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El tiempo, la muerte, la memoria
Una y otra vez, sexo y tiempo, eros y cronos, entretejen sus sustancias: «en el
flujo devorador de lo que transcurre / refulge la desnudez de los cuerpos», o «al
fondo de los muslos de ella / aletea desesperado el presente». Y en otra parte «transportados
al firmamento de la deshora / por el poder devastador de la sensualidad».
El erotismo es un espacio y un tiempo que se despliegan al margen de la sucesión
temporal: «el placer niega al tiempo», dice Jara, y es «súbita grieta / por donde escapa
la conciencia / volatilizada en la transparencia de la eternidad».
El cuerpo no es solamente el objeto del deseo, es sobre todo el puente que
abre el acceso a lo otro, en un impulso de apertura y expansión. El erotismo es apertura
hacia la plenitud, experiencia reveladora, cercana a la experiencia mística: vaciamiento
del yo, acceso pleno a la otredad.; «sexoacceso» había escrito Jara en
«Añoranza», metáfora que se repite en este poema en esa «súbita grieta» por donde
escapa la conciencia de su prisión temporal para acceder a la experiencia de la
eternidad. La búsqueda de estos «instantes eternos» es una constante en la poética
de Jara. En Alguien dispone de su muerte la resume en una imagen: «los anillos del
giro de la peonza / que a causa de su velocidad obstinada / acaban por esculpir el
sueño de la inmovilidad». «Dichosos los efímeros -decía Lezama Lima en la
introducción a Los vasos órficos- que podemos contemplar el movimiento como
imagen de la eternidad».
5. LA RESACRALIZACION DE LO COTIDIANO
Para una subjetividad fundada en la naturaleza, la desacralización del mundo
que opera la modernidad provoca un desmesurado crecimiento de lo profano con
la consecuente reducción de los espacios sagrados. En ninguna parte esto es tan evidente
como en la vida cotidiana. El intento de Jara es reconquistar para lo sagrado
ciertos espacios de la cotidianidad que le devuelvan a una experiencia de la sacralidad
del existir. En el tiempo lineal y progresivo, hijo de la modernidad, que es
también el tiempo de la cotidianidad, «el tiempo de la monótona opacidad de lo que
transcurre», que nos lleva irremediablemente hacia la muerte, y con ella a la ruptura
del último lazo con la naturaleza, la experiencia del contacto con lo sagrado no
puede sino ser instantánea. El erotismo, la poesía, la fiesta, los instantes, interrumpen
el transcurso lineal del tiempo cotidiano, y restituyen siquiera momentáneamente,
el tiempo mítico de los retornos incesantes.
La cotidianidad representada en la poética de Jara es un espacio atravesado
por una grieta interna; desde «Añoranza y acto de amor» la vida cotidiana se presenta
en su poesía bajo un doble signo: el de la banalidad que coarta toda tentativa
de trascendencia y el de la intensificación existencial sostenida en el gozo de los
«dones frugales». La cotidianidad que Jara recusa es una interferida por la técnica,
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