13.05.2013 Views

NI OLVIDO NI PERDON Diario de un prisionero politico ... - Pparg

NI OLVIDO NI PERDON Diario de un prisionero politico ... - Pparg

NI OLVIDO NI PERDON Diario de un prisionero politico ... - Pparg

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

<strong>Diario</strong> <strong>de</strong> <strong>un</strong> <strong>prisionero</strong> <strong>politico</strong><br />

Daniel Esteban Pittuelli<br />

<strong>NI</strong> <strong>OLVIDO</strong> <strong>NI</strong> <strong>PERDON</strong><br />

Primera Edición (en italiano) 2003 - EGA Editore<br />

Torino - Italia Titulo: "Né oblio né perdono"<br />

Edición argentina Narvaja Editor<br />

Julio 2004 Córdoba - Argentina<br />

CALLE 3 N° 755 - BARRIO TALLERES ESTE<br />

Entre sueños sentí que alguien hablaba en el patio común que nuestra<br />

casa tenía con otras familias. Estaban buscando a alguien.<br />

-¿Aquí vive Pittuelli? -escuché. Esto me <strong>de</strong>spertó <strong>de</strong> golpe. "Es a mí a<br />

quien buscan", pensé.<br />

Antes <strong>de</strong> que pudiera pensar otra cosa ya estaban en la puerta <strong>de</strong><br />

nuestra pieza, que daba al patio interno.<br />

-¿Quién es Pittuelli?<br />

-Soy yo -respondí, levantándome <strong>de</strong> la cama y buscando mi ropa en la<br />

oscuridad.<br />

Cuando prendí la luz, vi que todos los que compartían la pieza se habían<br />

<strong>de</strong>spertado: mi suegra, que, a<strong>un</strong>que sola, dormía en su cama<br />

matrimonial; Estela, mi mujer, que dormía conmigo en <strong>un</strong>a cama <strong>de</strong> <strong>un</strong>a<br />

plaza, y Adrián, nuestro hijo <strong>de</strong> <strong>un</strong> año y medio, que, parado en la c<strong>un</strong>a y<br />

agarrado <strong>de</strong> la baranda, miraba con ojos extrañados la escena.<br />

-Somos <strong>de</strong> la policía. Vístase y venga con nosotros.<br />

Me llevaron a otra pieza <strong>de</strong> la casa don<strong>de</strong> estaba ubicado el almacén que<br />

tenía mi suegra.<br />

Con la espalda contra el mostrador los pu<strong>de</strong> ver bien y darme cuenta <strong>de</strong><br />

la gravedad <strong>de</strong> la situación. Eran seis o siete personas en semicírculo<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí. Todos <strong>de</strong> civil. Alg<strong>un</strong>os vestían <strong>un</strong>a "garibaldina" ver<strong>de</strong> <strong>de</strong>l<br />

ejército y boinas negras. Unos tenían armas en la mano, otro llevaba en<br />

bandolera <strong>un</strong>a bolsa <strong>de</strong> lona como las que se usan en el ejército para<br />

portar granadas y <strong>un</strong>a pistola amatrelladora "PAM" en la mano.<br />

Alg<strong>un</strong>as <strong>de</strong> las caras me eran conocidas: eran los guardias <strong>de</strong>l sindicato<br />

<strong>de</strong>l SMATA <strong>de</strong> Córdoba, que había sido intervenido por el gobierno <strong>un</strong>os<br />

meses atrás.<br />

El que dirigía la operación se a<strong>de</strong>lantó. Era menudo y flaco. Vestía <strong>de</strong><br />

saco. A él también lo reconocí; era <strong>de</strong> la División Informaciones <strong>de</strong> la<br />

policía provincial, don<strong>de</strong> yo había estado <strong>de</strong>tenido alg<strong>un</strong>os días por<br />

cuestiones sindicales dos años atrás.<br />

Antes <strong>de</strong> que pudiera hablar me le a<strong>de</strong>lanté.<br />

-¿Vio que yo vivía en esta casa y usted no me creía cuando me <strong>de</strong>tuvieron<br />

1


en el '74?<br />

No me respondió, y a su vez preg<strong>un</strong>tó:<br />

-¿Dón<strong>de</strong> está el mimeógrafo?<br />

Yo abrí los ojos <strong>de</strong> sorpresa.<br />

-Aquí no hay ningún mimeógrafo. Busquen y verán.<br />

Aliviado pensé que en la casa no había nada que me pudiera<br />

comprometer. Inmediatamente <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l golpe militar habíamos<br />

limpiado <strong>de</strong> cosas que podían resultar peligrosas.<br />

No necesitaban que se los dijera. Otros ya habían buscado y dado vuelta<br />

toda la casa. "Aquí no hay nada, jefe", gritaron <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la pieza.<br />

El flaco se me arrimó <strong>de</strong>cidido y con voz serena.<br />

-Sabemos que vos sos el responsable cultural <strong>de</strong> los Montoneros <strong>de</strong> la<br />

zona, y que tenés <strong>un</strong> mimeógrafo con el que imprimís la revista "Evita<br />

Montonera". No hagás las cosas más difíciles y <strong>de</strong>cinos dón<strong>de</strong> está o<br />

dón<strong>de</strong> lo pusiste.<br />

-Mire, yo no sé nada <strong>de</strong> mimeógrafo ni <strong>de</strong> revistas, y a<strong>de</strong>más no soy<br />

Montonero.<br />

Ya se esperaba esta respuesta. Sin cambiar su expresión, me dijo:<br />

-Buscate <strong>un</strong> pulover y los documentos, venís con nosotros.<br />

Fui al dormitorio a buscar el pulover; allí estaban mi señora y mi suegra<br />

con el nene en brazos, vigiladas por dos policías.<br />

-¿Qué hacemos con ella? -preg<strong>un</strong>tó <strong>un</strong> policía señalando a Estela y su<br />

panza, que <strong>de</strong>notaba <strong>un</strong> avanzado embarazo.<br />

-Ella también viene. También está implicada.<br />

En tanto yo sentía ruido <strong>de</strong> botellas y movimientos en el almacén.<br />

Estaban poniendo todo en <strong>un</strong>a frazada para llevárselo.<br />

Cuando nos sacaron, el tratamiento se hizo más duro. A los empujones<br />

me llevaron a la calle. En la oscuridad <strong>de</strong> la noche pu<strong>de</strong> ver que eran, al<br />

menos, tres autos. Me metieron en la parte trasera <strong>de</strong> <strong>un</strong>o <strong>de</strong> ellos; los<br />

policías que subieron me pusieron los pies encima y el auto partió.<br />

Mientras me encontraba acurrucado en el piso <strong>de</strong>l auto, entre alg<strong>un</strong>as<br />

botellas y con los pies <strong>de</strong> los canas en la cabeza, traté <strong>de</strong> imaginar a<br />

dón<strong>de</strong> nos llevarían y qué pasaría con nosotros. El golpe <strong>de</strong> marzo <strong>de</strong><br />

1976 había sucedido hacía pocos dias y el pais estaba militarizado, pero<br />

yo había seguido trabajando normalmente y pasado sin problemas<br />

diversos controles militares. A<strong>de</strong>más buscaban algo que no existía, y eso<br />

podía ser <strong>un</strong>a ventaja... o <strong>un</strong>a trágica <strong>de</strong>sventaja.<br />

Después <strong>de</strong> dar varias vueltas que no logré calcular, el auto atravesó <strong>un</strong>a<br />

loma <strong>de</strong> burro y entramos en alg<strong>un</strong>a parte.<br />

Eran probablemente las tres o cuatro <strong>de</strong> la mañana, pero en las<br />

<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncias <strong>de</strong> la policía había <strong>un</strong> gran movimiento, como si para esta<br />

gente no existiera la noche.<br />

-¡Dale entrada a este coso, che! -le dijo <strong>un</strong>o <strong>de</strong> mis guardias a otro policía<br />

que estaba <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> <strong>un</strong> escritorio.<br />

-Sí, <strong>de</strong>jalo ahí -fue la respuesta.<br />

Mi cabeza seguía trabajando a gran velocidad. Con pánico recordé que<br />

2


a<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> mi documento tenía <strong>un</strong> papel para recordarme <strong>de</strong> ciertas<br />

cosas, y también nombres o sobrenombres: "Cuqui-hela<strong>de</strong>ra", "Quiqueserigrafia".<br />

A pesar <strong>de</strong> la aparente banalidad, eran compañeros que<br />

estaban o habían estado comprometidos políticamente y los canas no<br />

quedarían satisfechos hasta saber a quiénes correspondían esos<br />

nombres. ¡Tenía que hacer <strong>de</strong>saparecer ese papel! El pasillo don<strong>de</strong> me<br />

encontraba estaba en penumbras, yo tenía los brazos cruzados en el<br />

pecho y lentamente llevé la mano al bolsillo <strong>de</strong> la remera; sin sacar el<br />

documento busqué, en su interior, el papelito, y más lentamente me lo<br />

llevé a la boca. Con movimientos imperceptibles fui masticándolo y<br />

hume<strong>de</strong>ciéndolo para po<strong>de</strong>r tragarlo. Era <strong>un</strong> poco acartonado y<br />

malditamente seco. No había saliva que alcanzase. Finalmente logré<br />

tragarlo y <strong>un</strong> alivio corrió por mi cuerpo. Ahora me podían preg<strong>un</strong>tar<br />

todo lo que quisieran, no tenían ningún elemento <strong>de</strong> don<strong>de</strong> agarrarse.<br />

Casi inmediatamente me llevaron al escritorio.<br />

-Deme los documentos y los efectos personales.<br />

Después <strong>de</strong>l trámite <strong>de</strong> entrada llegaron dos canas, que me envolvieron<br />

la cabeza con el pulover tapándome los ojos y me llevaron, casi sin tocar<br />

el suelo, a otra pieza. Empezaba la "fiesta". Me sentaron en <strong>un</strong>a silla con<br />

las manos esposadas atrás <strong>de</strong>l respaldo y me sacaron las zapatillas.<br />

-Ahora te vamos a hacer el test <strong>de</strong> la verdad -me dijeron divertidos-.<br />

¿Dón<strong>de</strong> tenés el mimeógrafo y quiénes son tus compañeros?<br />

-No tengo ningún mimeógrafo, ni tengo "compañeros".<br />

Y con <strong>un</strong>a tabla <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra empezaron a pegarme en la planta <strong>de</strong> los<br />

pies. "Si sólo es esto -pensé-, es algo liviano". Pero <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> diez<br />

minutos que pegaban con la tabla, cambié <strong>de</strong> opinión. Los pies me ardían<br />

y los sentía inmensamente gran<strong>de</strong>s. Alguien me los tenía muy agarrados<br />

para evitar mis sacudidas.<br />

Al fin pararon.<br />

-Las tablas <strong>de</strong> la verdad dicen que mentís. -Y se reían a carcajadas.<br />

Hicieron el mismo procedimiento con <strong>un</strong> gran libro, con el cual me<br />

golpeaban en la cabeza. Después <strong>de</strong> diez minutos la cabeza me explotaba<br />

y todo se tambaleaba a mi alre<strong>de</strong>dor. Poco antes <strong>de</strong> <strong>de</strong>smayarme,<br />

pararon.<br />

-El libro <strong>de</strong> la verdad dice que mentís. -Y continuaban con las<br />

carcajadas. En mi semiinconciencia me di cuenta que estos tipos sólo se<br />

estaban divirtiendo y no les interesaba mucho la información que yo podía<br />

darles. Me estaban "ablandando". Me arrastraron a <strong>un</strong> lugar que, por la<br />

humedad y el olor, <strong>de</strong>bía ser <strong>un</strong> baño. Me acostaron panza arriba en <strong>un</strong><br />

banco <strong>de</strong> cemento, me pusieron <strong>un</strong> trapo en la boca y empezaron a<br />

echarme agua en el trapo con <strong>un</strong>a manguera o algo parecido. Cada vez<br />

que respiraba tragaba agua. En medio <strong>de</strong> mis sacudidas y <strong>de</strong> la tos,<br />

pedía sólo que siguieran echando agua y no algo peor, como nafta o<br />

querosén. Al poco rato perdí toda noción y me <strong>de</strong>smayé.<br />

Cuando me <strong>de</strong>sperté hablaba solo y repetía sin po<strong>de</strong>r contenerme: "...no<br />

sé nada, ...no sé nada. Se equivocaron conmigo...". Probablemente el<br />

agua tenía alg<strong>un</strong>a sustancia extraña pues, a pesar <strong>de</strong> mis esfuerzos en<br />

3


callar, mi boca no me obe<strong>de</strong>cía y seguía repitiendo la misma frase.<br />

Había <strong>un</strong> extraño silencio en ese lugar y mi cuerpo se relajaba<br />

lentamente.<br />

No sabía cuánto tiempo había pasado ni qué hora era. Me sentía dolorido<br />

y helado, mojado y <strong>de</strong>scalzo.<br />

Me acomodaron en otro lugar que <strong>de</strong>bía ser <strong>un</strong> pasillo, porque pasaba<br />

continuamente gente. Me sentaron en <strong>un</strong> nuevo banco <strong>de</strong> cemento, al<br />

lado <strong>de</strong> otro <strong>de</strong>tenido y, como tenía dificultad para estar sentado sin<br />

caerme, me apoyaron en la espalda <strong>de</strong> ese pobre <strong>de</strong>sgraciado. Cada <strong>un</strong>o<br />

que pasaba me pegaba <strong>un</strong>a trompada o <strong>un</strong>a patada en las piernas, o<br />

<strong>de</strong>cía algo: "Ya te vamos a arreglar a vos, subversivo hijo <strong>de</strong> puta, quién<br />

sabe cuánta gente mataste". Y cosas por el estilo. Cada vez que sentía<br />

pasos que se acercaban me preparaba a recibir golpes.<br />

Después <strong>de</strong> alg<strong>un</strong>as horas, el ir y venir <strong>de</strong> la gente se calmó. Alguien me<br />

alcanzó las zapatillas para que me las pusiera. Me animé a preg<strong>un</strong>tar a mi<br />

companero <strong>de</strong> banco quién era.<br />

-Me llamo Bartoli -dijo.<br />

Por el tono <strong>de</strong> voz me di cuenta que estaba muy dolorido y no lo molesté<br />

más. Lentamente caí en <strong>un</strong> estado <strong>de</strong> semiinconciencia y <strong>de</strong> sueño alerta<br />

que duró <strong>un</strong> tiempo difícil <strong>de</strong> calcular.<br />

El movimiento <strong>de</strong> gente y el ruido <strong>de</strong> pasos me <strong>de</strong>spertó.<br />

-Preparate, vos - me dijo alguien-, que tenemos que hablar.<br />

Me cambiaron el pulover por <strong>un</strong>a venda que me daba varias vueltas a la<br />

cabeza y, siempre esposado, me condujeron a otra pieza. Tenía el típico<br />

olor <strong>de</strong> las oficinas <strong>de</strong> la policía: a escritorios y muebles viejos. Me<br />

condujeron <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> alguien que escribía a máquina.<br />

-¡Nombre y apellido! -or<strong>de</strong>nó; mientras seguía escribiendo.<br />

-Daniel Esteban Pittuelli.<br />

-¡Fecha <strong>de</strong> nacimiento!<br />

-14 <strong>de</strong> mayo <strong>de</strong> 1952.<br />

-¡Domicilio!<br />

-Calle 3, número 755, barrio Talleres Este.<br />

-¡Nombre <strong>de</strong> guerra!<br />

Hubo <strong>un</strong> silencio. Después respondí tratando <strong>de</strong> usar el tono más calmo<br />

posible.<br />

-No tengo nombre <strong>de</strong> guerra.<br />

Hubo otro silencio. Después, el ruido <strong>de</strong> quien saca la hoja <strong>de</strong> la máquina<br />

y pone otra.<br />

-Bueno, empezamos <strong>de</strong> nuevo. ¿Nombre y apellido?<br />

Y se repitió el breve interrogatorio hasta llegar a la preg<strong>un</strong>ta <strong>de</strong>l nombre<br />

<strong>de</strong> guerra. Respondí <strong>de</strong> la misma manera. Me parecía que el tono a usar<br />

era importante: ni soberbio ni implorante; tenía que usar el tono <strong>de</strong> quien<br />

dice la verdad. A<strong>de</strong>más, era la verdad.<br />

Volvió a cambiar la hoja. Esta vez con más violencia.<br />

-No me hagás per<strong>de</strong>r tiempo, pibe -advirtió.<br />

Se repitió el interrogatorio. Pero al final, cuando volví a confirmar mi<br />

respuesta, no cambió la hoja. En cambio se <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nó el fin <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do.<br />

4


Yo no lo había notado, pero estaba ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> varias personas que<br />

empezaron a golpearme. Recibía golpes <strong>de</strong> todas partes. Me encontraba<br />

en el centro <strong>de</strong> <strong>un</strong> círculo y me mandaban <strong>de</strong> <strong>un</strong>o al otro con trompadas<br />

y empujones. Cuando caía al suelo me llovían patadas <strong>de</strong> todos lados que<br />

me hacían apurar para levantarme. Debían ser cinco o seis los que<br />

golpeaban, preg<strong>un</strong>taban y me insultaban. Jamás pensé que el cuerpo<br />

humano pudiese resistir a tantos golpes. N<strong>un</strong>ca nadie me había pegado<br />

tanto. Uno <strong>de</strong> ellos, con <strong>un</strong> golpe, me hizo caer la venda y todos se<br />

exaltaron y <strong>de</strong>sesperaron.<br />

-¡Pónganle la venda! ¡Que no mire este hijo <strong>de</strong> puta! –gritaban Pararon.<br />

Alguien me volvió a acomodar la venda, pero con tanta violencia que me<br />

apretaba terriblemente los ojos y la sien. También aprovecharon para<br />

esposarme con las manos atrás, para que no pudiera parar los golpes y<br />

las patadas. Después siguió la paliza.<br />

No sé cuánto duró, ni cuándo terminó. Me encontré tirado en el piso, en<br />

alg<strong>un</strong> rincón <strong>de</strong> este lugar que, para mí, se asemejaba a <strong>un</strong> laberinto <strong>de</strong><br />

piezas y pasillos. Yo sólo pedía no existir; no ser visto; que nadie me<br />

notara, y quedándome inmóvil pensaba lograrlo. No quería nada, ni agua<br />

ni comida; sólo que me <strong>de</strong>jaran tranquilo. Empecé a <strong>de</strong>scubrir el placer <strong>de</strong><br />

la espera sin dolor. Esperar nada, no sé qué, sin sentido ni final; pero al<br />

menos sin dolor. No era <strong>de</strong>l todo cierto, porque el cuerpo me dolía por<br />

todos lados, las costillas, las piernas y, sobre todo, la cabeza que esa<br />

maldita venda me apretaba a más no po<strong>de</strong>r. Me sentía en otro m<strong>un</strong>do, sin<br />

día ni noche, sin necesida<strong>de</strong>s; sólo con el miedo <strong>de</strong> otros golpes y <strong>de</strong>l<br />

sonido <strong>de</strong> los pasos que podían presagiar otro "interrogatorio".<br />

Y el interrogatorio, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>un</strong> tiempo in<strong>de</strong>finido, volvió. Esta vez las<br />

preg<strong>un</strong>tas tenían más sentido y más lógica.<br />

-Mirá - me dijo <strong>un</strong>o-, sabemos todo <strong>de</strong> vos. -Y empezó a <strong>de</strong>sarrollar <strong>un</strong>a<br />

teoría que habían armado no sé <strong>de</strong> dón<strong>de</strong>, y esperaban que yo la<br />

confirmara y <strong>de</strong>n<strong>un</strong>ciara a mis compañeros y colaboradores, aliviando <strong>de</strong><br />

ese modo mi situación judicial. Era todo <strong>un</strong>a invención y eso me<br />

tranquilizó, porque tar<strong>de</strong> o temprano se darían cuenta <strong>de</strong> su error ...si les<br />

importaba. Y si yo duraba.<br />

Respondí con mi versión: no negaba haber hecho política, era peronista,<br />

había trabajado en el sindicato, candidato a <strong>de</strong>legado. Pero Montonero,<br />

no. Ning<strong>un</strong>a relación con ellos. Me preg<strong>un</strong>taban <strong>de</strong> alg<strong>un</strong>as personas que<br />

yo conocía. A alg<strong>un</strong>as no podía negar que las conocía, porque habían<br />

estudiado conmigo, pero no conocía sus activida<strong>de</strong>s; y a muchas las había<br />

perdido <strong>de</strong> vista. Me preg<strong>un</strong>taron mucho por Barrionuevo, el "Negro<br />

Pitota". Al Negro lo conocía bien, habíamos sido compañeros <strong>de</strong>l<br />

sec<strong>un</strong>dario y gran<strong>de</strong>s amigos, era mi padrino <strong>de</strong> casamiento. Después <strong>de</strong>l<br />

colegio habíamos empezado j<strong>un</strong>tos los estudios <strong>de</strong> ingeniería, viajado a<br />

<strong>de</strong>do por el norte <strong>de</strong>l país y militado políticamente en el barrio. Luego<br />

trabajamos j<strong>un</strong>tos en <strong>un</strong> taller metalúrgico y, también j<strong>un</strong>tos, entramos a<br />

la Renault. Allí, nuestros caminos se dividieron: él se hizo Montonero y<br />

nos transformamos en adversarios.<br />

-Conocí a muchos Barrionuevo, es <strong>un</strong> apellido muy común.<br />

5


Era evi<strong>de</strong>nte que no creían nada <strong>de</strong> lo que yo <strong>de</strong>cía. Y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l<br />

interrogatorio formal vinieron <strong>de</strong> nuevo varios a refrescarme la memoria,<br />

y la pesadilla se repitió. Sillas que caían, yo que chocaba con los<br />

escritorios. Llegaron a ponerme contra la pared, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> <strong>un</strong>a puerta con<br />

la que me aplastaban. Entre golpes y caídas seguían preg<strong>un</strong>tando.<br />

-Mirá, hijo <strong>de</strong> puta, vos nos querés hacer creer que sos <strong>un</strong> angelito, pero<br />

hace dos años te <strong>de</strong>tuvimos por tenencia <strong>de</strong> armas <strong>de</strong> guerra en el<br />

sindicato <strong>de</strong> los "zurdos", y ahora nos venís a contar el cuento <strong>de</strong><br />

Caperucita Roja.<br />

Empecé a explicarles que había sido <strong>un</strong>a equivocación, pero ellos no<br />

escucharon mi respuesta.<br />

De estas "sesiones", yo i<strong>de</strong>ntificaba el principio pero n<strong>un</strong>ca el final, y me<br />

encontraba tirado o sentado en algún lugar en <strong>un</strong> estado <strong>de</strong><br />

semiincociencia y <strong>de</strong> letargo. En la nebulosa <strong>de</strong> mi cabeza cultivaba la<br />

i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que esto alg<strong>un</strong> día tenía que terminar... o terminaba yo. "Esto<br />

algún día será pasado, será <strong>un</strong> recuerdo", pensaba. El infierno <strong>de</strong>bía ser<br />

así.<br />

Pero cada vez que terminaban me sentía más fuerte, había pasado otra<br />

prueba sin aflojar. Sabía que el tiempo corría a mi favor, pues la<br />

información es útil cuando es fresca, cuanto más tiempo pasa más pier<strong>de</strong><br />

valor. Alg<strong>un</strong>as organizaciones guerrilleras no impedían a sus militantes<br />

hablar durante la tortura, sólo pedían que fuera <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>un</strong>o o dos<br />

días. Para ese entonces, sabiendo por controles internos <strong>de</strong> alg<strong>un</strong>a<br />

<strong>de</strong>tención, todos los posibles <strong>de</strong>latados cambiaban <strong>de</strong> casa y<br />

<strong>de</strong>saparecían <strong>de</strong>l mapa.<br />

Pero no era mi caso. Yo no sabía nada y no diría nada. O hay que hablar<br />

enseguida o no hablar n<strong>un</strong>ca. Ése fue mi razonamiento <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio<br />

y lo mantendría. Porque si torturando habían logrado alg<strong>un</strong>a información,<br />

lo seguirían haciendo hasta saber más y más. También es cierto que el<br />

que no sabe nada no les es útil, y lo que no es útil pue<strong>de</strong> no existir. Era<br />

<strong>un</strong> riesgo, pero yo lo seguiría corriendo.<br />

Con estos razonamientos en mi cabeza dolorida, llegó la noche; alguien,<br />

anciano por la voz, me trajo <strong>un</strong> poco <strong>de</strong> agua y me llevó a <strong>un</strong>a pieza<br />

don<strong>de</strong> me invitó a tirarme en el piso.<br />

-Aquí vas a po<strong>de</strong>r dormir tranquilo -me aseguró.<br />

El movimiento <strong>de</strong> personas me indicó que empezaba <strong>un</strong> nuevo día. Me<br />

llevaron al pasillo <strong>de</strong> siempre y me sentaron en el banco <strong>de</strong> cemento.<br />

"¿Que pasaría hoy?" Alguien, mientras pasaba, me leyó el pensamiento.<br />

-No creas que con vos terminamos, ahora viene la mejor parte.-Y con <strong>un</strong><br />

suspiro me preparé con el cuerpo y con el alma.<br />

-Mirá, pibe, nosotros esperábamos que vos colaboraras pero vemos que<br />

te hacés el duro. No creas que todo esto lo hemos inventado nosotros,<br />

aquí hay alguien que te "ap<strong>un</strong>ta", viejo; y te lo vamos a traer para que te<br />

ayu<strong>de</strong> a recordar.<br />

Y trajeron a la Bety, a quien imaginé apareciendo <strong>de</strong> entre la niebla.<br />

Con voz lenta, monótona e inmensamente dolorida empezó su acusación.<br />

Habló <strong>de</strong>l mimeógrafo, <strong>de</strong> las revistas y <strong>de</strong> mi cargo en la organización <strong>de</strong><br />

6


los Montoneros.<br />

Bety era <strong>un</strong>a amiga <strong>de</strong>l barrio Talleres, habíamos hecho actividad política<br />

en la parroquia y en el grupo juvenil <strong>de</strong>l barrio. La habían <strong>de</strong>tenido con<br />

su marido. Estaba embarazada. Era evi<strong>de</strong>nte que, en su <strong>de</strong>sesperación,<br />

<strong>de</strong> frente a la tortura, había inventado todo sacando alg<strong>un</strong>os elementos <strong>de</strong><br />

aquella actividad que alg<strong>un</strong>a vez compartimos.<br />

-Bety -le dije-, ¿te das cuenta <strong>de</strong> lo que estás diciendo? Vos sabés bien<br />

que es todo mentira, <strong>un</strong>a invención tuya. ¿Por qué lo hacés? -Y<br />

dirigiéndome a los policías-: Ésta se inventó <strong>un</strong>a novela por miedo o por<br />

algún motivo. No van a llegar a ning<strong>un</strong>a parte siguiendo sus<br />

<strong>de</strong>claraciones.<br />

-¡Vos callate, hijo <strong>de</strong> puta! -me gritó <strong>un</strong>o en el oído-. ¡A vos nadie te<br />

preg<strong>un</strong>tó nada!<br />

La Bety empezó a sollozar muy <strong>de</strong>spacio. Un policía la amenazó.<br />

-¡Mirá, loca, que si es mentira lo que nos dijiste perdés como en la guerra!<br />

-Ella no respondió y se <strong>de</strong>svaneció en la niebla como había venido.<br />

Yo traté <strong>de</strong> sacar ventaja <strong>de</strong> la situación y seguí insistiendo:<br />

-Vayan a preg<strong>un</strong>tar por mí al barrio, a la fábrica, y les dirán lo que yo<br />

hago, todo <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la ley.<br />

Pero ellos no se achicaron y volvieron a la carga. Esta vez, a los golpes<br />

se sumaba <strong>un</strong>a operación mucho más <strong>de</strong>sesperante y peligrosa. De<br />

espaldas en el piso, se me sentaban tres o cuatro encima. Uno <strong>de</strong> ellos,<br />

sobre mi pecho, me cubría la boca y la nariz con <strong>un</strong> plástico.<br />

-Cuando te <strong>de</strong>cidás a hablar hacé señas con la cabeza -me dijo.<br />

Pero cuando el aire empezaba a faltarme era tal la <strong>de</strong>sesperación, que mi<br />

cuerpo se sacudía como <strong>un</strong>a víbora liberándome <strong>de</strong> mis opresores.<br />

-¡Tiene fuerza este hijo <strong>de</strong> puta! -Y se sumaban otros para sujetarme.<br />

Y siguieron con este método. Cuando no aguantaba más, hacía señas<br />

con la cabeza y, cuando<br />

me sacaban el nylon: "No sé nad...". Y <strong>de</strong> nuevo el plástico acompañado<br />

<strong>de</strong> golpes. Era terrible,<br />

varias veces pensé que no sacarían el plástico y que moriría. Intuía <strong>un</strong>a<br />

nueva <strong>de</strong>terminación en ellos que presagiaba lo peor. A veces discutian.<br />

-Tené cuidado, che -le <strong>de</strong>cían al que tenia el nylon-, mirá que se va a ir.<br />

En <strong>un</strong>a ocasión alguien rompió el plástico con el <strong>de</strong>do, por miedo <strong>de</strong> que<br />

me fuera para el "otro lado". Mientras tanto continuaban preg<strong>un</strong>tando por<br />

nombres, alg<strong>un</strong>os conocidos y otros <strong>de</strong>sconocidos para mí. Empezaban a<br />

<strong>de</strong>sesperarse.<br />

-¡Hijo <strong>de</strong> puta! ¡Al menos <strong>un</strong> nombre! ¡Una dirección! ¡Decinos algo, la<br />

puta que te parió!<br />

Y por mi mente pasaban amigos, compañeros, tanta gente y tantos<br />

años en <strong>un</strong> instante...<br />

Llegué a pensar que quizás diciéndoles algo, poco, algún nombre,<br />

esta pesadilla <strong>de</strong> horror terminaría. Pero no. Era el momento más difícil<br />

e importante. O salía o me quedaba para siempre.<br />

Pararon. Estaba dolorido y casi <strong>de</strong>svanecido. Me pusieron <strong>de</strong> pie y me<br />

sostuvieron.<br />

7


-Mirá, pibe, todavía no te queremos matar porque vos sabés <strong>un</strong> monton y<br />

nos lo vas a <strong>de</strong>cir. Aquí con nosotros tenemos a tu hijo; por cada<br />

preg<strong>un</strong>ta que no nos contestés le vamos a cortar <strong>un</strong> <strong>de</strong>do.<br />

