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13.05.2013 Views

El tiempo, la muerte, la memoria de diseminación de las líneas de significación del poema. Esa palabra es el nombre: pedro y, en un primer deslizamiento del sentido piedra; convocado por su vecindad fonética, el vocablo piedra irradia sentidos que provienen desde su propia «historia» en el idioma, en la cultura de occidente (Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia) y en las culturas americanas (Machu-Picchu, Ingapirca, Rapanui), pero también desde la carga simbólica otorgada por la poética anterior de Jara. Pedro, la piedra, el origen, Galápagos: ¡piedra y agua! Soledad exasperada y errante del mar y soledad inmóvil y concentrada de la piedra. (...) La piedra es, y por serio, se abandona inerte a su identidad. La piedra acata el contorno y se entrega a la terquedad de su sustancia.9 «La piedra es». «Piedra» es el centro de gravitación que permite el despliegue de diversos campos semánticos: si la piedra es símbolo de perduración e inmovilidad, desencadena por oposición el símbolo del movimiento: el agua; si la piedra es lo inorgánico convoca entonces la presencia de lo vegetal; la piedra terrena llama a la piedra celeste. Y, ya en un círculo más exterior, tiempo, espacio, historia, perecimiento. Arrojado en medio de un mundo no humano (piedra, agua, bosque) el sujeto de la enunciación se empecina en encontrar los signos que le permitan descifrar el sentido de su estar en el mundo. Pero los signos siempre son dobles: consistencia y desmoronamiento, persistencia e inestabilidad. 3. EL RITMO DEL POEMA En su Métrica española del siglo XX, Francisco López Estrada se refiere a la irregularidad métrica y estrófica del verso libre y señala: «El poema nuevo, al desligarse del rigor en la medida del verso, de la rima y también de la estrofa comunes, establece el centro de gravitación rítmica en el conjunto de la obra entendida como unidad poética».10 Si en los modelos tradicionales de versificación, el principio de configuración rítmica se rige por la reiteración de un cierto patrón de combinaciones silábicas y acentuales (procedimiento constante en la poesía inicial de Jara), en el sollozo se despliegan otros procedimientos que, desde la adopción del verso libre en «Añoranza», sustituyen a los modelos métricos. Uno de estos procedimientos consiste en una coincidencia entre la segmentación de la línea versal y la segmentación de los componentes sintácticos, de tal manera que los movimientos rítmicos del poema se acompasan con la progresión 9. Op. cit., pp. 9-10. 10. Métrica española del siglo XX, Madrid, Gredos, 1969. 123

124 María Augusta Vintimilla del pensamiento mucho más que con el estrato de los sonidos. La construcción de las líneas versales y su articulación en unidades mayores se aparta de toda regla. Versos extensos se combinan con segmentos muy breves, y su irregularidad muestra la voluntad de desligarse de un proyecto formal preestablecido: la segmentación de la línea se limita a señalar la necesidad de una pausa o, con frecuencia, de un silencio: pedro ya no tan sólo piedra No desaparece el ritmo, sino que se construye con apoyos diferentes; como dice Amado Alonso refiriéndose a la poesía de Neruda: «la versificación ha perdido casi todos sus apoyos rítmicos, pero algo queda que hace de cada línea una unidad, un verso. No se puede desconocer la voluntad del poeta de que sus versos sean unidades rítmicas. En el verso libre no todo es libertad, así como en el verso tradicional no todo es sujeción»).11 El resultado es, en sollozo, la configuración «células rítmicas» autónomas desde el punto de vista sintáctico por la supresión de todos los enlaces preposicionales y conjuntivos en el encadenamiento de los versos, lo cual les habilita para entrar en relaciones combinatorias con todas las líneas versales contiguas de las otras subseries y generar las múltiples posibilidades de lectura. Otro mecanismo de la configuración rítmica del sollozo consiste en la reiteración de estructuras sintácticas similares. Como sucede con los esquemas métricos, también los esquemas sintácticos ofrecen alternativas de modificación que rompen con la monotonía de una aplicación puramente mecánica. De este modo, tanto los esquemas rítmicos como los sintácticos presentan simultáneamente constricciones y alternativas, que generan una dialéctica entre las posibilidades del decir -que Oswaldo Encalada llama la sub gramática del poema 105- y lo efectivamente dicho en el poema. Así, por ejemplo: 1.1 19 piedra inflamada por la lumbre de meteoros de la vida 1.2 19 piedra enardecida por el aliento de leones de la vida 1.3 19 piedra tenaz e incandescente que ha de sobrevivirme 2.1 7 pero todo cuanto arde en la sangre o en la inteligencia 2.2 7 pero todo cuanto se enciende en el corazón o en el tacto 2.3 7 pero todo cuanto toca la mano o el amor En cierto sentido, hay una proximidad con las estructuras paralelísticas de las metamorfosis de «Balada de la hija», pues también allí una misma estructura sintáctica da lugar a variaciones sobre un mismo motivo; pero en el sollozo este procedimiento se erige en el principio constructivo del poema. En efecto, las tres sub- 11. Poesía y estilo de Pablo Neruda, Buenos Aires, 1966, pp. 85-86.

