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30 María Augusta Vintimilla ticismo y que, en Hispanoamérica, desembocarán en el sentimiento de orfandad y mutilación, en esa «lesión de la incógnita» que preside por ejemplo la poética de César Vallejo. Diferente de la agnosis desesperada y dolorosa de Vallejo, que se sustenta en una radical imposibilidad del conocimiento condensada en ese inapelable «yo no sé», y cuya poesía no hace otra cosa que decir esa imposibilidad, el intento poético de Jara es buscar las «evidencias» que puedan remitir la heterogénea pluralidad de lo dado, a la unidad esencial del universo, y el tiempo progresivo de la sucesión, al tiempo cósmico de la naturaleza anterior a la historia. «Explorador urgido por el reclamo ardiente / de la voz del origen, descubrí en tus confines / la apagada semilla de los siglos», escribe en «Incursión en la sal». En esta búsqueda, conciencia y mundo mantienen un diálogo incesante –pero siempre tenso y conflictivo– hecho de coincidencias y enfrentamientos, de complicidades y desencuentros, que no acaba de resolverse jamás. Este diálogo se inicia con una lectura analógica del mundo que busca establecer la secreta unidad que subyace en la pluralidad visible de los seres y las cosas, y descubrir un orden cósmico en su constante devenir. Es una lectura efectuada inicialmente desde la conciencia de un yo unitario, plenamente constituido en su autonomía con respecto al mundo, que tiene como contrapartida una imagen de la realidad como ya sustancialmente dada, reposando en su pura objetualidad y sometida al tiempo circular de muerte y renacimiento. ¿Dónde, si no en la poderosa evidencia de la materia, podría la conciencia errante del hombre indagar por el sentido de su propio existir? En «Vida interior del árbol» escribe: Buscamos algo más. Como en el hijo, buscamos el sentido de la vida; la pura matemática que norma el sereno equilibrio de los astros, el descenso de espada o meteoro con que el instinto del halcón se cumple. Independiente de la conciencia, el mundo existe en sí mismo, meciéndose en el eterno movimiento genésico, en sus ritmos circulares de muerte y renacimiento, de movimiento y reposo, de reconcentración en su sustancia y de despliegue turbulento. El yo poético, desligado de cualquier consideración sobre la historia o sobre los procesos sociales, se configura como una mirada que busca descubrir un orden y una regularidad en el tumultuoso movimiento de la materia. Esta es la línea que se dibuja en los poemas «Incursión en la sal», «Plenitud del polen», «Esponsales con la espuma» o «Integración de la nube». En ellos, el mundo material es un campo preñado de revelaciones: el orden material visible revela un orden cósmico superior, en cierto sentido sagrado. Contemplarlo es sumergirse en él, ser partícipe del anima mundi.
El tiempo, la muerte, la memoria En un segundo momento, su poética avanza progresivamente hacia una creciente problematización de las relaciones entre conciencia y mundo, relación problemática que configura tanto su propia subjetividad, cuanto la configuración de lo real y sus sentidos: «Crees fijar la espléndida / diadema de los astros / y ya es otro quien se obstina en la imagen», escribe en «Amarga condición», y en «Poema del regreso»: «Conciencia y mundo están ahí, ¡qué duda cabe! / pero el mundo es alojo / algo que, siendo, no es: / la terca soledad de la conciencia / que solo en su avidez se reconoce». Inmerso en el fluir temporal, el yo pierde progresivamente la certeza de su ilusoria permanencia y homogeneidad y comienza a abrirse a la sospecha de su esencial discontinuidad. Simultáneamente, se desvanece la evidencia del mundo como dato exterior, como realidad autosuficiente dotada de una significación previa, y en su lugar emerge una imagen de la realidad que se propone como enigma desafiante. Así, escribe en «Advertencia»: ¡No te fíes del ojo! El mundo no se extiende ante nuestra mirada. Cuando vamos del ojo al árbol o a la estrella, en realidad no vemos: recogemos fragmentos de nuestro ser, migajas del propio extinguimiento En este segundo momento, el sentido ya no reside en el mundo sino que proviene del asedio descifrador de la conciencia. La paulatina apertura hacia el tiempo progresivo, implica una consideración