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34 María Augusta Vintimilla evidencias consiste en descubrir el orden que rige el movimiento y la mutación de los seres y los fenómenos del mundo natural. Tentativa de fundamentar su subjetividad en la naturaleza, «Tránsito en la ceniza» y «Otros poemas» (primera y segúnda parte del libro) es también un intento secreto de exorcizar el terror a la aniquilación que amenaza en todo devenir. Si la muerte es una fuerza imprevisible que mina desde dentro la existencia, su integración en el orden cósmico, en sus movimientos cíclicos de muerte y renacimiento, disipa el horror al vacío y a la aniquilación. Si tengo que extinguirme, ¡sea aquí!, que nada hay más hermoso que la muerte elabore con la cal de mis huesos el penetrante olor de las retamas En 1949, cuando Efraín Jara termina la carrera de Derecho en la Universi- dad de Cuenca, escribe una tesis muy alejada del ámbito jurídico que muestra los lugares por donde circulaban sus preocupaciones: «La religión, una aventura metafísica del hombre». En ella, Jara asume que en la ruptura de la armonía primigenia entre hombre y mundo está el origen de la angustia que marca su condición existencial. Su poética será un intento de reconstitución de esa unidad perdida median- te una mirada analógica restauradora de las correspondencias. En un ambiente marcado por el pesimismo y la desmoralización, producto de las sombrías circunstancias históricas nacionales y mundiales (el surgimiento del fascismo, la Segunda Guerra Mundial, la explosión atómica que volvía posible la liquidación de la humanidad, la derrota frente al Perú en 1941, el fracaso de la revolución de mayo de 1944), las lecturas de los existencialistas adensaron una concepción del mundo y de la vida que tiene como ejes la angustia, la soledad, el sentimiento del tiempo y la conciencia de la muerte. A esto habría que añadir una desasosegante crisis religiosa: educado en los «terrores religiosos» –como dice Jara en una entrevista21 «la cuestión religiosa nos impregnó profundamente; algunos de nosotros la superamos, otros no pudieron». Pero superar la «cuestión religiosa» significaba, entre otras cosas, quedar expuesto al sin sentido de la existencia, quedarse inerme ante la evidencia de una muerte, tanto más absoluta y pavorosa por la renuncia a la esperanzadora promesa cristiana de la vida después de la vida. No es aventurado encontrar aquí el motivo secreto que guía su tesis de graduación. En ella, Jara explora los mecanismos de la angustia –que se le revela como dato esencial de la condición humana– y su poderosa virtualidad creadora. Jara parte de asumir el postulado de las sociedades arcaicas de un tiempo arquetípico, un tiempo sagrado anterior al devenir ya la historia en el que predomina un principio de unidad: unidad del tiempo, unidad del ser, unidad del lenguaje y el 21. Ecuador, hombre y cultura, op. cit., p. 60.
El tiempo, la muerte, la memoria mundo; un momento original, en el que todavía no se ha operado la división entre las palabras y las cosas. Jara asume este relato como punto de partida para desarrollar su tesis: Antes de que el yo hiciera acto de presencia en el decurrir humano, el hombre estaba sumergido en el mundo circundante, fusionado, confundido con él, formando un solo bloque indiferenciado (p. 2). La angustia sobreviene por la ruptura de la unidad armónica entre el sujeto y el mundo: en el hombre y en el niño, se da un momento luminoso e intempestivo en que emerge el yo, el cual desencadena el mundo como contraposición (...) Cuando el yo, el genuino ser, aflora oponiéndose al mundo y aun luchando contra él por mantener su individualidad, el hombre vislumbra el enconado antagonismo entre su existencia y la ciega y poderosa fuerza del cosmos. (...) Al romperse la conjunción del yo y el mundo (...) las cosas adquieren existencia aparte. El hombre se coloca entonces frente a algo que es diferente a él, opuesto e incomprensible (...) La angustia vital aparece, pues, patentizando el sentimiento de temor hacia el poder que, de modo permanente, amenaza la precaria existencia humana (p. 4). La ruptura con el mundo, experimentada como una caída, conduce a la experiencia de la otredad: la angustia es la experiencia fundamental del hombre y el fundamento constitutivo de su subjetividad. Pero a la vez, la angustia es el resorte que impulsa la imaginación creadora: la actividad humana desplegada para reducir la distancia que lo separa de la otredad amenazante del universo. Esta