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72 María Augusta Villtimilla Identidad perdida, laberinto de espejos Este segundo movimiento de El mundo de las evidencias está marcado po una tensión irresoluble entre el yo y el mundo, la «conciencia empecinada en opo nerse al mundo que es su imagen» es la fuente de donde provienen las condicione que marcan la existencia humana: la soledad, la certeza de la finitud y de la muer te, la estructura fragmentada de la propia subjetividad. En el centro de esas eviden cias, la conciencia del tiempo es la certeza primera y fundamental que se despren de del enfrentamiento entre el sujeto y el mundo, y la que alimenta a todas las de más. Saberse un ser sometido al tiempo, a su fluir lineal y sucesivo, y con él a l finitud y al acabamiento, induce al poeta a la búsqueda de un registro temporal dis tinto, en el que el yo subjetivo pueda ser uno con el universo y en el que la existen cia individual se conjugue y se disuelva en la intemporalidad cósmica. En la poesí de Jara Idrovo hay una poética del tiempo -una lectura poética del tiempo- orien tada a evadirse del flujo temporal, ya sea por remisión a un tiempo anterior -el tiem po cósmico de la naturaleza- sustraído a la sucesión lineal y al devenir (que es e intento de su poética de la analogía), o por la irrupción de instantes privilegiados d máxima intensificación vital que abren un acceso, aunque sea momentáneo, a l experiencia de la eternidad. Las islas Galápagos configuran ese espacio mítico, puro estado de naturale za, ajeno al tiempo sucesivo, incontaminado de historicidad: «en las islas, en form primitivamente espontánea, el hombre antes que vivir en la naturaleza, vive la na turaleza (...) Por eso el tiempo se le aparece como algo exterior a él, nunca com ingrediente entitativo. Se trata, pues, de un tiempo externo y cíclico, del menos tem poral de los tiempos».44 Con el regreso al continente sobreviene «la ruptura del cordón umbilical qu [le] permitía latir al unísono con el mundo». La emergencia del tiempo conciencial opuesto al tiempo cósmico de las islas- provoca la ruptura de la conjunción armó nica de conciencia y universo: «tiempo que nos mina desde dentro y ratifica nues tra menesterosidad esencial. A partir de allí concebí el tiempo como una suerte d pecado original; como expiación de la conciencia por el extravío de su unidad con e mundo».45 La nostalgia por un tiempo irrecuperable, anterior a la ruptura del hombr con el mundo y consigo mismo, se refugia en otro espacio mítico: la infancia. E «Destellos de una infancia solitaria» Efraín Jara construye en la niñez un espacio d inocencia primigenia -semejante al estado de naturaleza de las Galápagos- en el 44. «Confidencias preliminares», p. 15. 45. Ibídem. p. 17.
El tiempo, la muerte, la memoria 73 que todavía no se ha producido el distanciamiento entre conciencia y mundo, y en donde aún es posible intentar una lectura del tiempo distinta a la evidencia de la sucesión irrepetible. El yo de la enunciación poética de «Destellos» se configura a partir de una pérdida: extravío de la comunión con la realidad, disgregación de la propia subjetividad, disolución de una percepción unitaria de la temporalidad. La escisión del tiempo es también la escisión del yo: La soledad, ahora, me hace dos efraínes. Su hostilidad comprendo. ¡Sólo uno es verdadero! El otro substituye al que jamás he sido. Solo en el tiempo mítico de la infancia -representación de un tiempo ante- rior al tiempo conciencial, tiempo circular de la naturaleza expresado en el paso de las estaciones, los días, los años, que no son sino repeticiones de lo mismo- el su- jeto preserva su unidad esencial por identificación con lo que le rodea: si las cosas son siempre idénticas a sí mismas, el yo infantil, que es apenas una prolongación de las cosas, un puro estar-entre-las-cosas, es también siempre el mismo. Era un cuando sin cuando. Era un espejo, en donde jamás inscribió el relámpago su helecho fulminante. Días, años, en la ascua del espacio infinito, viendo volver el