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Horror 7- Stephen King y otros

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<strong>Stephen</strong> <strong>King</strong> y Otros <strong>Horror</strong> 7<br />

latas y botes, alimentos secos, leche en polvo, sal, azúcar; en total, había comida suficiente para dos<br />

meses. Tenía una radio con pilas de recambio (aunque una vez estuvo dentro, sólo logró recibir el<br />

ruido de las descargas estáticas), un botiquín, utensilios de limpieza, una amplia variedad de libros y<br />

revistas (nada de chicas desnudas, él no estaba de acuerdo con esas cosas), lápices y papel (incluido<br />

un buen surtido de papel higiénico), potentes desinfectantes, cubiertos, vajilla, abrelatas, abrebotellas,<br />

sartenes, velas, ropas, sábanas y mantas, dos relojes (durante los primeros días, el tictac había<br />

estado a punto de volverlo loco, ya ni lo notaba), un calendario, un depósito de agua de cuarenta y<br />

cinco litros (el agua que no utilizaba para lavar platos, cubiertos y que no bebía nunca sin las pastillas<br />

esterilizadoras. Simpla de Milton and Maw).<br />

Y..., ah, sí, y una de las adquisiciones más recientes: un gato muerto.<br />

No tenía ni idea de cómo había logrado aquel desgraciado animal meterse en su refugio perfectamente<br />

estanco (el gato no hablaba), pero supuso que debió de haberse colado unos días antes de<br />

que las bombas comenzaran a caer. La creciente tensión de la situación mundial había bastado para<br />

impulsar a Maurice a poner en marcha la fase de ÚLTIMOS PREPARATIVOS (desde que tenía el refugio<br />

se habían producido cuatro o cinco crisis parecidas), y la entrometida criatura debió de haberse colado<br />

cuando él, Maurice, iba y venía de la casa al refugio, dejando abierta la compuerta de la torrecilla<br />

(la estructura tenía forma de submarino, con la torrecilla de entrada ubicada en un extremo en<br />

lugar de en el centro). No había descubierto al gato hasta la mañana siguiente al holocausto.<br />

Maurice recordaba con nitidez el día del juicio final, la pesadilla le había quedado grabada en el<br />

fondo del cerebro como un mural detallado con toda fidelidad. ¡Dios santo, cuánto miedo había pasado!<br />

Pero, después, qué satisfacción.<br />

Los meses que se pasó cavando, ensamblando piezas y equipos –¡aguantando las provocaciones<br />

de sus vecinos!– merecieron la pena. «El arca de Maurice», habían denominado burlonamente a su<br />

refugio, y ahora comprendía lo adecuada de aquella descripción. Aunque, claro está, él no lo había<br />

construido para unos jodidos animales.<br />

Se sentó bien erguido en la litera, asqueado por el hedor, pero, al mismo tiempo, desesperado<br />

por respirar el escaso aire. A la luz de la lámpara de gas, su rostro aparecía blanco.<br />

¿Cuántos habrían sobrevivido allá arriba? ¿Cuántos de sus vecinos habrían muerto sin reírse?<br />

Solitario por naturaleza, ¿se encontraría ahora verdaderamente solo? Por sorprendente que pudiera<br />

parecer, esperaba que no.<br />

Maurice pudo haberles permitido a algunos de ellos compartir su refugio, quizá a uno o a dos,<br />

pero le resultó difícil resistirse al placer de cerrarle la compuerta en sus aterrados rostros. Con el sonido<br />

metálico del mecanismo giratorio de cierre y la compuerta completamente encajada en la junta<br />

de la pestaña exterior de la torrecilla, las sirenas se habían convertido en un lamento apenas audible,<br />

y el ruido de los golpes asestados por sus vecinos sobre la tapa de entrada había pasado a ser apenas<br />

como el golpear de unos insectos. Los estampidos y los temblores de la tierra acabaron pronto con<br />

aquello.<br />

Maurice había caído al suelo aferrado a las mantas que había llevado consigo, seguro de que la<br />

tormentosa presión abriría en dos la cáscara metálica. Perdió la cuenta de las veces que la tierra se<br />

había estremecido y, aunque no lograba acordarse del todo, tuvo la impresión de que tal vez se había<br />

desmayado. Las horas parecieron perderse en alguna parte, porque lo único que recordaba era<br />

haberse despertado en la litera, espantado por un tremendo peso en el pecho y un cálido y fétido<br />

aliento sobre su rostro.<br />

Había gritado y el peso se había retirado de repente, aunque le dejó un dolor agudo en un hombro.<br />

Transcurrieron unos largos y desorientados minutos en los que intentó encontrar una linterna;<br />

la oscuridad completa caía sobre él como pesadas cortinas, y su imaginación iluminaba el interior<br />

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