Horror 7- Stephen King y otros
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Stephen King y Otros Horror 7 MAURICE Y MOG James Herbert Durante años, el autor de The Dark, Shrine, Fluke, The Rats y Domain (por citar sólo algunas de sus obras) ha sido uno de los novelistas de más éxito en el Reino Unido y Estados Unidos. Nacido en Londres, el 8 de abril de 1943, Jim Herbert ha tenido que soportar calificativos como «prolífico» y «escritor de obras de terror», y críticas que lo han incluido en la misma categoría que, por ejemplo, Dean Koontz, y un tipo llamado Williamson. ¿Por qué razón, entonces, el prolífico Stephen King admite que disfruta con las obras de James Herbert? ¿Y por qué un estudiante del terror con el buen gusto de Douglas Winter considera sus descripciones como brillantes y originales? Coincido con ellos. Aquí nos encontramos ante lo que podría denominarse el primer relato de Herbert, aunque esto es más que discutible. Apareció en las ediciones del Reino Unido de Domain, y supuso un colosal triunfo en por lo menos dos países; pero «Maurice y Mog» es, en realidad, un relato corto que el público merece admirar. ¡Ojalá haya más de éstos! *** Se habían reído de él, pero ¿quién reía mejor ahora? ¿Quién había logrado sobrevivir, quién había vivido cómodamente, por confinada que fuera esa vida, mientras los demás habían perecido en la agonía? ¿Quién había previsto el holocausto años antes de que la situación en Oriente Medio hubiera alcanzado el punto de ebullición para convertirse en un conflicto mundial? Pues Maurice Joseph Kelp. Maurice J. Kelp, el agente de seguros (¿quién sabía más sobre riesgos futuros?). Maurice Kelp, divorciado (sin nadie más por quien preocuparse). Maurice, el solitario (no había compañía más placentera que la suya propia). Cinco años antes, había cavado el agujero en el jardín trasero de su casa de Peckham, y sus vecinos se habían burlado de él (pero, quién reía ahora, ¿eh? ¿Eh?). Era un agujero con la amplitud necesaria para albergar un refugio de tamaño grande (con un espacio que bastaba para cuatro personas pero ¿para qué quería que otros le contaminaran su aire? No, gracias, ni hablar). En aquellos cinco años, había ahorrado para comprar e instalar ciertos perfeccionamientos, y el refugio en sí mismo, en piezas desmontables, le había costado casi tres mil libras. Los accesorios, como el equipo de filtrado, de funcionamiento manual y por batería (trescientas cincuenta, precio de segunda mano), y el medidor personal de radiaciones (ciento cuarenta y cinco, más el IVA) habían disparado los costos; además, la instalación de dispositivos extra, como el lavabo plegable y el retrete autolimpiable, no había sido barata. Aunque valió la pena; todos aquellos peniques invertidos merecieron la pena. Le había resultado fácil unir las planchas prefabricadas en acero; así como el relleno de hormigón, una vez hubo leído con sumo cuidado el libro de instrucciones. Tampoco le resultó demasiado difícil instalar los equipos de filtrado y extracción una vez comprendió con seguridad lo que debía hacer; las conexiones de los tubos del refugio no habían presentado problema alguno. Incluso compró una bomba de sentina barata, pero, por fortuna, no había tenido necesidad de utilizarla. En el interior, puso una litera con un colchón de espuma, una mesa (usaba la cama como silla), un calentador y una cocina Grillogaz, gas butano y lámparas de batería, estanterías repletas de comida en 100
Stephen King y Otros Horror 7 latas y botes, alimentos secos, leche en polvo, sal, azúcar; en total, había comida suficiente para dos meses. Tenía una radio con pilas de recambio (aunque una vez estuvo dentro, sólo logró recibir el ruido de las descargas estáticas), un botiquín, utensilios de limpieza, una amplia variedad de libros y revistas (nada de chicas desnudas, él no estaba de acuerdo con esas cosas), lápices y papel (incluido un buen surtido de papel higiénico), potentes desinfectantes, cubiertos, vajilla, abrelatas, abrebotellas, sartenes, velas, ropas, sábanas y mantas, dos relojes (durante los primeros días, el tictac había estado a punto de volverlo loco, ya ni lo notaba), un calendario, un depósito de agua de cuarenta y cinco litros (el agua que no utilizaba para lavar platos, cubiertos y que no bebía nunca sin las pastillas esterilizadoras. Simpla de Milton and Maw). Y..., ah, sí, y una de las adquisiciones más recientes: un gato muerto. No tenía ni idea de cómo había logrado aquel desgraciado animal meterse en su refugio perfectamente estanco (el gato no hablaba), pero supuso que debió de haberse colado unos días antes de que las bombas comenzaran a caer. La creciente tensión de la situación mundial había bastado para impulsar a Maurice a poner en marcha la fase de ÚLTIMOS PREPARATIVOS (desde que tenía el refugio se habían producido cuatro o cinco crisis parecidas), y la entrometida criatura debió de haberse colado cuando él, Maurice, iba y venía de la casa al refugio, dejando abierta la compuerta de la torrecilla (la estructura tenía forma de submarino, con la torrecilla de entrada ubicada en un extremo en lugar de en el centro). No había descubierto al gato hasta la mañana siguiente al holocausto. Maurice recordaba con nitidez el día del juicio final, la pesadilla le había quedado grabada en el fondo del cerebro como un mural detallado con toda fidelidad. ¡Dios santo, cuánto miedo había pasado! Pero, después, qué satisfacción. Los meses que se pasó cavando, ensamblando piezas y equipos –¡aguantando las provocaciones de sus vecinos!