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66 María Augusta Vintimilla una de las claves poéticas del desciframiento del mundo mediante su escritura poética. De ti reclama el mundo eje y sustento En la mayoría de los poemas escritos hasta 1954, mundo y conciencia permanecen todavía como dos esferas autónomas. La realidad del mundo está allí, ya dada, imponiendo su evidencia autosuficiente. El poeta la nombra, se sumerge en ella, explora en sus estratos profundos para arrancarle secretos, para descubrir un orden -un ritmo- en sus movimientos; pero siempre la enunciación poética se constituyó desde la conciencia de un yo compacto y unitario que asegura su propia continuidad en la recuperación -por medio de la memoria- de la continuidad esencial de los seres y del tiempo; un yo enunciador que daba fe de un sentido ya constituido que reposaba en el mundo como evidencia irrecusable. Sin embargo, hay otra línea que empieza a dibujarse en El mundo de las evidencias y que desembocará después en «Añoranza y acto de amor»: la sospecha de que el mundo no es legible y de que la discontinuidad y la fragmentación amenazan la armonía analógica del universo y corroen desde dentro la compacta unicidad del yo. Paralelamente a la lectura analógica del mundo que celebra la armonía universal y la integración plena del yo en los ritmos circulares del cosmos, en El mundo de las evidencias comienza a perfilarse la otra figura de la poesía moderna: la conciencia del ser dividido, la perplejidad del sujeto finito radicalmente escindido del universo infinito, la fragmentación del tiempo en instantes discontinuos, la evidencia irrefutable de la muerte que coarta la aspiración de eternidad. Esta segunda lectura marcada por la ironía, se insinúa ya en poemas tempranos como «Sexo», «Designio», «Poema», se vuelve dominante en la tercera parte de « El mundo de las evidencias» y marcará las rupturas poéticas de «Añoranza y acto de amor» y «El almuerzo del solitario». En «Designio», el poema que cierra la segunda parte de El mundo de las evidencias, Efraín Jara escribe: ¿Hay algo frente a ti como no sea tu propia duración que se desborda, como túnica de agua de la fuente? ¡Es tu exceso al que llamas universo! (...) No es que llegan a ti: de ti se exhalan la noche con sus grietas de diamante; el viento que se ensaña en el olivo, las cascadas de sables y botellas con que la ola se impone al arrecife... (...)
El tiempo, la muerte, la memoria Porque sin ti ¿qué sería del mundo? ¿Quién llamaría piedra al duro coágulo de obstinación; río al río; y tarde al silencio que baja de los montes? (...) y a pesar de todo esto; aunque tú seas pasajera humedad, eco del polvo, seres, y cosas, y hasta dios reclaman identidad en ti ¡oh ardor precario! Porque las cosas son, y simplemente son para siempre, pero nunca existen si tú no las contagias con tu vértigo A partir de este poema, el peso existencial se traslada paulatinamente hacia la subjetividad. Se ha desvanecido la evidencia de la objetualidad del mundo. La conciencia rompe sus límites y se desborda de sí, se apodera del mundo y lo pue- bla de sí misma. El yo enunciador se abre a la sospecha de que explorar el mundo es en realidad explorar su propia percepción del mundo. Simultáneamente, la realidad va cargándose del contenido existencial del sujeto: las cosas pierden su objetualidad y se transforman en realidad vivida, en mundo habitado por las percepciones subjetivas. Las cosas solo revelan su sentido en tanto se refieren a la existencia humana. El ser solo adviene al existir impulsado por el vértigo de lo humano. Hay una inversión en la relación entre el yo y el mundo, pues si en la lectura analógica el yo postula su continuidad y permanencia por la inserción en los ritmos circulares del tiempo cósmico, en esta nueva lectura es el mundo el que se «contagia» de la fugacidad y la finitud del yo. Entonces ¿qué trascendencia puede tener el mundo si su identidad se fundamenta apenas en esa «pasajera humedad, eco del polvo»? Avanzar en este sentido supone también una progresiva reflexión sobre las palabras. ¿Qué es 1o que realmente nombran las palabras? En los poemas anteriores, nombrar el mundo era simplemente nombrar su evidencia, su exterioridad. Las palabras eran transparentes, dejaban ver el más allá de ellas mismas: las cosas designadas. Pero si el mundo es configuración de la conciencia, entonces las palabras con que las nombramos ya no evidencian la exterioridad del mundo, sino la conciencia que percibe del mundo. Comienzan a ser palabras opacas, palabras espejo en el que la conciencia se mira a sí misma: «¿Quién proporcionaría la evidencia / de que la realidad solo es espejo / en el que nos reflejamos sin miramos?». El título del poema -«Designio»- se refiere en principio al destino del hom- bre condenado a la extinción. Pero también podría tomarse en el sentido de «nominación», acto de designar. En el fragmento citado: lo designado con el nombre «piedra» pierde su carácter de objeto y se transforma en pura percepción subjetiva: «duro coágulo de 67
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Porque sin ti ¿qué sería del mundo?<br />
¿Quién llamaría piedra al duro coágulo<br />
de obstinación; río al río; y tarde<br />
al silencio que baja de los montes?<br />
(...)<br />
y a pesar de todo esto; aunque tú seas<br />
pasajera humedad, eco del polvo,<br />
seres, y cosas, y hasta dios reclaman<br />
identidad en ti ¡oh ardor precario!<br />
Porque las cosas son, y simplemente<br />
son para siempre, pero nunca existen<br />
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A partir de este poema, el peso existencial se traslada paulatinamente hacia la<br />
subjetividad. Se ha desvanecido la evidencia de la objetualidad del mundo. La<br />
conciencia rompe sus límites y se desborda de sí, se apodera del mundo y lo pue-<br />
bla de sí misma. El yo enunciador se abre a la sospecha de que explorar el mundo es<br />
en realidad explorar su propia percepción del mundo. Simultáneamente, la realidad<br />
va cargándose del contenido existencial del sujeto: las cosas pierden su objetualidad<br />
y se transforman en realidad vivida, en mundo habitado por las percepciones<br />
subjetivas. Las cosas solo revelan su sentido en tanto se refieren a la existencia<br />
humana.<br />
El ser solo adviene al existir impulsado por el vértigo de lo humano. Hay una<br />
inversión en la relación entre el yo y el mundo, pues si en la lectura analógica el yo<br />
postula su continuidad y permanencia por la inserción en los ritmos circulares del<br />
tiempo cósmico, en esta nueva lectura es el mundo el que se «contagia» de la fugacidad<br />
y la finitud del yo. Entonces ¿qué trascendencia puede tener el mundo si su<br />
identidad se fundamenta apenas en esa «pasajera humedad, eco del polvo»?<br />
Avanzar en este sentido supone también una progresiva reflexión sobre las<br />
palabras. ¿Qué es 1o que realmente nombran las palabras? En los poemas anteriores,<br />
nombrar el mundo era simplemente nombrar su evidencia, su exterioridad. Las<br />
palabras eran transparentes, dejaban ver el más allá de ellas mismas: las cosas designadas.<br />
Pero si el mundo es configuración de la conciencia, entonces las palabras<br />
con que las nombramos ya no evidencian la exterioridad del mundo, sino la conciencia<br />
que percibe del mundo. Comienzan a ser palabras opacas, palabras espejo en<br />
el que la conciencia se mira a sí misma: «¿Quién proporcionaría la evidencia / de<br />
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