El m<strong>un</strong>do se me abrió <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> los pies. "¡No, eso no, el Adrián no!",<br />

gritaba en mi interior. Yo sabía hasta dón<strong>de</strong> podía aguantar, "conmigo<br />

hagan lo que quieran, pero con él no, no". Seguí en silencio, y agachando<br />

la cabeza lentamente empecé a sollozar.<br />

Pero el Adrián no estaba, era sólo <strong>un</strong> bluff para probar mi reacción. Y mi<br />

cuerpo se fue llenando <strong>de</strong> vida nuevamente.<br />

El interrogatorio siguiente fue muy simple y parecía resolutivo. Habló <strong>un</strong><br />

personaje nuevo, me lo imaginaba inmenso porque su voz me llegaba <strong>de</strong><br />

arriba. Aparentemente era el que llamaban el "Tío".<br />

-Mirá, pibe, aquí nosotros estamos trabajando, y vos nos estás haciendo<br />

per<strong>de</strong>r <strong>un</strong> montón <strong>de</strong> tiempo. Así que, o te <strong>de</strong>cidís a colaborar con<br />

nosotros o <strong>de</strong>spedite. A<strong>de</strong>más estuvimos averiguando en el barrio y en la<br />

fábrica: el m<strong>un</strong>do entero te ap<strong>un</strong>ta.<br />

Alguien me empujó y caí al suelo. El que parecía el "Tío" se me sentó en el<br />

pecho y otros me tenían las piernas. Las manos, esposadas <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> mi<br />

cuerpo y con tanto peso encima, me dolían terriblemente. El "Tío" puso<br />

sus enormes manos alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> mi cuello y empezó a apretar.<br />

-O ahora hablás o te "boleteamos" -dijo lentamente.<br />

Y yo me convencí que <strong>de</strong> ésta no pasaba. Las manos siguieron apretando<br />

cada vez más, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>un</strong> tiempo, que me pareció eterno, se fueron<br />

aflojando. El "Tío" se levantó con lentitud. También los otros me soltaron<br />

y, sin <strong>de</strong>cir nada, se fueron <strong>de</strong> la pieza.<br />

Me llevaron a <strong>un</strong>a piecita don<strong>de</strong> había otros <strong>de</strong>tenidos, todos muy<br />

apretados, y me <strong>de</strong>jaron en el piso. Tuve la impresión <strong>de</strong> que lo peor<br />

había pasado y volví a quedar inmóvil, pensando que <strong>de</strong> esa forma no se<br />

darían cuenta <strong>de</strong> mí. Cuando no habia ningún guardia cerca, alg<strong>un</strong>os<br />

hablaban en voz baja, otros se lamentaban.<br />

Con el pasar <strong>de</strong> las horas empecé a i<strong>de</strong>ntificar mejor mis dolores. La caja<br />

toráxica me dolía cada vez que respiraba algo prof<strong>un</strong>damente, sobre todo<br />

<strong>un</strong>a costilla, probablemente rota. Las manos estaban heridas por las<br />

esposas y al contacto con ellas el dolor se acentuaba aún más. La venda<br />

seguía apretada y los ojos también me dolían.<br />

Al llegar la noche, el ambiente se calmó nuevamente; <strong>un</strong> guardia preg<strong>un</strong>tó<br />

por mí y me dio <strong>un</strong>a colcha y <strong>un</strong> paquete con comida que habían traído<br />

mis familiares, lo que significaba que éstos sabían dón<strong>de</strong> me encontraba;<br />

es <strong>de</strong>cir que la policía me había reconocido como <strong>de</strong>tenido. Era <strong>un</strong>a<br />

garantía <strong>de</strong> salvación.<br />

Esa noche comí mi primer sánguche y tomé agua <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mucho<br />

tiempo. Dormí en el suelo tapado con mi colcha, con las manos esposadas<br />

a<strong>de</strong>lante. Las cosas empezaban a mejorar. El estar mezclado con los<br />

<strong>de</strong>más <strong>de</strong>tenidos me protegía. Con mucha pru<strong>de</strong>ncia pedí al guardia que<br />

me aflojara la venda <strong>de</strong> los ojos.<br />

Al día siguiente, <strong>un</strong> guardia me llevó al baño y me sacó las esposas.<br />

-Pegate <strong>un</strong> baño que estás a la miseria, cuando estés solo sacate la<br />

8


venda.<br />

Lentamente me saqué la venda pero igualmente no podía ver; pensé que<br />

los párpados se habían pegado por haber estado cerrados por tanto<br />

tiempo. Con los <strong>de</strong>dos los separé y traté <strong>de</strong> verme en el pequeño espejo<br />

<strong>de</strong>l baño. No podía reconcer la cara que me miraba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí. Ése no<br />

podía ser yo: la cara redonda, hinchada, y los ojos negros como si tuviera<br />

<strong>un</strong> antifaz. En realidad, no era que los párpados estuvieran cerrados, sino<br />

que también estaban sumamente hinchados.<br />

El agua me <strong>de</strong>volvió las energías y el cuerpo la recibía como <strong>un</strong> líquido<br />

milagroso.<br />

Nuevamente con la venda en los ojos y esposado volví al montón<br />

protector, me sentía mucho mejor. Podía fumar y ya me animaba a<br />

cambiar alg<strong>un</strong>as palabras con mis compañeros <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgracia. Pero el miedo<br />

a otros interrogatorios me volvía cada vez que el ruido <strong>de</strong> pasos seguros y<br />

veloces se acercaban a nosotros. Miedo alimentado por alg<strong>un</strong>os guardias<br />

que nos amenazaban con futuras "sesiones".<br />

El día pasaba interminable, sin nada que hacer ni <strong>de</strong>cir, cada tanto <strong>un</strong><br />

cigarrillo. Seguí aprendiendo el arte <strong>de</strong> esperar, esperar sin sentido, sin<br />

razón y sin confines. Esperar y basta, horas inmóvil, sin <strong>de</strong>recho a<br />

preg<strong>un</strong>tar nada ni a saber nada. Conversábamos lo esencial con los <strong>de</strong>más<br />

<strong>de</strong>tenidos.<br />

Trataba <strong>de</strong> imaginarme el lugar don<strong>de</strong> me encontraba: el <strong>de</strong>partamento<br />

Informaciones <strong>de</strong> la policía <strong>de</strong> la provincia <strong>de</strong> Córdoba. Había estado<br />

<strong>de</strong>tenido en este mismo lugar hacía dos años, en mayo <strong>de</strong> 1974. Pero las<br />

condiciones habían sido muy distintas. En aquel entonces había <strong>un</strong><br />

gobierno <strong>de</strong>mocrático, poco antes <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> Perón. En esa<br />

oport<strong>un</strong>idad, nada <strong>de</strong> golpes ni vendas. Me <strong>de</strong>tuvieron j<strong>un</strong>to a <strong>un</strong><br />

compañero a la salida <strong>de</strong>l sindicato SMATA <strong>de</strong> Córdoba. Se habían<br />

efectuado las elecciones <strong>de</strong> los dirigentes <strong>de</strong>l sindicato en <strong>un</strong> momento<br />

muy caliente y <strong>de</strong>licado. Las listas que se presentaron eran tres: "gris"<br />

(peronismo <strong>de</strong> <strong>de</strong>recha), "marrón" (sectores <strong>de</strong> ultra izquierda) y<br />

"naranja" (peronismo <strong>de</strong> izquierda), <strong>de</strong> la cual yo era activista. Cada lista<br />

tenía <strong>un</strong> grupo <strong>de</strong> custodia <strong>de</strong> las urnas para evitar que las <strong>de</strong>más<br />

pudieran hacer alg<strong>un</strong> frau<strong>de</strong>. Al final <strong>de</strong> la jornada electoral nos dirigimos<br />

todos los grupos al sindicato. Una vez que las urnas fueron <strong>de</strong>bidamente<br />

aseguradas, nos dispusimos a irnos a casa. A poca distancia <strong>de</strong>l sindicato<br />

nos esperaba la policía. Mi compañero era <strong>un</strong> estudiante, Juan Manuel<br />

Diez; cuando lo palparon le encontraron <strong>un</strong> revólver 38 en la cintura y, en<br />

el piso <strong>de</strong>l auto, <strong>un</strong>a Luger <strong>de</strong> la época <strong>de</strong> la guerra española que habría<br />

<strong>de</strong>bido usar yo, pero que no f<strong>un</strong>cionaba, servía sólo para impresionar.<br />

Estuve <strong>un</strong>a semana en Informaciones, y me interrogó el mismo flaquito<br />

que me fue a buscar a casa en esta última <strong>de</strong>tención. N<strong>un</strong>ca se tragó el<br />

hecho <strong>de</strong> que yo viviera en casa <strong>de</strong> mi suegra, como había <strong>de</strong>clarado<br />

aquella vez. Efectivamente, con Estela vivíamos en <strong>un</strong>a Unidad Básica<br />

peronista, pero no podíamos dar esa dirección. Con el pasar <strong>de</strong> los años,<br />

y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> muchos cambios <strong>de</strong> casa, terminamos viviendo en lo <strong>de</strong> mi<br />

suegra.<br />

9


-¡Pittuelli! -El llamado enérgico <strong>de</strong>l guardia me volvió a la realidad.<br />

-Sí, soy yo. -Otra vez el "baile", pensé. Yo imaginaba que habían<br />

terminado conmigo.<br />

-Venga que tiene que <strong>de</strong>clarar.<br />

"¿Declarar? ¿Declarar qué? ¿Con todo lo que he pasado en los<br />

interrogatorios, todavía me quieren hacer <strong>de</strong>clarar?", pensé.<br />

El guardia me guió a <strong>un</strong>a oficina. Me sentaron <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> <strong>un</strong> policía que me<br />

hacía preg<strong>un</strong>tas en tono gentil y escribía a máquina. Parecía <strong>de</strong> <strong>un</strong>a raza<br />

distinta a la <strong>de</strong> los <strong>de</strong>l "interrogatorio". ¿Habíamos cambiado <strong>de</strong> m<strong>un</strong>do o<br />

me estaban tomando el pelo?<br />

Respondí nuevamente a las mismas preg<strong>un</strong>tas: Si tenía el mimeografo:<br />

NO; si pertenecía a la organización Montoneros: NO; si conocía personas<br />

relaciondas a los Montoneros: NO; si tenía algo que <strong>de</strong>clarar: NO.<br />

Sin forzarme y sin comentarios, el policía escribía en su máquina. ¡Quién<br />

sabe lo que estaba escribiendo!<br />

Terminada la <strong>de</strong>claración, me invitó a firmarla.<br />

-Bájese la venda, léala y firme.<br />

-No puedo leerla, señor, a<strong>un</strong>que me baje la venda. -Y le hice ver los ojos.<br />

-Mire - me dijo-, le aseguro que escribí exactamente lo que usted<br />

rspondió.<br />

¿Qué alternativa me quedaba? Me dio <strong>un</strong>a lapicera, me ubicó la mano en<br />

el lugar don<strong>de</strong> <strong>de</strong>bía firmar, y yo firmé.<br />

No sabía cuántos días habían pasado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que me <strong>de</strong>tuvieron: ¿cuatro?,<br />

¿seis? Físicamente me estaba reponiendo. Probablemente dos o tres días<br />

<strong>de</strong> interrogatorios y otros dos o tres <strong>de</strong> espera. Hasta que llegó el<br />

momento <strong>de</strong>l traslado a la cárcel, y recién en ese momento pu<strong>de</strong> saber<br />

algo <strong>de</strong> Estela. Tendríamos que haber ido j<strong>un</strong>tos a la cárcel pero ella, a<br />

poco <strong>de</strong> la <strong>de</strong>tención, habia tenido <strong>un</strong>a pérdida y la habían llevado al<br />

hospital, por lo que estuvo todo este tiempo allí y se había salvado <strong>de</strong>l<br />

infierno.<br />

Me pusieron en <strong>un</strong> auto con <strong>un</strong> policía a mi lado y otros dos a<strong>de</strong>lante, y<br />

me sacaron la venda. Ya podía ver bastante bien. Cuando los policias me<br />

vieron los ojos, se asombraron.<br />

-¡Qué le hicieron a este coso, che! ¡Están locos! ¡Mirá cómo lo <strong>de</strong>jaron!<br />

¡Así no lo van a recibir en la carcel! -Y se acusaban mutuamente.<br />

Otro policía muy joven me consolaba.<br />

-Ahora para vos lo peor ya pasó, pibe, en la cárcel vas a estar bien. Ahí<br />

nadie te va a pegar, vas po<strong>de</strong>r ver a tus familiares y, si estás en or<strong>de</strong>n,<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> tres o cuatro meses te largan. -Probablemente lo <strong>de</strong>cía<br />

convencido, pero se estaba equivocando fiero sobre la vida en la cárcel.-<br />

Ahora agachá la cabeza para que no te vea la gente.<br />

Salimos seguidos por otro auto. Por las voces reconcí en mis<br />

acompañantes, todos <strong>de</strong> mi misma edad, a los mismos que me habían<br />

toturado y molido a golpes.<br />

10


U<strong>NI</strong>DAD PE<strong>NI</strong>TENCIARIA DE CÓRDOBA<br />

La oficina <strong>de</strong> recibimiento <strong>de</strong> la cárcel era como todas las oficinas <strong>de</strong> la<br />

policía: escritorios gran<strong>de</strong>s <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra y armarios contra las pare<strong>de</strong>s,<br />

sucias y peladas.<br />

Yo estaba parado en el centro <strong>de</strong> la pieza y el médico me daba vueltas<br />

alre<strong>de</strong>dor sin atreverse a tocarme. Sentado en el escritorio, había <strong>un</strong><br />

f<strong>un</strong>cionario <strong>de</strong> la <strong>un</strong>idad. Más alejados estaban dos <strong>de</strong> los policías que me<br />

habían traido, haciéndose los indiferentes.<br />

-No lo po<strong>de</strong>mos recibir en estas condiciones -dijo el f<strong>un</strong>cionario-. Está<br />

muy golpeado.<br />

El médico empezó a revisarme. Me miró los ojos y me auscultó el pecho,<br />

<strong>de</strong>spués me apretó levemente los moretones <strong>de</strong>l cuerpo.<br />

-¿Usted cómo se siente? -preg<strong>un</strong>tó.<br />

-Bastante bien -respondí. Y por la expresión <strong>de</strong> mi cara <strong>de</strong>be haber<br />

entendido que no quería volver al lugar <strong>de</strong> don<strong>de</strong> venía.<br />

-Pue<strong>de</strong> pasar, los golpes parecen externos -le dijo al f<strong>un</strong>cionario.<br />

Éste me miró <strong>un</strong> rato en silencio, <strong>de</strong>spués firmó <strong>un</strong> papel y <strong>de</strong>spidió a los<br />

policías.<br />

-¿Tiene algún problema con algún <strong>de</strong>tenido que se encuentra en esta<br />

cárcel? -me preg<strong>un</strong>tó.<br />

-No, no tengo ningún problema con nadie -respondí. De todos modos no<br />

había entendido la preg<strong>un</strong>ta, sin saber que tendría mucha importancia<br />

para mi estadía en la cárcel.<br />

-Bueno, entonces va al 6.<br />

N<strong>un</strong>ca había entrado en <strong>un</strong>a cárcel como <strong>de</strong>tenido. Todo era<br />

extremadamente gris y sucio. Los presos miraban al recién llegado a<br />

través <strong>de</strong>l portón <strong>de</strong> rejas que da acceso a los pabellones. Pasamos el<br />

primer centro <strong>de</strong> pabellones. Por la pinta <strong>de</strong>bían ser presos com<strong>un</strong>es.<br />

Unos setenta metros más a<strong>de</strong>lante había otro centro <strong>de</strong> control. Yo, con<br />

dificultad y dolorido, llevaba mi colchón, colcha, jarro, plato y cubiertos. El<br />

guardia abrió el pesado portón <strong>de</strong> rejas <strong>de</strong>l pabellón 6, me <strong>de</strong>jó a<strong>de</strong>ntro y<br />

se fue. Inmediatamente me ro<strong>de</strong>aron los presos <strong>de</strong>l pabellón, que me<br />

preg<strong>un</strong>taban por mi estado <strong>de</strong> salud y por la situación fuera <strong>de</strong> la cárcel.<br />

Todos muy solidarios conmigo. Allí encontré alg<strong>un</strong>os que yo conocía <strong>de</strong><br />

antes y eso me tranquilizó; es importante ser conocido por alguien que ya<br />

está <strong>de</strong>tenido.<br />

Después <strong>de</strong> los primeros comentarios, dos <strong>de</strong> ellos me condujeron aparte<br />

y me hicieron <strong>un</strong>a especie <strong>de</strong> interrogatorio; eran Vaca Narvaja y el<br />

"Colorado" Ferreyra, <strong>de</strong>legados <strong>de</strong> los Montoneros y <strong>de</strong>l Partido<br />

Revolucionario <strong>de</strong> los Trabajadores en el pabellón. Trataban <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>terminar qué tipo era yo y a qué organización pertenecía. Después <strong>de</strong>l<br />

breve interrogatorio me <strong>de</strong>stinaron a la celda 4, la celda <strong>de</strong> los<br />

"<strong>de</strong>sorganizados".<br />

Hasta ese momento, alg<strong>un</strong>as cosas <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l pabellón eran<br />

<strong>de</strong>terminadas por los mismos presos, que en su gran mayoría eran<br />

Montoneros o <strong>de</strong>l PRT-ERP, y en base a esta categoría estaban divididas<br />

las celdas: celdas <strong>de</strong> "Montos" y celdas <strong>de</strong> PRT. La 4 estaba <strong>de</strong>stinada a<br />

11


los que no pertenecían a estas dos organizaciones.<br />

Me acompañaron a mi <strong>de</strong>stino, al final <strong>de</strong>l largo corredor central <strong>de</strong>l<br />

pabellón, y mis nuevos compañeros me recibieron muy bien, me invitaron<br />

con mate y cigarrillos y trataban <strong>de</strong> ser amables conmigo, visto mi estado<br />

físico; también me ametrallaban a preg<strong>un</strong>tas. En la celda, <strong>de</strong> <strong>un</strong>os cuatro<br />

metros <strong>de</strong> ancho por <strong>un</strong>os ocho <strong>de</strong> largo, había cinco camas que ya<br />

estaban ocupadas. Yo acomodé mi colchón en el piso, al lado <strong>de</strong> otros dos.<br />

A pesar <strong>de</strong>l duro golpe que significaba entrar en la cárcel, estaba<br />

tranquilo. Se acababan las palizas, los golpes, los interrogatorios y las<br />

noches <strong>de</strong> pesadilla en Informaciones. Y cuando se comienza a estar más<br />

tranquilo se empieza a pensar: pensar en Estela, Adrián, los amigos y la<br />

libertad perdida. Y <strong>un</strong>o se hace la preg<strong>un</strong>ta que acompañará<br />

permanentemente la vida <strong>de</strong>l preso <strong>politico</strong>: "¿Cuánto tiempo tendré que<br />

pasar aquí?" Tenía que encontrar <strong>un</strong>a <strong>de</strong>fensa para enfrentar estos dos<br />

enemigos: los afectos y el tiempo. Me comportaría como <strong>un</strong>a persona<br />

sin vínculos externos.<br />

Tenía que abrir <strong>un</strong> paréntesis que cerraría solamente el día que me<br />

encontrara realmente con mis seres queridos. Era inútil y sumamente<br />

dañoso vivir pensando en ellos. El dolor sería terrible. Yo estaba solo aquí<br />

y <strong>de</strong>bía sobrevivir física y espiritualmente. Éste era ahora mi m<strong>un</strong>do.<br />

Empezaba <strong>de</strong> cero.<br />

El tiempo también era <strong>un</strong> enemigo terrible; lo enfrentaría con <strong>un</strong> doble<br />

espíritu: no per<strong>de</strong>r la esperanza <strong>de</strong> salir lo antes posible, pero estar<br />

preparado para quedarme aquí todo el tiempo que fuera necesario.<br />

La vida en el pabellón 6 era muy tranquila y sociable. Durante el día, las<br />

celdas estaban abiertas y, a la noche, nos encerraban y nos contaban. El<br />

pabellón tenía cuatro gran<strong>de</strong>s celdas con <strong>un</strong>as veinte personas cada <strong>un</strong>a:<br />

dos ocupadas por los Montoneros y dos por los <strong>de</strong>l PRT; a<strong>de</strong>más, había<br />

dos más pequeñas y, entre ellas, la 4. Ning<strong>un</strong>a tenía servicios higiénicos<br />

ni agua. Al final <strong>de</strong>l pasillo que separaba las celdas había <strong>un</strong> gran<br />

lavatorio para lavar la vajilla y, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l lavatorio, los baños con las<br />

duchas, inodoros y piletas para lavar la ropa.<br />

Cuando las celdas estaban abiertas se caminaba continuamente a lo largo<br />

<strong>de</strong>l pasillo central. Los Montoneros y los <strong>de</strong>l PRT hacían activida<strong>de</strong>s<br />

relacionadas a su organización; eran ellos los que repartían la comida y<br />

racionaban los cigarrillos.<br />

De a poco fui conociendo a mis compañeros <strong>de</strong> celda. Dos ex integrantes<br />

<strong>de</strong>l PRT, castigados por <strong>de</strong>latores en la tortura: "Mate <strong>de</strong> plata", así<br />

<strong>de</strong>nominado por su cabellera blanca, y Víctor, malignamente llamado<br />

"Medio barrio", por la cantidad <strong>de</strong> gente que había arrastrado con él a la<br />

cárcel. Ahora querían hacer buena letra y obe<strong>de</strong>cían a todo lo que les<br />

dijera la organización.<br />

Otros dos pertenecían a la organización Po<strong>de</strong>r Obrero: Raúl y "Diablito",<br />

este último, llamado así por sus evi<strong>de</strong>ntes signos faciales, era<br />

consi<strong>de</strong>rado, antes <strong>de</strong> ser <strong>de</strong>tenido, <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los nexos entre las dos<br />

organizaciones mayores. Él no confirmaba ni <strong>de</strong>smentía esta versión,<br />

para cubrirse <strong>de</strong> <strong>un</strong> aire <strong>de</strong> misterio y <strong>de</strong> respeto. Era taciturno y<br />

12


eservado, pero hablaba mucho conmigo porque, en <strong>de</strong>finitiva, en nuestra<br />

celda, por <strong>un</strong>a cosa o por otra, no encontraba ning<strong>un</strong>o <strong>de</strong> confianza.<br />

Tenía mucha relación con los com<strong>un</strong>es, que lo aprovisionaban al margen<br />

<strong>de</strong> las dos organizaciones predominantes.<br />

Estaba tambien el "Sordo", <strong>un</strong> preso medio común y medio político. Él<br />

se <strong>de</strong>finía preso político porque, hasta ese momento, los <strong>de</strong> esa<br />

condición la pasaban mejor que los com<strong>un</strong>es, <strong>un</strong>a cosa <strong>de</strong> la que <strong>de</strong>ntro<br />

<strong>de</strong> poco se iba a arrepentir. Seg<strong>un</strong> él, lo habían <strong>de</strong>tenido con cartuchos<br />

<strong>de</strong> dinamita <strong>de</strong> <strong>un</strong>a cantera don<strong>de</strong> trabajaba.<br />

El flaco L<strong>un</strong>a era <strong>un</strong> medio hippy que nos contaba las emociones que se<br />

experimentan con el uso <strong>de</strong>l ácido lisergico y drogas varias; no se sabía<br />

bien por qué lo habían <strong>de</strong>tenido. No pertenecía a ning<strong>un</strong>a organización,<br />

pero era <strong>de</strong> izquierda por principio.<br />

Por último estaban el gordo Frencia y Carlos Cantoni, allegados al<br />

Peronismo <strong>de</strong> Base y acusados en mi mismo proceso judicial. Frencia era<br />

<strong>de</strong> mi barrio y lo conocía <strong>de</strong>l grupo juvenil <strong>de</strong> la parroquia; pocos días<br />

antes habían <strong>de</strong>tenido a su hermano, pero él se quedó tranquilamente en<br />

su casa sin pensar que pudieran venir a buscarlo tambien a él. Cantoni era<br />

el marido <strong>de</strong> la Bety; era <strong>un</strong> representante <strong>de</strong> comercio que no tenía<br />

mucho que ver con la política, y la simpatía por el PB era <strong>un</strong>a<br />

consecuencia <strong>de</strong> su relación con la Bety. No le dije nada <strong>de</strong>l<br />

comportamiento <strong>de</strong> ella en Informaciones. En las circ<strong>un</strong>stancias en que<br />

nos encontrábamos, hubiera servido sólo para amargarlo más <strong>de</strong> lo que<br />

ya estaba.<br />

Enseguida me di cuenta que los presos <strong>de</strong> las organizaciones no se<br />

daban cuenta <strong>de</strong> lo que estaba pasando en el país, ni <strong>de</strong> las<br />

características <strong>de</strong>l reciente golpe militar. Afuera estaban <strong>de</strong>teniendo y<br />

matando a la gente por zonceras, y éstos aquí a<strong>de</strong>ntro, a merced <strong>de</strong> los<br />

milicos, se daban el lujo <strong>de</strong> protestar, <strong>de</strong> rechazar la comida y <strong>de</strong> exigir<br />

mejoras, todas cosas justas, pero era <strong>un</strong>a contradicción que no podía<br />

durar mucho.<br />

Y efectivamente fue así. La señal llegó vestida <strong>de</strong> ver<strong>de</strong>, con botas y a los<br />

gritos. Empezaron por el pabellón 8, don<strong>de</strong> se encontraban los presos<br />

políticos consi<strong>de</strong>rados más peligrosos, y que estaba en el primer piso<br />

sobre nuestro pabellón. Sentimos gritos, corridas, insultos, armas que se<br />

cargaban. Sacaron a todos los <strong>de</strong>tenidos al patio y los requisaron.<br />

Sabíamos que <strong>de</strong>spués vendrían a nuestro pabellón, y la adrenalina<br />

empezó a correr por nuestros cuerpos.<br />

Entraron acompañados por el ruido <strong>de</strong> muchos borseguíes y<br />

escuchamos el grito que se repetiría cada vez que entraran al pabellón: -<br />

¡ ¡ Cara contra la pared!!<br />

Y a los empujones, golpes e insultos, nos fueron sacando al patio,<br />

celda por celda.<br />

El patio era <strong>un</strong> triángulo formado por tres pabellones. Nos ubicaron en dos<br />

lados <strong>de</strong>l triángulo, <strong>un</strong> preso j<strong>un</strong>to al otro, con las piernas abiertas y los<br />

<strong>de</strong>dos apoyados en la pared; a su vez, con los pies tan alejados <strong>de</strong> la<br />

misma que nuestro cuerpo formaba <strong>un</strong> ángulo <strong>de</strong> cuarenta y cinco grados<br />

13


con el piso. A nuestras espaldas, en el tercer lado <strong>de</strong>l triángulo, <strong>un</strong>os<br />

veinte soldados armados con fusiles nos controlaban. Por grupos <strong>de</strong><br />

diez, aproximadamente, nos or<strong>de</strong>naron <strong>de</strong>svestirnos; teníamos que<br />

hacerlo velozmente y, sin darnos vuelta, <strong>de</strong>jar la ropa a nuestras<br />

espaldas, hacia el interior <strong>de</strong>l patio. Otros militares, probablemente<br />

suboficiales, la revisaban moviéndola con los pies y mezclando todo. Esto<br />

se hacía entre gritos, insultos y palos para los más lerdos o para quien se<br />

daba vuelta. A otra or<strong>de</strong>n teníamos que vestirnos. Es <strong>un</strong> <strong>de</strong>cir, porque<br />

teníamos que buscar nuestra ropa en el montón. Los más lerdos eran los<br />

más castigados, ya que quedaban más milicos para menos presos y con<br />

ellos se ensañaban en grupo.<br />

No faltó el <strong>de</strong>talle tragicómico en el torbellino <strong>de</strong> <strong>un</strong>iformes, gritos, ropa y<br />

hombres <strong>de</strong>snudos. Al terminar <strong>de</strong> vestirse <strong>un</strong> grupo, quedó <strong>un</strong> calzoncillo<br />

en el patio.<br />

-¿De quién es ese calzoncillo? -gritó el oficial.<br />

Silencio. El dueño sabía lo que le esperaba. O, mejor dicho, no sabía lo que<br />

le podía pasar, que era peor.<br />

-¿De quién es ese calzoncillo? -repitió.<br />

De nuevo, silencio.<br />

-Los <strong>de</strong>l último grupo, ¡bájense los pantalones!<br />

Al pobre que enseñó el culo <strong>de</strong>snudo se lo <strong>de</strong>jaron negro a gomazos. Debe<br />

haber mal<strong>de</strong>cido al inventor <strong>de</strong> los calzoncillos.<br />

Una vez terminada la requisa, en fila india y a saltos <strong>de</strong> rana nos<br />

mandaron a las celdas.<br />

Fue <strong>de</strong>solador ver cómo había quedado la nuestra: todo dado vueltas,<br />

alg<strong>un</strong>os colchones abiertos y la lana <strong>de</strong>sparramada por todos lados. Se<br />

habían llevado todo lo que no fuera esencial: calentadores, mates, pavas,<br />

juegos <strong>de</strong> mesa, la guitarra. Habían <strong>de</strong>jado sólo la ropa, los jabones,<br />

<strong>de</strong>ntífricos y el papel higiénico. Nos miramos sin po<strong>de</strong>r reaccionar. El<br />

guardia cerró la celda con el candado y nos dimos cuenta que, <strong>de</strong> ahora<br />

en a<strong>de</strong>lante, cambiaría nuestra vida <strong>de</strong> presos. Empezaba <strong>un</strong> período duro<br />

para nosotros.<br />

Des<strong>de</strong> ese día la vida en el pabellón 6 cambió. Habíamos pasado bajo la<br />

custodia <strong>de</strong>l Tercer Cuerpo <strong>de</strong> Ejército <strong>de</strong> Córdoba, que tenía <strong>un</strong>a patrulla<br />

permanente en la cárcel. Los guardias carcelarios estaban encargados<br />

solamente <strong>de</strong> darnos la comida y <strong>de</strong> abrirnos las celdas para ir al baño.<br />

Teníamos que or<strong>de</strong>nar la celda como en el servicio militar, colchón<br />

doblado con las colchas sin <strong>un</strong>a arruga. Todos los días los milicos se<br />

daban <strong>un</strong>a vuelta, y al grito <strong>de</strong>: "¡¡cara contra la pared!!" entraban al<br />

pabellón para controlar el or<strong>de</strong>n. Cada visita era acompañada <strong>de</strong> gritos y,<br />

generalmente, <strong>de</strong> golpes. Toda excusa era buena para golpearnos.<br />

Estábamos encerrados en nuestras celdas las venticuatro horas <strong>de</strong>l día.<br />