mismo colibrí a los rosales. El mismo río, idéntico fragor de terciopelos del viento, enardeciendo tejados y arboledas. Un niño de ojos tristes eleva una cometa. y siempre son los mismos: cometa, niño y cielo. En esta estancia, hay un uso peculiar de los elementos lingüísticos portado- res de las marcas temporales que, paradójicamente, refuerza el sentido de intemporalidad, la ausencia de transcurso y la sensación de inmovilidad. El pretérito imperfecto que abre la estancia, y que se reitera al comienzo del segundo hemistiquio, instala la imagen en algún momento de un pasado imposible de precisar. La predicación del verbo -un adverbio de tiempo: «cuando»- nombra la temporalidad solo para negarla: «un cuando sin cuando», en un vaciamiento radical de su contenido. El tercer verso repite la disolución del sentido temporal que comportan los sustantivos (días, años); primero, porque su sentido de transcurso se reduce por la ausencia de determinación: la sucesión indefinida de días y años atrae más bien la idea de repetición incesante que la noción del devenir. Y luego, en lo que sigue del verso, por su aprisionamiento en una categoría intemporal: el espacio; la infinitud del espacio como soporte de la temporalidad pone en primer plano la continuidad y permanencia, difuminando las marcas de cambio y movimiento.
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nerse al mundo que es su imagen» es la fuente de donde provienen las condicione<br />
que marcan la existencia humana: la soledad, la certeza de la finitud y de la muer<br />
te, la estructura fragmentada de la propia subjetividad. En el centro de esas eviden<br />
cias, la conciencia del tiempo es la certeza primera y fundamental que se despren<br />
de del enfrentamiento entre el sujeto y el mundo, y la que alimenta a todas las de<br />
más.<br />
Saberse un ser sometido al tiempo, a su fluir lineal y sucesivo, y con él a l<br />
finitud y al acabamiento, induce al poeta a la búsqueda de un registro temporal dis<br />
tinto, en el que el yo subjetivo pueda ser uno con el universo y en el que la existen<br />
cia individual se conjugue y se disuelva en la intemporalidad cósmica. En la poesí<br />
de Jara Idrovo hay una poética del tiempo -una lectura poética del tiempo- orien<br />
tada a evadirse del flujo temporal, ya sea por remisión a un tiempo anterior -el tiem<br />
po cósmico de la naturaleza- sustraído a la sucesión lineal y al devenir (que es e<br />
intento de su poética de la analogía), o por la irrupción de instantes privilegiados d<br />
máxima intensificación vital que abren un acceso, aunque sea momentáneo, a l<br />
experiencia de la eternidad.<br />
Las islas Galápagos configuran ese espacio mítico, puro estado de naturale<br />
za, ajeno al tiempo sucesivo, incontaminado de historicidad: «en las islas, en form<br />
primitivamente espontánea, el hombre antes que vivir en la naturaleza, vive la na<br />
turaleza (...) Por eso el tiempo se le aparece como algo exterior a él, nunca com<br />
ingrediente entitativo. Se trata, pues, de un tiempo externo y cíclico, del menos tem<br />
poral de los tiempos».44<br />
Con el regreso al continente sobreviene «la ruptura del cordón umbilical qu<br />
[le] permitía latir al unísono con el mundo». La emergencia del tiempo conciencial<br />
opuesto al tiempo cósmico de las islas- provoca la ruptura de la conjunción armó<br />
nica de conciencia y universo: «tiempo que nos mina desde dentro y ratifica nues<br />
tra menesterosidad esencial. A partir de allí concebí el tiempo como una suerte d<br />
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mundo».45<br />
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con el mundo y consigo mismo, se refugia en otro espacio mítico: la infancia. E<br />
«Destellos de una infancia solitaria» Efraín Jara construye en la niñez un espacio d<br />
inocencia primigenia -semejante al estado de naturaleza de las Galápagos- en el<br />
44. «Confidencias preliminares», p. 15.<br />
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