condición existencial está en el origen de una doble tentativa de superar la angustia: por un lado el sometimiento de la naturaleza a la voluntad humana mediante los instruyen- tos de la razón y la ciencia; por otro lado, los intentos de reunificación del yo con la totalidad cósmica mediante las representaciones de lo sagrado: la magia y, fundamentalmente, la religión. Pero antes de su bifurcación irreconciliable, ciencia y religión tienen un principio común: el conjuro mágico. «Su concepto fundamental es idéntico al de la ciencia moderna, basándose el sistema entero sobre la creencia en el orden y uniformidad de la naturaleza» (p. 7) «Con el transcurso de los siglos (...) las direcciones de la magia y la religión se bifurcan, desembocando la primera en la rigidez experimental de la ciencia y la segunda en el cambiante y nebuloso océano de la metafísica» (p. 13). Mediante el conjuro, el mago siente que puede intervenir en los procesos naturales, basándose en dos principios: la unidad esencial de todas las cosas y los seres, y la recurrencia cíclica de los movimientos del cosmos. Así como los principios de la semejanza y la contigüidad regulan la energía desbordante de la naturaleza, la «magia homeopática» y la «magia contaminante» son los instrumentos de la magia 35
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El tiempo, la muerte, la memoria<br />
mundo; un momento original, en el que todavía no se ha operado la división entre las<br />
palabras y las cosas.<br />
Jara asume este relato como punto de partida para desarrollar su tesis:<br />
Antes de que el yo hiciera acto de presencia en el decurrir humano, el hombre estaba<br />
sumergido en el mundo circundante, fusionado, confundido con él, formando un<br />
solo bloque indiferenciado (p. 2).<br />
La angustia sobreviene por la ruptura de la unidad armónica entre el sujeto y<br />
el mundo:<br />
en el hombre y en el niño, se da un momento luminoso e intempestivo en que<br />
emerge el yo, el cual desencadena el mundo como contraposición (...) Cuando el yo,<br />
el genuino ser, aflora oponiéndose al mundo y aun luchando contra él por mantener su<br />
individualidad, el hombre vislumbra el enconado antagonismo entre su existencia y la<br />
ciega y poderosa fuerza del cosmos. (...) Al romperse la conjunción del yo y el mundo<br />
(...) las cosas adquieren existencia aparte. El hombre se coloca entonces frente a algo<br />
que es diferente a él, opuesto e incomprensible (...) La angustia vital aparece, pues,<br />
patentizando el sentimiento de temor hacia el poder que, de modo permanente,<br />
amenaza la precaria existencia humana (p. 4).<br />
La ruptura con el mundo, experimentada como una caída, conduce a la experiencia<br />
de la otredad: la angustia es la experiencia fundamental del hombre y el<br />
fundamento constitutivo de su subjetividad. Pero a la vez, la angustia es el resorte<br />
que impulsa la imaginación creadora: la actividad humana desplegada para reducir<br />
la distancia que lo separa de la otredad amenazante del universo. Esta condición<br />
existencial está en el origen de una doble tentativa de superar la angustia: por un lado<br />
el sometimiento de la naturaleza a la voluntad humana mediante los instruyen-<br />
tos de la razón y la ciencia; por otro lado, los intentos de reunificación del yo con la<br />
totalidad cósmica mediante las representaciones de lo sagrado: la magia y, fundamentalmente,<br />
la religión.<br />
Pero antes de su bifurcación irreconciliable, ciencia y religión tienen un<br />
principio común: el conjuro mágico. «Su concepto fundamental es idéntico al de la<br />
ciencia moderna, basándose el sistema entero sobre la creencia en el orden y uniformidad<br />
de la naturaleza» (p. 7) «Con el transcurso de los siglos (...) las direcciones<br />
de la magia y la religión se bifurcan, desembocando la primera en la rigidez<br />
experimental de la ciencia y la segunda en el cambiante y nebuloso océano de la metafísica»<br />
(p. 13).<br />
Mediante el conjuro, el mago siente que puede intervenir en los procesos naturales,<br />
basándose en dos principios: la unidad esencial de todas las cosas y los seres,<br />
y la recurrencia cíclica de los movimientos del cosmos. Así como los principios<br />
de la semejanza y la contigüidad regulan la energía desbordante de la naturaleza, la<br />
«magia homeopática» y la «magia contaminante» son los instrumentos de la magia<br />
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