del tiempo como determinación esencial de la existencia y como centro del conflicto en las relaciones entre conciencia y mundo. El tiempo conciencial ya no coincide con el tiempo circular del cosmos, y entre los pliegues de los dos tiempos se instaura la soledad del hombre escindido del mundo, de los otros, y de sí mismo. La lectura del tiempo como duración –que comporta desvanecimiento y disgregación- avanza paulatinamente hacia una poética del instante: la fragmentación del tiempo en instantes discontinuo s cuya máxima intensificación y plenitud pueden aproximar al ser humano a su única experiencia posible de la eternidad: «Para nosotros / los fugaces / –yeso muy rara vez– / eternidad e instante se confunden». Inclusive los títulos de los poemas de la primera y la tercera sección de El mundo de las evidencias son indicativos de ese tránsito: «Incursión en la sal», «Plenitud del polen», «Esponsales con la espuma», «Integración de la nube», «Vida interior del árbol» pertenecen a esa primera etapa; en tanto que «Sentimiento del tiempo», «Ser y tiempo», «Amarga condición», «Azar y necesidad», «Nostalgia del presente», muestran las preocupaciones fundamentales del segundo momento. La evidencia de la realidad como un orden legible y la confianza en las po- 31
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María Augusta Vintimilla<br />
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César Vallejo.<br />
Diferente de la agnosis desesperada y dolorosa de Vallejo, que se sustenta en<br />
una radical imposibilidad del conocimiento condensada en ese inapelable «yo no<br />
sé», y cuya poesía no hace otra cosa que decir esa imposibilidad, el intento poético<br />
de Jara es buscar las «evidencias» que puedan remitir la heterogénea pluralidad de<br />
lo dado, a la unidad esencial del universo, y el tiempo progresivo de la sucesión, al<br />
tiempo cósmico de la naturaleza anterior a la historia. «Explorador urgido por el reclamo<br />
ardiente / de la voz del origen, descubrí en tus confines / la apagada semilla<br />
de los siglos», escribe en «Incursión en la sal».<br />
En esta búsqueda, conciencia y mundo mantienen un diálogo incesante –pero<br />
siempre tenso y conflictivo– hecho de coincidencias y enfrentamientos, de complicidades<br />
y desencuentros, que no acaba de resolverse jamás.<br />
Este diálogo se inicia con una lectura analógica del mundo que busca establecer<br />
la secreta unidad que subyace en la pluralidad visible de los seres y las cosas,<br />
y descubrir un orden cósmico en su constante devenir. Es una lectura efectuada<br />
inicialmente desde la conciencia de un yo unitario, plenamente constituido en su<br />
autonomía con respecto al mundo, que tiene como contrapartida una imagen de la<br />
realidad como ya sustancialmente dada, reposando en su pura objetualidad y sometida<br />
al tiempo circular de muerte y renacimiento. ¿Dónde, si no en la poderosa evidencia<br />
de la materia, podría la conciencia errante del hombre indagar por el sentido<br />
de su propio existir? En «Vida interior del árbol» escribe:<br />
Buscamos algo más. Como en el hijo,<br />
buscamos el sentido de la vida;<br />
la pura matemática que norma<br />
el sereno equilibrio de los astros,<br />
el descenso de espada o meteoro<br />
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Independiente de la conciencia, el mundo existe en sí mismo, meciéndose en<br />
el eterno movimiento genésico, en sus ritmos circulares de muerte y renacimiento,<br />
de movimiento y reposo, de reconcentración en su sustancia y de despliegue turbulento.<br />
El yo poético, desligado de cualquier consideración sobre la historia o sobre<br />
los procesos sociales, se configura como una mirada que busca descubrir un orden y<br />
una regularidad en el tumultuoso movimiento de la materia. Esta es la línea que se<br />
dibuja en los poemas «Incursión en la sal», «Plenitud del polen», «Esponsales con<br />
la espuma» o «Integración de la nube». En ellos, el mundo material es un campo<br />
preñado de revelaciones: el orden material visible revela un orden cósmico superior,<br />
en cierto sentido sagrado. Contemplarlo es sumergirse en él, ser partícipe del<br />
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