Como no teníamos servicios higiénicos ni agua, nos sacaban diez<br />

minutos por día, <strong>un</strong>a celda a la vez, para hacer nuestras necesida<strong>de</strong>s y<br />

lavarnos. Era evi<strong>de</strong>nte que había que elegir qué hacer en ese tiempo,<br />

porque en diez minutos no se podía hacer <strong>de</strong>masiado. En general, todos<br />

buscábamos hacer lo esencial: mear y cagar. Cuando, en cambio, estas<br />

14


necesida<strong>de</strong>s nos venían en otro horario, usábamos <strong>un</strong> rincón <strong>de</strong> la celda,<br />

sobre <strong>un</strong> nylon que <strong>de</strong>spués envolvíamos como <strong>un</strong> paquete. Si hacer<br />

nuestras necesida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> esta forma y <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> todos era violento, aún<br />

peor era cagar cuando ya lo había hecho otro. Era preciso abrir el<br />

"paquete", hacer lo que había que hacer y volver a cerrarlo. Para mear<br />

habíamos conseguido <strong>un</strong> tarro <strong>de</strong> cinco litros. Durante el tiempo <strong>de</strong>l baño,<br />

el que había usado el nylon tenía que limpiarlo lo mejor posible.<br />

No nos estaba permitido hacer nada en la celda. No podíamos fumar ni<br />

escribir, y no teníamos qué leer. Nada. Sólo podíamos hablar entre<br />

nosotros.<br />

Después <strong>de</strong>l primer momento <strong>de</strong> shock, que duró tres o cuatro días,<br />

empezamos a organizar la vida en la celda para ocupar el tiempo y no<br />

volvernos locos. Fue entonces que elaboramos cursos <strong>de</strong> distintas cosas.<br />

Todo aquel que sabía algo, tenía que enseñarlo a los <strong>de</strong>más, en forma<br />

organizada y con <strong>un</strong> pequeño programa. Así nacieron cursos <strong>de</strong> guitarra<br />

(teóricos, evi<strong>de</strong>ntemente), <strong>de</strong> matemática, <strong>de</strong> serigrafía, <strong>de</strong> incisiones<br />

con ácido (dado por el "hippy"). No sólo existían cursos sino charlas<br />

sobre temas <strong>de</strong>terminados. Yo, por ejemplo, tuve <strong>un</strong>a charla sobre el<br />

proceso productivo <strong>de</strong> la ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> montaje <strong>de</strong> los motores <strong>de</strong> la<br />

Renault, fábrica don<strong>de</strong> había trabajado. Otra parte <strong>de</strong>l día era <strong>de</strong>dicada a<br />

juegos. El más animado era "dígalo con mímica", que consistía en adivinar<br />

títulos <strong>de</strong> películas o <strong>de</strong> canciones a través <strong>de</strong> la mímica <strong>de</strong> <strong>un</strong>a persona.<br />

A la noche, cuando apagaban la luz, era el momento más terrible; cada<br />

<strong>un</strong>o se quedaba solo con sus miedos, sus angustias y sus recuerdos.<br />

Para aliviar esa instancia <strong>de</strong>cidimos contar cada noche <strong>un</strong>a película. Eso<br />

ayudaba a tener la mente ocupada y, <strong>de</strong> a poco, nos íbamos durmiendo.<br />

En <strong>un</strong> cierto p<strong>un</strong>to, el relator preg<strong>un</strong>taba cuantos eran los <strong>de</strong>spiertos para<br />

evaluar si convenía seguir contando. Si quedaban pocos, el relator<br />

interrumpía y continuaba la noche siguiente. Pero la noche siguiente todos<br />

querían que la continuara <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el momento en que se había dormido<br />

cada <strong>un</strong>o. Con el pasar <strong>de</strong> los dias (y <strong>de</strong> las noches) y <strong>de</strong> los meses, las<br />

películas empezaron a escasear y había alg<strong>un</strong>os que las inventaban, o<br />

mezclaban varias en <strong>un</strong>a sola. Todo estaba permitido, menos contar<br />

partes eróticas o muy sensibles: <strong>de</strong> hijos, madres y esas cosas. Puedo<br />

afirmar que, <strong>de</strong> <strong>un</strong>a forma u otra, todas las noches, durante los largos<br />

meses que estuvimos en la celda 4, siempre hubo alguien que contó <strong>un</strong>a<br />

película, ayudándonos <strong>de</strong> esa manera a aliviar nuestra angustia y a<br />

conciliar el sueño.<br />

Otro aspecto que se <strong>de</strong>spertó en nosotros, conj<strong>un</strong>tamente a nuestro<br />

encierro, fue el hambre, que nos acompañaría por mucho tiempo.<br />

Hambre que no era necesidad física, sino más bien <strong>un</strong> <strong>de</strong>sahogo<br />

sicológico, porque físicamente nos manteníamos bastante bien. Pero<br />

comer era nuestro único placer, y hacia la comida iban dirigidas todas<br />

nuestras ansias. A media mañana nos entregaban <strong>un</strong> pan que <strong>de</strong>bía ser<br />

<strong>de</strong> <strong>un</strong>os trescientos gramos <strong>de</strong> peso. Era esperado con pasión y existían<br />

distintos comportamientos hacia él. Había quien lo <strong>de</strong>voraba todo<br />

enseguida, todavía calentito, <strong>un</strong> manjar. Otros lo dividían en dos, para<br />

15


las comidas principales, y otros, yo entre ellos, lo dividían en cuatro para<br />

las cuatro comidas <strong>de</strong>l día. Los panes no eran exactamente iguales.<br />

Quisimos remediar esa diferencia recibiéndolos a todos j<strong>un</strong>tos para<br />

entregarlos posteriormente con algún suplemento para los que<br />

evi<strong>de</strong>ntemente eran más chicos. Pero era difícil conformar a todos y<br />

terminamos por aceptar la suerte <strong>de</strong> agarrar el que nos tocara.. Para<br />

nuestros ojos, el nuestro era siempre el pan más chico.<br />

Después <strong>de</strong>l pan, lo esperado eran el almuerzo y la cena, que consistían<br />

en <strong>un</strong>a especie <strong>de</strong> guiso o sopa aguada, que el guardia repartía<br />

empezando <strong>un</strong>a vez por cada p<strong>un</strong>ta <strong>de</strong>l pabellón para distribuir<br />

equitativamente la parte más líquida y la más espesa.<br />

Inteligentemente, se hacía acompañar <strong>de</strong> los <strong>de</strong>legados <strong>de</strong> las<br />

organizaciones, personas justas y respetadas por todos, y frente a los<br />

cuales ning<strong>un</strong>o osaba poner en duda la equidad <strong>de</strong> la repartija.<br />

Los platos <strong>de</strong> aluminio fueron rápidamente mo<strong>de</strong>lados <strong>de</strong> manera que<br />

pudieran contener más comida. Había alg<strong>un</strong>as más <strong>de</strong>seadas: la polenta<br />

y el arroz con lentejas, por el sabor y por la consistencia, que nos<br />

llenaban más la panza.<br />

Había en nuestra celda <strong>un</strong> plato distinto a los <strong>de</strong>más, <strong>un</strong>a especie <strong>de</strong><br />

fuente que tenía <strong>un</strong>a capacidad mayor que los platos normales.Ese<br />

plato nos tocaba por turnos y también el día <strong>de</strong>l cumpleaños <strong>de</strong> cada<br />

<strong>un</strong>o. El 14 <strong>de</strong> mayo, mi día, fue glorioso. N<strong>un</strong>ca olvidaré mi fuente<br />

rebosante <strong>de</strong> polenta que, sentado en mi lugar en el piso, fui consumiendo<br />

lentamente.<br />

El otro placer, en este caso para los fumadores, eran los cigarrillos o el<br />

tabaco. Muy <strong>de</strong> vez en cuando nos llegaba algún cigarrillo a través <strong>de</strong> los<br />

presos com<strong>un</strong>es que salían al patio o <strong>de</strong> las otras celdas. Entonces los<br />

fumadores, en las horas <strong>de</strong> tranquilidad, nos sentábamos todos j<strong>un</strong>tos y<br />

nos pasábamos el cigarrillo hasta que literalmente <strong>de</strong>saparecía entre<br />

nuestros <strong>de</strong>dos.<br />

A los pocos días <strong>de</strong> nuestro encierro siguieron llegando presos. La<br />

<strong>de</strong>stinación <strong>de</strong> las celdas ya no <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong> los <strong>de</strong>legados, obviamente, y<br />

era el mismo guardia que <strong>de</strong>terminaba en qué celda ubicarlos. A la<br />

nuestra llegaron cuatro nuevos presos: los hermanos Guidi, dos<br />

muchachos jóvenes, hijos <strong>de</strong> <strong>un</strong> dirigente <strong>de</strong>l Partido Com<strong>un</strong>ista,<br />

dinámicos y alegres, pero <strong>un</strong> poco creídos. Los dos restantes eran el<br />

"Negro"Acosta y el "Gordo" Heredia, que eran <strong>de</strong> Cosquín y trabajaban<br />

en <strong>un</strong> banco. Habían comprado <strong>un</strong> bono contribución <strong>de</strong>l PRT, sin saberlo,<br />

según ellos. De esta manera cayeron muchos empleados <strong>de</strong>l banco <strong>de</strong><br />

Cosquín.<br />

Era evi<strong>de</strong>nte que el Gordo Heredia no estaba preparado para la cárcel.<br />

Vivía pensando en sus hijos y se pasaba todo el día tirado en su colchón<br />

con <strong>un</strong>a <strong>de</strong>presión total.<br />

-Nos van a matar a todos -<strong>de</strong>cía lentamente, cada vez que alguien trataba<br />

<strong>de</strong> reanimarlo.<br />

Yo procuraba darle ánimo y <strong>un</strong> motivo para enfrentar la dura situación.<br />

-Aquí estás sólo vos, Gordo, tenés que vivir, y para eso tenés que<br />

16


olvidarte <strong>de</strong> todo lo que quedó afuera. El recuerdo <strong>de</strong> tu familia te tiene<br />

que ayudar a sobrevivir, no a <strong>de</strong>jarte morir.<br />

Yo veía, a través <strong>de</strong> sus relatos, a su familia, a sus rubios hijos y su<br />

hermosa mujer, en ese pueblo <strong>de</strong> postal que él i<strong>de</strong>alizaba siempre más;<br />

y las fiestas con sus amigos, entre canciones y asados.<br />

Pero <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> cada visita <strong>de</strong> los militares, con sus bailes y palizas, el<br />

Gordo caía en <strong>un</strong> letargo comatoso. Le pusimos "48": el "morto que<br />

parla".<br />

Por último, y para completar la lista <strong>de</strong> los ocupantes <strong>de</strong> la celda 4,<br />

llegaron el "Cañita", el alemán Otto y el petiso Borghi. Canita era<br />

integrante <strong>de</strong> los Montoneros y fue útil para equilibrar la composición<br />

politica <strong>de</strong> la celda. Hasta ese momento no había ningún Montonero, y la<br />

celda era influenciada <strong>un</strong>ilateralmente por el PRT, con Víctor y Mate <strong>de</strong><br />

Plata, influencia que condicionaba las informaciones internas y externas y<br />

las actitu<strong>de</strong>s a tomar.<br />

Otto era <strong>un</strong> muchacho muy joven, rubio, <strong>de</strong> bello semblante, <strong>un</strong> "ario".<br />

Había estudiado en el Liceo Militar General Paz <strong>de</strong> Córdoba. Alg<strong>un</strong>os<br />

militares, cuando hacían su "inspección" diaria, no entendían cómo había<br />

terminado relacionado a acciones subversivas.<br />

-Escuchame, Otto -le <strong>de</strong>cían-, vos sos <strong>un</strong> alemán, estudiaste en <strong>un</strong> Liceo<br />

Militar, ¿qué mierda hacés mezclado con estos terroristas? -Y a pesar <strong>de</strong><br />

su odio y su crueldad, siempre <strong>de</strong>jaban entrever <strong>un</strong> poco <strong>de</strong> respeto por<br />

él. Por motivos no muy claros para nosotros, fue juzgado por <strong>un</strong> trib<strong>un</strong>al<br />

militar y para ello lo llevaban cada tanto a las <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncias <strong>de</strong>l Tercer<br />

Cuerpo <strong>de</strong> ejército. Una pantomima con ban<strong>de</strong>ra, el retrato <strong>de</strong> San Martín<br />

y <strong>un</strong>a docena <strong>de</strong> oficiales <strong>de</strong> alto rango, como en las películas<br />

norteamericanas. Incluso tenía como abogado <strong>de</strong>fensor a <strong>un</strong> capitán <strong>de</strong>l<br />

ejército que, según Otto, lo hacía con la mejor <strong>de</strong> las intenciones. Al final<br />

terminaron con<strong>de</strong>nándolo a quince años <strong>de</strong> cárcel.<br />

Borghi era <strong>de</strong>legado sindical en la fábrica Sancor <strong>de</strong> Córdoba y le daba<br />

mucha importancia a que pron<strong>un</strong>ciáramos bien su apellido italiano.<br />

Con estos últimos eramos dieciséis personas en la celda, que se llenó<br />

totalmente. Cuando, llegada la noche, estirábamos nuestros colchones, el<br />

piso quedaba cubierto completamente.<br />

Al poco tiempo fuimos entendiendo cómo era el sistema <strong>de</strong> las guardias:<br />

los presos políticos <strong>de</strong>pendíamos <strong>de</strong>l ejército, guardia que estaba formada<br />

por <strong>un</strong>a patrulla con <strong>un</strong> teniente o teniente primero como jefe. Otro grupo<br />

estaba constituido por elementos <strong>de</strong> la gendarmería, que se ocupaba,<br />

sobre todo, <strong>de</strong> la guardia externa. Por último, los guardias <strong>de</strong> la cárcel,<br />

que abrían las celdas y nos daban la comida. El tratamiento que<br />

recibíamos <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong> las características <strong>de</strong>l teniente. La mayoría <strong>de</strong><br />

ellos se ensañaban con nosotros y nos <strong>de</strong>mostraban <strong>un</strong> odio nazi. Alg<strong>un</strong>os<br />

habían estado en la zona <strong>de</strong>l norte, Tucumán, combatiendo la guerrilla<br />

<strong>de</strong>l ERP, y ahora se <strong>de</strong>squitaban con nosotros. Cuando nos hacían la<br />

visita, casi diaria, acompañado <strong>de</strong> suboficiales o <strong>de</strong> gendarmes, nos daban<br />

<strong>un</strong>as palizas bárbaras. En <strong>un</strong>a <strong>de</strong> estas ocasiones habían <strong>de</strong>jado<br />

semiparalizado a <strong>un</strong> preso <strong>de</strong>l pabellón 8. Otros oficiales venían sólo para<br />

17


"bailarnos" <strong>un</strong> poco, como en la colimba. Gritaban <strong>de</strong>saforados pero no lo<br />

traducían en violencia física. Muchas veces pensé que hacían todo esto<br />

porque no podían comportarse <strong>de</strong> otro modo.<br />

Al fin <strong>de</strong> cuentas, esto nos mantenía bien físicamente, a<strong>un</strong>que<br />

aumentara nuestra hambre crónica. Después <strong>de</strong> cada paliza, cuando ya<br />

estábamos solos en la celda, largábamos nuestra tensión riéndonos y<br />

contándonos los golpes recibidos. El pobre Sordo recibía siempre más<br />

que todos porque, no escuchando las voces <strong>de</strong> mando, era el último en<br />

ejecutar las ór<strong>de</strong>nes, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ver lo que los <strong>de</strong>más hacíamos. Con el<br />

tiempo lo fueron conociendo y lo toleraban. Los mismos guardias<br />

carcelarios lo protegían, confirmando al oficial <strong>de</strong> turno que su sor<strong>de</strong>ra era<br />

real.<br />

Una vez a la semana, el guardia pasaba preg<strong>un</strong>tando quién necesitaba ir<br />

al médico; sólo dos por celda.<br />

Ir al médico era volver a sentirse humano. Al menos <strong>un</strong>a persona que nos<br />

trataba como tales. También era <strong>un</strong>a oport<strong>un</strong>idad <strong>de</strong> tomar <strong>un</strong> poco <strong>de</strong><br />

sol, porque nos hacían esperar en <strong>un</strong> pequeño patio con <strong>un</strong> poco <strong>de</strong><br />

césped y plantas. Los médicos sabían cómo vivíamos en los pabellones y<br />

nos daban más remedios <strong>de</strong> los necesarios para que los lleváramos a los<br />

<strong>de</strong>más presos. Estos remedios se los entregábamos al "Tordo" Prato, <strong>un</strong><br />

médico que estaba en la celda 3, y cuando alguien tenía <strong>un</strong> problema<br />

urgente él lo medicaba.<br />

Pero <strong>un</strong>a vez, con <strong>un</strong>a guardia particularmente hija <strong>de</strong> puta, los que fueron<br />

al médico volvieron más enfermos <strong>de</strong> lo que habían ido. Les habían dado<br />

<strong>un</strong>a paliza tremenda. Los llevaron en cuatro patas y los apuraban a<br />

patadas en el culo y en las costillas.<br />

Por mucho tiempo nadie se anotó para ir al médico, hasta que el guardia<br />

penitenciario aseguró que no existiría más ese "tratamiento".<br />

A fines <strong>de</strong> mayo se empezaron a verificar hechos terribles que nos<br />

hablaban claramente <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> habíamos ido a parar. Con la excusa <strong>de</strong><br />

traladarlos para ulteriores interrogatorios, sacaron <strong>un</strong>os seis <strong>de</strong>tenidos,<br />

hombres y mujeres, y les hicieron la "ley <strong>de</strong> fuga", es <strong>de</strong>cir que los<br />

asesinaron en el trayecto, diciendo que habían intentado fugarse. En ese<br />

primer "traslado" iba Mosé, <strong>un</strong> dirigente <strong>de</strong> la Juventud Peronista <strong>de</strong><br />

Córdoba que había estudiado en mi colegio sec<strong>un</strong>dario alg<strong>un</strong>os años<br />

antes que yo.<br />

Esta noticia corrió por todos los pabellones <strong>de</strong> presos políticos. Y nos trajo<br />

<strong>un</strong>a angustia mayor y estremecedora: no sólo podíamos ser golpeados,<br />

insultados, pasar hambre, cagar en el piso como los animales. Un día<br />

podía venir <strong>un</strong> guardia con <strong>un</strong>a patrulla militar, <strong>de</strong>cir tu nombre, y vos<br />

ya sabías que no volverías más, <strong>un</strong> "traslado" para siempre, <strong>de</strong>finitivo y<br />

eterno.<br />

Con el tiempo nos fuimos organizando cada vez más en la celda para<br />

satisfacer nuestras necesida<strong>de</strong>s y ocupar el tiempo. Con los jabones <strong>de</strong><br />

la ropa hicimos <strong>un</strong> juego <strong>de</strong> ajedrez, cuyas piezas (ver<strong>de</strong>s y blancas)<br />

escondíamos entre los pedazos rotos <strong>de</strong>l mismo jabón. También hicimos<br />

<strong>un</strong> pequeño mazo <strong>de</strong> naipes.<br />

18


Yo <strong>de</strong>scubrí <strong>un</strong>a nueva actividad que fue muy útil, a mí y a los que se<br />

sumaron <strong>de</strong>spués, para ocupar el tiempo. Trabajaba los huesos que<br />

venían con la comida, principalmente los caracú. Con <strong>un</strong> clavo encontrado<br />

en alg<strong>un</strong>a parte, y con la p<strong>un</strong>ta bien afilada, cortaba el caracú rayándolo<br />

infinitamente. Le daba la forma <strong>de</strong>finitiva lijándolo en <strong>un</strong> lugar <strong>de</strong> la<br />

pared que era <strong>de</strong> cemento. Luego, con el clavo, marcaba el dibujo hasta<br />

que fuera lo suficientemente prof<strong>un</strong>do, y llenaba la hendidura con el óxido<br />

<strong>de</strong> las rejas, hume<strong>de</strong>cido para darle color. Esta actividad me ocupaba<br />

muchísimo tiempo. Y mientras los <strong>de</strong>más hablaban o contaban algo, yo,<br />

con infinita paciencia, me <strong>de</strong>dicaba a mi huesito. Una vez terminado, lo<br />

metía a<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l colchón, atado a <strong>un</strong> hilo para po<strong>de</strong>r recuperarlo cuando<br />

fuese necesario. El colchón era el lugar i<strong>de</strong>al, porque nos acompañaba en<br />

todos nuestros traslados internos. Durante mi estadía en la cárcel <strong>de</strong><br />

Córdoba hice muchos huesitos y cada vez <strong>de</strong> mejor calidad: <strong>un</strong>a cruz<br />

calada para mi madre, <strong>un</strong> autito para mi padre, <strong>un</strong>a flor con el nombre<br />

para mi mujer, para mi hijo, mi hermana, etc. El máximo exponente <strong>de</strong>l<br />

trabajo con los huesos fue <strong>un</strong> par <strong>de</strong> agujas que nos resultó utilísimo.<br />

De cada <strong>un</strong>a <strong>de</strong> las cosas prohibidas había <strong>un</strong> encargado <strong>de</strong> escon<strong>de</strong>rlas<br />

("encanutarlas") en los momentos <strong>de</strong> peligro. A veces hacíamos<br />

simulaciones para comprobar que todo f<strong>un</strong>cionara correctamente:<br />

cigarrillos, cartas, ajedrez, clavos, todo tenía <strong>un</strong> escondite prefijado.<br />

Otra actividad que me ayudó a sobrellevar este período <strong>de</strong> cárcel fue el<br />

canto. El Gordo Heredia era buen cantor, y <strong>de</strong>sarrollaba esa actividad en<br />

<strong>un</strong> conj<strong>un</strong>to folclórico <strong>de</strong> su pueblo. Con él, y rescatando las letras <strong>de</strong> las<br />

canciones que nos acordábamos, nos poníamos a cantar a la tar<strong>de</strong>cita,<br />

caminando los pocos pasos que nos permitía la celda, mientras los <strong>de</strong>más<br />

nos escuchaban. Esto también ayudaba al Gordo en su lucha contra la<br />

<strong>de</strong>presión.<br />

En el peor momento <strong>de</strong> represión interna me llevaron a las oficinas <strong>de</strong><br />

a<strong>de</strong>lante para re<strong>un</strong>irme con mi abogado <strong>de</strong>fensor. Era el abogado <strong>de</strong> oficio<br />

que <strong>de</strong>fendía a casi todos los presos políticos, porque eran pocos los que<br />

se podían permitir pagar <strong>un</strong> abogado privado. A<strong>de</strong>más, eran pocos los<br />

abogados que aceptaban <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r presos políticos en ese momento; en<br />

tiempos anteriores habían sido amenazados, e incluso asesinados, varios<br />

<strong>de</strong> ellos.<br />

El abogado se llamaba Aro, "el doctor Aro", <strong>un</strong> hombre alto, algo canoso;<br />

sabía el rol que jugaba, <strong>un</strong> rol oficial, que no le permitía prometer nada.<br />

Sólo pretendía que la verdad saliera a la luz, al menos eso interpreté yo.<br />

A<strong>de</strong>más me daba seguridad y confianza.<br />

-¿De dón<strong>de</strong> vendrá todo esto? -me preg<strong>un</strong>tó-. Seguramente <strong>de</strong>l<br />

Peronismo <strong>de</strong> Base o sectores allegados -se respondió-. Toda la gente <strong>de</strong><br />

esta causa estuvo relacionada a la parroquia <strong>de</strong>l cura Layus. El mismo<br />

Layus se está <strong>de</strong>fendiendo como gato panza arriba para que no lo<br />

<strong>de</strong>tengan. Pero no creo que lo <strong>de</strong>tengan, ya pasó el momento más duro<br />

<strong>de</strong> esta causa.<br />

Yo le expliqué las cosas <strong>de</strong> la misma forma que lo hice en la policía.<br />

Señalando mis dudas sobre la <strong>de</strong>claración que había firmado, ya que no<br />

19


pu<strong>de</strong> leerla.<br />

-Y la chica, ¿qué dice la chica, doctor?<br />

-Ella va a retractar todo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l juez, explicando que su <strong>de</strong>claración<br />

ante la policía fue <strong>de</strong>bida a las torturas sufridas. Si es así todo andará<br />

bien.<br />

-Y los tiempos, doctor, ¿cuánto tendré que estar aquí? Usted sabe bien<br />

cómo nos tratan.<br />

-El tiempo <strong>de</strong>l proceso no será largo, alg<strong>un</strong>os meses, tres o cuatro.<br />

Uste<strong>de</strong>s, con mucha probabilidad, serán sobreseídos. Después, no lo sé,<br />

todos fueron puestos a disposición <strong>de</strong>l Po<strong>de</strong>r Ejecutivo Nacional, y ésos ya<br />

no son tiempos judiciales, son tiempos políticos.<br />

Me com<strong>un</strong>icó que mi mujer estaba bien. No le habían pegado durante los<br />

primeros días <strong>de</strong> <strong>de</strong>tencion. La habían llevado al hospital por <strong>un</strong> peligro <strong>de</strong><br />

aborto prematuro. Ahora estaba bien. Se encontraba en el pabellón 14 <strong>de</strong><br />

la misma cárcel.<br />

Volví a la celda <strong>un</strong> poco más animado, al fin alguien que me escuchaba<br />

y me entendía. A<strong>de</strong>mas me había dado buenas esperanzas.<br />

A los pocos días <strong>de</strong> mi encuentro con Aro, fui llevado nuevamente a las<br />

oficinas para <strong>de</strong>clarar ante el juez. Había otros que, si bien compartían mi<br />

misma causa, yo no conocía. Obviamente no podíamos hablar entre<br />

nosotros. Estábamos alejados y vigilados por soldados armados. Largas<br />

horas <strong>de</strong> espera con las manos en la espalda y la cara contra la pared.<br />

Hasta que llegó mi turno.<br />

Era <strong>un</strong>a oficina típica <strong>de</strong> la carcel: gran escritorio <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra oscura,<br />

máquina <strong>de</strong> escribir, alg<strong>un</strong>as sillas y armarios. El juez se llamaba<br />

Zamboni Le<strong>de</strong>sma, famoso juez que había con<strong>de</strong>nado muchos <strong>de</strong> los que<br />

estaban en mi pabellón, y el mismo que me había juzgado en el '74<br />

durante las elecciones en el sindicato. Por lo tanto, algo <strong>de</strong> mi vida ya<br />

conocía. Tenía más apariencia <strong>de</strong> borracho que <strong>de</strong> juez. Estaba<br />

acompañado por <strong>un</strong> secretario joven, pelirrojo y con cara <strong>de</strong> no<br />

perdonar nada. El doctor Aro me serenaba con su presencia y su<br />

seguridad. Yo esperaba que la usara para <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rme y no para<br />

h<strong>un</strong>dirme. También estaba en la oficina, cerca <strong>de</strong> la puerta, el militar que<br />

me había traido <strong>de</strong> la celda.<br />

El juez me indicó <strong>un</strong>a silla <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l escritorio para que me sentara y,<br />

cuando todos estuvieron acomodados, preg<strong>un</strong>tó:<br />

-¿Usted es Daniel Esteban Pittuelli, nacido en San Francisco el 14 <strong>de</strong> mayo<br />

<strong>de</strong> 1952?<br />

-Sí.<br />

-¿Sabe <strong>de</strong> qué se lo acusa?<br />

-No, señor.<br />

-Se lo acusa <strong>de</strong> violación a la ley 20.840, asociación ilícita contra el<br />

estado, y tenencia <strong>de</strong> explosivos y armas <strong>de</strong> guerra.<br />

Yo trataba <strong>de</strong> imaginar el efecto <strong>de</strong> estas palabras en el militar que se<br />

encontraba en la oficina y cuál sería su actitud durante el regreso a la<br />

celda.<br />

Después, el pelirrojo empezó a leer mi <strong>de</strong>claración hecha en la policia:<br />

20


"El acusado, preg<strong>un</strong>tado si poseía en su casa <strong>un</strong> mimeógrafo, respondió<br />

que no. Preg<strong>un</strong>tado si hacía activida<strong>de</strong>s relacionadas a la organización<br />

terrorista Montoneros, repondió que no. Preg<strong>un</strong>tado si conocía personas<br />

pertenecientes a la organización terrorista Montoneros, respondió que<br />

no. Preg<strong>un</strong>tado si...".<br />

¡Era increíble! Habían puesto exactamente lo que yo había <strong>de</strong>clarado.<br />

Era evi<strong>de</strong>nte que la teoría no les había f<strong>un</strong>cionado.<br />

El juez preg<strong>un</strong>tó si confirmaba o <strong>de</strong>smentía esa <strong>de</strong>claración. Y si tenia algo<br />

que agregar. Le respondí que estaba conforme con esa <strong>de</strong>claracion.<br />

Después me preg<strong>un</strong>tó sobre los <strong>de</strong>más acusados y mi relación con ellos.<br />

Yo, esquivando alg<strong>un</strong>as respuestas, trataba <strong>de</strong> ser lo más convincente<br />

posible, remarcando mi actividad sindical y sin negar mi afiliación<br />

peronista activa. A<strong>de</strong>más, él la conocía bastante bien.<br />

El juez dio por terminada la sesión; al parecer todo había ido bien, no<br />

tenía nada <strong>de</strong> que retractarme y eso era lo importante. Antes <strong>de</strong><br />

retirarme, encontré la fuerza para pedirle si podía hacer algo para<br />

mejorar nuestra vida en la cárcel, ya que nos pegaban, alg<strong>un</strong>os habían<br />

muerto, y no podíamos tener nada en nuestras celdas. Por más que<br />

tratara <strong>de</strong> hablar en voz baja, mis palabras llegaban al milico que estaba<br />

en la puerta, y era <strong>un</strong> riesgo para mí. El juez escuchaba con atención,<br />

asintiendo lentamente con la cabeza. Pero no dijo nada.<br />

Antes <strong>de</strong> retirarme <strong>de</strong> la oficina, el doctor Aro me dio la mano y me dijo:<br />

-Verá que todo irá bien.<br />

Mis miedos con respecto al milico que me acompañaba resultaron<br />

inf<strong>un</strong>dados, y el retorno a la celda fue sin problemas. Todos los<br />

compañeros me estaban esperando para llenarme <strong>de</strong> preg<strong>un</strong>tas: "¿Cómo<br />

te fue, che? ¿Te trataron bien? ¿Te dijo algo <strong>de</strong> cuándo va a terminar esto?<br />

