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132 María Augusta Vintimilla nuo debatiéndose en medio de la dispersa pluralidad de las experiencias existenciales. Mientras la textualización de la memoria y la modulación narrativa son los recursos para conferir la ilusión de continuidad y permanencia a los fragmentos desparramados de todo lo vivido, internamente la misma escritura poética deja abiertas grietas por donde se filtra la sospecha de su discontinuidad. «Sabemos que en el tiempo / todo es asiduo recomenzar» escribe en In memoriam, «solo que en cada pisada / o pensamiento / es otro el que se adelanta y desvanece». Y es aún más explícito en la última parte de Alguien dispone de su muerte: aquel hombre que hubiera podido ser yo -y no añicos de un yo- escruta los escombros humeantes elige algunos fragmentos estropeados y con ellos alimenta la avidez de su lámpara En «Destellos de una infancia solitaria» (perteneciente a El mundo de las evidencias) el intento de recuperación de la infancia se frustraba porque el yo enunciador no lograba reconocerse en los otros «yo» que emergían desde el enunciado: «mi imagen se adelanta y no la reconozco»; reconocerlos habría implicado reconocer su propia inestabilidad y fragmentación de la propia subjetividad enunciadora: «la soledad, ahora, me hace dos efraínes. / Su hostilidad comprendo ¡Sólo uno es verdadero!»; en aquel poema, el pasado se mostraba como una escritura ilegible: «alguien riega tinta y mancha los cuadernos». In memoriam y Alguien dispone de su muerte son poemas de reconciliación con lo vivido, que deja de ser solamente fuente de frustración y melancolía, para erigirse como sustento existencial; siempre hay «tiempo para el destiempo de la remembranza» escribe Jara en In memoriam. El «destiempo}} de la memoria puede leerse en el nivel del enunciado como recuperación tardía; pero también puede leerse como su reverso: des-tiempo de la remembranza, negación del tiempo por la memoria para convertirlo en presente, ponerlo a tiempo y rescatarlo en el tiempo -fatalmente actual- de la palabra. En los versos de la coda que cierra Alguien dispone de su muerte, el poeta «elige algunos fragüen- tos estropeados» para modelar un otro -que es él mismo- «condenado / a vagar sin término por el aire enrarecido / del laberinto de las palabras». 2. LA MUERTE: LA MIRADA En un poema de 1970, «El ojo de la muerte», Jara había escrito: «ese ojo no ve / ¡pero nos obliga a vemos! ». En los grandes poemas del último ciclo, sollozo por pedro jara, In memoriam, Alguien dispone de su muerte, la muerte es la mirada: es ese ojo que nos mira y es aquello que vemos al miramos. «y ya que somos
El tiempo, la muerte, la memoria los predilectos de la muerte / pues ella nos dio el insólito espejo de la conciencia» escribe en In memoriam; y en Alguien dispone de su muerte, el poeta que ha elaborado un minucioso registro de su heredad existencial, ahora «se apresta a verse en las islas / cara a cara con la muerte». Ante el ojo ciego de la muerte, el poeta reescribe morosamente su historia personal, los momentos de exaltación existencial y los pequeños, graves, desastres individuales: el amor, el erotismo, la poesía, los dones cotidianos, los amigos, las otras muertes. El «soplo de la palidez», transfigura la experiencia de lo cotidiano que, sin dejar de serIo, deja traslucir un matiz trascendental, en cierto sentido sagrado. Ni la trascendencia ni la sacralidad implican un relegamiento de lo cotidiano; todo lo contrario, en estos poemas la cotidianidad es la experiencia esencial y desnuda que configura su propio mundo, su universo existencial. En la poesía de Jara hay una diferencia entre universo y mundo: si el primero es lo que existe Ensimismado en su propia realidad, el mundo es la porción de lo real que ha sido toca- do por la conciencia y que adquiere una forma y un sentido por y para la subjetividad humana; mientras que el universo es lo otro, la alteridad más radical, el mundo es «la configuración de la conciencia», para usar una de las fórmulas predilectas de Jara, y solo la palabra poética tiene la virtud de revelar esa experiencia abarcadora y totalizan te, solo la poesía puede atestiguar la transformación del universo en mun- do. In memoriam y Alguien dispone de su muerte son poemas que discurren por tres cauces cuyas aguas se entremezclan y confunden: la muerte, la memoria y la palabra. Desde sus inicios, las sucesivas empresas poéticas de Efraín Jara discurren en pos de una búsqueda de evidencias