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13.05.2013 Views

136 María Augusta Vintimilla inversa: nosotros «criaturas arrebatadas por lo pasajero» somos «palabras», somos en última instancia lenguaje. El poeta asume una actitud irónica frente a su lenguaje, actitud que pone en evidencia la ingenuidad del recurso a la palabra para dominar el tiempo, pues las palabras son peligrosas, no se dejan domesticar y pueden decir otra cosa que la que el poeta pretende; jugar con las palabras entraña riesgos, y lejos de auyentar la muerte pueden convocar su presencia: «sabía que la muerte me puso el ojo / desde la primera vez / que pronuncié la palabra ausencia» escribe en In memoriam. 3. EN LOS LABERINTOS DEL YO En el último ciclo de la poética de Jara, la percepción del tiempo discontinuo pone en cuestión la unanimidad y persistencia del sujeto que habla. sabemos que en el tiempo (...) todo es asiduo recomenzar solo que en cada pisada o pensamiento es otro el que se adelanta y desvanece La representación escindida e inestable del sujeto es una constante en la poesía moderna, y aun en el pensamiento contemporáneo. ¿Quién es realmente el que habla en los textos? ¿No es acaso una ficción verbal, una resultante del texto y no su presupuesto? El yo que escribe es inmediatamente puesto en cuestión por el yo que escribe y el poeta redescubre en su escritura la presencia de un otro, que sin embargo habla bajo la cubierta del yo. Uno dice soy éste, ése o aquel-advertía Pound- y con solo enunciarlo con palabras deja de serIo realmente. En «Espejo», Octavio Paz escribe: «y miento un yo que empuña, muerto / una daga de humo / Y un yo, mi yo penúltimo, / que solo pide olvido, sombra, nada. / De una máscara a otra / hay siempre un yo penúltimo que pide. / Y me hundo en mí mismo y no me toco». En Alguien dispone de su muerte, aquel hombre que escribe, «elige algunos fragmentos estropeados» y modela un otro el que no alcanzó a ser su yo el otro tal vez más genuino aunque condenado a vagar sin término por el aire enrarecido del laberinto de las palabras

El tiempo, la muerte, la memoria 137 La subjetividad discursiva no reposa ya en una presunta identidad consigo misma, sino en su radical diferencia: «aquel hombre que hubiera podido ser yo / y no añicos de un yo»; el yo que habla no es más que una ficción del lenguaje, una metáfora. Quizás la mayor novedad en la escritura de este ciclo es la apropiación del lenguaje coloquial, un acercamiento mayor del discurso poético a la sintaxis y a los ritmos de la prosa; el coloquialismo ya no irrumpe para crear violentas disonancias, sino se integra al ritmo del poema para la modulación de diversas tonalidades expresivas: la evocación íntima, afectiva, como dicha en voz baja; un genuino asombro ante la sorpresa de lo cotidiano; la perplejidad de la conciencia ante la irrupción de lo imprevisto; pero también la risa, la cólera, el sarcasmo. («sabía que la muerte me puso el ojo»; «mamá echó llave a su soledad»; «¡ay amigo / amigazo del alma!»; «¿pero a quién coño se estigmatiza de burgués?»). El acercamiento al lenguaje usual y cotidiano no desemboca -sobre todo en In memoriam- en una destrucción de la entonación lírica, sino que provoca un efecto contrario: la poeticidad del habla coloquial. Y es que ambos poemas son aperturas a la experiencia de lo cotidiano, a su arrebatada intensidad y plenitud, y un desafío al tiempo y a la muerte. Como en los poemas escritos a partir de 1971, el movimiento rítmico del poema ya no se sostiene privilegiadamente en el estrato de los sonidos, y en una mimesis de los ritmos cósmicos; abandonados deliberadamente los metros tradicionales, el ritmo se sostiene en el fraseo, en el encadenamiento sintáctico de los versos, en su yuxtaposición, en la presencia / ausencia de elementos relacionales; en la mayor o menor complejidad sintáctica por su desarrollo en coordinaciones y subordinaciones; en los contrapuntos entre versos largos y líneas muy breves y su disposición en la página. un perro cuatro hijos cinco sillas muchos libros un excesivo orgullo como para contraer deudas (...) un coche inglés de cuarta mano para atrasarme un poco menos a clase unas frases abrasadas por los tizones de la poesía y la felicidad como que se hubiera arrepentido de haber posado su planta en el huerto de hortalizas En ambos poemas, la recuperación de lo vivido por el ejercicio de la memoria es mucho más que un acto de recordación, es fundamentalmente un reordenamiento a la luz -o mejor: a la sombra- de la muerte. El pasado no tiene un sentido

136 María Augusta Vintimilla<br />

inversa: nosotros «criaturas arrebatadas por lo pasajero» somos «palabras», somos<br />

en última instancia lenguaje. El poeta asume una actitud irónica frente a su lenguaje,<br />

actitud que pone en evidencia la ingenuidad del recurso a la palabra para dominar el<br />

tiempo, pues las palabras son peligrosas, no se dejan domesticar y pueden decir otra<br />

cosa que la que el poeta pretende; jugar con las palabras entraña riesgos, y lejos de<br />

auyentar la muerte pueden convocar su presencia: «sabía que la muerte me puso el<br />

ojo / desde la primera vez / que pronuncié la palabra ausencia» escribe en In<br />

memoriam.<br />

3. EN LOS LABERINTOS DEL YO<br />

En el último ciclo de la poética de Jara, la percepción del tiempo discontinuo<br />

pone en cuestión la unanimidad y persistencia del sujeto que habla.<br />

sabemos que en el tiempo<br />

(...)<br />

todo es asiduo recomenzar<br />

solo que en cada pisada<br />

o pensamiento<br />

es otro el que se adelanta y desvanece<br />

La representación escindida e inestable del sujeto es una constante en la poesía<br />

moderna, y aun en el pensamiento contemporáneo. ¿Quién es realmente el que<br />

habla en los textos? ¿No es acaso una ficción verbal, una resultante del texto y no su<br />

presupuesto? El yo que escribe es inmediatamente puesto en cuestión por el yo que<br />

escribe y el poeta redescubre en su escritura la presencia de un otro, que sin embargo<br />

habla bajo la cubierta del yo. Uno dice soy éste, ése o aquel-advertía Pound-<br />

y con solo enunciarlo con palabras deja de serIo realmente. En «Espejo», Octavio<br />

Paz escribe: «y miento un yo que empuña, muerto / una daga de humo / Y un yo, mi<br />

yo penúltimo, / que solo pide olvido, sombra, nada. / De una máscara a otra / hay<br />

siempre un yo penúltimo que pide. / Y me hundo en mí mismo y no me toco». En<br />

Alguien dispone de su muerte, aquel hombre que escribe, «elige algunos fragmentos<br />

estropeados» y<br />

modela un otro<br />

el que no alcanzó a ser su yo<br />

el otro tal vez más genuino<br />

aunque condenado<br />

a vagar sin término por el aire enrarecido del<br />

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