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74 María Augusta Vintimilla<br />

En el cuarto verso, la forma perifrástica del verbo con un gerundio y un infinitivo<br />

(« viendo volver») instauran un presente continuo que anula el sentido temporal<br />

del verbo: la persistencia indefinida de la acción verbal detiene el tiempo e inmoviliza<br />

la imagen. Se produce así un reforzamiento mutuo entre la carga semántica<br />

de las palabras («volver», «el mismo») y el significado producido por las formas<br />

sintácticas: el constante volver-de-lo-mismo descarga al tiempo de su naturaleza<br />

móvil y cambiante.<br />

Los versos cinco y seis repiten la representación estática del mundo y del<br />

tiempo: el poeta nombra los objetos del mundo que contienen precisamente la representación<br />

del tiempo y el movimiento (río, viento) solo para inmovilizar su presencia:<br />

el río, el viento, imágenes del perpetuo fluir, de lo que se va y no vuelve, son<br />

siempre el «mismo río», «idéntico fragor de terciopelos / del viento»; el viento -en<br />

otros poemas encarnación del puro movimiento sin materia- es nombrado como<br />

objeto dotado de consistencia y textura (terciopelos) en un verso donde el encabalgamiento<br />

atenúa el movimiento rítmico del verso y continúa en el siguiente. Y en<br />

seguida, otra vez, el gerundio «enardeciendo» prolonga la duración del verbo en un<br />

presente que no acaba de transcurrir.<br />

Hasta este momento, no hay un solo verbo conjugado en un modo personal,<br />

no hay tampoco sujeto. La estructura gramatical muestra la forma de representación<br />

del mundo como unidad indiferenciada entre mundo y conciencia. Las cosas imponen<br />

el peso de su presencia, el yo es una ausencia, un vacío, apenas una mirada que,<br />

identificada con el mundo, registra su presencia absoluta. En los dos versos finales,<br />

el presente verbal (« eleva») no consigue introducir la dimensión temporal ni el movimiento;<br />

con la fijeza de una imagen detenida para siempre en la memoria, sin antes<br />

ni después, el niño y la cometa permanecen estáticos e indiferenciados: «y<br />

siempre son los mismos -y siempre-son-lo-mismo- niño, cometa y cielo».<br />

Tiempo sin tiempo, en la infancia cada ser mantiene su identidad esencial<br />

más allá de la pluralidad de su existir.46 Tiempo anterior a la culpa y a la emergencia<br />

del yo, el poeta se ve a sí mismo fusionado en una continuidad sustancial con la<br />

realidad:<br />

Entonces no existían la mirada ni el pájaro:<br />

la paloma era el ojo que al alma regresaba.<br />

(...)<br />

Igual que para el pez, absorto tras el vidrio<br />

frío de la redoma, no había dentro o fuera<br />

El afloramiento de la subjetividad representa irremediablemente un encona-<br />

46. Reléanse los fragmentos citados de «La religión, una aventura metafísica del hombre»: en la infancia, tal como en la<br />

edad arcaica, «el hombre está sumergido en el mundo circundante, fusionado con él, formando un solo bloque<br />

indiferenciado».

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