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13.05.2013 Views

60 María Augusta Vintimilla pero en su vida cósmica enlazados en oscura, esencial correspondencia (...) mas la herencia del pájaro difunto se reparten insectos y raíces, y el color de las alas va a los frutos miniaturas de sol, plantas dulces, y de allí nuevamente en pulpa de oro o en sangre vegetal, licor nutricio, a la tribu del aire y de la pluma en un ciclo infinito de animales y semillas, de insectos y de plantas Hernán Córdova encuentra en el poema de Carrera la presencia del concep- to bergsoniano del «elan vital»: la materia en su movimiento constante de disolución y reintegración «permite al impulso vital, la búsqueda de alojamiento en una nueva forma»38 En la poesía de Efraín Jara, el ímpetu de la materia en búsqueda de forma aparecía ya esbozada en «Integración de la nube» («perezosas estatuas y palomas / buscan identidad, precaria forma») y desarrollada en «Vida interior del árbol»: «¡Ah, perpetuo suplicio del impulso / condenado a extinguirse en cuanto cumple el fugaz parpadeo de la forma! (...) Estar aquí no tiene más sentido / que volver a empezar, al cautiverio / del orden y la forma encadenados». Y continúa luego en otros poemas: «Empero el movimiento / huye la confusión: / ¡todo impulso reclama el fulgor de las formas!» (« Perpetuum movile», 1966). Sometidos al fluir temporal, las cosas y los seres naturales no pueden perseverar en su propia sustancialidad y cumplen su existir en el movimiento y la transfiguración. Pero para el ser humano, dotado de conciencia, el vértigo del tiempo se convierte en angustia existencial por la constancia de su precariedad y desmoronamiento: «las grandes pausas de abandono y muerte / frente al total silencio de los astros». En la poética de Jara, la soledad sobreviene como producto de la pérdida de la identidad entre conciencia y mundo. Saberse inmersos en una temporalidad propia y distinta a la del mundo, sentirse atrapados en un tiempo conciencial que escinde el yo, finito y limitado, del tiempo cósmico, eterno e infinito, es la primera evidencia de la radical otredad del mundo. La «Balada» se propone restaurar esa fisura: la hija es la evidencia de que es posible escapar a la limitación de su propia 38. «Unidad y multiplicidad son categorías de la materia inerte (…) el impulso vital no es ni unidad ni multiplicidad puras (...) y si la materia a la que se comunica se pone en la disyuntiva de optar por una de las dos, su opción nunca será definitiva: saltará indefinidamente de una a otra forma». Henri Bergson, La evolución creadora. Citado en Hernán Córdova, Itinerario poético de Jorge Carrera Andrade. Quito, Casa de la Cultura, 1986, p. 142.

El tiempo, la muerte, la memoria temporalidad y proyectarse más allá de sí, romper las fronteras que lo separan de lo otro (otros seres, otros tiempos, otras existencias). Desde esa nueva evidencia, el poeta se interroga sobre los días y los años de búsqueda de sentidos para sí y para el mundo. La segunda estancia está construida íntegramente con estructuras interrogativas presididas por una nueva anáfora: ¿En dónde está la espina de mi infancia (...) ¿En dónde están mi corazón cansado (..) las grandes pausas de abandono y muerte frente al total silencio de los astros? (...) ¿Qué se hizo la mar, su piel violenta, la agitación del ser cumpliendo, insomne? ¿Qué fue de la conciencia empecinada en oponerse al mundo que es su imagen? La remisión de las estructuras interrogativas hacia un tiempo ya pasado, supone, en este caso, una invalidación de las preguntas: el presente de la hija, como el presente del poema, es el tiempo de la restauración plena del sentido. Como antes en «Incursión en la sal», o en «Vida interior del árbol), los movimientos de disolución y desagregación de la materia, no son sino el primer momento de una nueva organización de las formas del ser. En mí fue dispersión, Niña Preciosa, lo que tu sangre aquieta y eslabona: la redondez del fruto no recuerda la oscura agitación de las raíces. La incompletud de los seres es un dato esencial de su condición ontológica; pero la memoria inscrita en el cuerpo (en el cuerpo de la hija que es la metamorfosis del yo) puede recuperar el impulso que los conduce a la búsqueda de su cumplimiento en el otro y de ese modo instaurar la duración. La hija es el puente tendido entre el yo y lo otro; eIla hace posible esa identificación del sujeto con el ímpetu genésico de la naturaleza que no tolera la aniquilación y encadena indisolublemente pasado y futuro. Eres yo y más que yo: eres la espuma que toma a la inconstancia de la ola; el desmoronamiento del aroma, devuelto a la cantera de la rosa. 61

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María Augusta Vintimilla<br />

pero en su vida cósmica enlazados en<br />

oscura, esencial correspondencia<br />

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mas la herencia del pájaro difunto<br />

se reparten insectos y raíces,<br />

y el color de las alas va a los frutos<br />

miniaturas de sol, plantas dulces,<br />

y de allí nuevamente en pulpa de oro<br />

o en sangre vegetal, licor nutricio,<br />

a la tribu del aire y de la pluma<br />

en un ciclo infinito de animales<br />

y semillas, de insectos y de plantas<br />

Hernán Córdova encuentra en el poema de Carrera la presencia del concep-<br />

to bergsoniano del «elan vital»: la materia en su movimiento constante de disolución<br />

y reintegración «permite al impulso vital, la búsqueda de alojamiento en una<br />

nueva forma»38<br />

En la poesía de Efraín Jara, el ímpetu de la materia en búsqueda de forma<br />

aparecía ya esbozada en «Integración de la nube» («perezosas estatuas y palomas /<br />

buscan identidad, precaria forma») y desarrollada en «Vida interior del árbol»:<br />

«¡Ah, perpetuo suplicio del impulso / condenado a extinguirse en cuanto cumple el<br />

fugaz parpadeo de la forma! (...) Estar aquí no tiene más sentido / que volver a empezar,<br />

al cautiverio / del orden y la forma encadenados». Y continúa luego en otros<br />

poemas: «Empero el movimiento / huye la confusión: / ¡todo impulso reclama el<br />

fulgor de las formas!» (« Perpetuum movile», 1966).<br />

Sometidos al fluir temporal, las cosas y los seres naturales no pueden perseverar<br />

en su propia sustancialidad y cumplen su existir en el movimiento y la transfiguración.<br />

Pero para el ser humano, dotado de conciencia, el vértigo del tiempo se<br />

convierte en angustia existencial por la constancia de su precariedad y desmoronamiento:<br />

«las grandes pausas de abandono y muerte / frente al total silencio de los<br />

astros».<br />

En la poética de Jara, la soledad sobreviene como producto de la pérdida de<br />

la identidad entre conciencia y mundo. Saberse inmersos en una temporalidad propia<br />

y distinta a la del mundo, sentirse atrapados en un tiempo conciencial que escinde<br />

el yo, finito y limitado, del tiempo cósmico, eterno e infinito, es la primera<br />

evidencia de la radical otredad del mundo. La «Balada» se propone restaurar esa fisura:<br />

la hija es la evidencia de que es posible escapar a la limitación de su propia<br />

38. «Unidad y multiplicidad son categorías de la materia inerte (…) el impulso vital no es ni unidad ni multiplicidad<br />

puras (...) y si la materia a la que se comunica se pone en la disyuntiva de optar por una de las dos, su opción nunca<br />

será definitiva: saltará indefinidamente de una a otra forma». Henri Bergson, La evolución creadora. Citado en<br />

Hernán Córdova, Itinerario poético de Jorge Carrera Andrade. Quito, Casa de la Cultura, 1986, p. 142.

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