¿Le contaste <strong>de</strong> acá a<strong>de</strong>ntro?".<br />

Se acercaba la fecha <strong>de</strong>l parto <strong>de</strong> Estela y empecé a preg<strong>un</strong>tar a los<br />

guardias y a los que iban a la enfermería si tenían noticias <strong>de</strong> nacimientos<br />

en el pabellón <strong>de</strong> las mujeres.<br />

La noticia llegó, como tantas otras cosas, a través <strong>de</strong> los com<strong>un</strong>es. En la<br />

hora <strong>de</strong> patio, <strong>de</strong> <strong>un</strong> grupo <strong>de</strong> com<strong>un</strong>es alguien susurró cerca <strong>de</strong> nuestra<br />

ventana:<br />

-Hubo dos nacimientos...<br />

En la vuelta siguiente completó la frase.<br />

-La Nuchi y la Pittuelli, es <strong>un</strong>a nena...<br />

Con eso ya me bastaba. Esa noche le preg<strong>un</strong>té al guardia, con la actitud<br />

<strong>de</strong> quien conoce y quiere confirmar, si sabía <strong>de</strong> nacimientos. Y el viejo<br />

L<strong>un</strong>a, <strong>un</strong> viejo guardia metido contra su vol<strong>un</strong>tad en este infierno, me<br />

confirmó: mi mujer había tenido <strong>un</strong>a nena el 26 <strong>de</strong> j<strong>un</strong>io.<br />

La vida siguió su curso pero yo me sentía más tranquilo y seguro,<br />

dispuesto más que n<strong>un</strong>ca a soportar la dura vida <strong>de</strong> la cárcel.<br />

Pocos días <strong>de</strong>spués, <strong>un</strong>a noche, cuando ya nos preparábamos para<br />

acostarnos, sentimos entrar <strong>un</strong> milico al pabellón. Venía solo y se acercó a<br />

la puerta <strong>de</strong> nuestra celda.<br />

-¿Pittuelli?<br />

21


-Sí.<br />

-¡Venga! -Me acerqué a la puerta <strong>de</strong> rejas manteniendo siempre la cabeza<br />

agachada. Y con acento oficial, <strong>de</strong> quien lee <strong>un</strong> com<strong>un</strong>icado, me dijo-: Le<br />

vengo a com<strong>un</strong>icar que su señora tuvo <strong>un</strong>a nena. Están las dos bien.<br />

-Gracias, señor -contesté en voz baja.<br />

Hubo <strong>un</strong> instante <strong>de</strong> silencio y <strong>de</strong>spués remató, lapidario:<br />

-¡No la verá n<strong>un</strong>ca! -Y se fue con paso ágil, haciendo ruido con sus<br />

borseguíes, <strong>de</strong>jándome parado con la sensación agridulce <strong>de</strong> haber<br />

recibido <strong>un</strong>a buena y <strong>un</strong>a mala noticia.<br />

Me dirigí lentamente a mi colchon en el piso. Ning<strong>un</strong>o <strong>de</strong> mis compañeros<br />

hizo comentarios. Mientras me acostaba me di ánimo, pensando que <strong>un</strong>a<br />

era <strong>un</strong>a muy buena noticia; la otra, sólo <strong>un</strong>a amenaza.<br />

Al poco tiempo me llevaron nuevamente a las oficinas <strong>de</strong> a<strong>de</strong>lante. Era<br />

para hacer la inscripción <strong>de</strong> mi hija en el registro civil <strong>de</strong> la cárcel.<br />

-La <strong>de</strong>tenida Estela Julia Robledo <strong>de</strong> Pittuelli tuvo <strong>un</strong>a nena. ¿Usted la<br />

reconoce como su hija?<br />

-Sí, es mi hija. -Y casi avergonzado agregué-: ¿Qué nombre le pusieron?<br />

-Cecilia <strong>de</strong>l Valle.<br />

"Cecilia <strong>de</strong>l Valle", pensé. Lo <strong>de</strong> "Cecilia" ya lo habíamos acordado con<br />

Estela; "<strong>de</strong>l Valle" era <strong>un</strong> agregado <strong>de</strong> alg<strong>un</strong>a otra persona. De mi suegra,<br />

probablemente, por la virgen <strong>de</strong> Valle.<br />

Firmé el libro <strong>de</strong>l registro y volví a mi celda <strong>un</strong> poco más seguro <strong>de</strong> haber<br />

tenido <strong>un</strong>a hija, a<strong>un</strong>que por ahora podía ver sólo los papeles.<br />

Había pasado <strong>un</strong> período <strong>de</strong> calma y, cuando ya parecía que las cosas<br />

podrían mejorar, los hechos nos trajeron a nuestra realidad <strong>de</strong> presos en<br />

<strong>un</strong>a cárcel que se asemejaba cada vez más a <strong>un</strong> campo <strong>de</strong> concentración.<br />

Eran los primeros días <strong>de</strong> julio cuando volvieron a sacarnos al patio para<br />

<strong>un</strong>a requisa general. Una mañana fría <strong>de</strong> invierno. De nuevo estar<br />

apoyados durante horas en la pared, esta vez con la cabeza, y con las<br />

manos atrás. De nuevo <strong>de</strong>svestirse y vestirse en medio <strong>de</strong> golpes y<br />

gomazos.<br />

Cuando la requisa estaba terminando y se estaban vistiendo los <strong>de</strong>l último<br />

grupo, en el silencio sólo roto por algún insulto o imprecación se escuchó<br />

<strong>un</strong> disparo. Inmediatamente se sintieron al <strong>un</strong>ísono todos los cerrojos <strong>de</strong><br />

los fusiles que cargaron. En ese momento tuve el presentimiento <strong>de</strong> que<br />

nos iban a matar a todos. Que aquí, con alg<strong>un</strong>a excusa, terminarían todo.<br />

A pesar <strong>de</strong>l frío, mis axilas largaban chorros <strong>de</strong> sudor.<br />

Después <strong>de</strong>l primer instante <strong>de</strong> in<strong>de</strong>cisión se sintieron movimientos<br />

inquietos entre los milicos y discusiones entre ellos. Un gendarme se me<br />

acercó.<br />

-Date vuelta y mirá -me dijo.<br />

Como yo dudara en obe<strong>de</strong>cerlo, insistió. Me di vuelta lentamente y, sin<br />

levantar la cabeza <strong>de</strong>l todo, vi el espectáculo <strong>de</strong>l patio: <strong>un</strong>os treinta<br />

soldados ap<strong>un</strong>tándonos con sus fusiles, suboficiales y oficiales que<br />

caminaban nerviosos en el extremo opuesto. Al final <strong>de</strong> la fila <strong>de</strong> los<br />

<strong>de</strong>sgraciados apoyados en la pared, <strong>un</strong>a camilla con <strong>un</strong>a persona a la que<br />

<strong>un</strong> guardia, con <strong>un</strong>a colcha, estaba tapando totalmente como se tapa a<br />

22


los muertos. Las pare<strong>de</strong>s viejas y <strong>de</strong>scascaradas <strong>de</strong> los pabellones<br />

colaboraban a hacer más triste y <strong>de</strong>primente el momento, y el cielo <strong>de</strong><br />

plomo se nos venía encima cada vez más.<br />

-¿Viste lo que le pasó a ese boludo? Lo "boletearon" porque quiso<br />

sacarle la pistola al suboficial. Si querés seguir vivo, n<strong>un</strong>ca intentés hacer<br />

eso.<br />

N<strong>un</strong>ca supe si era <strong>un</strong> consejo o <strong>un</strong>a amenaza.<br />

Volvimos a nuestras celdas con la moral hecha pedazos. El asesinado se<br />

llamaba Bauduco, <strong>de</strong> la celda 3, pariente nada menos que <strong>de</strong>l almirante<br />

Massera, comandante <strong>de</strong> la Marina argentina.<br />

Sumado al tremendo dolor por la muerte absurda <strong>de</strong> <strong>un</strong> compañero,<br />

pesaba sobre todos la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que lo mismo podía pasarnos a cualquiera<br />

<strong>de</strong> nosotros. No ya con <strong>un</strong> "traslado", sin ning<strong>un</strong>a lógica <strong>de</strong> peligrosidad<br />

ni <strong>de</strong> pertenencia a grupos guerrilleros, sino simplemente así, <strong>de</strong> <strong>un</strong><br />

tiro a quemarropa, en el patio <strong>de</strong> <strong>un</strong>a cárcel, <strong>un</strong>a mañana <strong>de</strong> invierno,<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> todos: nosotros, los guardias, los presos com<strong>un</strong>es. A los<br />

milicos no les importaba nada.<br />

Algún tiempo <strong>de</strong>spués tuve como compañero <strong>de</strong> celda a Vanella, que se<br />

encontraba al lado <strong>de</strong> Bauduco en la requisa <strong>de</strong>l patio, y me contó<br />

exactamente cómo habían sido los hechos: Bauduco, mientras se<br />

<strong>de</strong>svestía, recibió <strong>un</strong> fuerte golpe en la cabeza que lo <strong>de</strong>jó entontecido y<br />

en el suelo. Arrodillado, levantaba las manos pidiendo que alguien lo<br />

ayudara. El milico le gritaba or<strong>de</strong>nándole levantarse y vestirse. Como<br />

Bauduco no reaccionaba, sacó la pistola y le ap<strong>un</strong>tó a la cabeza.<br />

-¡Levantate, hijo <strong>de</strong> puta, o te pego <strong>un</strong> tiro!<br />

Después <strong>de</strong> insistir otra vez, le disparó a quemarropa en la cabeza.<br />

Bauduco, que estaba arrodillado, se fue la<strong>de</strong>ando lentamente hasta caer<br />

entre las piernas abiertas <strong>de</strong> Vanella, que, inmóvil y con su cabeza<br />

apoyada en la pared, pudo ver la <strong>de</strong> Bauduco con <strong>un</strong> agujero en la frente,<br />

por don<strong>de</strong> salía lentamente <strong>un</strong> líquido extraño j<strong>un</strong>to con su vida.<br />

Esa noche, el ambiente que se respiraba en el pabellón 6 era <strong>un</strong>a mezcla<br />

<strong>de</strong> prof<strong>un</strong>do dolor, <strong>de</strong> abandono y <strong>de</strong> miedo. Ya estábamos acostados<br />

cuando sentimos el ruido <strong>de</strong> las ca<strong>de</strong>nas que abrían la reja <strong>de</strong> entrada al<br />

pabellón. Entró gritando <strong>un</strong> militar.<br />

-¡Escuchen bien todos! ¡El subversivo que fue abatido esta mañana trató<br />

<strong>de</strong> arrebatarle la pistola a <strong>un</strong> soldado en su <strong>de</strong>sesperado intento <strong>de</strong><br />

fugarse!<br />

Caminó a lo largo <strong>de</strong>l pasillo haciendo sonar sus botas en el silencio <strong>de</strong>l<br />

pabellón y se fue con el mismo ruido <strong>de</strong> las ca<strong>de</strong>nas.<br />

N<strong>un</strong>ca sentí la muerte tan posible como esa noche; estaba entre<br />

nosotros. Después <strong>de</strong> lo que habia sucedido a la mañana, podíamos<br />

esperarnos cualquier cosa. Infantilmente pensé en el árbol, el hijo y el<br />

libro. Repasé velozmente mi vida, que me parecía tan larga e intensa:<br />

había creado <strong>un</strong>a familia, tenía <strong>un</strong> hijo -dos hijos, ahora-, había vivido<br />

creyendo fuertemente en <strong>un</strong> i<strong>de</strong>al y, en <strong>de</strong>finitiva, moría por eso. A pesar<br />

<strong>de</strong> todo, me dije que podía morir tranquilo, no me quedaba mucho por<br />

hacer en esta vida.<br />

23


Nadie durmió esa noche. Pero esa noche tambien pasó.<br />

En esos días sucedió otro hecho terrible, que parecía ser el resultado <strong>de</strong><br />

<strong>un</strong>a guardia particularmente asesina. Habían <strong>de</strong>scubierto a <strong>un</strong> preso <strong>de</strong>l<br />

pabellón 8 que recibía comida y cigarrillos <strong>de</strong> <strong>un</strong> común. Era <strong>un</strong> conocido<br />

dirigente guerrillero. Los milicos lo estaquearon en <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los patios,<br />

<strong>de</strong>snudo. Le pegaban y le echaban agua, que, con el frío <strong>de</strong>l invierno,<br />

estaba helada. Durante la noche, las mujeres <strong>de</strong>l pabellón 14 lo<br />

escucharon lamentarse y pedir por favor que lo mataran. Su corazón no<br />

resistió el frío <strong>de</strong> la noche. Lo llevaron ya muerto a la enfermería y allí,<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más enfermos internados -obligados a taparse la cabeza<br />

con las colchas-, siguieron golpeándolo y riéndose <strong>de</strong> él: "¡Quejate ahora,<br />

hijo <strong>de</strong> puta!".<br />

Los "traslados" se siguieron sucediendo. Entre las personas conocidas <strong>de</strong><br />

nuestro pabellón, se llevaron a Vaca Narvaja, dirigente Montonero y<br />

<strong>de</strong>legado <strong>de</strong>l pabellón, muy respetado por todos, incluso por los guardias<br />

<strong>de</strong> la cárcel. Del pabellón 8 se llevaron a Toranzo, <strong>un</strong> muchacho más joven<br />

que yo, que había estudiado en mi mismo colegio. Y muchos más.<br />

La celda 4 también fue golpeada por los traslados, esa "selección"<br />

extraña y sin lógica que sobrevolaba nuestras noches.<br />

Una <strong>de</strong> esas noches se escuchó el ruido característico <strong>de</strong> la patrulla <strong>de</strong><br />

militares, que a tales horas venían a "retirar" gente. Cuando esto sucedía,<br />

corría por todo el pabellón <strong>un</strong> presentimiento f<strong>un</strong>esto, esas cosas que se<br />

intuyen, que traen la muerte. Esta vez el guardia no se paró en las<br />

primeras celdas, llegó hasta la nuestra y todos contuvimos la respiración<br />

esperando el nombre.<br />

-F<strong>un</strong>es. Prepárese.<br />

El Diablito F<strong>un</strong>es se levantó y se vistió lentamente. Él también se daba<br />

cuenta <strong>de</strong> lo que suce<strong>de</strong>ría. A esa hora había <strong>un</strong> solo lugar adon<strong>de</strong> ir. Se<br />

lo llevaron antes <strong>de</strong> que pudiéramos reaccionar. Nos quedamos cada <strong>un</strong>o<br />

con sus pensamientos, era inútil hacer comentarios.<br />

Pero antes <strong>de</strong> que nos durmiéramos, Diablito volvió.<br />

-¡Diablito! ¿Qué pasó? -Todos estábamos aliviados por su retorno. Pero él,<br />

no.<br />

-No estaba el director para firmar mi salida, pero me dijeron que no me<br />

haga ilusiones, que mañana vuelven y me llevan. -Se tiró en la cama y se<br />

quedó mirando el techo, inexpresivo.<br />

Tratamos <strong>de</strong> darle ánimo y <strong>de</strong> convencerlo <strong>de</strong> que, quizás, era sólo <strong>un</strong>a<br />

amenaza, <strong>un</strong>a nueva forma <strong>de</strong> torturarnos, <strong>de</strong> no <strong>de</strong>jarnos tranquilos.<br />

Pero no había mucha convicción en nuestros argumentos.<br />

Al otro día, Diablito dividió sus cosas: "esta colcha, para vos..., este<br />

pantalón, para vos...". Hizo <strong>un</strong>as líneas para su madre, para que se las<br />

hiciéramos llegar a través <strong>de</strong> los com<strong>un</strong>es. En la celda reinaba <strong>un</strong> aire <strong>de</strong><br />

dolor y <strong>de</strong> impotencia, como en <strong>un</strong> velorio. Manteníamos <strong>un</strong>a pequeña<br />

esperanza <strong>de</strong> que no pasara nada.<br />

Pero no. A media mañana escuchamos el ruido <strong>de</strong> la patrulla en la reja<br />

<strong>de</strong> entrada, e inmediatamente <strong>de</strong>spués <strong>un</strong> grito: "¡ ¡F<strong>un</strong>es, prepárese!!"<br />

El Diablito se puso la campera y esperó <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> la celda a<br />

24


que el guardia viniera a abrirle.<br />

-Chau, Diablito; chau, Diablito...<br />

Y se fue caminando por el pasillo, saludando suavemente con la mano a<br />

los que lo <strong>de</strong>spedían <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las otras celdas.<br />

Cuando el guardia trajo el pan, pedimos también el <strong>de</strong> Diablito, como se<br />

hacía cada vez que alguien no se encontraba momentáneamente en la<br />

celda, y la respuesta <strong>de</strong>l guardia fue <strong>un</strong>a confirmación: "F<strong>un</strong>es no<br />

necesita más el pan".<br />

Diablito no volvió n<strong>un</strong>ca más. Chau, Diablito...<br />

Durante todo este tiempo no había tenido necesidad <strong>de</strong> ir a la enfermería.<br />

Fui solamente los primeros días, para que me controlaran los golpes<br />

recibidos y la situación <strong>de</strong> los ojos, tan negros que asustaron a los<br />

médicos. Después, nada más. Pero <strong>un</strong> día empezó a dolerme <strong>un</strong>a muela.<br />

Y comenzó mi calvario. Con tiempo fui pidiendo al guardia para que me<br />

llevaran al <strong>de</strong>ntista. Pero <strong>un</strong>a visita al <strong>de</strong>ntista no era cosa <strong>de</strong> todos los<br />

días, y el dolor fue aumentando. Fui probando todos los remedios a<br />

nuestro alcance: tabaco en el diente, el alcohol <strong>de</strong> los <strong>de</strong>sodorantes,<br />

aspirinas y otras pastillas que Prato me dio, y que tomaba o me ponía<br />

directamente en el sitio <strong>de</strong> la molestia. Y nada. Pasaba las noches sin<br />

dormir; el dolor me sacaba las ganas <strong>de</strong> cantar. A la noche, cuando todos<br />

acomodábamos los colchones para dormir, yo me disponía a pasar <strong>un</strong><br />

nuevo insomnio y me preparaba sentado en mi colchón, con los brazos<br />

cruzados. Y a medida que la noche transcurría, escuchaba a los que<br />

soñaban, a los que hablaban; <strong>de</strong>scubría <strong>un</strong> m<strong>un</strong>do <strong>de</strong>sconocido: el m<strong>un</strong>do<br />

y los sonidos <strong>de</strong> nuestros sueños y nuestras pesadillas. Y cuando el<br />

sueño me vencía y lograba adormecerme, el dolor me <strong>de</strong>spertaba al<br />

instante. Y así pasaron muchas noches. Era <strong>un</strong>a nueva tortura.<br />

Un dia, el guardia pasó anotando para el <strong>de</strong>ntista. Vino enseguida a mi<br />

celda porque sabía mi problema. Éramos <strong>un</strong>os seis anotados; la cura<br />

consistía en sacar el diente que ocasionaba el dolor, sin muchas vueltas.<br />

Cuando el <strong>de</strong>ntista, o practicante, me vio la cara, hizo <strong>un</strong>a mueca y me<br />

dijo: "es probable que la anestesia no agarre, la cara está muy hinchada".<br />

Después <strong>de</strong> la inyección me hizo esperar. Pasaba el tiempo pero la<br />

anestesia no hacía efecto. En tanto, atendía a los <strong>de</strong>más "pacientes". Me<br />

puso otra inyección. Al final, cuando ya había terminado con los otros, me<br />

dijo: "Probemos". Se acomodó, apreto las pinzas y tiró. Fue como si <strong>un</strong><br />

resorte me hubiera tensado el cuerpo. La anestesia no existía. Con cara<br />

asustada, el practicante me preg<strong>un</strong>tó: "¿Qué hacemos?". Con la cabeza<br />

le hice señas <strong>de</strong> seguir. Y siguió. El guardia que nos controlaba se había<br />

acercado por la curiosidad, y miraba asombrado. Mi cuerpo se<br />

transformó en <strong>un</strong>a tabla y mis manos se aferraron como garras al<br />

apoyabrazos. Y la muela salió. Todos: el <strong>de</strong>ntista, el guardia y yo<br />

soltamos <strong>un</strong> suspiro <strong>de</strong> alivio. Ahora el dolor, que era gran<strong>de</strong>, pasaría. Yo<br />

era casi feliz.<br />

En esta situación <strong>de</strong> extrema dificultad y <strong>de</strong> vida al límite, las<br />

características y las diferencias <strong>de</strong> las personas se igualaban: médicos,<br />

ingenieros, gran<strong>de</strong>s comerciantes, obreros, jóvenes estudiantes, todos<br />

25


se equiparaban frente al peligro <strong>de</strong> la muerte, al sufrimiento y al tipo <strong>de</strong><br />

vida que estábamos obligados a hacer. Y cada <strong>un</strong>o reaccionaba o trataba<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse a su manera. El hecho <strong>de</strong> estar todos j<strong>un</strong>tos era <strong>un</strong> factor<br />

f<strong>un</strong>damental para mantener el equilibrio y la moral. El grupo era esencial<br />

para nuestra sobrevivencia sicológica. Quién sabe cómo habríamos<br />

reaccionado frente a tantos sufrimientos si hubiéramos <strong>de</strong>bido<br />

soportarlos en soledad y sin contacto con otros compañeros. De todos<br />

modos, alg<strong>un</strong>os más débiles tuvieron reacciones contradictorias en su<br />

<strong>de</strong>sesperación por salvarse, por librarse <strong>de</strong>l infierno. El Sordo fue <strong>un</strong>o <strong>de</strong><br />

éstos. Al ver que la relación <strong>de</strong> fuerzas había cambiado en contra <strong>de</strong><br />

nosotros, trató <strong>de</strong> diferenciarse <strong>de</strong> los "subversivos" y congraciarse con<br />

los guardias. No tenía ning<strong>un</strong>a convicción politica, y mientras le convino<br />

hacerse pasar por preso político, lo aprovechó; ahora que la tortilla se<br />

había dado vuelta, ya "no tenía nada que ver con la política". Y eso era<br />

peligroso porque ya no nos podíamos confiar <strong>de</strong> él, y todo lo que<br />

hiciéramos en la celda podía ser revelado.<br />

Un día <strong>de</strong>cidimos darle <strong>un</strong>a lección muy particular. En <strong>un</strong> momento en que<br />

el Sordo estaba cagando en el rincón <strong>de</strong> la celda, sobre el plástico ya<br />

usado, hicimos todos los movimientos que normalmente hacíamos cuando<br />

los milicos entraban al pabellón (el Sordo sabía lo que pasaba en el<br />

pabellón en base a nuestros movimientos): gran movimiento para<br />

acomodar las camas, escon<strong>de</strong>r las cosas prohibidas y terminar<br />

poniéndonos con la cara contra la pared. La llegada <strong>de</strong> los milicos al<br />

pabellón era la peor <strong>de</strong>sgracia que le podía suce<strong>de</strong>r a quien estaba<br />

cagando. En la cara <strong>de</strong>l Sordo se dibujó toda su <strong>de</strong>sesperación; no pudo<br />

limpiarse, dobló el plástico rápidamente y más rápidamente se vistió, no<br />

logrando impedir ensuciarse. Cuando vino a colocarse contra la pared,<br />

explotamos en <strong>un</strong>a carcajada general que lo llenó <strong>de</strong> odio. Con esa broma<br />

lo perdimos para siempre. Los guardias terminaron poniéndolo en <strong>un</strong>a<br />

celdita j<strong>un</strong>to a Jaime Lokman, <strong>un</strong> rico comerciante judío <strong>de</strong> Córdoba.<br />

A fines <strong>de</strong>l mes <strong>de</strong> setiembre <strong>de</strong> 1976, la situación en los pabellones <strong>de</strong><br />

los presos políticos se había tranquilizado <strong>un</strong> poco. Los más optimistas<br />

llegaron a hablar <strong>de</strong> posibles liberta<strong>de</strong>s para fin <strong>de</strong> año. Noticias <strong>de</strong> fuentes<br />

inciertas.<br />

Fue en este clima que empezamos a ver a través <strong>de</strong> las ventanas <strong>de</strong>l<br />

pabellón 9, el <strong>de</strong> los "sindicalistas", gran<strong>de</strong>s movimientos. Nos hicieron<br />

señales <strong>de</strong> que los trasladaban a otro lado. Inmediatamente la celda se<br />

puso en movimiento: cada <strong>un</strong>o guardaba sus cosas lo mejor posible, el<br />

colchón y la propia ropa eran los únicos lugares para llevarse consigo los<br />

objetos más queridos. Dividimos los pocos cigarrillos, y muchos no los<br />

quisieron por temor a ser <strong>de</strong>scubiertos en <strong>un</strong>a probable requisa. Otro<br />

agarró las cartas, etc.<br />

Pero ese día no pasó nada. El pabellón 9 había quedado vacío. Y al otro<br />

día nos tocó a nosotros. El guardia pasó avisando <strong>de</strong> preparar nuestras<br />

cosas: colchón, plato, cubiertos y ropa, todo envuelto en la colcha. Los<br />

movimientos no eran violentos ni hubo golpes, sólo muchos gritos y<br />

muchos soldados. Nos iban sacando por celdas.<br />

26


Pero muy lejos no llegamos, fuimos a parar al pabellón 9.<br />

Éste tenía <strong>un</strong>a estructura distinta al pabellón 6. En lugar <strong>de</strong> pocas y<br />

gran<strong>de</strong>s celdas que podían contener hasta treinta presos, el 9 tenía celdas<br />

que, a su vez, se dividían en otras más chicas. Por la puerta <strong>de</strong> rejas que<br />

daba al pasillo central <strong>de</strong>l pabellón se accedía a otro pasillo, más<br />

angosto, <strong>de</strong> <strong>un</strong>os cuatro metros con dos aberturas a los lados que daban<br />

a cuatro pequeñas celditas, obviamente para <strong>un</strong>a persona, pero don<strong>de</strong> nos<br />

metían <strong>de</strong> a dos. En estas celditas, los dos colchones extendidos -no había<br />

camas- ocupaban todo el piso. Cuando cada <strong>un</strong>o estaba en su celda,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> entrada no se veía a nadie, parecían <strong>de</strong>siertas; pero<br />

cuando todos salíamos, éramos ocho personas amontonadas en el pasillo.<br />

Por esto las habían <strong>de</strong>nominado "las leoneras".<br />

Era interesante estar en <strong>un</strong>a celda que había sido ocupada por otros<br />

presos. Descubríamos agujeros camuflados en la pared, escritos<br />

extraños, incluso pequeños agujeros por don<strong>de</strong> se podía ver algo <strong>de</strong>l<br />

patio. Las celdas no tenían agua ni baño, y continuábamos con la rutina<br />

<strong>de</strong> salir pocos minutos al día, <strong>un</strong>a celda a la vez, para hacer nuestras<br />

necesida<strong>de</strong>s. El cambio parecía favorecernos, nos daba la impresión <strong>de</strong><br />

estar menos <strong>de</strong>sprotegidos y expuestos. A<strong>de</strong>más, estabamos en el<br />

pabellón 9, el <strong>de</strong> los "sindicalistas", y no en el 6, el <strong>de</strong> los "terroristas<br />

subversivos". Efectivamente, los anteriores ocupantes habían tenido <strong>un</strong><br />

tratamiento mucho mejor que el nuestro y que los <strong>de</strong>l pabellón 8.<br />

No nos imaginábamos que era <strong>un</strong> cambio para preparar otro.<br />

De todos modos, la pasábamos bien. Nada <strong>de</strong> golpes, ni requisas violentas<br />

ni sacadas al patio. Incluso, a la tar<strong>de</strong>cita, alg<strong>un</strong>os se ponían a cantar<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> su reja para que escucharan los <strong>de</strong>más. Yo lamentaba mucho que<br />

me hubieran separado <strong>de</strong>l gordo Heredia y ya no pudiéramos cantar a<br />

dúo.<br />

Cuando empezábamos a acostumbrarnos a nuestro nuevo lugar, volvimos<br />

a sentir gran<strong>de</strong>s movimientos. Venían <strong>de</strong>l pabellón 8. Era <strong>de</strong> noche y ya<br />

estábamos todos acostados. Esta vez los movimientos eran distintos,<br />

tenían algo <strong>de</strong> particular; parecían <strong>un</strong>a calamidad natural: gente que<br />

corría, insultos, lamentos, voces <strong>de</strong> mando y muchos gritos, que provenían<br />

<strong>de</strong> otros tantos militares. Una violencia como en los peores momentos.<br />

Por las ventanas veíamos personas llevadas a los empujones al pabellón<br />

6, el que habíamos <strong>de</strong>socupado nosotros pocos días atrás. Y cada <strong>un</strong>a iba<br />

con su colchón. Los optimistas <strong>de</strong> siempre consi<strong>de</strong>raron que era <strong>un</strong><br />

tratamiento reservado a los <strong>de</strong>l 8, los más "peligrosos". Yo y alg<strong>un</strong>os otros,<br />

por las dudas, nos levantamos, nos pusimos toda la ropa que pudimos,<br />

doblamos el colchón y esperamos preparados. Si nos tocaba también a<br />

nosotros, no habríamos tenido el tiempo necesario para hacer todo eso, o<br />

nos hubiera costado caro.<br />

Fue entonces que entraron a nuestro pabellón. Uno <strong>de</strong> los milicos iba<br />

gritando los nombres <strong>de</strong> <strong>un</strong>a lista, y pedía que le respondieran con el<br />

número <strong>de</strong> la celda don<strong>de</strong> se encontraba el nombrado. Era <strong>un</strong> traslado<br />

selectivo. A medida que gritaba el nombre y recibía como respuesta el<br />

número <strong>de</strong> la celda, los guardias rápidamente abrian la misma y<br />

27


arrancaban al "elegido" en la situación en que estuviera. Como siempre,<br />

regía la ley <strong>de</strong>l tiempo: cuanto más se <strong>de</strong>moraba en vestirse y acomodar<br />

las cosas, más golpes se recibía. Los seleccionados, al dirigirse a la salida<br />

<strong>de</strong>l pabellón, <strong>de</strong>bían pasar entre <strong>un</strong> cordón <strong>de</strong> milicos y guardias que<br />

golpeaban con gomas y patadas. Era <strong>un</strong> torbellino <strong>de</strong>mencial. Gente que<br />

corría, gritaba, gemía bajo los golpes. El oficial continuaba llamando<br />

ininterrumpidamente por el nombre y exigiendo <strong>un</strong>a respuesta inmediata<br />

y potente que se pudiera escuchar en medio <strong>de</strong> ese infierno.<br />

En nuestra "leonera", escondido cada <strong>un</strong>o en su celdita, veíamos pasar a<br />

los que eran llamados. Alg<strong>un</strong>os a medio vestir, esquivando los golpes. Era<br />

como <strong>un</strong> arreo, <strong>un</strong> arreo <strong>de</strong> animales salvajes, a gritos y golpes.<br />

Estábamos atentos a los nombres que llamaban, tratando <strong>de</strong> encontrar<br />

alg<strong>un</strong>a lógica en esa lista. Lógica que no existía. Y rogando no ser<br />

llamados.<br />

-¡Pittuelli, Daniel Esteban! -escuché, y fue <strong>un</strong> hielo que me corrió por todo<br />

el cuerpo.<br />

-¡Celda siete!<br />

Los hijos <strong>de</strong> puta era velocísimos, ya estaban abriendo la puerta. Yo, con<br />

mi colchón entre los brazos, salí al pasillo don<strong>de</strong> me esperaba la "carrera<br />

