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116 María Augusta Vintimilla<br />
Como en otros poemas de Jara, reaparece aquí el mito recurrente del origen<br />
en las islas Galápagos, esta vez como escenario para la fundación de la palabra: el<br />
padre en busca del nombre es una figuración del poeta en busca de la palabra. El<br />
poeta quiere dar a luz una palabra -un hijo- marcada por los signos de la solidez y la<br />
eternidad.5 Y esa palabra original, la palabra fundadora que todavía no ha sido<br />
pronunciada («sílabas del silencio»), es una palabra que brota desde las piedras<br />
eternas de las Galápagos proferida por el poeta: «te llamaré pedro». La palabra, el<br />
nombre, es un espejo que contiene en sí su propia imagen: pedro-piedra, la piedra es<br />
el verbo encarnado en el cuerpo del hijo. Queda así establecida una equivalencia<br />
poética entre el hijo, la piedra y la palabra; «pedro» es el hijo, pero también es el<br />
nombre, es decir la palabra engendradora que emerge desde la piedra primordial.<br />
Hay una confianza ciega del poeta en el poder de su palabra, las leyes del<br />
lenguaje rigen el mundo: nombrar a su hijo con el nombre de la piedra es conferirle<br />
los atributos de eternidad y consistencia: «pedroespinazo de peña / pedropiedrasinedad»;<br />
«piedra tenaz e incandescente que ha de sobrevivirme.». Como dice Paul<br />
Elthen, si ya no hay más divinidades proveedoras de leyes, el lenguaje, que es lo que<br />
da a las leyes fuerza de leyes, se convierte en sustituto de lo sagrado.6<br />
Desde este momento se genera una línea de sentido que permite leer el poema<br />
no solamente como la aventura existencial del hijo, sino también como la aventura<br />
de la palabra en la escritura poética.<br />
II. En la segunda serie, el hijo -la piedra, la palabra- apenas nacidos a la vi-<br />
da en contacto con el mundo se contagian de tiempo, y por tanto de caducidad:<br />
parecías hecho paraempiedradurar<br />
hechoparaperdurar<br />
pero todo cuanto arde en la sangre o la inteligencia se<br />
infecta de perecimiento<br />
En esta serie, las imágenes se construyen en tomo a las piedras tocadas por el<br />
hombre; ya no las míticas piedras intemporales de las Galápagos, sino las piedras<br />
humanizadas, piedras historizadas instaladas en el tiempo, ya no la piedra en la naturaleza<br />
sino en la cultura; por lo tanto, piedras-signos, piedras-palabras:<br />
5. Hay quienes advierten en el alumbramiento de la escritura poética algo de femenino, algo de materno, precisamente<br />
en lo que tiene de engendramiento. Rosa Chacel escribe: «sólo la mujer puede ser efectiva y corporalmente, el uno<br />
y el otro, cuando va gestando con lentitud uterina la vida de un desconocido en el cuenco íntimo de sí misma; un<br />
hijo que, como la propia cara, se puede tocar pero no ver». El poeta, como la madre, pone a un desconocido como<br />
lo más entrañable y propio de sí mismo. y lo echa finalmente a la plaza pública: un sujeto que habrá de instruirlo,<br />
un discurso que habrá de escuchar, una identidad que deberá reconocer. Pero el poeta es también padre, el principio<br />
conformador desde fuera, desde la ley.<br />
6. Paúl Elthen, «Los sofistas y Platón», en La cuestión de los intelectuales. op. cit., pp. 23-24.