– merecieron la pena. «El arca de Maurice», habían denominado burlonamente a su refugio, y ahora comprendía lo adecuada de aquella descripción. Aunque, claro está, él no lo había construido para unos jodidos animales. Se sentó bien erguido en la litera, asqueado por el hedor, pero, al mismo tiempo, desesperado por respirar el escaso aire. A la luz de la lámpara de gas, su rostro aparecía blanco. ¿Cuántos habrían sobrevivido allá arriba? ¿Cuántos de sus vecinos habrían muerto sin reírse? Solitario por naturaleza, ¿se encontraría ahora verdaderamente solo? Por sorprendente que pudiera parecer, esperaba que no. Maurice pudo haberles permitido a algunos de ellos compartir su refugio, quizá a uno o a dos, pero le resultó difícil resistirse al placer de cerrarle la compuerta en sus aterrados rostros. Con el sonido metálico del mecanismo giratorio de cierre y la compuerta completamente encajada en la junta de la pestaña exterior de la torrecilla, las sirenas se habían convertido en un lamento apenas audible, y el ruido de los golpes asestados por sus vecinos sobre la tapa de entrada había pasado a ser apenas como el golpear de unos insectos. Los estampidos y los temblores de la tierra acabaron pronto con aquello. Maurice había caído al suelo aferrado a las mantas que había llevado consigo, seguro de que la tormentosa presión abriría en dos la cáscara metálica. Perdió la cuenta de las veces que la tierra se había estremecido y, aunque no lograba acordarse del todo, tuvo la impresión de que tal vez se había desmayado. Las horas parecieron perderse en alguna parte, porque lo único que recordaba era haberse despertado en la litera, espantado por un tremendo peso en el pecho y un cálido y fétido aliento sobre su rostro. Había gritado y el peso se había retirado de repente, aunque le dejó un dolor agudo en un hombro. Transcurrieron unos largos y desorientados minutos en los que intentó encontrar una linterna; la oscuridad completa caía sobre él como pesadas cortinas, y su imaginación iluminaba el interior 101
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MAURICE Y MOG<br />
James Herbert<br />
Durante años, el autor de The Dark, Shrine, Fluke, The Rats y Domain (por citar sólo algunas de<br />
sus obras) ha sido uno de los novelistas de más éxito en el Reino Unido y Estados Unidos. Nacido en<br />
Londres, el 8 de abril de 1943, Jim Herbert ha tenido que soportar calificativos como «prolífico» y<br />
«escritor de obras de terror», y críticas que lo han incluido en la misma categoría que, por ejemplo,<br />
Dean Koontz, y un tipo llamado Williamson.<br />
¿Por qué razón, entonces, el prolífico <strong>Stephen</strong> <strong>King</strong> admite que disfruta con las obras de James<br />
Herbert? ¿Y por qué un estudiante del terror con el buen gusto de Douglas Winter considera sus descripciones<br />
como brillantes y originales?<br />
Coincido con ellos. Aquí nos encontramos ante lo que podría denominarse el primer relato de Herbert,<br />
aunque esto es más que discutible. Apareció en las ediciones del Reino Unido de Domain, y supuso<br />
un colosal triunfo en por lo menos dos países; pero «Maurice y Mog» es, en realidad, un relato<br />
corto que el público merece admirar. ¡Ojalá haya más de éstos!<br />
***<br />
Se habían reído de él, pero ¿quién reía mejor ahora? ¿Quién había logrado sobrevivir, quién había<br />
vivido cómodamente, por confinada que fuera esa vida, mientras los demás habían perecido en la<br />
agonía? ¿Quién había previsto el holocausto años antes de que la situación en Oriente Medio hubiera<br />
alcanzado el punto de ebullición para convertirse en un conflicto mundial? Pues Maurice Joseph<br />
Kelp.<br />
Maurice J. Kelp, el agente de seguros (¿quién sabía más sobre riesgos futuros?).<br />
Maurice Kelp, divorciado (sin nadie más por quien preocuparse).<br />
Maurice, el solitario (no había compañía más placentera que la suya propia).<br />
Cinco años antes, había cavado el agujero en el jardín trasero de su casa de Peckham, y sus vecinos<br />
se habían burlado de él (pero, quién reía ahora, ¿eh? ¿Eh?). Era un agujero con la amplitud<br />
necesaria para albergar un refugio de tamaño grande (con un espacio que bastaba para cuatro personas<br />
pero ¿para qué quería que <strong>otros</strong> le contaminaran su aire? No, gracias, ni hablar). En aquellos<br />
cinco años, había ahorrado para comprar e instalar ciertos perfeccionamientos, y el refugio en sí<br />
mismo, en piezas desmontables, le había costado casi tres mil libras. Los accesorios, como el equipo<br />
de filtrado, de funcionamiento manual y por batería (trescientas cincuenta, precio de segunda<br />
mano), y el medidor personal de radiaciones (ciento cuarenta y cinco, más el IVA) habían disparado<br />
los costos; además, la instalación de dispositivos extra, como el lavabo plegable y el retrete autolimpiable,<br />
no había sido barata. Aunque valió la pena; todos aquellos peniques invertidos merecieron<br />
la pena.<br />
Le había resultado fácil unir las planchas prefabricadas en acero; así como el relleno de hormigón,<br />
una vez hubo leído con sumo cuidado el libro de instrucciones. Tampoco le resultó demasiado<br />
difícil instalar los equipos de filtrado y extracción una vez comprendió con seguridad lo que<br />
debía hacer; las conexiones de los tubos del refugio no habían presentado problema alguno. Incluso<br />
compró una bomba de sentina barata, pero, por fortuna, no había tenido necesidad de utilizarla. En<br />
el interior, puso una litera con un colchón de espuma, una mesa (usaba la cama como silla), un calentador<br />
y una cocina Grillogaz, gas butano y lámparas de batería, estanterías repletas de comida en<br />
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