El tiempo, la muerte, la memoria<br />

de diseminación de las líneas de significación del poema. Esa palabra es el nombre:<br />

pedro y, en un primer deslizamiento del sentido piedra; convocado por su vecindad<br />

fonética, el vocablo piedra irradia sentidos que provienen desde su propia «historia»<br />

en el idioma, en la cultura de occidente (Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré<br />

mi iglesia) y en las culturas americanas (Machu-Picchu, Ingapirca, Rapanui),<br />

pero también desde la carga simbólica otorgada por la poética anterior de Jara. Pedro,<br />

la piedra, el origen,<br />

Galápagos: ¡piedra y agua! Soledad exasperada y errante del mar y soledad inmóvil<br />

y concentrada de la piedra. (...) La piedra es, y por serio, se abandona inerte a<br />

su identidad. La piedra acata el contorno y se entrega a la terquedad de su sustancia.9<br />

«La piedra es». «Piedra» es el centro de gravitación que permite el despliegue<br />

de diversos campos semánticos: si la piedra es símbolo de perduración e inmovilidad,<br />

desencadena por oposición el símbolo del movimiento: el agua; si la piedra<br />

es lo inorgánico convoca entonces la presencia de lo vegetal; la piedra terrena llama<br />

a la piedra celeste. Y, ya en un círculo más exterior, tiempo, espacio, historia,<br />

perecimiento. Arrojado en medio de un mundo no humano (piedra, agua, bosque) el<br />

sujeto de la enunciación se empecina en encontrar los signos que le permitan descifrar<br />

el sentido de su estar en el mundo. Pero los signos siempre son dobles: consistencia<br />

y desmoronamiento, persistencia e inestabilidad.<br />

3. EL RITMO DEL POEMA<br />

En su Métrica española del siglo XX, Francisco López Estrada se refiere a la<br />

irregularidad métrica y estrófica del verso libre y señala: «El poema nuevo, al<br />

desligarse del rigor en la medida del verso, de la rima y también de la estrofa comunes,<br />

establece el centro de gravitación rítmica en el conjunto de la obra entendida<br />

como unidad poética».10 Si en los modelos tradicionales de versificación, el<br />

principio de configuración rítmica se rige por la reiteración de un cierto patrón de<br />

combinaciones silábicas y acentuales (procedimiento constante en la poesía inicial<br />

de Jara), en el sollozo se despliegan otros procedimientos que, desde la adopción del<br />

verso libre en «Añoranza», sustituyen a los modelos métricos.<br />

Uno de estos procedimientos consiste en una coincidencia entre la segmentación<br />

de la línea versal y la segmentación de los componentes sintácticos, de tal<br />

manera que los movimientos rítmicos del poema se acompasan con la progresión<br />

9. Op. cit., pp. 9-10.<br />

10. Métrica española del siglo XX, Madrid, Gredos, 1969.<br />

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