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Esta amapola en llamas asomándose
entre las tristes grietas de la carne.
Este fuego tenaz que nos sostiene
aunque seamos ya polvo esparcido
El tiempo, la muerte, la memoria
El erotismo desplegado en «Añoranza» contiene una ambivalencia: es a la
vez paradisíaco y abismal. Por lo primero es nostalgia del Edén, retorno al estado
originario de completud, recomposición de lo escindido: «En tus laberintos de avi-
dez y fuego / se resuelven las contradicciones»; «Solo en ti vida mía / ingrata mía /
sangre y mundo confunden su terquedad en melodía». Los movimientos rítmicos del
sexo permiten acompasar los cuerpos al ritmo del cosmos: «invocamos la fulguración
de diamantes del éxtasis, / la plenitud y el ritmo de la rotación de los planetas»;
en el cuerpo de la amada se encarna el cuerpo cósmico del mundo: «recorren
los dedos la línea de meteoros de tu piel/como quien verifica los contornos del
universo». Por lo segundo es confirmación de la escisión, ratificación de la soledad,
recaída en la otredad. «Añoranza y acto de amor» es una tentativa de rescatar por el
erotismo -erotismo de la carne y erotismo de la palabra-la presencia plena del mundo
redirniéndolo de su pérdida de sentido en la banalidad del existir cotidiano; presencia
plena que no puede ser sino la del instante, un aquí y ahora suspendido en la
sucesión temporal mediante la palabra, presencia plena que encarna en los cuerpos,
en los ritmos eróticos de la carne y en los del poema.
En los sonetos de Los rostros de Eros, Efraín Jara dibuja -uno a uno-los
múltiples rostros de Eros, y pronuncia sus nombres visibles: amor, erotismo, sexualidad.
En el Eros se entremezclan en perpetua contienda las más extremas pasiones
humanas: ternura y lascivia; conquista y rendición; avidez del deseo y plenitud de la
entrega, profanación orgiástica y pasión sagrada.
Por el erotismo, los seres humanos reconocen su radical condición de incompletud.
En la fusión de los cuerpos entregados a la pasión amorosa se recompone lo
que un día fue escindido: femenino/masculino, exterior/interior, cuerpo/espíritu, y
los amantes pueden acceder, en un instante de fulguración, a la experiencia de la
unidad y la plenitud.
Pero el nombre de Eros esconde también otros nombres secretos: tiempo,
muerte. La pasión amorosa pone en evidencia la disparidad de los registros temporales,
que oponen el tiempo cósmico al tiempo íntimo; contra la sucesión lineal de
los días y los años, el eros levanta el deslumbramiento de un instante que se aden-
sa y se dilata hasta confundirse con la experiencia de la eternidad.
Tal como se apartó del continente para ensimismarse en la soledad de las islas,
en este poemario Jara abandona las cosas y los seres del mundo objetivo, y se
refugia en una meditación sobre viejos temas recurrentes en su poesía: el amor, el
tiempo, la memoria.
Lejos del mundo, el cuerpo de la amada se transforma en un vasto espacio para
la exploración poética: «Sólo sé que, sin ti, no habría mundo», escribe Jara en
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