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140<br />

María Augusta Vintimilla<br />

uno de sus sonetos. En poemas anteriores, sobre todo en los de su primer ciclo, Ja-<br />

ra buscaba descifrar el enigma de la existencia leyendo el texto infinito del univer-<br />

so. Ahora ese texto es el cuerpo deseado: allí, en el cuerpo de la amada, descubre la<br />

incitación del deseo, los signos de la temporalidad, las trampas de la soledad, los<br />

abismos y las cimas de la exaltación vital, la sombra de la muerte.<br />

En las tres partes que conforman el poemario se conjugan de diversa mane-<br />

ra las mismas obsesiones; pero en cada una, la distinta proporción de los elementos<br />

da como resultado una combinación muy singular: las seducciones y caídas de la<br />

pasión amorosa -en «Preciosa, el tiempo y el amor»-; la trampa fatal del tiempo -en<br />

«Tríptico»-; y los abismos delirantes de la sexualidad orgiástica en la poderosa<br />

poesía erótica de los «Sonetos a una libertina».<br />

A esta unidad temática del poemario se suma su unidad formal: el soneto. No<br />

es extraño que Jara haya elegido someterse a las rigurosas exigencias estructurales<br />

del soneto para esta nueva aventura poética. Si bien la línea que dibuja su anterior<br />

trayectoria muestra una enorme libertad formal, y una apasionada y consistente<br />

experimentación expresiva, Efraín Jara asumió siempre como divisa de su escritura<br />

una máxima de Mallarmé: «la única libertad permisible al poeta es la de elegir las<br />

normas que han de regir su actividad creadora». Y es que a pesar de su aparente<br />

rigidez estructural, a pesar de su exigente construcción formal, el soneto se ha ido<br />

cargando de infinitas posibilidades de exploración poética, al ser utilizado y hecho<br />

propio por poetas de todas las literaturas. Refiriéndose al soneto, Dámaso Alonso<br />

decía: «ese ser creado, tan complicado y tan inocente, tan sabio y tan pueril; nada en<br />

suma, dos cuartetos y dos tercetos (...) que seguirá teniendo una eterna voz para el<br />

hombre, siempre igual, pero siempre nueva, pero siempre distinta».2 Y es que la<br />

gran flexibilidad interna del soneto, las innumerables posibilidades de transgredir<br />

desde dentro sus férreas exigencias formales, su disposición de ajustarse a los ritmos<br />

sintácticos de la lengua, a los ritmos del pensamiento, a las más diversas tonalidades<br />

expresivas, han hecho del soneto -desde el barroco- más que una estructura para<br />

expresar lo ya pensado, un «modo de pensar poéticamente», una suerte de silogismo<br />

poético.<br />

Obra no solo de la sensibilidad, sino de la inteligencia y del arduo trabajo de<br />

escritura, los de sonetos de Jara son ejercicios de elaborada perfección formal, en<br />

los que el despliegue del pensamiento es atraído hacia el centro de gravedad del último<br />

terceto que condensa en una precisa fórmula verbal el sentido del poema. Los<br />

deliberados desequilibrios internos -provocados por el hipérbaton, el encabalgamiento,<br />

las variaciones rítmicas, las variaciones tonales-, crean un espacio interior,<br />

que se adensa y precipita hacia dentro, para dejar fluir todos los desbordes de la<br />

emoción y la sensualidad, de la angustia y la nostalgia.<br />

2. Cf. «Permanencia del soneto», en Ensayos sobre poesía española, Revista de Occidente, Buenos Aires, 1946.

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