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24 María Augusta Vintimilla
nes ancestrales»: «La lírica ecuatoriana del período se ofrece, sobre todo en un primer
momento, seducida, casi aplastada por lo telúrico y lo histórico. De allí la gran
presencia, la desmesurada presencia de lo descriptivo geográfico (...) y las innumerables
expediciones hasta los orígenes ancestrales».6
En igual dirección, Julio Pazos anota que las constantes temáticas de la poesía
ecuatoriana desde los años cincuenta son el paisaje, la identidad y la historia: «A
partir de Dávila Andrade y de Adoum, la poesía (...) va a intensificar la pertenencia
de los poetas a una realidad concebida en unas coordenadas espacio-temporales más
precisas»; y añade: «Estas problemáticas van a motivar las líneas más importantes
de los años posteriores. Generarán tres rumbos que nunca aparecerán puros, pero
que se implicarán en el carácter de la poesía. Rumbos de paisaje, historia e
identidad».7 Y no solamente en el Ecuador, sino en el movimiento poético de Hispanoamérica:
El impresionante marco telúrico americano, la oscura seducción de su ser mestizo
y sus raíces indias soterradas,lo provisorio y convulso de sus instituciones sociales,
las angustiosas urgencias de unos pueblos hundidos en la opresión, la miseria y el
desconcierto (...) darían a esta lírica su tono desgarrado, su discurso atropellado y
hasta caótico, y su apasionada voluntad de denuncia.8
En la poesía ecuatoriana, la búsqueda por los orígenes aparece vinculada a la
necesidad de nombrar cosas todavía no signadas por el lenguaje. Urgencia de
nombrar nuestra tierra, sus selvas, sus animales, sus plantas, con una pasión telúrica
que revela tanto nuestra necesidad de apropiamos, como pueblo, de nuestro propio
entorno, de construir un suelo que nos pertenezca, cuanto de apropiamos del
idioma desde la escritura poética. Esta pasión telúrica aparece en Catedral Salvaje
de César Dávila como la presencia imponente de los Andes, o en Habitante amenazado
de Salazar Tamariz, como ese «pueblo antiguo» «tan pegado a la áspera corteza
que, / de lejos / nadie nos diría seres sino topografía». Necesitados de un sustento
que nos enraíce en e] mundo y en la historia, los poetas ecuatorianos Constr.yen
mitos fundadores de una comunidad ligada a las fuerzas primigenias de la tierra.
Sin embargo, nada de esto constituye el territorio poético de El mundo de las
evidencias. Esto no significa afirmar que la poesía de Efraín Jara aparezca desligada
del movimiento poético ecuatoriano; antes bien, es imposible concebirla sin el
gran escenario generado por la poesía de Gonzalo Escudero, Carrera Andrade, o
6. Hemán Rodríguez Castelo, «La lírica ecuatoriana en la segunda mitad del siglo XX», Cultura, revista del Banco
Central del Ecuador, Quito, No. 3, 1979, p. 261.
7. Julio Pazos, «Tendencias de la poesía ecuatoriana después de 1950», Kipus, revista andina de letras, No. 2, Quito,
Universidad Andina Simón Bolívar / Corporación Editora Nacional, 1994, pp. 49-50.
8. Henán Rodríguez Castelo, op. cit., p. 224.