que puedan desentrañar el enigma abierto en la existencia humana por su escisión del mundo de la naturaleza. En los poemas de los primeros ciclos, Jara había descubierto que el nombre del enigma es tiempo; en el último ciclo de su poesía, el enigma revela su otro nombre: muerte. «Ay ¿cómo poner el oído / en el caracol de la vida / sin escuchar el colosal bramido de la muerte?» escribe en Alguien dispone de su muerte. ¿Cómo sostener alguna trascendencia del existir frente a la muerte? Solo la memoria y su recuperación por la palabra pueden rescatar la plenitud inagotable de la existencia y transformar lo vivido en presencia: «¿la suma de intensificaciones de la vida / acaso no constituye el único sentido de la vida?». En ese temprano ensayo al que nos hemos referido antes, «La religión, una aventura metafísica del hombre», Jara sostiene que el hombre moderno supera la angustia sufriéndola por entero. Quizá el mejor ejemplo de esta superación de la angustia en nuestros días la encontramos en la contactación con la muerte. El moderno desea su muerte como es, es decir no huye de ella ni la esquiva dejándola para afrontarla en el último instante como algo irremediable; por el contrario, busca familiarizarse, entablar con ella fra- 133
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El tiempo, la muerte, la memoria<br />
los predilectos de la muerte / pues ella nos dio el insólito espejo de la conciencia»<br />
escribe en In memoriam; y en Alguien dispone de su muerte, el poeta que ha elaborado<br />
un minucioso registro de su heredad existencial, ahora «se apresta a verse en las<br />
islas / cara a cara con la muerte».<br />
Ante el ojo ciego de la muerte, el poeta reescribe morosamente su historia<br />
personal, los momentos de exaltación existencial y los pequeños, graves, desastres<br />
individuales: el amor, el erotismo, la poesía, los dones cotidianos, los amigos, las<br />
otras muertes. El «soplo de la palidez», transfigura la experiencia de lo cotidiano<br />
que, sin dejar de serIo, deja traslucir un matiz trascendental, en cierto sentido sagrado.<br />
Ni la trascendencia ni la sacralidad implican un relegamiento de lo cotidiano;<br />
todo lo contrario, en estos poemas la cotidianidad es la experiencia esencial y<br />
desnuda que configura su propio mundo, su universo existencial. En la poesía de Jara<br />
hay una diferencia entre universo y mundo: si el primero es lo que existe Ensimismado<br />
en su propia realidad, el mundo es la porción de lo real que ha sido toca-<br />
do por la conciencia y que adquiere una forma y un sentido por y para la subjetividad<br />
humana; mientras que el universo es lo otro, la alteridad más radical, el mundo<br />
es «la configuración de la conciencia», para usar una de las fórmulas predilectas de<br />
Jara, y solo la palabra poética tiene la virtud de revelar esa experiencia abarcadora y<br />
totalizan te, solo la poesía puede atestiguar la transformación del universo en mun-<br />
do.<br />
In memoriam y Alguien dispone de su muerte son poemas que discurren por<br />
tres cauces cuyas aguas se entremezclan y confunden: la muerte, la memoria y la<br />
palabra. Desde sus inicios, las sucesivas empresas poéticas de Efraín Jara discurren<br />
en pos de una búsqueda de evidencias que puedan desentrañar el enigma abierto en<br />
la existencia humana por su escisión del mundo de la naturaleza. En los poemas de<br />
los primeros ciclos, Jara había descubierto que el nombre del enigma es tiempo; en<br />
el último ciclo de su poesía, el enigma revela su otro nombre: muerte. «Ay ¿cómo<br />
poner el oído / en el caracol de la vida / sin escuchar el colosal bramido de la muerte?»<br />
escribe en Alguien dispone de su muerte. ¿Cómo sostener alguna trascendencia<br />
del existir frente a la muerte? Solo la memoria y su recuperación por la palabra<br />
pueden rescatar la plenitud inagotable de la existencia y transformar lo vivido en<br />
presencia: «¿la suma de intensificaciones de la vida / acaso no constituye el único<br />
sentido de la vida?».<br />
En ese temprano ensayo al que nos hemos referido antes, «La religión, una<br />
aventura metafísica del hombre», Jara sostiene que el hombre moderno supera la<br />
angustia sufriéndola por entero.<br />
Quizá el mejor ejemplo de esta superación de la angustia en nuestros días la encontramos<br />
en la contactación con la muerte. El moderno desea su muerte como es, es<br />
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