visión de los gusanos de Crescent. Eran monstruosos, como víboras brillantes. Calculó que algunos tendrían unos doce centímetros de longitud por dos de diámetro. «Dios santo –pensó–, esos productos químicos han provocado la mutación de todo.» Lanzó un vistazo al agua. Un temor, nuevo y real, se apoderó de Hooke. Se volvió a mirar hacia la orilla y, por un momento, consideró la posibilidad de regresar. Pero había alardeado demasiado con aquella excursión de pesca. Les había dicho a los del Troller's Unión que él era pescador y que un pescador haría cualquier cosa con tal de seguir lanzando el sedal. «Cualquier cosa.» Incluso aceptar el reto del Crescent. Hooke tragó saliva, luego volvió a meter la mano en la cesta para sacar uno de los gusanos. Sintió como una especie de calambre en la mano. Le temblaba como la de un niño asustado. «¡Domínate!» Tocó uno de los gusanos; éste se contrajo rápidamente, y saltó sobre su mano, enroscándosele con fuerza a la muñeca. Aquello fue como para cortarle la circulación. Recogió el anzuelo de Darnell y se dispuso a obligar al gusano a bajar a uno de los ganchos. El bicho se le enroscó con más fuerza alrededor de la muñeca. Hooke comenzó a respirar, nervioso. Lo único que deseaba era quitarse aquel bicho de encima. Cuando por fin logró colocarlo en el anzuelo, lanzó éste a las negras aguas. No había más sonido que el de su propia respiración. Al levantar la pesada caña, notó un movimiento al final del sedal. Sabía que no se trataba de un pez. Era «aquel gusano» que luchaba. Hooke sintió náuseas. Notó una tirantez en el pecho. «¿Es posible que esté tan asustado?», se preguntó. Maldijo su ego. 111

<strong>Stephen</strong> <strong>King</strong> y Otros <strong>Horror</strong> 7<br />

–No me diga... –Empezaba a darse cuenta de por qué incluso los más osados del Troller's Unión<br />

evitaban acercarse a Fowler's Crescent–. Cuénteme sus secretos, Darnell. ¿Qué tengo que hacer para<br />

pescar uno grande?<br />

El anciano se echó a reír como un niño travieso.<br />

–Verá usted, señor Hooke, en el lago Crescent tenemos todo tipo de peces. Pero hay uno al que<br />

le llamamos Bu. Es el diminutivo de Belcebú, porque algunos creen que es el mismo diablo. Picar,<br />

ha picado muchas veces, pero nadie ha logrado sacarlo del agua. Aunque a mí me parece que he encontrado<br />

la manera de atraparlo.<br />

–Soy todo oídos –dijo Hooke.<br />

Arrastrando los pies, Darnell fue hacia su camioneta y regresó con un enorme anzuelo de cuatro<br />

puntas y un frasco con un líquido marrón.<br />

–He preparado esto con veneno de serpiente de cascabel. «Paraliza» a los peces. Moje el anzuelo<br />

en el veneno y cuando el pez lo muerda, romperá dos de las cuatro puntas, entonces el veneno le entrará<br />

directo en el cuerpo. Las dos puntas restantes son para mantenerlo sujeto; sólo tendrá que recoger<br />

el sedal y sacarlo.<br />

–Ingenioso –admitió Hooke–. Pero ¿porqué no ha salido usted a pescar a Bu?<br />

–Me he pasado la vida tras ese hijoputa. Siempre se me escapa. Ahora me he hecho demasiado<br />

viejo, señor Hooke. Usted es joven. Y fuerte. Pero vaya con cuidado. Se trata de un pez grande, listo<br />

y taimado. Esperará hasta que usted se canse y se quede dormido... Entonces, se abalanzará contra<br />

la canoa y usted acabará en el fondo, como su amigo.<br />

–¿Cómo dice? –Se quedó mirando, incrédulo, al anciano–. ¿Insinúa acaso que un jodido barbo<br />

mató a Artie? ¡Vamos, hombre, ésas son historias de pescadores!<br />

El enjuto anciano se volvió despacio y se encaminó hacia su camioneta.<br />

–No se duerma, señor Hooke.<br />

–Oiga –se apresuró a decirle Hooke–, le pido perdón. Pero es que resulta difícil de creer.<br />

–Ya lo sé.<br />

Hooke suspiró, ablandándose un poco.<br />

–Verá, he traído cerveza, pero me dará sueño. Quizá debería esperar hasta mañana y conformarme<br />

con algo más pequeño. Tal vez sea mejor que deje que algún otro pesque a Bu.<br />

El anciano bajó la mirada. Luego asintió, como queriendo decir: «Pues sí, eso es lo que debería<br />

hacer, pero yo podría morirme mañana y Bu me habrá derrotado una vez más».<br />

–Ya, comprendo –comentó en voz baja.<br />

Hooke vaciló por un momento. Luego, sonrió.<br />

–Al diablo con todo –dijo–. ¿Por casualidad no tendrá Coca-Cola o café o algo que me mantenga<br />

despierto?<br />

Al anciano se le iluminaron los ojos.<br />

–Señor Hooke, siempre llevo conmigo una lata de café instantáneo Folgers. Nunca se sabe<br />

cuándo le van a entrar a uno ganas de tomarse uno. Hooke le tendió la mano.<br />

–Gracias, Darnell –dijo–. Nos veremos por la mañana. –Hasta mañana, señor Hooke.<br />

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