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Horror 7- Stephen King y otros

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<strong>Stephen</strong> <strong>King</strong> y Otros <strong>Horror</strong> 7<br />

Hooke aparcó la camioneta ante lo que parecía una especie de almacén. Por encima del alero del<br />

desvencijado pórtico de madera colgaba un cartel que decía: Feer: Artículos de Pesca y Cebos. Subió<br />

unos peldaños de madera alabeada, abrió una puerta mosquitera chirriante, con la malla metálica<br />

combada, y entró.<br />

Dentro había cuatro hombres. Dos de ellos estaban jugando una lentísima partida de damas.<br />

Otro se encontraba detrás del mostrador. Y el cuarto se hallaba sentado ante una mesita de madera,<br />

atando moscas artificiales. Hooke echó un vistazo general a la habitación. Calculó que en las paredes<br />

habrían colgados unos doscientos juegos de mandíbulas de pescados. Ni siquiera en Troller's<br />

Union, el club de pescadores de su pueblo, existía una sala de trofeos como aquélla. Ni en ninguna<br />

otra parte que él conociera.<br />

–Perdonen –dijo Hooke–, busco un buen sitio para pescar.<br />

Casi al unísono, los ancianos se volvieron lentamente hacia él y lo miraron. Ninguno de ellos<br />

sonrió. Hooke notó lo arrugados que eran sus rostros, como los de los ancianos del Troller's Union<br />

que se habían pasado tantos años bajo tantos soles, en tantos lagos. No constituía ningún misterio<br />

cómo habían pasado aquellos hombres sus vidas. Ni que los trofeos les pertenecían.<br />

El hombre corpulento que se encontraba detrás del mostrador fue quien habló por fin.<br />

–La mejor zona para pescar está río abajo, hijo, cerca de Bloomfield y Worthington.<br />

–¿Ah, sí? –Hooke sonrió–. Había oído decir que estaba justo aquí. En ese lago que tienen ahí<br />

afuera.<br />

El del mostrador lo estudió durante un momento.<br />

–¿Quién te ha dicho eso?<br />

–El cartel que hay a la entrada del pueblo –contestó Hooke–. Y unos compañeros del club de<br />

pesca de mi pueblo.<br />

–Conque del club de pesca, ¿eh?<br />

En su sonrisa se advertía un cierto desdén.<br />

–Sí. El Troller's Unión. ¿Ha oído hablar de él?<br />

El anciano lo miró de soslayo y alrededor de sus ojillos grisáceos se le formó una docena de<br />

arrugas rizadas.<br />

–Troller's Unión. Sí. Al norte del Estado, ¿verdad? Uno de sus socios estuvo por aquí el año pasado.<br />

Según recuerdo, tuvo un accidente en el lago.<br />

–Es difícil de decir –afirmó Hooke con tranquilidad–. Nunca encontraron el cadáver,<br />

–Es un lago profundo –arguyó el anciano–. En algunos puntos, tiene sesenta metros. Por eso el<br />

agua parece tan oscura. Resulta difícil de dragar. Si te ahogas en el Crescent, lo más probable es que<br />

nunca vuelvas a aparecer.<br />

–Por eso me gustaría pescar allí –dijo Hooke–. Porque no hay nadie que se atreva.<br />

El viejo asintió y repuso:<br />

–Ya. Quiere ganarse el trofeo de Fowler's Crescent. Cada año pasa por aquí una decena como<br />

usted. La mayoría vuelve con las manos vacías.<br />

Hooke volvió a echar un vistazo a las filas de mandíbulas que colgaban de las paredes. Luego<br />

sacó un billete de cien dólares del bolsillo y lo depositó sobre el mostrador.<br />

–De eso estoy seguro. Pero usted..., usted sabe lo que hay en ese lago. Y también cómo pescarlo.<br />

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