<strong>de</strong> obstáculos". Mientras corría, trataba <strong>de</strong> anteponer el colchón entre mi<br />

persona y los milicos. Con alg<strong>un</strong>os me fue bien; otros, enfurecidos,<br />

intentaban golpearme <strong>de</strong> atrás. Cuando salí <strong>de</strong>l pabellón, tenía que bajar<br />

<strong>un</strong>a escalera don<strong>de</strong> también había milicos que esperaban ya prontos. La<br />

escalera era angosta y eso me favorecía, porque le quitaba espacio a mis<br />

agresores para golpear. En el último <strong>de</strong>scanso estaba el último milico, le<br />

puse el colchón a<strong>de</strong>lante y pasé <strong>de</strong> lado. Cuando bajé <strong>un</strong> par <strong>de</strong><br />

escalones, me apoyó el borseguí en la espalda y me catapultó para<br />

abajo. Tomé tal velocidad que no pu<strong>de</strong> <strong>de</strong>tenerme y, teniendo las<br />

manos ocupadas, fui a dar con toda la nariz contra la pared don<strong>de</strong><br />

terminaba la escalera. Sentí algo caliente que me corría por la cara y caí<br />

al piso, casi <strong>de</strong>asvanecido. Por <strong>un</strong> instante pensé que haciéndome el<br />

herido podía pasarla mejor, pero los seis pares <strong>de</strong> botas que se<br />

acercaron amenazadores y me ro<strong>de</strong>aron me convencieron que era mejor<br />

levantarse. Lo más rápido que pu<strong>de</strong> alcé mi colchón y el bulto <strong>de</strong> ropas y,<br />

tambaleándome, fui a don<strong>de</strong> los milicos me indicaban: la entrada <strong>de</strong>l<br />

pabellón 6. Allí había otro cordón <strong>de</strong> milicos que me esperaban, pero al<br />

verme ensangrentado no me hicieron nada, sólo me empujaron hacia la<br />

primera celda <strong>de</strong>l pabellón, don<strong>de</strong> ya había otros presos tirados en el piso.<br />

Mientras caía, <strong>de</strong>jé que el colchón se abriera para tirarme encima <strong>de</strong> él.<br />

Quedé inmóvil, panza abajo y las manos en la nuca. La sangre seguía<br />

saliendo; lentamente busqué en el bulto <strong>de</strong> mis ropas <strong>un</strong>a toalla y me la<br />

llevé a la cara, apreté la nariz sobre ella y otra vez quedé inmóvil.<br />

Así como había empezado, la tempestad terminó. Cerraron con la<br />

ca<strong>de</strong>na el portón <strong>de</strong>l pabellón y se fueron.<br />

Esa noche casi nadie habló, estábamos a oscuras y los que pudieron se<br />

fueron durmiendo a medida que se relajaban.<br />

Al día siguiente tratamos <strong>de</strong> poner <strong>un</strong> poco <strong>de</strong> or<strong>de</strong>n en nuestra nueva<br />

28


celda, <strong>un</strong>a <strong>de</strong> las más gran<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l pabellón 6. Acomodamos nuestros<br />

colchones en el piso y buscamos nuestra ropa, que había quedado<br />

<strong>de</strong>sparramada. Empecé a conocer a mis nuevos compañeros. Éramos<br />

<strong>un</strong>os veinticinco, presos <strong>de</strong> distintos pabellones. En la celda <strong>de</strong> enfrente<br />

había <strong>un</strong> grupo traído <strong>de</strong> la ciudad <strong>de</strong> Río Cuarto, en el que reconocí a<br />

Juancito Iturburu, quien había estado <strong>de</strong>tenido conmigo en el '74. ¡Era<br />

chico el m<strong>un</strong>do!<br />

Empezaron también los distintos análisis y conjeturas acerca <strong>de</strong> lo que nos<br />

<strong>de</strong>paraba el futuro. Era evi<strong>de</strong>nte, por la condición en que nos<br />

encontrábamos, que se trataba <strong>de</strong> <strong>un</strong>a situación provisoria y que pronto<br />

nos trasladarían a otro lugar. Pero, ¿a dón<strong>de</strong>? ¿A qué lugar nos podían<br />

llevar don<strong>de</strong> estuviéramos peor que aquí? ¿Un cuartel, <strong>un</strong> campo <strong>de</strong><br />

concentración <strong>de</strong> los que habíamos sentido hablar y <strong>de</strong> don<strong>de</strong> difícilmente<br />

se salía vivo? Esos eran los peores lugares que nos podían tocar. La otra<br />

posibilidad era que nos llevaran a otra cárcel más <strong>de</strong>cente y oficial don<strong>de</strong><br />

tenernos por más tiempo.<br />

Éstos eran los comentarios que llenaban nuestros días <strong>de</strong> espera. Muchos<br />

entraron en <strong>un</strong>a <strong>de</strong>presión tal que les quitaba el apetito, a beneficio <strong>de</strong><br />

los que, como yo, estábamos ansiosos pero sin llegar a ese nivel y<br />

comíamos doble ración. Incluso había alg<strong>un</strong>os que, medio en broma,<br />

medio en serio, pintaban <strong>un</strong> futuro muy negro con el fin <strong>de</strong> aumentar el<br />

número <strong>de</strong> los que no comían.<br />

Yo, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la noche que mataron a Bauduco, estaba resignado a lo peor.<br />

Me procupaba solamente el mayor o menor sufrimiento que me pudieran<br />

ocasionar antes <strong>de</strong> la muerte. Por otra parte, no podíamos hacer nada<br />

para cambiar las cosas.<br />

Empezamos a prepararnos para el traslado. Yo me procupaba por mis<br />

huesitos. Era evi<strong>de</strong>nte que nos llevarían a otra lugar fuera <strong>de</strong> esta cárcel,<br />

y en ese caso el colchón ya no era ning<strong>un</strong>a garantía para preservar<br />

nuestras cosas. Seguramente iríamos sólo con lo puesto. Nos pusimos<br />

toda la ropa que pudimos y esperamos el día <strong>de</strong>l traslado. Yo saqué mis<br />

huesitos <strong>de</strong>l colchón y los acomodé en el interior <strong>de</strong> la ropa: el dobladillo<br />

<strong>de</strong> los pantalones, el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> las mangas y el cuello doble <strong>de</strong> los<br />

pulóveres. Los más gran<strong>de</strong>s los escondí en el ruedo <strong>de</strong> la colcha, con la<br />

esperanza <strong>de</strong> que al menos nos <strong>de</strong>jaran llevar <strong>un</strong>a con nosotros. Los<br />

acomodé <strong>de</strong> manera tal que no se tocaran entre ellos, para lo cual tuve<br />

que dar alg<strong>un</strong>os p<strong>un</strong>tos <strong>de</strong> costura a fin <strong>de</strong> tenerlos separados.<br />

Yo ya estaba listo para el traslado. Y el traslado llegó <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> cuatro<br />

días <strong>de</strong> espera.<br />

Como siempre, nos <strong>de</strong>spertaron en el medio <strong>de</strong> la noche, y empezó <strong>un</strong><br />

nuevo "baile". Nos hicieron salir por celdas al pasillo <strong>de</strong>l pabellón, nos<br />

pusieron en fila, y ellos hacían su trabajo como en <strong>un</strong>a ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong><br />

montaje. Alg<strong>un</strong>os militares nos ataban con cables las manos <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la<br />

espalda, <strong>de</strong> manera que los dorsos se tocaran. Esto hacía que el cuerpo<br />

se mantuviera semiagachado para aliviar el dolor <strong>de</strong> los cables en las<br />

muñecas. Sucesivamente otros milicos nos hacían arrodillar, nos ponían<br />

dos pelotas <strong>de</strong> algodon en los ojos y nos envolvían con vendas <strong>de</strong><br />

29


hospital, terminando con <strong>un</strong> fuerte nudo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> muchas vueltas. Pero<br />

esta vez todo se <strong>de</strong>sarrollaba con relativa calma, sin golpes y sin gritos.<br />

Hasta los reclamos eran hechos con rabia pero como si no quisieran<br />

<strong>de</strong>spertar a alguien.<br />

Nos guiaron a las oficinas <strong>de</strong> a<strong>de</strong>lante. Por los movimientos y el tiempo<br />

transcurrido, calculé que éramos <strong>un</strong>os cien presos. Nos hicieron sentar en<br />

el piso. No hay cosa más incómoda que estar sentado en el piso con las<br />

manos atadas atrás y a<strong>de</strong>más con los dorsos j<strong>un</strong>tos. En esta posición<br />

empezó nuestra espera y, con la espera, los dolores. Las manos<br />

comenzaron a hincharse y el cable, que no aflojaba, parecía penetrar en la<br />

carne. Había que moverse lo menos posible. Pasaron muchas horas y<br />

vinieron las necesida<strong>de</strong>s fisiológicas.<br />

-Señor -dijo <strong>un</strong>o, tímidamente-, me estoy por orinar.<br />

El milico se acercó:<br />

-¡Hijo <strong>de</strong> puta, no te vayás a querer mear y llenar <strong>de</strong> olor la oficina porque<br />

te mato!<br />

Después <strong>de</strong> <strong>un</strong> rato, otro tambien se animó.<br />

-Señor, yo también me estoy meando, no aguanto más.<br />

-¡ ¡Guardia !! Tráigale algo para que meen estos cosos.<br />

El guardia trajo <strong>un</strong> recipiente, <strong>un</strong>a tarro o algo por el estilo.<br />

-¿Y ahora cómo hacemos? -dijo el preso.<br />

-Ah, no sé, arréglense como puedan, las manos no se las vamos a<br />

<strong>de</strong>satar.<br />

Entonces se formaron las parejas: <strong>un</strong>o, <strong>de</strong> espaldas, se acercaba al otro,<br />

le abría la bragueta, le sacaba el pene afuera y le tenía el tarro para que<br />

pudiera orinar. A operación terminada, le guardaba el pene y trataba <strong>de</strong><br />

acomodarle la bragueta. Después los roles se invertían. Debían <strong>de</strong> tener<br />

mucha necesidad <strong>de</strong> mear, porque las manos dolían <strong>de</strong> sólo tenerlas<br />

quietas; me imagino el dolor que causaban todos esos movimientos. Por<br />

suerte, yo no tuve necesidad <strong>de</strong> hacer esa operación.<br />

Con el pasar <strong>de</strong>l tiempo se empezaron a sentir leves lamentos:<br />

-Las manos... por favor, las manos, se me están cortando las muñecas.<br />

Después <strong>de</strong> <strong>un</strong> intervalo, otro:<br />

-Aflójeme los cables, por favor...<br />

-¡¡Cállense, hijos <strong>de</strong> puta!! -fue la respuesta <strong>de</strong>l milico-. ¡Los vamos a<br />

hacer pedacitos, y uste<strong>de</strong>s se preocupan por las manos!<br />

Cuando ya parecía que tendríamos que estar eternamente sentados<br />

con los cables penetrándonos la carne, se sintieron alg<strong>un</strong>os movimientos.<br />

-¡¡Vamos!! ¡Arriba! ¡Nos vamos!<br />

Nos levantamos chocándonos <strong>un</strong>os a otros y, a empujones, alg<strong>un</strong>os<br />

soldados nos indicaban la dirección a seguir.<br />

Una vez afuera, había <strong>un</strong> soldado para cada <strong>un</strong>o <strong>de</strong> nosotros, que nos<br />

agarraba <strong>de</strong>l brazo y nos llevaba a <strong>un</strong>os camiones. Llegados al camión,<br />

nos levantaban como bolsas <strong>de</strong> papas y nos tiraban a<strong>de</strong>ntro. Eran<br />

camiones chicos, "Unimog", nos ponían <strong>de</strong> a siete u ocho presos y al<br />

menos dos soldados <strong>de</strong> guardia. Se sentía mucho movimiento <strong>de</strong> gente y<br />

radios que hablaban:<br />

30


-"...Cabeza <strong>de</strong> la caravana, listos para partir..., afirmativo... Escolta <strong>de</strong><br />

cola, listos a partir... "<br />

Los camiones tenían lona y creo que nadie que los vio pasar por la ciudad<br />

imaginó que <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> ellos íbamos nosotros. Eran los primeros días <strong>de</strong><br />

octubre <strong>de</strong> 1976.<br />

Llegamos a <strong>un</strong>a pista <strong>de</strong> aviones, muy probablemente la Escuela <strong>de</strong><br />

Aviacion Militar <strong>de</strong> la ciudad <strong>de</strong> Córdoba, don<strong>de</strong> yo había hecho el servicio<br />

militar.<br />

Bajamos <strong>de</strong> los camiones como habíamos subido y, para nuestro alivio,<br />

nos sacaron los cables y nos pusieron esposas en parejas, con <strong>un</strong>a mano<br />

libre, que teníamos que apoyar en el hombro <strong>de</strong>l <strong>de</strong> a<strong>de</strong>lante, como <strong>un</strong><br />

trencito. De esa forma, y al trote, nos llevaron a <strong>un</strong> avión, <strong>un</strong> Hércules,<br />

imaginé. Nos acomodaron sentados en el piso y pasaron <strong>un</strong>a larga ca<strong>de</strong>na<br />

que enganchaba todas las esposas a <strong>un</strong>as argollas <strong>de</strong>l piso.<br />

El avión levantó vuelo hacia <strong>un</strong> <strong>de</strong>stino <strong>de</strong>sconocido para nosotros.<br />

Existía también la posibilidad que nos largaran <strong>de</strong> ahí arriba en algún<br />

lago o en medio <strong>de</strong> las montañas, <strong>un</strong> temor alimentado por alg<strong>un</strong>os<br />

militares que nos amenazaban <strong>de</strong> esa manera.<br />

Acostumbrado a largas esperas, y <strong>de</strong>bido a la novedad <strong>de</strong> la situación -<br />

n<strong>un</strong>ca había viajado en avión-, el viaje me resultó corto. Una vez llegados<br />

a <strong>de</strong>stino, bajamos a los empujones, siempre vendados y esposados, para<br />

ser subidos a otros camiones. Después <strong>de</strong> <strong>un</strong> corto trayecto, parecía que<br />

finalmente habíamos llegado a <strong>de</strong>stino. Siempre rápidamente, bajamos<br />

<strong>de</strong> los camiones y entramos a <strong>un</strong> gran edificio; la acción había tomado <strong>un</strong>a<br />

velocidad vertiginosa, <strong>de</strong> nuevo los gritos, insultos y algún golpe. Con las<br />

manos nos agachaban la cabeza hasta las rodillas, mientras nos sacaban<br />

las vendas y las esposas. Luego nos llevaban corriendo en <strong>un</strong>a formación<br />

improvisada, siempre con la cabeza a la altura <strong>de</strong> las rodillas, al tiempo<br />

que nos gritaban como a vacas:<br />

-¡ ¡No miren, carajo, abajo la cabeza!!<br />

En mi reducida visual, veía borseguíes militares y pantalones ver<strong>de</strong>s; <strong>un</strong>o<br />

<strong>de</strong> los guardias golpeaba <strong>un</strong> látigo en el piso haciendo el típico ruido <strong>de</strong><br />

los circos, dándole a la escena <strong>un</strong>a nota dantesca. ¿Dón<strong>de</strong> habíamos<br />

venido aparar? ¡Esto era el infierno, el infierno <strong>de</strong> nuevo!<br />

Siempre corriendo en esa especie <strong>de</strong> formación, entramos a <strong>un</strong> pabellón<br />

don<strong>de</strong> nos iban empujando <strong>de</strong> a dos por celda y nos cerraban la pesada<br />

puerta <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra.<br />

Antes que pudiéramos sacarnos el frenesí <strong>de</strong>l viaje, nos abrieron la<br />

puerta.<br />

-¡Rápido! ¡Desnú<strong>de</strong>nse y al fondo <strong>de</strong>l pasillo!<br />

Al fondo <strong>de</strong>l pabellón estaban las duchas. Nos bañamos rápidamente,<br />

nos midieron, nos pesaron y <strong>de</strong> nuevo corriendo a la celda, mientras el<br />

<strong>de</strong>l látigo seguía dándonos el ritmo con sus golpes en el piso.<br />

Ahora sí parecía que había terminado el viaje, y el recibimiento.<br />

Una vez en la celda, tuvimos <strong>un</strong> poco <strong>de</strong> calma para tratar <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r<br />

dón<strong>de</strong> habíamos caído. Era <strong>un</strong>a pequeña celda <strong>de</strong> dos metros por cuatro,<br />

con dos camas a los lados <strong>de</strong> la pared que <strong>de</strong>jaban <strong>un</strong> estrecho pasillo en<br />

31


el medio. La puerta <strong>de</strong> espesa ma<strong>de</strong>ra tenía <strong>un</strong>a ventanita en el centro <strong>de</strong><br />

<strong>un</strong>os treinta centímetros <strong>de</strong> lado y <strong>un</strong>a mirilla. Al lado <strong>de</strong> la puerta, <strong>un</strong><br />

inodoro redondo con <strong>un</strong>a canilla arriba que <strong>de</strong>bía servir como inodoro y<br />

como pileta para lavarse y sacar agua. En la pared opuesta, en lo alto,<br />

<strong>un</strong>a pequeña ventana. El techo era totalmente abovedado, <strong>un</strong>a<br />

construcción antigua. Una verda<strong>de</strong>ra tumba, pensé.<br />

Se abrió la puerta y apareció <strong>un</strong> guardia que parecía ser <strong>de</strong> alto rango.<br />

Nosotros, con la costumbre adquirida en Córdoba, nos pusimos con la<br />

cara contra la pared.<br />

-Dénse vuelta, no tengan miedo. Aquí no están en Córdoba, esto es<br />

Sierra Chica. -Lo dijo sabiendo el efecto que causaba ese nombre.<br />

Sierra Chica era <strong>un</strong>a vieja y famosa cárcel, nombrada hasta en viejos<br />

radioteatros, don<strong>de</strong> llevaban a los más peligrosos criminales. Hasta el año<br />

1945 los presos trabajaban con la bola al pie, rompiendo piedras en las<br />

canteras. Era <strong>un</strong>a verda<strong>de</strong>ra cárcel.<br />

-El tratamiento que recibieron -prosiguió- es el que normalmente<br />

reservamos a los recién llegados, pero nada más. Nadie los tratará mal si<br />

uste<strong>de</strong>s respetan las reglas <strong>de</strong>l penal.<br />

Y <strong>de</strong>spués, dirigiéndose a mí:<br />

-¿Qué le pasó en la nariz?<br />

-Nada, choqué contra <strong>un</strong>a pared.<br />

Sonrió, como pensando que yo no quería <strong>de</strong>cir cómo habían ido realmente<br />

las cosas. -Anote -le dijo al guardia que lo acompanaba-, escoriaciones en<br />

la nariz.<br />

Y se fue a proseguir su cantinela <strong>de</strong> presentación a las otras celdas.<br />

En la ropería nos dieron nuestras nuevas pertenencias: plato, jarro,<br />

tenedor y cuchara <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, colchas, sábanas y la ropa <strong>de</strong> preso: <strong>un</strong><br />

pantalón y <strong>un</strong>a chaqueta <strong>de</strong> lona azul oscuro.<br />

-Cuando lleguen a la celda se sacan las ropas <strong>de</strong> civil y se ponen las <strong>de</strong>l<br />

penal, que <strong>de</strong>spués las pasamos a retirar -nos indicó el guardia.<br />

En la celda, mientras me ponía la ropa azul <strong>de</strong> preso, tomé conciencia <strong>de</strong><br />

la nueva situación: aquí probablemente estaríamos más tranquilos que en<br />

Córdoba, pero el día <strong>de</strong> la libertad se alejaba cada vez más. Y <strong>un</strong> nuevo<br />

sentimiento me in<strong>un</strong>dó el pecho: no ya la sensación <strong>de</strong>l terror y <strong>de</strong> la<br />

muerte, <strong>de</strong> posibilida<strong>de</strong>s extremas e inmediatas, sino <strong>un</strong> sentimiento <strong>de</strong><br />

quien vegeta; <strong>de</strong> quien no sufre pero no vive; en <strong>un</strong> tiempo in<strong>de</strong>finido, sin<br />

<strong>un</strong>a con<strong>de</strong>na para contar los días, <strong>un</strong>a situación que podía terminar<br />

mañana o no terminar n<strong>un</strong>ca. ¿Cuándo saldría <strong>de</strong> este lugar tan estricto e<br />

inmutable a pesar <strong>de</strong> los años? Tuve la certeza <strong>de</strong> que ese día era muy<br />

lejano. En Córdoba, el hecho <strong>de</strong> estar vivo cada día era ganarle a la<br />

muerte, al dolor, a la locura. Aquí, en Sierra Chica, no bastaba estar vivo<br />

para vivir, para consi<strong>de</strong>rarse vivo. Ésta era la verda<strong>de</strong>ra fuerza<br />

<strong>de</strong>vastadora <strong>de</strong> Sierra Chica. Y yo <strong>de</strong>bía preparame para afrontarla.<br />

Al cambiarme la ropa tenía que recuperar los huesitos. No sabía qué fin<br />

tendría esa ropa. Los saqué rápidamente y los metí en mi nuevo colchón.<br />

Después vería qué hacer con ellos, mientras tanto estarían a salvo. Los<br />

más gran<strong>de</strong>s y no muy queridos los tiré al inodoro.<br />

32


Al poco rato entraron a retirar la ropa. Eran dos guardias, <strong>un</strong>o retiraba la<br />

ropa y el otro tenía <strong>un</strong>a lista:<br />

-¡Pittuelli, Daniel Esteban!<br />

-¿Sí?<br />

-Usted, <strong>de</strong> ahora en a<strong>de</strong>lante, es el número 1688.<br />

Para nuestra sorpresa y placer, pasaron preg<strong>un</strong>tando quién fumaba y<br />

daban tres o cuatro cigarrillos a cada <strong>un</strong>o. Nos dijeron que era <strong>un</strong>a<br />

iniciativa <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más presos que se enteraron <strong>de</strong> las condiciones que<br />

habíamos sufrido en Córdoba. ¡Un cigarrillo! Fumado sin miedos y sin<br />

tener que compartirlo con otras cuatro o cinco personas. Un placer que<br />

sólo los <strong>de</strong>sgraciados que tienen el vicio <strong>de</strong> fumar saben apreciar.<br />

Ya terminaba ese día tan agitado y que cambiaría tanto mi vida <strong>de</strong> preso,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> los seis meses en la cárcel <strong>de</strong> Córdoba. El largo día <strong>de</strong> octubre<br />

estaba oscureciendo cuando escuchamos <strong>un</strong> extraño ruido que provenía<br />

<strong>de</strong> la ventana. Estaban cerrando la pequeña ventana con <strong>un</strong>a espesa<br />

plancha <strong>de</strong> hierro con alg<strong>un</strong>os agujeritos. Era <strong>un</strong> mecanismo que cerraba<br />

todas las ventanas <strong>de</strong>l ala <strong>de</strong>l pabellón conj<strong>un</strong>tamente. Cuando finalizó el<br />

proceso y toda la celda <strong>de</strong>sapareció en <strong>un</strong>a total oscuridad, nos vino la<br />

sensación <strong>de</strong> estar en <strong>un</strong>a tumba. Era <strong>un</strong>a situación difícil <strong>de</strong> soportar<br />

para quien sufriera <strong>de</strong> claustrofobia.<br />

Apagaron la luz, señal que era hora <strong>de</strong> acostarse. Nos acomodamos en<br />

nuestras camas, con sábanas blancas, limpios y bañados, con el agua y el<br />

inodoro a nuestra total disposición, fumando el último cigarrillo <strong>de</strong>l día.<br />

SIERRA CHICA<br />

De a poco empezamos a conocer la organización, los ritmos y los ruidos<br />

<strong>de</strong> la nueva cárcel.<br />

Nos <strong>de</strong>spertaban prendiendo la luz. Al rato, pasaban dando la "cascarilla",<br />

especie <strong>de</strong> té hecho con la cáscara <strong>de</strong>l cacao, y <strong>un</strong> pedazo <strong>de</strong> pan. Una<br />

vez terminada la distribución <strong>de</strong>l <strong>de</strong>say<strong>un</strong>o, pasaba la "cuenta", para lo<br />

cual teníamos que pararnos al frente <strong>de</strong> la puerta con las manos puestas<br />

en la ventanita: <strong>un</strong> guardia la abría, otro contaba y otro la cerraba.<br />

Disponíamos <strong>de</strong> <strong>un</strong>a hora <strong>de</strong> patio al día. Nos sacaban en grupos <strong>de</strong> veinte<br />

o venticinco presos por turno. En el patio no podíamos sentarnos ni<br />

<strong>de</strong>tenernos, y teníamos que caminar en grupos no mayores <strong>de</strong> tres<br />

personas. Por lo tanto se formaba <strong>un</strong>a lenta y gran rueda <strong>de</strong> grupitos que<br />

caminaban generalmente con las manos atrás, todos iguales con nuestros<br />

trajes azules. Los primeros días <strong>de</strong> patio los grupos se hacían y <strong>de</strong>shacían<br />

continuamente, pues existía la necesidad <strong>de</strong> hablar con personas<br />

conocidas que no se veian <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía mucho tiempo. A<strong>de</strong>más, las<br />

organizaciones tenían que reacomodarse a la nueva cárcel.<br />

Las cuatro comidas <strong>de</strong>l día eran repartidas con <strong>un</strong> carro que se movía<br />

sobre <strong>un</strong>os rieles que corrían por el centro <strong>de</strong>l pasillo hasta el final <strong>de</strong>l<br />

pabellón. Las servían los presos com<strong>un</strong>es acompañados <strong>de</strong> <strong>un</strong> guardia.<br />

La cárcel era como <strong>un</strong>a rueda, al centro <strong>de</strong> la cual había <strong>un</strong> puesto <strong>de</strong><br />

guardia general que podía controlar los doce pabellones, que venían a ser<br />

los rayos. Alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la garita había <strong>un</strong> patio redondo y bien cuidado,<br />

33


cerrado por <strong>un</strong> pasillo circular que pasaba por la entrada <strong>de</strong> los doce<br />

pabellones. La parte externa <strong>de</strong> la rueda la formaba <strong>un</strong> murallón altísimo<br />

construido con dos muros paralelos, según <strong>de</strong>cían, relleno con arena. La<br />

estructura <strong>de</strong> la cárcel era plana, a la francesa. Los pabellones <strong>de</strong>l 1 al 6<br />

estaban ocupados por presos com<strong>un</strong>es, mientras que los presos políticos<br />

ocupaban <strong>de</strong>l 7 al 11. Cada pabellón tenía, aproximadamente, 60 celdas.<br />

El 12 era el pabellón <strong>de</strong> castigo, que ya tendría posibilidad <strong>de</strong> conocer.<br />

Nosotros habíamos ido a parar al pabellón 11. En los <strong>de</strong>más pabellones<br />

<strong>de</strong>stinados a los presos políticos se encontraban personas <strong>de</strong> varias<br />

regiones <strong>de</strong>l país: <strong>de</strong> Tucumán, traídos <strong>de</strong> la zona <strong>de</strong> la guerilla <strong>de</strong>l ERP;<br />

<strong>de</strong> Buenos Aires, <strong>de</strong> la zona industrial <strong>de</strong> Villa Constitución, importante<br />

centro fabril que había generado gran<strong>de</strong>s movilizaciones obreras; etc.<br />

Empezamos a conocer los ruidos <strong>de</strong> nuestro nuevo lugar, <strong>un</strong> aspecto<br />

f<strong>un</strong>damental para <strong>un</strong> preso en nuestras condiciones, porque si bien<br />

nuestra vista estaba limitada por las cuatro pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la celda, no ocurría<br />

así con nuestros oídos, que tenían <strong>un</strong> mayor radio <strong>de</strong> percepción: el ruido<br />

<strong>de</strong> las llaves abriendo el portón <strong>de</strong> rejas <strong>de</strong> la entrada <strong>de</strong>l pabellón, el <strong>de</strong><br />

los candados cuando abrían las celdas, el caminar <strong>de</strong>l guardia con su<br />

cencerro <strong>de</strong> llaves, <strong>un</strong>a por cada celda. Descubrimos también los posibles<br />

agujeros en la puerta, en la hendija que <strong>de</strong>jaba la pequeña puertita por<br />

don<strong>de</strong> nos daban la comida y que, a veces, permitía ver algo <strong>de</strong> lo que<br />

pasaba en el pasillo.<br />

Nos explicaron que podíamos hacernos <strong>de</strong>positar dinero por nuestros<br />

familiares y <strong>de</strong>spués comprar alg<strong>un</strong>os artículos en la <strong>de</strong>spensa <strong>de</strong>l penal.<br />

"¿¡Despensa!? ¿¡Había <strong>de</strong>spensa !?" Y que podríamos recibir la visita <strong>de</strong><br />

nuestros familiares directos: padres, hermanos, mujer e hijos,<br />

presentando los <strong>de</strong>bidos comprobantes. Podríamos comprar y recibir <strong>un</strong><br />

diario todos los días y las revistas semanales "Gente" y "Siete Días". En la<br />

<strong>de</strong>spensa se podían comprar las cosas esenciales: yerba, azúcar,<br />

cigarrillos, querosén para el calentador, hojas <strong>de</strong> afeitar. Y alg<strong>un</strong>os lujos:<br />

galletitas, dulces, leche en polvo. Para nosotros era como <strong>un</strong> hotel en<br />

comparación con la cárcel <strong>de</strong> Córdoba. Por lo tanto era necesario que<br />

nuestros familiares supieran urgentemente dón<strong>de</strong> estabamos, que podían<br />

venir a visitarnos... y <strong>de</strong>jarnos plata.<br />

Y fue así que el primer fin <strong>de</strong> semana ya vinieron alg<strong>un</strong>os familiares <strong>de</strong><br />

visita.<br />

Yo esperaba ansioso. Tenía tantas cosas para <strong>de</strong>cir y preg<strong>un</strong>tar... Y,<br />

sobre todo, quería que vieran que estaba vivo, entero, sano; que lo peor<br />

había pasado. Preg<strong>un</strong>tar por Estela, Adrián y la pequeña Cecilia, a quien<br />

todavía no conocía.<br />

A los quince días <strong>de</strong> mi llegada a Sierra Chica, vinieron a visitarme mis<br />

padres y mi hermana. La visita se realizaba en la capilla <strong>de</strong> la cárcel, con<br />

dos filas <strong>de</strong> bancos <strong>de</strong> la iglesia que separaban a los <strong>de</strong>tenidos <strong>de</strong> sus<br />

familiares; <strong>de</strong> ese modo podíamos vernos y hablarnos, pero no tocarnos.<br />

