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38<br />
Maria Augusta Vintimilla<br />
Hasta ti llegué en busca de edades y secretos<br />
con mi alma de rodillas y un fanal de meteoros:<br />
quise ver si la espuma puede tomarse arcángel,<br />
si en el naufragio junto con el tatuaje, baja<br />
la inagotable sed de erranzas del marino.<br />
Repárese en la distancia que separa esta pregunta por el origen, de las búsquedas<br />
emprendidas por poetas de la generación anterior a la de Jara, como Carre-<br />
ra Andrade y César Dávila, e inclusive de la suya, como Hugo Salazar Tamariz o<br />
Jorge Enrique Adoum. En ellos, la pasión telúrica por su mundo y la construcción<br />
de un sustrato histórico en el pueblo indio, son los elementos de configuración de un<br />
espacio y un tiempo míticos en donde afincar un origen fundacional propio y distinto.<br />
En ellos nombrar el espacio natural es historizarlo, convertido en un lugar habitado<br />
por un pueblo. En la poesía de Jara, el secreto del origen se esconde en la<br />
materialidad ensimismada del mundo, en sus manifestaciones más elementales y<br />
primarias: la sal, el agua, la energía.<br />
Sin embargo, es un espacio investido por un profundo sentido de la sacralidad:<br />
en la entraña sorda, ciega, amordazada de la materia, se ha producido una apertura.<br />
En el primer verso hay ya una primera quiebra de la pura materialidad: la catedral;<br />
el movimiento de contacto desde la materia hacia el espíritu, desde lo profano<br />
hacia lo sagrado, símbolo de unidad con el infinito, sentido que luego continúa<br />
en otras imágenes: «con el alma de rodillas», el «arcángel». Pero además, el descendimiento<br />
a lo profundo, como en los ritos órficos, es un viaje al reino subterráneo<br />
de los muertos, que es también el lugar del origen, «el ojo de la energía», el espacio<br />
donde vida y muerte se entrelazan y confunden. Es un viaje ritual por el agua<br />
que fluye, el agua seminal que conecta al hombre con la matriz originaria la madre<br />
naturaleza. En el templo de la naturaleza, el poeta, náufrago errante, ángel caído en<br />
busca de su perdido origen, espera la revelación. Así, la búsqueda está investida por<br />
un carácter sagrado; después de todo, la sal, el agua son también componentes del<br />
ritual sagrado del bautismo que redime al hombre de su expulsión del paraíso.25<br />
Tus estancias he visto; tu anhelo y movimiento<br />
sellados con seguro candado de magnesio;<br />
tus olas sometidas, aún guardando el silbo<br />
del cuchillo veloz de aceite de los peces.<br />
Bajé por tus peldaños hasta encontrar las hélices<br />
que impulsaban tu ascenso en gaseosas corolas.<br />
(...)<br />
25. En «La caída», Octavio paz escribe: «Prófugo de mi ser, que me despuebla / la antigua certidumbre de mi mismo /<br />
busco mi sal, mi nombre, mi bautismo / las aguas que lavaron mi tiniebla». Libertad bajo palabra. México, Fondo<br />
de Cultura Económica, 1978 [1968]. Por otra parte, en la poesía de Neruda está también la imagen de la naturaleza<br />
como templo sagrado, y el gesto de reincorporación del hombre a su seno para sustentar la sacralidad original de la<br />
existencia.