Todo bajo la atenta mirada <strong>de</strong> <strong>un</strong>a docena <strong>de</strong> guardias y <strong>de</strong>l Cristo<br />

sufriente en la cruz, que también parecía controlarnos.<br />

La primera visita <strong>de</strong> los "cordobeses" escapó <strong>de</strong> los estrictos cánones <strong>de</strong><br />

34


Sierra Chica, y no se pudieron evitar abrazos, besos y mucho movimiento.<br />

Los guardias hacían observaciones formales, pero toleraban por esta vez<br />

las faltas a la regla. El encuentro duró treinta minutos que parecieron<br />

seg<strong>un</strong>dos. Y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> los saludos <strong>de</strong> llegada ya tuvimos que saludarnos<br />

para <strong>de</strong>spedirnos. No habían traido al Adrián ni a la Cecilia porque salieron<br />

muy apurados y no pudieron organizarse. Era <strong>un</strong> viaje muy largo, más <strong>de</strong><br />

mil kilómetros separaban la cárcel <strong>de</strong> Sierra Chica <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> mis<br />

padres. Viaje largo, cansador y costoso para estar j<strong>un</strong>tos sólo media hora.<br />

Pero la primera visita era f<strong>un</strong>damental para vernos vivos <strong>de</strong> nuevo.<br />

Si la visita <strong>de</strong> los familiares es lo mejor que pue<strong>de</strong> pasarle a <strong>un</strong> <strong>de</strong>tenido,<br />

el fin <strong>de</strong> la visita y la vuelta a la celda es lo peor. La realidad no era la<br />

visita, la realidad era <strong>un</strong>a pieza <strong>de</strong> dos metros por cuatro con <strong>un</strong> agujero<br />

hacia el cielo que llamaban ventana y otro agujero hacia la tierra que<br />

llamaban inodoro. Pero nosotros teníamos el espíritu <strong>de</strong> los recién llegados<br />

y mucho que apren<strong>de</strong>r todavía, y todas estas noveda<strong>de</strong>s nos daban<br />

nuevas motivaciones y nuevas fuerzas.<br />

Las autorida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l penal habían com<strong>un</strong>icado a nuestros familiares que<br />

para Navidad y Año Nuevo podrían traernos <strong>un</strong> paquete con comida, con<br />

<strong>un</strong>a lista bien <strong>de</strong>tallada <strong>de</strong> las cosas permitidas. Los familiares que no<br />

podían venir para esa fecha <strong>de</strong>jaban pagado el paquete a <strong>un</strong> negocio<br />

cercano a la cárcel, y ellos se encargarían <strong>de</strong> entregárnoslo.<br />

Todas las cosas se presentaban bastante bien y el ambiente era <strong>de</strong><br />

tranquilidad. Entonces <strong>de</strong>cidí resolver la cuestión <strong>de</strong> mis huesitos y pedí<br />

<strong>un</strong>a audiencia al dierctor <strong>de</strong> la cárcel. Por esas extrañas leyes <strong>de</strong>l penal,<br />

los presos teníamos <strong>de</strong>recho a pedir audiencia para hablar directamente<br />

con el director. Me la concedieron a los pocos días.<br />

Las oficinas, como en Córdoba, estaban a<strong>de</strong>lante, fuera <strong>de</strong>l arco<br />

estrictamente <strong>de</strong> los pabellones. Mientras me dirigía hacia allí<br />

acompañado <strong>de</strong>l guardia, pu<strong>de</strong> observar mejor la cárcel fuera <strong>de</strong> las<br />

cuatro pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la celda y <strong>de</strong>l pedregullo <strong>de</strong>l patio: era media mañana,<br />

el césped alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la garita central era todo ver<strong>de</strong> y bien cuidado,<br />

con alg<strong>un</strong>as flores bajo el sol <strong>de</strong>l verano. Los carros <strong>de</strong> la comida<br />

cruzando el patio sobre las vías, se dirigían a la zona <strong>de</strong> los pabellones;<br />

las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> los edificios <strong>de</strong> <strong>un</strong> amarillo claro pero fuerte daban mayor<br />

luminosidad a la escena, muy distinto al gris <strong>de</strong>l interior. Aquí afuera,<br />

parecía otra cárcel.<br />

Una vez <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la oficina, me di cuenta <strong>de</strong> lo difícil que resultaba<br />

hablar con <strong>un</strong>a persona que tenía tanto po<strong>de</strong>r sobre mí; cualquier<br />

palabra equivocada podía tener consecuencias no <strong>de</strong>seadas. Traté <strong>de</strong><br />

recordar la frase que me había preparado:<br />

-Pedí hablar con usted para po<strong>de</strong>r entregar a mis familiares alg<strong>un</strong>os<br />

objetos que traje <strong>de</strong> Córdoba.<br />

-¿Objetos ? ¿Qué objetos?<br />

-Son <strong>un</strong>os huesitos que trabajábamos en Córdoba y que traje conmigo.<br />

-¿Y cómo los trajo? -Él sabía que no era <strong>un</strong>a preg<strong>un</strong>ta banal, pues<br />

conocía la forma en que habíamos sido trasladados <strong>de</strong> Córdoba.<br />

-En el bolsillo, envueltos en <strong>un</strong> pañuelo.<br />

35


Me miró largamente entrecerrando los ojos, y su expresión <strong>de</strong>cía que no<br />

me creía <strong>de</strong>l todo. Yo sabía lo que interiormente se estaba preg<strong>un</strong>tando:<br />

"¿quién habrá sido el inútil que requisó a este coso?". Asintió lentamente<br />

con la cabeza, y me dijo<br />

:-Ya vamos a ver, vaya nomás.<br />

A la tar<strong>de</strong>cita vino <strong>un</strong> guardia a retirarme los huesitos que yo había puesto<br />

en <strong>un</strong> sobrecito <strong>de</strong> papel hecho por mí con gran<strong>de</strong>s números azules:<br />

"1688".<br />

Mi compañero <strong>de</strong> celda en este primer tiempo se llamaba Vanella;<br />

"Vanellita" le <strong>de</strong>cían, porque era muy joven, dos o tres años menor<br />

que yo. Teníamos muchas cosas en común. Era casado, su mujer<br />

también había sido <strong>de</strong>tenida embarazada y su hijo, Sebastián, había<br />

nacido pocos días <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> nuestra llegada a Sierra Chica. Otra cosa<br />

común era el gusto por el canto. Sabía todas las canciones <strong>de</strong> Joan<br />

Manuel Serrat y <strong>de</strong> Sui Generis. Las cantaba a la tar<strong>de</strong>cita, cuando había<br />

terminado el día, caminando lentamente ida y vuelta por la celda,<br />

repitiendo los siete pasos que había <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la puerta hasta la pared<br />

opuesta. Me sentaba en el inodoro a escucharlo mientras enriquecía mi<br />

propio caudal <strong>de</strong> canciones. Yo también cantaba las canciones<br />

aprendidas con el gordo Heredia, y los dos nos sentíamos mejor. Sus<br />

padres tenían bastante plata y le compraron el diario todos los dias, y la<br />

revista "Gente". <strong>Diario</strong>s que leíamos totalmente y que llenaban gran parte<br />

<strong>de</strong> nuestro día, era nuestro primer contacto con lo que sucedía en el<br />

m<strong>un</strong>do. Fue así que nos enteramos <strong>de</strong>l terremoto en el Friuli, Italia. Nos<br />

interesábamos sobre todo por la situación política, y tuvimos la<br />

oport<strong>un</strong>idad <strong>de</strong> leer las aberrantes <strong>de</strong>claraciones <strong>de</strong> los integrantes <strong>de</strong> la<br />

J<strong>un</strong>ta Militar; <strong>un</strong>a, entre todas, dicha por el almirante Massera,<br />

comandante <strong>de</strong> la marina, refiriéndose a la lucha contra la "subversion":<br />

"...nosotros seguiremos a<strong>de</strong>lante en nuestra lucha, hasta la victoria,<br />

a<strong>un</strong>que la victoria esté más allá <strong>de</strong> la muerte". Se refería a la muerte<br />

<strong>de</strong> los otros, evi<strong>de</strong>ntemente. Tratábamos <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrir en los análisis<br />

políticos <strong>de</strong>l diario alg<strong>un</strong>a señal que nos beneficiara. La seguiríamos<br />

buscando por mucho tiempo.<br />

Llegó Navidad y los paquetes se hicieron realidad. ¡Un paquete para cada<br />

<strong>un</strong>o! Con manjares olvidados por nuestros paladares: ¡pollo al horno,<br />

tortas, pan dulce, turrones, frutas secas, nueces! Todo cortado<br />

escrupulosamente en fetas o en pedacitos. Tendríamos para comer por<br />

muchos días.<br />

En esa época muchos rechazaron la comida <strong>de</strong>l penal y trataron <strong>de</strong><br />

terminar las cosas perece<strong>de</strong>ras. También f<strong>un</strong>cionaron intensamente los<br />

"mandados". Los mandados eran <strong>un</strong> aspecto f<strong>un</strong>damental en la vida <strong>de</strong> los<br />

presos <strong>de</strong> Sierra Chica. Consistía en que podíamos mandar y recibir cosas<br />

<strong>de</strong> otras celdas. A <strong>un</strong>a cierta hora, generalmente cuando el día había<br />

terminado y todos habían salido al patio, al grito <strong>de</strong> "¡mandados!" por<br />

parte <strong>de</strong>l guardia, podíamos bajar <strong>un</strong>a ban<strong>de</strong>rita accionándola <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />

interior <strong>de</strong> la celda y que aparecía afuera señalando la misma y llamando<br />

la atención <strong>de</strong>l guardia. Cuando el ayudante, <strong>un</strong> preso común, abría la<br />

36


puertita, le dábamos el mandado y el número <strong>de</strong> la celda <strong>de</strong>stinataria. Se<br />

podía pasar comida, yerba, azúcar, el diario, revistas y, en general, todo<br />

lo que no era propiedad <strong>de</strong>l penal.<br />

Los días empezaron a repetirse: el postigo <strong>de</strong> hierro que se abría a la<br />

mañana, la hora <strong>de</strong> patio, que podia ser a la mañana o a la tar<strong>de</strong>, la<br />

lectura <strong>de</strong>l diario, las cartas, las canciones y la tar<strong>de</strong> larga hasta el postigo<br />

que se cerraba y la luz que se apagaba.<br />

Pero esta cárcel también tenía su movimiento y pronto lo notaríamos.<br />

Habían llegado otros presos <strong>de</strong> la cárcel <strong>de</strong> Córdoba y, con ellos, alg<strong>un</strong>as<br />

noticias: nuestra antigua cárcel había quedado vacía <strong>de</strong> presos políticos,<br />

alg<strong>un</strong>os fueron llevados a Rawson, en el sur, y otros a La Plata. Antes <strong>de</strong><br />

realizar este último traslado, hicieron la última "fuga" asesinando a ocho<br />

presos, entre ellos <strong>un</strong>a chica que había tenido <strong>un</strong> bebé poco antes -<br />

esperaron que pariera para matarla- y <strong>un</strong> muchacho que había quedado<br />

paralizado <strong>de</strong>bido a los golpes recibidos por los milicos en la cárcel. No<br />

quisieron <strong>de</strong>jar vivo ese testimonio evi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la tortura y <strong>de</strong>l<br />

tratamiento efectuado a los presos políticos.<br />

Se cerraba así <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los períodos más negros <strong>de</strong> la represión <strong>de</strong> la<br />

Dictadura militar: la Unidad Penitenciaria <strong>de</strong> Córdoba, al límite entre <strong>un</strong>a<br />

cárcel legal y <strong>un</strong> campo <strong>de</strong> concentración, don<strong>de</strong> la ley era la vol<strong>un</strong>tad<br />

<strong>de</strong>l milico <strong>de</strong> guardia, como ellos mismos nos habían dicho tantas veces:<br />

"Yo soy Dios para uste<strong>de</strong>s, yo <strong>de</strong>cido sobre la vida y la muerte". Después<br />

<strong>de</strong> seis meses <strong>de</strong> dirección militar <strong>de</strong> la cárcel habían <strong>de</strong>jado, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong><br />

los castigos corporales y <strong>de</strong>l terror en nuestras almas, <strong>un</strong> saldo <strong>de</strong><br />

veintiocho muertos asesinados fríamente:<br />

BARTOLI, EDUARDO DA<strong>NI</strong>EL. Había estado conmigo en Informaciones.<br />

Sacado <strong>de</strong> la penitenciaría a los pocos días <strong>de</strong> su llegada y asesinado.<br />

VERÓN, LUIS RICARDO.<br />

MOSSÉ, MIGUEL ÁNGEL. Haba estudiado en mi mismo colegio, el<br />

Seminario Menor <strong>de</strong> Jesús María. Importante dirigente <strong>de</strong> la Juventud<br />

Peronista.<br />

FIDELMAN, DIANA BEATRIZ.<br />

PUCHETTA, JOSÉ ÁNGEL.<br />

BARRERA, MIGUEL ÁNGEL.<br />

BARBERIS, ESTHER MARÍA.<br />

FUNES, JOSE' CRISTIAN. "Diablito".<br />

MOUKARSEL, JOSÉ RENÉ. Estaqueado en el patio <strong>de</strong> la cárcel y muerto<br />

por el frío y los golpes.<br />

VACA NARVAJA, MIGUEL HUGO. Alto dirigente Montonero y <strong>de</strong>legado<br />

<strong>de</strong> esa organización en el pabellón 6.<br />

TRAMONTÍN, RICARDO DA<strong>NI</strong>EL.<br />

DÍAZ, FLORENCIO. Dirigente <strong>de</strong>l los sindicatos SITRAC-SITRAM <strong>de</strong><br />

Córdoba.<br />

GARCÍA, JORGE OSCAR.<br />

CEBALLOS, MIGUEL ÁNGEL.<br />

SVAGUZZA, JOSÉ ALBERTO.<br />

37


HERNÁNDEZ, EDUARDO ALBERTO.<br />

YUNG, RICARDO ALBERTO.<br />

SGANDURRA, CARLOS ALBERTO.<br />

ZORRILLA, CLAUDIO ANÍBAL.<br />

ABDÓN, MIRTA.<br />

ROSSETTI DE ARQUEOLA, MARTA.<br />

BAUDUCO, RAÚL AUGUSTO. Asesinado <strong>de</strong> <strong>un</strong> balazo en la cabeza en el<br />

patio <strong>de</strong> la cárcel.<br />

TORANZO, HIGI<strong>NI</strong>O ARNALDO. Había estudiado también en el Seminario<br />

<strong>de</strong> Jesus María. Alg<strong>un</strong>os años más joven que yo.<br />

DE BREUIL, GUSTAVO ADOLFO.<br />

RINALDI DE PÁEZ, LILIANA.<br />

BALUSTRA, PABLO ALBERTO. Había quedado paralítico <strong>de</strong>bido a los golpes<br />

recibidos.<br />

HUBERT, OSCAR HUGO.<br />

GONZÁLES DE BARONETTO, MARTA. Esperaron a que tuviera su hijo y<br />

luego la mataron.<br />

La única noticia buena que trajeron los recién llegados era que habían<br />

liberado al gordo Heredia.<br />

A los cuatro meses <strong>de</strong> mi llegada a la nueva cárcel, <strong>un</strong>a día vinieron los<br />

guardias y me dijeron <strong>de</strong> preparar todas mis cosas, me trasladaban <strong>de</strong><br />

celda. A pesar <strong>de</strong> estar acostumbrado a cosas peores, la noticia me<br />

entristecía, ya me había amoldado a esta celda, al grupo <strong>de</strong> compañeros<br />

que salían conmigo al patio, a Vanellita. Nos llevábamos muy bien con él.<br />

Otra vez a empezar <strong>de</strong> nuevo.<br />

Con mi colchón y todas mis cosas fui a parar al pabellón 7, don<strong>de</strong> se<br />

encontraban presos ya <strong>de</strong> mucho tiempo en Sierra Chica. Mi compañero se<br />

llamaba Carlos Gilli, el "gringo" Gilli, obrero <strong>de</strong> Villa Constitución. Él<br />

todavía tenía alg<strong>un</strong>as cosas <strong>de</strong>l paquete <strong>de</strong> Navidad, y eso ayudaba a ser<br />

optimista. Fue el primero a quien pu<strong>de</strong> contar las atrocida<strong>de</strong>s, las<br />

penurias y los asesinatos sucedidos en la cárcel <strong>de</strong> Córdoba. A ellos algo<br />

les había llegado sobre nuestra situación. Entre otras cosas le conté <strong>de</strong><br />

mis "huesitos", quedó encantado <strong>de</strong> la novedad y me propuso reanudar<br />

esa "actividad" y enseñarle. Nos pusimos a la obra, conseguimos<br />

alg<strong>un</strong>os clavos y, como teníamos otros elementos, los pusimos en la<br />

p<strong>un</strong>ta <strong>de</strong> <strong>un</strong>as biromes. De esa manera se trabajaba mejor y más veloz.<br />

A la primera requisa saltó todo. Las requisas eran por sorpresa, sólo pocas<br />

celdas por vez y contemporáneamente, para no dar tiempo <strong>de</strong> escon<strong>de</strong>r<br />

eventuales cosas prohibidas. Abrían la puerta <strong>de</strong> la celda rápidamente y<br />

en la condición que estuviéramos teníamos que salir al pasillo. Todo era<br />

muy veloz, a<strong>un</strong>que sin violencia. Una vez afuera, nos teníamos que<br />

<strong>de</strong>snudar y enseñar las partes ocultas <strong>de</strong>l cuerpo: manos, axilas,<br />

testículos, plantas <strong>de</strong> los pies y nalgas. Era <strong>un</strong> ceremonial, la mayoría <strong>de</strong><br />

las veces formal, y, a fuerza <strong>de</strong> repetirlo, los presos lo efectuaban sin<br />

necesidad <strong>de</strong> ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> mando, transformándose en <strong>un</strong>a especie <strong>de</strong><br />

danza para locos. En tanto, a<strong>de</strong>ntro revisaban y daban vuelta todo.<br />

38


Y encontraron los huesitos y los clavos. Nos llevaron a la oficina <strong>de</strong>l<br />

director y nos hicieron entrar <strong>de</strong> a <strong>un</strong>o por vez.<br />

El director había cambiado, ya no era el viejo que callaba y entrecerraba<br />

los ojos sobre la mandíbula marcada. El nuevo era joven, cara redonda,<br />

piel oscura, sobrador en el trato, y por sus ojos se podía <strong>de</strong>scubrir que<br />

en algún otro lugar había hecho "méritos" que lo capacitaban para dirigir<br />

<strong>un</strong>a cárcel con tantos presos políticos.<br />

Los huesitos y las lapiceras con clavos estaban bien or<strong>de</strong>nados sobre el<br />

escritorio. Yo afirmé que todo era mío, que en Córdoba nos permitían<br />

hacer ese tipo <strong>de</strong> trabajo y que pensé que aquí también estaba permitido.<br />

El gringo Gilli también dijo que eran suyos. Los dos fuimos a parar al<br />

pabellón 12, el <strong>de</strong> castigo, por<strong>un</strong>a semana. Era febrero <strong>de</strong> 1977.<br />

El pabellón <strong>de</strong> castigo era <strong>un</strong>a construcción nueva, distinto a los <strong>de</strong>más.<br />

Las cárceles, cuanto más nuevas, peores son. Las celdas eran cuadradas<br />

con los ángulos redon<strong>de</strong>ados, <strong>de</strong> <strong>un</strong>os tres metros <strong>de</strong> lado. La puerta era<br />

doble: la normal puerta <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra sin la puertita y otra <strong>de</strong> rejas. En la<br />

pared opuesta, <strong>un</strong>a loseta <strong>de</strong> cemento servía <strong>de</strong> cama. En el único rincón<br />

que no se veía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la puerta estaba el inodoro a la turca. No tenía<br />

ventana, la luz entraba por <strong>un</strong> sistema <strong>de</strong> techo y sobretecho. N<strong>un</strong>ca<br />

prendían la luz, quedando la mayor parte <strong>de</strong>l día en <strong>un</strong>a casi penumbra.<br />

A la noche entregaban <strong>un</strong> colchón y <strong>un</strong>a colcha que retiraban al otro día<br />

muy temprano. A la mañana, con <strong>un</strong> gran bal<strong>de</strong>, tiraban agua en el suelo<br />

que teníamos que <strong>de</strong>sagotar en la turca con <strong>un</strong> palo <strong>de</strong> piso. Después<br />

íbamos a lavarnos la cara al baño, en el fondo <strong>de</strong>l pasillo. Todo se hacía<br />

<strong>de</strong> manera que no pudiéramos ver ni tener ningún tipo <strong>de</strong> contacto con los<br />

<strong>de</strong>más castigados. Durante el día no se podía hacer otra cosa que caminar<br />

o sentarse en la cama <strong>de</strong> cemento, estaba prohibido recostarse. Para dar<br />

la comida abrían la puerta <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra y pasaban el plato por <strong>un</strong>a hendija<br />

horizontal en la puerta <strong>de</strong> rejas. Me dieron <strong>un</strong> pedazo <strong>de</strong> diario viejo para<br />

limpiarme cuando lo necesitara. Antes <strong>de</strong> usarlo, lo leí completamente,<br />

esforzándome <strong>de</strong>bido a la poca luz que había. Era el diario <strong>de</strong>l dos <strong>de</strong> julio<br />

<strong>de</strong> 1976. Mis ojos cayeron en <strong>un</strong> pequeño recuadrito: "Terroristas<br />

abatidos: Cuando eran trasladados <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la cárcel Penitenciaria <strong>de</strong><br />

Córdoba a <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncias <strong>de</strong>l Tercer Cuerpo <strong>de</strong> Ejército para ser<br />

interrogados, los <strong>de</strong>licuentes subversivos José Cristian F<strong>un</strong>es y Marta<br />

Rossetti <strong>de</strong> Arqueola intentaron darse a la fuga. Al no respon<strong>de</strong>r a las<br />

repetidas voces <strong>de</strong> alto, fueron abatidos por las fuerzas <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>n ". Era la<br />

versión oficial <strong>de</strong>l asesinato <strong>de</strong>l Diablito F<strong>un</strong>es.<br />

Después <strong>de</strong> tres días <strong>de</strong> castigo, a <strong>un</strong>a hora inusual se abrió la puerta <strong>de</strong><br />

la celda. Estaba <strong>de</strong> turno <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los guardias más comprensivos <strong>de</strong> Sierra<br />

Chica, acostumbrado al trato con los presos com<strong>un</strong>es; no entendía el rigor<br />

con el cual nos trataban, presos que no hacíamos mal a nadie y con <strong>un</strong><br />

correcto comportamiento.<br />

-Venga, tiene visitas.<br />

"¿Visitas?", pensé, "¿cómo visitas?". Cuando se estaba en castigo no se<br />

permitían visitas.<br />

Mientras caminábamos hacia la capilla me explicó con pocas palabras que<br />

39


habían hecho <strong>un</strong>a excepción conmigo porque mis parientes venían <strong>de</strong> lejos<br />

y traían los chicos que yo no veía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el dia <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>tención. Eran<br />

aproximadamente las dos <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, el sol <strong>de</strong> febrero golpeaba en el<br />

pedregullo <strong>de</strong>l patio y en las pare<strong>de</strong>s blancas molestándome la vista<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la penumbra <strong>de</strong> la celda <strong>de</strong> castigo. Las visitas normales<br />

habían terminado, no se movía <strong>un</strong> alma en todo el penal.<br />

En la capilla estaban esperando mi mamá con <strong>un</strong> bebé en los brazos y<br />

mi hijo Adrián. El guardia se quedó aparte. "Tienen sólo diez minutos",<br />

me dijo. Era <strong>un</strong>a situación casi irreal. Mi madre con los ojos brillosos se<br />

dirigiò al Adrián para que viniera conmigo: "Es papá", le <strong>de</strong>cía, "andá con<br />

papá". El Adrián no estaba muy convencido porque, cuando lo alcé en<br />

brazos, me miraba extrañado y, sin <strong>de</strong>cir nada, hacía fuerza para<br />

bajarse. Cuando lo <strong>de</strong>jé en el piso, mi mamá me mostró a la Cecilia, que<br />

había empezado a llorar. "Mirá qué linda es. Llora porque estuvimos<br />

mucho tiempo esperando y está cansada, pero al menos nos <strong>de</strong>jaron<br />

verte". Pocas palabras más para asegurarles que, a pesar <strong>de</strong> todo, estaba<br />

bien y ya el guardia se acercó a <strong>de</strong>cirnos que el tiempo había terminado.<br />

Los saludos, los besos y <strong>de</strong>spués los vi alejarse en el patio <strong>de</strong>sierto por el<br />

recuadro luminoso <strong>de</strong> la puerta abierta <strong>de</strong> la capilla: mi mamà curvada<br />

tratando <strong>de</strong> calmar la nena que tenía en los brazos y el pequeño Adrián a<br />

su lado, que cada tanto se daba vuelta como dudando que todo esto fuese<br />

real.<br />

En silenzio volvimos a la celda <strong>de</strong> castigo, que ahora parecía más <strong>de</strong><br />

castigo que antes. Cuando se cerró la puerta y quedé <strong>de</strong> nuevo solo,<br />

sentado en el cemento <strong>de</strong> la cama, volví a revivir los diez minutos <strong>de</strong> la<br />

visita. Había sido <strong>un</strong>a suerte haber visto a mi familia <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tanto<br />

tiempo, pero la visita en esas condiciones me <strong>de</strong>struyó. Me había sacado<br />

<strong>de</strong>l caparazón que me había construido y que me protegía en la cárcel. Me<br />

había hecho enten<strong>de</strong>r que, afuera, la vida seguía sin mí, mis hijos nacían<br />

y crecían sin mí, sin siquiera reconocerme. Y en la soledad y en la<br />

penumbra <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>snuda celda <strong>de</strong> castigo no aguanté más y, apoyando la<br />

cabeza entre las manos, me <strong>de</strong>jé llorar.<br />

En marzo <strong>de</strong> 1977 fuimos convocados los <strong>de</strong> mi causa a las celdas <strong>de</strong><br />

a<strong>de</strong>lante para la com<strong>un</strong>icación <strong>de</strong> la sentencia <strong>de</strong> parte <strong>de</strong>l juez que<br />

seguía nuestro caso. En la oficina nos encontrábamos todos los<br />

implicados en dicha causa <strong>de</strong>tenidos en el penal <strong>de</strong> Sierra Chica -<strong>un</strong>as<br />

cinco o seis personas-, el juez Zamboni Le<strong>de</strong>sma, su secretario -el<br />

"colorado"- y <strong>un</strong> nuevo abogado <strong>de</strong>fensor <strong>de</strong> oficio. Al doctor Aro lo habían<br />

nombrado para integrar la cámara fe<strong>de</strong>ral, o algo así. El nuevo abogado se<br />

llamaba Molina, más joven que su pre<strong>de</strong>cesor, pero, como Aro,<br />

com<strong>un</strong>icaba seguridad y <strong>un</strong> poco <strong>de</strong> esperanza. Mientras esperábamos se<br />

presentó y nos dijo que todo había ido bien, nos habían sobreseído<br />

provisoriamente, pero que él apelaría para <strong>un</strong> sobreseimiento <strong>de</strong>finitivo. El<br />

juez pidió si alg<strong>un</strong>o <strong>de</strong> nosotros quería leer la sentencia en voz alta para<br />

todos. Después <strong>de</strong> <strong>un</strong> momento <strong>de</strong> duda, me ofrecí yo. Era como si<br />

quisiera estar seguro <strong>de</strong> lo que <strong>de</strong>cían esos papeles tan importantes para<br />

mí.<br />

40


Empecé a leer <strong>un</strong> poco emocionado. En el afán <strong>de</strong> leer correctamente, a<br />

veces se me escapaba el contenido. Pasaban bajo mis ojos nombres,<br />

apellidos, alg<strong>un</strong>os conocidos, otros no. Se hablaba <strong>de</strong> explosivos, armas,<br />

activida<strong>de</strong>s subversivas. Un poco toda la historia que habíamos intentado<br />

reconstruir con los implicados en la causa. Al final no había ning<strong>un</strong>a<br />

prueba <strong>de</strong> todo eso, y, si las había, habían sido condonadas por <strong>un</strong>a ley<br />

extraña sobre la que, como nos beneficiaba, nadie preg<strong>un</strong>tó nada. Todos<br />

habíamos sido sobreseídos.<br />

Con aire cansado, el juez agregó:<br />

-De todos modos, el abogado <strong>de</strong>fensor apeló para <strong>un</strong> sobreseimiento<br />

<strong>de</strong>finitivo. Si les es concedido serán avisados. Legalmente, uste<strong>de</strong>s<br />

tendrían que ser liberados hoy mismo, pero quiero que todos sepan que<br />

están a disposicion <strong>de</strong>l Po<strong>de</strong>r Ejecutivo Nacional.<br />

Lo sabíamos, pero esta sentencia era muy importante para mí. Una cosa<br />

era estar preso sin causas legales pendientes y otra muy distinta ser<br />

con<strong>de</strong>nado.<br />

Nos retiramos a nuestras celdas con la sensación <strong>de</strong> ser <strong>un</strong> poco menos<br />

presos que antes. Ahora nuestra libertad <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong> la situación<br />

política... y <strong>de</strong> <strong>un</strong> poco <strong>de</strong> suerte.<br />

Al poco tiempo empezaron a liberar a pequeños grupos. Todos los viernes<br />

aparecía <strong>un</strong>a lista con la gente que, habiéndole sacado el "PEN", quedaba<br />

en libertad. Generalmente el contenido <strong>de</strong> esas listas se conocía los<br />

sábados, con la visita.<br />

Y fue <strong>un</strong> sábado <strong>de</strong> j<strong>un</strong>io que sentimos, a través <strong>de</strong> la ventana que daba al<br />

patio, a alguien que gritaba: "¡Gringo Gilli! ¡¡Te vas!!". Prestamos atención<br />

esperando que el grito se repitiera. Pero no sucedió.<br />

-¿Sentiste, gringo?, ¡dijeron que te vas!<br />

-No -me respondió el gringo Gilli-, <strong>de</strong>be ser <strong>un</strong>a joda.<br />

-¡Ma qué joda! Vos sabés que esas jodas no se hacen. Nadie las hace -le<br />

respondí.<br />

Al rato lo llamaron para la visita.<br />

Volvió sin po<strong>de</strong>r contener su alegría y su emoción, a pesar <strong>de</strong> su carácter<br />

tranquilo y sereno: ¡el gringo estaba en la lista <strong>de</strong> los liberados!<br />

-Che, pero ¿vos creés que estos cosos me van a largar?<br />

-¡Cómo que no te van a largar! Claro que lo van a hacer.<br />

Me dio alg<strong>un</strong>as indicaciones <strong>de</strong> a quién darle algo <strong>de</strong> sus pertenencias y<br />

preparó sus cosas por las dudas .Al día siguiente lo largaron. El gringo<br />

volvía a su ciudad, esa que yo había aprendido a conocer por sus relatos.<br />

Volvía con su gente. Parecía mentira que alguien se pudiera ir <strong>de</strong> esta<br />

cárcel.<br />

Yo me quedé con <strong>un</strong> patrimonio enorme: kilos <strong>de</strong> yerba y azúcar, dulces,<br />

galletitas, leche en polvo y dos cosas muy importantes: el calentador a<br />

querosén y, sobre todo, <strong>un</strong> banquito <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, cosa que pocos tenían.<br />

Pero j<strong>un</strong>to con todas esas hermosas pertenencias, el gringo me <strong>de</strong>jaba<br />

algo más: la soledad. Era la primera vez que quedaba solo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mi<br />

<strong>de</strong>tención, exceptuando la semana <strong>de</strong> castigo. Tenía que apren<strong>de</strong>r a<br />

dominar mis pensamientos y mis recuerdos. Largas horas <strong>de</strong> soledad a la<br />

41


espera <strong>de</strong> la hora <strong>de</strong> patio, que se había transformado en el evento<br />

f<strong>un</strong>damental <strong>de</strong> mis días. Una hora para po<strong>de</strong>r hablar con alguien, para<br />

tener alg<strong>un</strong>a noticia<br />

Las <strong>de</strong>más horas <strong>de</strong>l día las pasaba caminando en la celda, repitiendo los<br />

siete pasos que separaban la puerta <strong>de</strong> la pared <strong>de</strong>l fondo; cantando las<br />

canciones que había aprendido con Vanellita y con el gordo Heredia.<br />

Empecé a escribir las canciones en <strong>un</strong> cancionero -el block para escribir<br />

cartas- prolijamente y con buena letra. Tenía todo el tiempo <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do.<br />

Escribía cartas a mis familiares y poesías para mi mujer y mis hijos. La<br />

necesidad <strong>de</strong> estar con ellos en ese momento <strong>de</strong> soledad se hacía<br />

<strong>de</strong>sesperante. Lograba calmarla solamente escribiendo para ellos y<br />

cantando. En esas circ<strong>un</strong>stancias me di cuenta que los pájaros en<br />

cautiverio no cantan <strong>de</strong> alegría sino <strong>de</strong> tristeza o <strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperación.<br />

Para Estela, poco antes <strong>de</strong> la fecha <strong>de</strong> su cumpleaños, escribí estos<br />

versos:<br />

Se acerca <strong>un</strong>a fecha muy querida,<br />

tu cumpleaños, que quizás<br />

no festejé antes como vos lo merecías.<br />

Pero ahora, ya no j<strong>un</strong>tos y muy lejos,<br />

mandarte algún regalo <strong>de</strong>searía.<br />

No habrá ramo <strong>de</strong> rosas como entonces,<br />

ni el collar <strong>de</strong> perlas fantasía,<br />

ni aquel regalo hermoso <strong>de</strong>l primer cumpleaños.<br />

No importa.Las rosas se marchitan ,el collar quizás ya esté enmohecido; lo<br />

que no se marchita ni se pica es tu recuerdo que acelera mis latidos. El<br />

mejor regalo que hoy te ofrezco es tu imagen prendida <strong>de</strong> mi pecho, el<br />

recuerdo constante <strong>de</strong> tus ojos y <strong>de</strong> aquí, temblando, <strong>un</strong> tierno beso...<br />

Y siempre en el recuerdo <strong>de</strong> Estela, estos versos:<br />

Las imágenes vuelven a repetirse y aparecen fuertes todavía. De aquel<br />

lejano día <strong>de</strong>l primer encuentro.<br />

Lejano, digo, porque me parece<br />

que estuvimos j<strong>un</strong>tos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> siempre.<br />

Otro recuerdo que me perseguía y a veces me torturaba a pesar <strong>de</strong><br />

tratar <strong>de</strong> sacarlo <strong>de</strong> mi mente, era el Adrián. Su figura agarrada al bor<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong> su c<strong>un</strong>ita la noche <strong>de</strong> la <strong>de</strong>tención. Y revivía los momentos más felices<br />

<strong>de</strong>l año y medio que estuvimos j<strong>un</strong>tos:<br />

Gira la calesita<br />

llevando su hermosa carga.<br />

Sentado en brioso corcel<br />

<strong>de</strong> melena enmarañada<br />

el niño ríe feliz,<br />

cual guerrero victorioso<br />

en su m<strong>un</strong>do <strong>de</strong> juguete.<br />

Y en cada vuelta <strong>un</strong> saludo<br />

<strong>de</strong> su manita pequeña,<br />

va <strong>de</strong>jando <strong>un</strong>a estela <strong>de</strong> alegría y <strong>de</strong> inocencia.<br />

Y <strong>un</strong>a ilusión va prendida<br />

42


<strong>de</strong> su pecho emocionado,<br />

como <strong>un</strong> pimpollo que nace<br />

besado por las estrellas.<br />

Gira, calesita, llevando preciosa carga, en ese niño que llevas está toda mi<br />

esperanza. De mis sueños más queridos, <strong>de</strong> las horas que se han ido, <strong>de</strong><br />

las cosas que no han sido y que ya n<strong>un</strong>ca serán.<br />

Gira, calesita,<br />

y en cada vuelta que das<br />

tu cantinela me dice<br />

que el tiempo, como tu giro,<br />

no pue<strong>de</strong> volver atrás.<br />

Gira, calesita, por favor, <strong>un</strong>a vez más, lleva contigo mi pena y déjame tu<br />

alegría, tu inocencia y tu paz.<br />

Y cuando todas estas cosas se presentaban j<strong>un</strong>tas en mi recuerdo, la<br />

soledad y la nostalgia se hacían insostenibles: mi familia, mis amigos, mis<br />

sierras; tantos momentos y lugares don<strong>de</strong> viví tan intensamente mi<br />

adolescencia y mi primera juventud. "Un día volveré a esos lugares, y será<br />

como volver a abrazar a <strong>un</strong> hermano":<br />

Cae la noche y trae consigo<br />

el ya perenne <strong>de</strong>sfile <strong>de</strong> nostalgias,<br />

nombres, caras y rincones<br />

que palpitan muy a<strong>de</strong>ntro en mis entrañas.<br />

Tanto es el afecto que me brota<br />

que me pierdo en ese mar <strong>de</strong> tanta ausencia<br />

el corazón no cabe ya en su lecho<br />

y corre a abrazar esos fantasmas,<br />

testimonios <strong>de</strong>l ayer y <strong>de</strong>l mañana<br />

que siguen pasando imperturbables<br />

con su carga <strong>de</strong> amor y <strong>de</strong> esperanzas.<br />

¿Qué he <strong>de</strong> hacer con este fuego que <strong>de</strong>vora? ¿Cómo lograr conjugar el<br />

torbellino <strong>de</strong> esos verbos <strong>de</strong> adioses y presencias que yo espanto y atraigo<br />

al mismo tiempo?<br />

Brota entonces como <strong>un</strong> grito silencioso la plegaria que emana<br />

incontenible al Inventor <strong>de</strong> amores y amista<strong>de</strong>s, al Creador <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do y<br />

los mortales. Pero a Él también, en mi pobre pequeñez, pretendo<br />

estrecharlo cual humano. Sin embargo su infinito me rebasa. Y entonces<br />

las imágenes queridas se visten <strong>de</strong> luces y colores que ya no hieren las<br />

pupilas <strong>de</strong>sgarradas <strong>de</strong> ese jirón <strong>de</strong> cielo que Él me diera.<br />

Cierro los ojos.<br />

Veo <strong>un</strong> rostro.<br />

Flota en el aire el beso <strong>de</strong> la noche<br />

que labios amados me darían;<br />

lo siento morir muy lentamente,<br />

sin dueño, sin tumba ni lamentos.<br />

Y al fin me digo suavemente:<br />

mañana empezará todo <strong>de</strong> nuevo.<br />

Con los mismos personajes <strong>de</strong> mis noches. Con el mismo escenario que se<br />

43


esfuma. Con el mismo Dios y su infinito.<br />

Cierro los ojos. Ahora ya sin verla.<br />

Y me duermo pensando en otro día...<br />

Cuando me había acostumbrado a mi soledad y organizado el día <strong>de</strong><br />

manera <strong>de</strong> tenerlo ocupado, me trajeron <strong>un</strong> nuevo compañero. Con<br />

esfuerzo tuve que cambiar mis costumbres y volver a la convivencia. No<br />

fue <strong>un</strong>a linda convivencia. Este muchacho era Montonero y <strong>de</strong>bía<br />

respetar ciertas reglas <strong>de</strong> la organización que yo no tenía por qué aceptar.<br />

Una entre todas: él tenía que pasar comida a su organización y <strong>de</strong>spués<br />

comía <strong>de</strong> la mía.<br />

Por suerte duró poco. Esta vez fui yo a cambiar <strong>de</strong> celda. Me pasaron al<br />

ala <strong>de</strong>l frente <strong>de</strong>l mismo pabellón. Una cosa incomprensible: trasladar <strong>un</strong><br />

<strong>de</strong>tenido <strong>un</strong>os pocos metros. Era la lógica común <strong>de</strong> esta gente.<br />

Caí con <strong>un</strong>o <strong>de</strong>l ERP. Buen muchacho, con <strong>un</strong>a férrea disciplina que en<br />

ningún momento trató <strong>de</strong> imponerme, pero que yo fui aceptando <strong>de</strong> a<br />

poco. Todos los días hacíamos gimnacia, <strong>un</strong>a gimnacia dura, en serio.<br />

Corríamos como locos en el espacio que nos quedaba <strong>de</strong> la celda: 1,5 por<br />

4 metros, en círculos, tratando <strong>de</strong> no chocarnos. Un poco para cada<br />

lado para no marearnos. Muchísimas vueltas. Después flexiones <strong>de</strong><br />

brazos y piernas, abdominales, cintura etc. Por último el baño reparador,<br />

tirándonos agua parados en el inodoro. Y quedábamos como nuevos.<br />

Cansados, satisfechos y en forma. Era <strong>un</strong> buen pibe, solidario, generoso<br />

e inflexible, <strong>un</strong> "hombre nuevo". Tenía sus activida<strong>de</strong>s con los <strong>de</strong>más<br />

integrantes <strong>de</strong> su organización y yo lo ayudaba, al menos haciéndole la<br />

guardia cuando escribía algo comprometedor que <strong>de</strong>spués pasaba a los<br />

<strong>de</strong>más. Como yo, se llamaba Daniel.<br />

A medida que pasaba el tiempo, las reglas <strong>de</strong>l penal fueron cambiando<br />

positivamente. De a poco nos fueron dando más beneficios hasta<br />

estabilizarse en <strong>un</strong>a situación realmente buena: nos sacaban al patio dos<br />

horas a la mañana y dos a la tar<strong>de</strong>. No ya pocas celdas sino toda el ala<br />

completa, <strong>un</strong>os 50 presos. Nos podíamos sentar en los bancos, re<strong>un</strong>irnos<br />

en grupos gran<strong>de</strong>s, jugar a las damas y al ajedrez. Dos veces a la<br />

semana nos llevaban a jugar al fútbol, que para mí era el placer máximo.<br />

Era casi <strong>un</strong> hotel. No teníamos necesidad <strong>de</strong> esforzarnos en llenar<br />

nuestro día. Leíamos poco el diario y las revistas. Entre salida y salida<br />

tomábamos <strong>un</strong>os ricos mates con galletitas con dulce, <strong>un</strong> verda<strong>de</strong>ro<br />

placer. ¡Qué más podíamos pedir!<br />

Pero era <strong>de</strong>masiado lindo para que durara. Después <strong>de</strong> <strong>un</strong>os meses en este<br />

"paraíso", el diablo llamó a mi puerta para llevarme, si no al "infierno", al<br />

menos al "purgatorio".-¡1688, prepare sus cosas, traslado!<br />

Cuando salí al pasillo me di cuenta que éramos varios los que<br />

cambiábamos <strong>de</strong> celda. Con mi bulto y mi cama fui a parar al pabellon 10.<br />

Me pusieron con <strong>un</strong>o que tambien venía <strong>de</strong>l pabellón 7: el pelado<br />

Chiaramonti.<br />

Aquí la musica era distinta. Parecía otra cárcel. En este pabellón, no sólo<br />

que las cosas no habían mejorado, sino que muchas habían empeorado.<br />

No permitían la entrada <strong>de</strong> diarios ni revistas. La salida al patio había<br />

44


quedado intacta: poca gente, caminar <strong>de</strong> a tres y sin pararse. Y lo que<br />

era peor: habían eliminado los "mandados", algo tremendo en esas<br />

circ<strong>un</strong>stancias.<br />

Es siempre muy duro <strong>de</strong> soportar los cambios que empeoran nuestras<br />

condiciones <strong>de</strong> vida, pero era necesario volver a inventarse las cosas<br />

para vivir, para resistir este nuevo tratamiento, cosas que motivaran<br />

nuestra vol<strong>un</strong>tad, sobrevivir dignamente. La cárcel volvía a tratarnos<br />

como presos y nosotros teníamos que volver a comportarnos como<br />

tales, con la imaginación y la invención que se pier<strong>de</strong>n cuando las<br />

circ<strong>un</strong>stancias son favorables.<br />

Nuestros compañeros <strong>de</strong> patio nos comentaron que el penal estaba<br />

implementando <strong>un</strong>a nueva política en el trato a los presos políticos: eran<br />

conscientes <strong>de</strong> que la población carcelaria <strong>de</strong> éstos era muy heterogénea,<br />

personas con acusaciones muy distintas. Y querían dividir los <strong>un</strong>os <strong>de</strong> los<br />

otros usando las eternas armas <strong>de</strong> la represión: el miedo, la <strong>de</strong>lación y el<br />

chantaje. Quien <strong>de</strong>lata a alguien obtiene mejoras, quien no <strong>de</strong>lata las<br />

pier<strong>de</strong>, es <strong>un</strong> pres<strong>un</strong>to sujeto peligroso. Y así caracterizaron los<br />

pabellones. El 7 y el 8 eran <strong>de</strong> los "recuperables", con todos los beneficios<br />

que yo había gozado. El 9 era el pabellón <strong>de</strong> "estudio", lleno <strong>de</strong><br />

colaboradores y soplones. El 10 era <strong>de</strong> los "irrecuperables", y el 11, <strong>de</strong> los<br />

jefes guerrilleros, con los mínimos beneficios.<br />

Los pabellones 7, 8 y 9 se transformaron en <strong>un</strong> ambiente invivible, lleno<br />

<strong>de</strong> sospechosos y sospechados. Los que estaban en el 7 y el 8, tratando <strong>de</strong><br />

mantener sus privilegios; los <strong>de</strong>l 9, tratando <strong>de</strong> alcanzarlos, con la<br />

<strong>de</strong>lación o la simulación. Nadie podía hablar tranquilamente por temor a<br />

ser trasladado a los pabellones "duros". Una situación absurda. Personas<br />

que habían estado tan cerca <strong>de</strong> la muerte, en circ<strong>un</strong>stancias mucho<br />

peores que esta cárcel, por dos beneficios <strong>de</strong> mierda se transformaban<br />

en <strong>de</strong>latores o, <strong>de</strong> todos modos, en gente en quien <strong>de</strong>sconfiar. Pensando<br />

que <strong>de</strong> esa<br />

forma podrían sobrevivir el tiempo que les quedaba <strong>de</strong> cárcel. Incluso<br />

alg<strong>un</strong>os ilusos pensaban que su actitud iba a tener alg<strong>un</strong>a influencia sobre<br />

su libertad. Pobre gente. Probablemente no tenían más recursos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong><br />

ellos y necesitaban recibirlos <strong>de</strong> afuera. Otros razonaban que los milicos<br />

habían ganado <strong>de</strong>finitivamente, y se pasaron <strong>de</strong>l lado <strong>de</strong> los vencedores.<br />

Pero para ser bien recibido había que llevar <strong>un</strong> buen bagaje; y pocos lo<br />

tenían.<br />

Yo, al final <strong>de</strong> cuentas, tuve suerte <strong>de</strong> ir a parar al pabellón 10. Aquí podía<br />

vivir mi situación <strong>de</strong> preso político sin ambigüeda<strong>de</strong>s, sin escon<strong>de</strong>r nada.<br />

Yo era <strong>un</strong> preso y ellos eran guardias, verdugos, "brígidos", etc. Y por<br />

esto éramos más controlados pero, al mismo tiempo, más respetados.<br />

En el pabellón 10 la vida <strong>de</strong> todos los días se llenó <strong>de</strong> activida<strong>de</strong>s,<br />

alg<strong>un</strong>as legales y otras ilegales, que nos dieron la fuerza para sobrevivir<br />

por mucho tiempo. El tiempo... Éste era el verda<strong>de</strong>ro enemigo. El tiempo<br />

y la incertidumbre aplastaban lentamente. Alg<strong>un</strong>os no lo soportaron.<br />

Como en las épocas <strong>de</strong> Córdoba, cuando no existen recursos externos hay<br />

que recurrir a los propios. Un recurso propio era nuestros conocimientos:<br />

45


el pelado Chiaramonte empezó a enseñarme electricidad. Un curso con<br />

toda regla, con ejercicios, diagramas, esquemas. Yo enseñaba<br />

matemáticas a <strong>un</strong>o <strong>de</strong>l pabellón <strong>de</strong>l frente. Para eso tuve que<br />

perfeccionar mi lenguaje con las manos y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la ventana, daba<br />

lecciones sumarias, acompañadas <strong>de</strong> alg<strong>un</strong>os escritos que le mandaba<br />

mediante los "caramelos".<br />

Los "caramelos" eran toda <strong>un</strong>a institución en los pabellones 10 y 11 <strong>de</strong><br />

Sierra Chica en ese período. Consistían en pequeñas hojas <strong>de</strong> papel con<br />

caligrafía diminuta, enrolladas perfectamente y envueltas en <strong>un</strong> pedacito<br />

<strong>de</strong> nylon que, mediante el fuego, quedaba totalmente cerrado y hacía al<br />

"paquete" así formado perfectamente impermeable. La impermeabilidad<br />

era <strong>un</strong>a condición indispensable. De esa manera podía ser transportado<br />

en distintas partes <strong>de</strong>l cuerpo sin dañarse el contenido. El lugar más<br />

usado era la boca, que permitía tragarlo a la primera señal <strong>de</strong> peligro.<br />

Otros lo llevaban en la nariz, y los más capaces lo llevaban en el ano, con<br />

la habilidad suficiente para que no se le fuera para a<strong>de</strong>ntro. Estos<br />

verda<strong>de</strong>ros especialistas en el transporte <strong>de</strong> "caramelos" salían al patio<br />

con el caramelo apenas a<strong>de</strong>ntro; mientras caminaban en su grupo lo<br />

sacaban y se lo entregaban a <strong>un</strong> compañero, que a su vez lo guardaba<br />

en el mismo lugar <strong>de</strong>l cuerpo. Por obvias razones, el que lo recibía tenía<br />

que ser capaz también <strong>de</strong> transportarlo en el culo. Sucedía a veces que<br />

los que lo llevaban en la boca <strong>de</strong>bían tragarlo, o los que lo llevaban en el<br />

culo se les iba invol<strong>un</strong>tariamente para a<strong>de</strong>ntro, entonces era necesario<br />

recuperarlo <strong>un</strong>a vez en la celda, inspeccionando en la materia fecal.<br />

Operación que, más allá <strong>de</strong>l asco, era complicada por la forma <strong>de</strong>l inodoro<br />

a caída directa, y se hacía necesario poner <strong>un</strong> papel para <strong>de</strong>tener la caída.<br />

Yo, los pocos caramelos que transportaba, los llevaba en la nariz. Lo hice<br />

hasta que <strong>un</strong>o se me trancó y lo tuve en la nariz alg<strong>un</strong>os días. Me dio<br />

tanto trabajo sacarlo que, <strong>de</strong>l susto, no llevé ni hice más caramelos. Lo<br />

que se escribía en estos papelitos eran cosas <strong>de</strong> lo más variadas, pero<br />

sobre todo eran verda<strong>de</strong>ros noticieros que componían los que tenían<br />

visitas y recogían noveda<strong>de</strong>s a través <strong>de</strong> sus familiares. Las organizaciones<br />

se pasaban as<strong>un</strong>tos y com<strong>un</strong>icaciones internas. Pero también habia quien<br />

pasaba canciones o, como yo, clases <strong>de</strong> matemáticas.<br />

Las autorida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l penal persiguieron intensamente esta forma <strong>de</strong><br />

com<strong>un</strong>icación, no tanto para i<strong>de</strong>ntificar a las personas y <strong>de</strong>scubrir lo que<br />

habían escrito. ¿Para qué podía servir? Ya estábamos presos, y en el<br />

peor lugar <strong>de</strong> la cárcel. Lo que en realidad les interesaba era eliminar <strong>un</strong>a<br />

actividad ilegal que nos mantenía activos y escapaba a su control.<br />

Una <strong>de</strong> las medidas que utilizaron fue no ven<strong>de</strong>rnos más papel para armar<br />

cigarrillos, que era el material usado para su confección. Mediante la cola<br />

que cada papelito contenía, pegábamos <strong>un</strong>o seguido al otro haciendo <strong>un</strong>a<br />

larga tira que se plegaba en acor<strong>de</strong>ón, y por su escaso espesor<br />

terminaba transformándose en bulto pequeñísimo. La medida adoptada<br />

por las autorida<strong>de</strong>s no perjudicó solamente a los escritores <strong>de</strong> mensajes<br />

sino también a los fumadores, que necesitábamos <strong>de</strong> ese papel. Des<strong>de</strong><br />

ese momento, para armar los cigarrillos tuvimos que usar el papel para<br />

46


escribir cartas.<br />

Otro método <strong>de</strong> perseguir los caramelos era el control bucal <strong>de</strong> improviso,<br />

cuando estábamos en la cola para salir al patio. Los guardias<br />

individualizaban la "presa" y, por sorpresa, se avalanzaban sobre ella,<br />

<strong>un</strong>o apretándole la garganta para evitar que lo trague, mientras el otro<br />

guardia le abría la boca. N<strong>un</strong>ca <strong>de</strong>scubrieron nada. En <strong>un</strong>a ocasión, <strong>un</strong>a<br />

<strong>de</strong> las "víctimas" tenía realmente algo en la boca, pero se zafó <strong>de</strong> los<br />

guardias y pudo tragarlo. Lo llevaron a la enfermería y trataron <strong>de</strong> hacerlo<br />

vomitar.<br />

Debido a tanta persecución, los caramelos se redujeron y se comenzaron a<br />

usar otros métodos para transmitir mensajes y noticias;<br />

f<strong>un</strong>damentalmente, el alfabeto Morse. Los Montoneros y los <strong>de</strong>l PRT<br />

<strong>de</strong>cidieron organizar la transmisión <strong>de</strong> noticias a través <strong>de</strong> dicho alfabeto<br />

<strong>de</strong> celda a celda. La primera fase fue <strong>de</strong> aprendizaje. No era fácil usar el<br />

morse <strong>de</strong> manera <strong>de</strong> transmitir normalmente. Los primeros mensajes era<br />

cortos y llevaba mucho tiempo armarlos. Pero con la práctica, el método<br />

se fue perfeccionando y haciendo más veloz. La transmisión f<strong>un</strong>cionaba <strong>de</strong><br />

la siguiente manera: la celda que sabía las noticias largaba el mensaje a<br />

las dos celdas contiguas y éstas, a su vez, a las <strong>de</strong>más, hasta el final <strong>de</strong>l<br />

ala <strong>de</strong>l pabellón, en don<strong>de</strong> moría. En las celdas don<strong>de</strong> había dos presos,<br />

generalmente <strong>un</strong>o escuchaba y repetía en voz alta al otro, que <strong>de</strong>bía<br />

memorizarla. Una vez terminada la recepción, comenzaba la<br />

transmisión. Los más prácticos escuchaban la noticia y la <strong>de</strong>cían a su<br />

compañero, que, inmediatamente, la transmitía. Yo tenía doble trabajo,<br />

recibir y transmitir, porque el pelado Chiaramonte no quiso saber nada <strong>de</strong><br />

apren<strong>de</strong>r el as<strong>un</strong>to pero, al menos, me ayudaba memorizando los<br />

mensajes.<br />

El método se perfeccionó tanto, que las noticias venían divididas en:<br />

políticas, económicas, policiales, liberta<strong>de</strong>s y <strong>de</strong>portivas, con el resultado<br />

<strong>de</strong> los partidos <strong>de</strong>l domingo.<br />

Era condición f<strong>un</strong>damental, para que el sistema f<strong>un</strong>cionara, que en cada<br />

celda hubiera, al menos, <strong>un</strong> preso <strong>de</strong>cidido a apren<strong>de</strong>rlo y a usarlo<br />

afrontando los riesgos.<br />

Otro inconveniente era la fi<strong>de</strong>lidad <strong>de</strong>l mensaje que pasaba <strong>de</strong> celda en<br />

celda. Y se corría el riesgo <strong>de</strong> que sucediera como en el juego <strong>de</strong> nuestra<br />

infancia, don<strong>de</strong> <strong>un</strong> mensaje se repetía en voz baja al compañero <strong>de</strong> al<br />

lado y, al final <strong>de</strong> la fila, era totalmente distinto. Estos mensajes en<br />

morse se repetían en más <strong>de</strong> veinte celdas y, al llegar al final, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

horas, las noticias no eran exactamente como las habían largado.<br />

Pero el morse no se usaba solamente para las noticias. Se lo usaba<br />

también para cuestiones personales, hablando con el vecino <strong>de</strong> celda o, a<br />

la noche, con alg<strong>un</strong>o más lejano, llamándolo con <strong>un</strong> código concordado. A<br />

veces, en el silencio <strong>de</strong> la noche y en la negrura <strong>de</strong> la celda, se escuchaban<br />

conversaciones <strong>de</strong> otros, <strong>de</strong>l tipo: "... ayer vi a tu hermana en la visita,<br />

está muy bien. En la próxima visita dale saludos mios<br />

Haber aprendido a usar velozmente el alfabeto morse fue <strong>un</strong>a<br />

herramienta importante en nuestra vida en el pabellón 10.<br />

47


Este sistema nos com<strong>un</strong>icaba con todos los presos <strong>de</strong> <strong>un</strong>a ala <strong>de</strong>l<br />

pabellón, pero no con los <strong>de</strong>l ala <strong>de</strong> enfrente. Alguien <strong>de</strong>scubrió que los<br />

inodoros-piletas <strong>de</strong>scargaban el agua en <strong>un</strong> tubo que pasaba <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l<br />

pasillo luego <strong>de</strong> recibirla <strong>de</strong> las dos alas, por lo tanto las aguas se<br />

j<strong>un</strong>taban. Siguiendo este razonamiento, nació la "pesca": dos celdas <strong>de</strong><br />

alas distintas y enfrentadas largaban por el inodoro <strong>un</strong> largo hilo con <strong>un</strong><br />

caramelo en la p<strong>un</strong>ta, se tiraba el agua más o menos<br />

contemporáneamente y, con <strong>un</strong> poco <strong>de</strong> suerte y mucha paciencia, los<br />

hilos se enredaban. Uno recogía el hilo lentamente, agarraba el caramelo<br />

<strong>de</strong>l compañero, ataba el propio caramelo en el hilo <strong>de</strong>l otro y liberaba los<br />

hilos. Era <strong>un</strong> método complicado y arriesgado, y se hacía por algo<br />

realmente importante.<br />

A través <strong>de</strong> los inodoros y <strong>de</strong> la com<strong>un</strong>icación <strong>de</strong> los <strong>de</strong>sagües se podía<br />

hablar directamente: vaciando el codo <strong>de</strong>l inodoro se com<strong>un</strong>icaba con las<br />

celdas que, a su vez, lo habían vaciado. De esta manera, los Montoneros,<br />

en 1978, leyeron para muchas celdas <strong>un</strong> com<strong>un</strong>icado <strong>de</strong> Firmenich don<strong>de</strong><br />

proclamaba que entrarían <strong>de</strong> nuevo al país para seguir la "guerra <strong>de</strong><br />

liberación".<br />

Otro método para pasarse cosas era la "paloma". Se usaba generalmente<br />

para pasarse cosas esenciales, como azúcar o yerba, que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la<br />

abolición <strong>de</strong> los "mandados", no nos podíamos pasar legalmente. La<br />

paloma se efectuaba a través <strong>de</strong> la ventanita <strong>de</strong> la celda. Se ataba el<br />

paquete a la p<strong>un</strong>ta <strong>de</strong> <strong>un</strong> hilo y se lo hamacaba hasta que el <strong>de</strong> la celda<br />

<strong>de</strong> al lado lo pudiera agarrar. Era muy arriesgado porque, a pesar <strong>de</strong><br />

elegir horas <strong>de</strong> mayor oscuridad, las ventanas podían ser vistas por el<br />

guardia <strong>de</strong>l paredón y por cualquier guardia que se le ocurriera mirar<br />

por la puerta que daba al patio.Era importante usar <strong>un</strong> envoltorio <strong>de</strong> color<br />

similar a las pare<strong>de</strong>s externas <strong>de</strong>l pabellón.<br />

El invierno <strong>de</strong>l 1978 fue duro <strong>de</strong> pasar. Se acercaba el m<strong>un</strong>dial <strong>de</strong> fútbol y<br />

las presiones internacionales se habían intensificado. Había venido la Cruz<br />

Roja Internacional y entrevistado, <strong>un</strong>o por <strong>un</strong>o, a todos los <strong>de</strong>tenidos,<br />

pero, aparte <strong>de</strong> la comida, que había mejorado <strong>un</strong> poco en esos días, la<br />

cárcel seguía firme con sus prohibiciones y las empeoró aún más: el<br />

almacén, único gran beneficio que nos aliviaba <strong>un</strong> poco la vida con sus<br />

productos, que nos permitía tomar mate y fumar -lo mínimo y esencial<br />

para <strong>un</strong> preso-, <strong>de</strong> <strong>un</strong> día para el otro se cortó para nosotros. En épocas<br />

normales nos llevaban al almacén cada veinte días, más o menos. Pasó<br />

<strong>un</strong> mes, y nada. Nos <strong>de</strong>sesperábamos tratando <strong>de</strong> averiguar a qué<br />

pabellón estaban llevando y tratando <strong>de</strong> calcular cuándo nos tocaría a<br />

nosotros. Pero los días pasaban y ning<strong>un</strong>a noticia.<br />

A medida que las reservas se acababan, la situación empeoraba: el azúcar,<br />

la yerba, el tabaco. Los pocos a quienes quedaba algo, trataban <strong>de</strong><br />

pasarle a los <strong>de</strong>más. Las palomas volaron como n<strong>un</strong>ca, y alg<strong>un</strong>os<br />

guardias menos verdugos, entendiendo la situación, rompieron la<br />

prohibición haciendo algún mandado. Hubo muchos pedidos <strong>de</strong> audiencia<br />

al director para plantearle la cuestión. Éste, poniendo cara <strong>de</strong> no saber<br />

nada, respondía con <strong>un</strong>a leve sonrisa sobradora: "Ya llegará; algún día<br />

48


llegará".Volvimos a estar como en Córdoba. Sin nada. Dependíamos <strong>de</strong> la<br />

comida <strong>de</strong> la cárcel: sin yerba, ni cigarrillos, ni diarios. Nos quedaban<br />

solamente las cosas para escribir cartas. Pero no se comían ni fumaban.<br />

En estas condiciones escuchamos los partidos <strong>de</strong> la selección argentina <strong>de</strong><br />

fútbol, a través <strong>de</strong>l altoparlante <strong>de</strong>l patio que, "patrióticamente", las<br />

autorida<strong>de</strong>s habilitaron para tal fin. Tomando té amargo <strong>de</strong> cáscara <strong>de</strong><br />

mandarina disecada y caminando sin parar en la celda para matar el frío.<br />

Así aprendí a imaginarme a Kempes "arrollando" a los adversarios, a<br />

Ardiles gambeteando, a Pablito Rossi y los <strong>de</strong>más italianos <strong>de</strong> apellidos<br />

religiosamente terminados en "i"; a los holan<strong>de</strong>ses Rensenbrink, Rep, Van<br />

<strong>de</strong>r Kerkoff, y a los nuestros: Fillol, Luque, Gallego, etc. Y sobre todo a<br />

Passarella, alzando <strong>un</strong>a copa, aclamado por millones <strong>de</strong> argentinos, en<br />

el mismo país don<strong>de</strong> nosotros estábamos encerrados y olvidados. Todo<br />

eso contado por el "chancho" Muñoz, que se daba el lujo <strong>de</strong> atacar a las<br />

asociaciones que reclamaban por los <strong>de</strong>rechos humanos; llegando a <strong>de</strong>cir<br />

que los que estaban en ese estadio victorioso eran los verda<strong>de</strong>ros<br />

argentinos, los buenos argentinos. Insinuando <strong>de</strong> esa manera que los que<br />

no estaban ahí por algo era: los "antipatria", la "subversión". Fue en ese<br />

momento que empezó a nacer en mí <strong>un</strong> sentimiento nuevo hacia la<br />

Argentina y los argentinos, <strong>un</strong> sentimiento que tenía algo <strong>de</strong> odio y<br />

<strong>de</strong>silusión: los argentinos nos abandonaban, no le importábamos nada a<br />

nadie, o a muy pocos. Sólo a aquellos que habían sido tocados en alg<strong>un</strong>a<br />

forma por la represión.<br />

Pero a pesar <strong>de</strong> estos sentimientos y razonamientos, a cada gol <strong>de</strong> la<br />

Argentina salía <strong>de</strong> cada celda <strong>un</strong> grito <strong>de</strong> alegría, porque la Argentina<br />

ganaba, porque la Argentina había salido campeón <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do<br />

.El m<strong>un</strong>dial terminó y, cuando todo hacía prever que las cosas<br />

empeorarían todavía más, se oyó abrir <strong>un</strong>a celda y, poco <strong>de</strong>spués, <strong>un</strong>a<br />

frase se propagó por el pabellón usando los mil modos <strong>de</strong> com<strong>un</strong>icación:<br />

¡Estaban llevando al almacén! Hacía dos meses que no nos llevaban al<br />

almacén.<br />

Habíamos pasado varias semanas sin tomar mate ni fumar. El invierno<br />

había sido larguísimo en esas condiciones.<br />

El pabellón tomó nueva vida, las caras se veían otra vez alegres. En la<br />

miseria <strong>de</strong> vida que nos hacían hacer, estas cosas nos daban <strong>un</strong> poco <strong>de</strong><br />

ánimo y fuerzas para seguir tirando.<br />

Al poco tiempo se llevaron a Chiaramonte y me quedé solo. De nuevo<br />

solo. La vida cambiaba nuevamente. Veintitrés horas al día sin hablar con<br />

nadie.<br />

Volví a <strong>de</strong>dicarme a mis canciones, a completar mi cancionero y a<br />

aumentarlo con las que nos pasaban por el altoparlante <strong>de</strong>l patio durante<br />

alg<strong>un</strong>as horas <strong>de</strong>l día: tangos reos y canciones ya pasadas <strong>de</strong> moda. Yo<br />

anotaba las mejores y las cantaba.<br />

Fue <strong>un</strong> largo período <strong>de</strong> soledad. Pasaba el tiempo mirando mi pequeño<br />

pedazo <strong>de</strong> cielo, a<strong>un</strong>que la única cosa que lograba ver <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mi ventana<br />

era el tanque <strong>de</strong> agua <strong>de</strong>l penal. Otras veces me subía a mirar por la<br />

ventana, a pesar <strong>de</strong> que el reglamento lo prohibía, y lograba ver las<br />

49


gaviotas que se peleaban por los huesos tirados en el patio. N<strong>un</strong>ca me<br />

gustaron estas gaviotas. En la lejanía <strong>de</strong>l mar probablemente tuvieran su<br />

encanto, pero aquí en el patio <strong>de</strong> piedras, peleando por <strong>un</strong> hueso y<br />

emitiendo sus horribles graznidos, me parecían cuervos disfrazados <strong>de</strong><br />

palomas.<br />

En la soledad <strong>de</strong> mi celda me sentía igual a las personas libres sólo<br />

cuando llovía o cuando leía. Veía caer las gran<strong>de</strong>s gotas y pensaba que<br />

en ese momento también la gente libre estaba encerrada como yo.<br />

Incluso muchos habrían <strong>de</strong>seado tener <strong>un</strong> reparo y mirar la lluvia <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

la ventana. Los días <strong>de</strong> lluvia perdía la hora <strong>de</strong> patio, evento<br />

f<strong>un</strong>damental <strong>de</strong> mi jornada, pero el sentirme igual a las personas libres<br />

me compensaba<br />

.La lectura, en cambio, me transportaba lejos, fuera <strong>de</strong> la celda 15 <strong>de</strong>l<br />

pabellón 10 <strong>de</strong> la cárcel <strong>de</strong> Sierra Chica. Inmerso en mi libro durante<br />

horas, yo me encontraba en el lugar don<strong>de</strong> él me llevara.<br />

La biblia era el único libro permitido. Libros <strong>de</strong> la biblia que solamente <strong>un</strong><br />

preso en mis condiciones <strong>de</strong> soledad podía leer. Yo me entusiasmaba, la<br />

estudiaba, leía los comentarios, hacía resúmenes y dibujaba los mapas <strong>de</strong><br />

las regiones. Con mucha <strong>de</strong>dicación y prolijidad. El libro era larguísimo,<br />

tenía que agarrarlo con amor.<br />

Pero no alcancé a terminarlo: me trajeron otro compañero. Apenas lo vi,<br />

me di cuenta lo que me esperaba: <strong>un</strong>a persona <strong>de</strong> <strong>un</strong>os 35 años que<br />

aparentaba 50, flaco, la cara chupada y triste, con los ojos h<strong>un</strong>didos, la<br />

espalda encorvada llevando <strong>un</strong> gigantesco peso invisible. Le <strong>de</strong>cían el<br />

"loco", el loco Gergof. Una persona con las mismas características<br />

anímicas <strong>de</strong>l gordo Heredia: con <strong>un</strong>a <strong>de</strong>presión galopante, <strong>de</strong> los que ven<br />

todo negro y necesitan a alg<strong>un</strong>o que les diga que no, que no nos van a<br />

matar, que no nos vamos a pudrir en Sierra Chica, que algún día esto va<br />

a terminar, que hay que aguantar sin aflojar. Venía <strong>de</strong> <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los<br />

pabellones "buenos" y el golpe era duro. Para colmo, hacía poco que se<br />

había suicidado <strong>un</strong> preso y eso empeoraba su <strong>de</strong>presión. ¡Me tocaban<br />

todos a mí! El pobre Gergof me contó su historia. Si era cierta, lo que<br />

probablemente fuera así, había tenido mucha mala suerte: trabajaba en la<br />

policía, en las oficinas <strong>de</strong> administración, pero sus familiares estaban<br />

relacionados con el ERP. Por lo tanto, los policías lo consi<strong>de</strong>raban <strong>un</strong><br />

traidor, y para los <strong>de</strong>l ERP era siempre <strong>un</strong> policía. Esta situación lo aisló<br />

totalmente. Y él no sabía sobreponerse a esta condición. No hacía nada en<br />

todo el día. Se la pasaba sentado en el banquito mientras yo hacía<br />

gimnasia o pasaba las noticias con el morse. Tenía que sacarlo <strong>de</strong> ese<br />

letargo, si no terminaría <strong>de</strong>primiéndome a mí. Descubrí que sabía<br />

contabilidad, en eso trabajaba en la policía, y entonces empezamos <strong>un</strong><br />

curso <strong>de</strong> contabilidad. Era <strong>un</strong> buen maestro y yo <strong>un</strong> alumno interesado.<br />

Libro <strong>de</strong> Entradas y Salidas, Pérdidas y Ganancias. Todo muy or<strong>de</strong>nado y<br />

prolijo. Hacíamos también el Balance. Algo mejoró, y el curso <strong>de</strong><br />

contabilidad le acortaba el día. A la tar<strong>de</strong>cita, él se sentaba en el banquito<br />

mientras yo, caminando ida y vuelta por la celda, le cantaba mi repertorio<br />

<strong>de</strong> canciones.<br />

50


La comida <strong>de</strong> Sierra Chica, que generalmente era mala, empeoró<br />

ulteriormente, salvo alg<strong>un</strong>os platos <strong>de</strong> excepción, como el guiso con<br />

papas y garbanzos, que, cuando no tocaba <strong>de</strong>masiado líquido, era <strong>un</strong>a<br />

exquisitez para nosotros. Pero, en cambio, el pedazo <strong>de</strong> carne hervido, "la<br />

tumba", que nos daban dos o tres veces a la semana, llegaba frío, duro y<br />

seco. ¡Y para qué hablar <strong>de</strong>l arroz!<br />

Era el cereal más usado y más mal usado. Nos daban <strong>un</strong> arroz hervido con<br />

pedacitos <strong>de</strong> zanahoria, que venía a ser la salsa. Yo, que había sido<br />

amante <strong>de</strong>l arroz con papas y arvejas empecé a odiar esa comida.<br />

Nos arreglábamos, para completar la dieta, haciéndonos alg<strong>un</strong>as cositas<br />

nosotros mismos, si bien estaba prohibido cocinar. A la carne la<br />

cortábamos en pedacitos y, usando los trocitos <strong>de</strong> grasa que siempre traía<br />

la carne, los saltábamos <strong>un</strong> poco en el plato <strong>de</strong> aluminio. Esa grasa era<br />

f<strong>un</strong>damental. La hacíamos <strong>de</strong>rretir y servía para freír o para hacer<br />

"chipacas", a<strong>un</strong>que esta operación era riesgosa por el olor que <strong>de</strong>jaba en<br />

la celda.<br />

También hacíamos pastelitos con la miga <strong>de</strong> pan amasada nuevamente<br />

con la grasa: <strong>un</strong>a especie <strong>de</strong> barquitos don<strong>de</strong> poníamos la mermelada y<br />

que cocinábamos usando los dos platos <strong>de</strong> aluminio, <strong>un</strong>o sobre el otro,<br />

creando <strong>de</strong> esa manera <strong>un</strong> pequeño horno sobre el calentador. El dulce<br />

i<strong>de</strong>al hubiera sido el <strong>de</strong> membrillo, porque no se <strong>de</strong>rretía fácilmente. Pero<br />

el dulce <strong>de</strong> membrillo estaba severamente prohibido en muchas cárceles<br />

argentinas por su capacidad corrosiva. Decían que, con el tiempo -mucho<br />

tiempo-, podía corroer el hierro <strong>de</strong> los barrotes. De aquí la importancia <strong>de</strong><br />

hacer los barquitos con la masa, para que el dulce, <strong>de</strong>rritiéndose, no se<br />

cayera.<br />

Con la ración diaria <strong>de</strong> leche -<strong>un</strong> jarro- hacíamos yogurt. Con <strong>un</strong>a miga<br />

<strong>de</strong> pan mojada en leche hacíamos la "madre". Entibiábamos la leche y le<br />

metíamos la "madre", envolviendo <strong>de</strong>spués todo con <strong>un</strong>a colcha. Una vez<br />

hecho el primer yogurt, usábamos <strong>un</strong>a cucharadita <strong>de</strong> éste para hacer<br />

fermentar el jarro <strong>de</strong>l día siguiente. Y así sucesivamente. No había nada<br />

mejor que comerse el jarro <strong>de</strong> yogurt a la tar<strong>de</strong>, cuando ya se había<br />

enfriado, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber hecho gimnasia y bien lavado. Y si la <strong>de</strong>spensa<br />

lo permitía, con <strong>un</strong>a cucharadita <strong>de</strong> azúcar.<br />

También hacíamos chipacas con chicharrón. Siempre usando la miga<br />

amasada, la mezclábamos con los chicharrones conseguidos con la grasa<br />

<strong>de</strong>rretida. Formábamos pequeñas y finas masitas para facilitar la cocción<br />

en el horno <strong>de</strong> platos. Con mate eran i<strong>de</strong>ales y llenaban la panza. En las<br />

épocas <strong>de</strong> ab<strong>un</strong>dancia, tomábamos mate con galletitas con dulce. El rito<br />

<strong>de</strong>l mate con el placer <strong>de</strong> las galletitas transformaba ese momento en <strong>un</strong>a<br />

isla hogareña.<br />

Con Gergof, salvando su <strong>de</strong>presión, era fácil vivir. Él no objetaba nada<br />

<strong>de</strong> lo que se le proponía, siempre que no fuera muy riesgoso. Y cuando lo<br />

era y él no se sumaba, al menos me ayudaba haciendo guardia por los<br />

agujeritos <strong>de</strong> la puerta.<br />

La vida en el pabellón seguía su curso sin sobresaltos. Nos habíamos<br />

acostumbrado al régimen y los guardias también entendieron que<br />

51


nosotros no les creábamos problemas. Ya habían terminado su selección y<br />

cada <strong>un</strong>o estaba en su "lugar". Los guardias más inteligentes, pocos en<br />

verdad, hacían este razonamiento: "Sabemos que uste<strong>de</strong>s, los presos<br />

políticos, no nos van a hacer daño, como pue<strong>de</strong> pasar con los com<strong>un</strong>es,<br />

así que para qué nos vamos a preocupar. En <strong>de</strong>finitiva, uste<strong>de</strong>s cumplen<br />

con las reglas <strong>de</strong>l penal".<br />

De todos modos, los presos nos habíamos dado <strong>un</strong>a organización, al<br />

menos los que salíamos generalmente j<strong>un</strong>tos al patio. Existían tres<br />

grupos: los Montoneros, los <strong>de</strong>l PRT y los in<strong>de</strong>pendientes; este último<br />

estaba formado por los grupos menores: Peronismo <strong>de</strong> Base, Po<strong>de</strong>r<br />

Obrero y algún sindicalista. Los tres grupos tenían <strong>un</strong> <strong>de</strong>legado; <strong>de</strong> vez en<br />

cuando, estos <strong>de</strong>legados caminaban j<strong>un</strong>tos en el patio para ponerse <strong>de</strong><br />

acuerdo sobre las actitu<strong>de</strong>s a tomar.<br />

Una sola vez hubo <strong>un</strong> problema que necesitó el esfuerzo <strong>de</strong> la mediación.<br />

Los Montoneros, siguiendo el razonamiento <strong>de</strong> que la guerra volvía a<br />

empezar fuera <strong>de</strong> la cárcel, <strong>de</strong>cidieron hacer <strong>un</strong>a manifestación. Pensaban<br />

golpear las puertas y los platos a <strong>un</strong>a hora <strong>de</strong>terminada. Los <strong>de</strong>l PRT y<br />

nosotros, in<strong>de</strong>pendientes, no estábamos <strong>de</strong> acuerdo, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mucho<br />

discutir <strong>de</strong>sistieron <strong>de</strong> la i<strong>de</strong>a.<br />

Por bastante tiempo no hubo cambios ni traslados en el pabellón 10, y el<br />

grupo que salía al patio era siempre el mismo. Esto fue muy útil para<br />

amalgamar las personas y terminamos siendo muy amigos: el "Muñeco",<br />

<strong>de</strong> la provincia <strong>de</strong> San Juan, insistía siempre en j<strong>un</strong>tarnos en su casa<br />

cuando nos liberaran. El "Sucio", <strong>de</strong> la Plata, militante <strong>de</strong> las Fuerzas<br />

Armadas <strong>de</strong> Liberación, gran conocedor <strong>de</strong> tango, me explicaba las<br />

características <strong>de</strong> los cantantes y las orquestas <strong>de</strong> los tangos que<br />

escuchábamos por el altoparlante. El "Viejito" Castro, <strong>de</strong> la provincia <strong>de</strong><br />

Tucumán -zona <strong>de</strong> la guerrilla <strong>de</strong>l ERP-, <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los más altos dirigentes<br />

<strong>de</strong>l PRT en Sierra Chica, rol que ni siquiera lejanamente se podía intuir<br />

<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> su andar sereno y cansino, me explicaba la filosofía marxista<br />

<strong>de</strong>l materialismo histórico y dialéctico cuando, dos veces a la semana,<br />

caminábamos j<strong>un</strong>tos. Otro <strong>de</strong> los personajes era el "Profesor", <strong>de</strong> Bahía<br />

Blanca: <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l golpe militar en marzo <strong>de</strong>l '76, los milicos convocaron<br />

a todos los profesores <strong>de</strong> su <strong>un</strong>iversidad; él fue el único que se presentó,<br />

y le dijeron que esperara <strong>un</strong> momento en <strong>un</strong>a pieza <strong>de</strong> la comisaría, que<br />

tenían que hacerle alg<strong>un</strong>as preg<strong>un</strong>tas. N<strong>un</strong>ca le preg<strong>un</strong>taron nada. Ya<br />

llevaba casi tres años <strong>de</strong>tenido sin ning<strong>un</strong>a causa ni explicación. El flaco<br />

"Chatarra" era el único que trataba <strong>de</strong> <strong>de</strong>mostrar a las autorida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la<br />

cárcel, sin llegar a la colaboración, que él no tenía nada que ver con la<br />

"subversión" para convencerlas <strong>de</strong> que lo habían puesto en el pabellón<br />

equivocado. Con este fin, apenas llegó al pabellón empezó a caminar<br />

asiduamente con el viejo Castro, porque lo consi<strong>de</strong>raba totalmente<br />

ajeno a las organizaciones guerrilleras. Des<strong>de</strong> el día que alguien le sopló<br />

al oído el verda<strong>de</strong>ro cargo <strong>de</strong>l viejo, no sólo no caminó más con él, sino<br />

que en la hora <strong>de</strong>l patio se mantenía lo más lejos posible.<br />

La hora <strong>de</strong> patio no siempre era <strong>un</strong> beneficio. A veces nos sacaban en<br />

verano a la siesta, bajo los rayos <strong>de</strong>l sol, con nuestros pesados <strong>un</strong>iformes<br />

52


<strong>de</strong> invierno, para dar vueltas sin <strong>un</strong>a sombra, pateando las piedritas<br />

calientes, <strong>un</strong>os pocos grupitos <strong>de</strong> tres personas cada <strong>un</strong>o, en <strong>un</strong>a lenta<br />

calesita <strong>de</strong> <strong>un</strong>a hora <strong>de</strong> duración. En esas condiciones, la hora <strong>de</strong> patio era<br />

más <strong>un</strong> castigo que <strong>un</strong> beneficio.<br />

A fines <strong>de</strong>l año '78 se verificaron alg<strong>un</strong>os cambios positivos: <strong>de</strong>jaron<br />

entrar libros. Sólo best sellers, o sea libros conocidos por las autorida<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong> la cárcel. Y alg<strong>un</strong>o que otro libro <strong>de</strong> estudio. Todo título no conocido no<br />

podía entrar. Por ejemplo, <strong>un</strong> libro <strong>de</strong> química: "La cuba electrolítica" no<br />

fue permitido por la palabra "cuba". Otro libro censurado fue "Rojo y<br />

negro", <strong>de</strong> Stendahl, por la palabra "rojo".<br />

Aproveché y me hice entrar <strong>un</strong> libro <strong>de</strong> trigonometría, que era mi materia<br />

preferida, y que me ayudó a ocupar muchas horas <strong>de</strong> mi tiempo.<br />

Lo <strong>de</strong> los libros hizo que las requisas se intensificaran para controlar<br />

qué tipo <strong>de</strong> libros teníamos y qué utilidad les dábamos. Un día que estaba<br />

entusiasmado con mi libro <strong>de</strong> trigonometría, <strong>un</strong> guardia abrió la puertita <strong>de</strong><br />

la celda y, con voz perentoria, me pidió que le hiciera ver el libro que<br />

estaba leyendo. En mi apuro se lo alcancé al revés. El guardia empezó a<br />

hojearlo en esa condición y, viendo gráficos y dibujos, la cara se le ceñía<br />

cada vez más. Al final, en su <strong>de</strong>sesperación, me lo <strong>de</strong>volvió diciendo:<br />

"está bien, tome, este libro está permitido".<br />

En ese período, el gobierno había hecho alg<strong>un</strong>as modificaciones a <strong>un</strong>a ley<br />

que, a su vez, había modificado inmediatamente <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l golpe. La<br />

constitución argentina prevé que, cuando se <strong>de</strong>creta el estado <strong>de</strong> sitio, el<br />

Po<strong>de</strong>r Ejecutivo tiene la facultad <strong>de</strong> <strong>de</strong>tener sin proceso a las personas por<br />

<strong>un</strong> período <strong>de</strong> tres meses. Pasados los tres meses, si no se había iniciado<br />

<strong>un</strong>a causa judicial en su contra, tenía que <strong>de</strong>jarlo en libertad o permitirle<br />

salir <strong>de</strong>l país. Inicialmente, los milicos habían modificado esta parte <strong>de</strong> la<br />

constitución eliminando los "tres meses", por lo tanto <strong>un</strong>a persona podía<br />

estar a disposición <strong>de</strong>l PEN por tiempo in<strong>de</strong>terminado. Una cosa<br />

totalmente inconstitucional. Con las últimas modificaciones aportadas,<br />

permitían que los que estaban en esta situación pudieran salir <strong>de</strong>l país.<br />

Pero bajo ciertas condiciones: el <strong>de</strong>tenido tenía que conseguir <strong>un</strong> país<br />

que lo recibiera como refugiado con resi<strong>de</strong>ncia permanente, y a<strong>de</strong>más<br />

no podía ser <strong>un</strong> país limítrofe con la Argentina. Una vez conseguida esta<br />

visa, se podía hacer el pedido para salir. El gobierno, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> cuatro<br />

meses, daba su respuesta, que podía ser negativa en base a "la<br />

peligrosidad <strong>de</strong>l individuo".<br />

Todos los que estábamos a disposición <strong>de</strong>l Po<strong>de</strong>r Ejecutivo y sin con<strong>de</strong>na<br />

empezamos la búsqueda <strong>de</strong> esta visa que nos permitiría hacer el pedido<br />

<strong>de</strong> "opción" para salir <strong>de</strong>l país. Mejor dicho, nuestros familiares la<br />

empezaron, pues para nosotros era muy difícil ponernos en contacto con<br />

las embajadas. Los países que más ofrecían visas eran: Suecia,<br />

Alemania, EEUU, Canadá y Méjico. España e Italia la daban solamente a<br />

los que eran <strong>de</strong>scendientes <strong>de</strong> españoles e italianos, respectivamente, los<br />

que podrían ser reconocidos como ciudadanos.<br />

Mi familia empezó este trámite en el consulado italiano en Buenos Aires.<br />

Una pequeña esperanza se encendía. A<strong>un</strong>que, en general todos éramos<br />

53


astante escépticos y seguíamos tratando <strong>de</strong> sobrellevar lo mejor posible<br />

nuestra realidad <strong>de</strong> todos los días. Y nuestra realidad era la cárcel <strong>de</strong><br />

Sierra Chica.<br />

Des<strong>de</strong> ese momento, en el diario <strong>de</strong> los viernes, no sólo salían las listas<br />

<strong>de</strong> los que liberaban, sino también <strong>de</strong> los que autorizaban a salir <strong>de</strong>l país.<br />

Muchos consiguieron la visa rápidamente. La mía no llegaba. Yo apuraba<br />

a mis familiares y trataba <strong>de</strong> informarme sobre los eventuales<br />

problemas que <strong>de</strong>tenían el trámite. Tuve la sensación <strong>de</strong> que mis<br />

familiares no se interesaban lo suficiente con el objetivo <strong>de</strong> impedir que<br />

me fuera <strong>de</strong>l país, pues pensaban que mi libertad era inminente, que iba<br />

a haber <strong>un</strong>a gran lista <strong>de</strong> liberta<strong>de</strong>s para Navidad, etc., etc.<br />

Pero yo no me confiaba <strong>de</strong> estas cosas, y escribí directamente al<br />

cónsul pidiéndole informaciones sobre mi trámite. N<strong>un</strong>ca me respondió,<br />

pero algo se <strong>de</strong>be haber movido en el consulado o en mi familia, porque<br />

al poco tiempo me dieron la visa italiana.<br />

No tuve mucho tiempo <strong>de</strong> pensar en eso, porque en la cárcel empezaron a<br />

verificarse alg<strong>un</strong>os cambios que llamaron nuestra atención y que<br />

volvieron a crearnos esa tensión que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía tiempo no sentíamos.<br />

Tensión mezcla <strong>de</strong> curiosidad, miedo y esperanza: hubo <strong>un</strong> cambio general<br />

<strong>de</strong> celdas, <strong>un</strong> movimiento <strong>de</strong> presos como n<strong>un</strong>ca se había verificado. No<br />

distinguieron más entre pabellones buenos o malos y empezamos <strong>un</strong><br />

período que ya conocíamos. Una situación <strong>de</strong> provisoriedad y <strong>de</strong>scuido<br />

<strong>de</strong> parte <strong>de</strong> los guardias que presagiaba <strong>un</strong> traslado a otra cárcel. Yo,<br />

siempre que sucedían estos movimientos, trataba <strong>de</strong> salvar mis cosas más<br />

queridas: mis canciones, mi cua<strong>de</strong>rno, intentando distinguir entre lo que<br />

se pue<strong>de</strong> per<strong>de</strong>r y lo que hay que salvar a toda costa.<br />

Me pusieron en <strong>un</strong>a celda con <strong>un</strong> correntino, a quien también le<br />

gustaba cantar y que enriqueció aún más mi cancionero con<br />

composiciones <strong>de</strong> esa zona <strong>de</strong>l país.<br />

En la celda no teníamos casi nada. Nos habían sacado todas nuestras<br />

cosas para dárselas, así dijeron, a nuestros familiares. Sólo nos quedó lo<br />

puesto, que era propiedad <strong>de</strong> la cárcel, y alg<strong>un</strong>as cosas personales.<br />

Al cabo <strong>de</strong> tres días llegó el traslado. En los presos <strong>de</strong> Córdoba todavía<br />

estaba vivo el recuerdo <strong>de</strong>l traslado <strong>de</strong> Córdoba a Sierra Chica, dos años<br />

atrás, cuando nos habían tratado peor que a animales.<br />

Pero esta vez las cosas fueron distintas: no hubo vendas en los ojos ni<br />

cables en las manos. Nos llevaron en camiones al aeropuerto militar y,<br />

esposados, nos cargaron en <strong>un</strong> avión Hércules. Lo que sí era igual a los<br />

<strong>de</strong>más traslados era la incógnita <strong>de</strong>l <strong>de</strong>stino. ¿A dón<strong>de</strong> iríamos a parar?<br />

Al menos nos íbamos <strong>de</strong> Sierra Chica, <strong>un</strong>a cárcel que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer día<br />

me impresionó por su soli<strong>de</strong>z y su organización, y <strong>de</strong> la cual muchas<br />

veces pensé que n<strong>un</strong>ca saldría. Había pasado dos años y medio en esta<br />

cárcel, había vivido momentos <strong>de</strong> alegría, situaciones <strong>de</strong> buenas<br />

condiciones. Había conocido el total aislamiento <strong>de</strong>l pabellón <strong>de</strong> castigo y,<br />

últimamente, me había acostumbrado a la dura vida <strong>de</strong>l pabellón 10,<br />

don<strong>de</strong> la fuerza para resistir y tirar a<strong>de</strong>lante la encontré en mis<br />

compañeros y en el hecho <strong>de</strong> aceptar mi condición <strong>de</strong> preso "peligroso",<br />

54


sin pedir <strong>de</strong>scuentos ni mendigar mejoras, sino sobreviviendo con los<br />

recursos creados por nosotros mismos. Había llegado con mis compañeros<br />

<strong>de</strong> Córdoba y había conocido tantos otros: <strong>de</strong> Buenos Aires, Entre Ríos,<br />

Mendoza, Tucumán, <strong>de</strong> las zonas más golpeadas por la represión. Caras,<br />

nombres que en cada cambio <strong>de</strong> lugar se renovaban hasta ser tantos que,<br />

con el tiempo, se conf<strong>un</strong>dían.<br />

Estaba satisfecho <strong>de</strong> cómo había soportado este período en Sierra Chica.<br />

Habíamos creado <strong>un</strong> grupo <strong>de</strong> amigos y compañeros que, a<strong>un</strong>que no nos<br />

viéramos más, quedaría registrado en la memoria <strong>de</strong> los presos.<br />

Después <strong>de</strong> dos años y medio sabíamos quién era quién. Sierra Chica,<br />

con su lento e inflexible trascurrir, había <strong>de</strong>finido quién era quién; en<br />

quién se podía confiar y en quién no. Y eso era importantísimo para<br />

cualquier preso en cualquier cárcel que fuera a parar. Porque el concepto<br />

sobre los presos corría más veloz que los aviones y no había muro que lo<br />

pudiera <strong>de</strong>tener.<br />

LA U9 DE LA PLATA<br />

Llegamos a la nueva cárcel: la U9 <strong>de</strong> La Plata; era marzo <strong>de</strong> 1979, el<br />

tratamiento fue discreto, nada <strong>de</strong> violencias. Y pensar que esta cárcel era<br />

famosa por la violencia con que habían tratado a los <strong>de</strong>tenidos en los<br />

primeros años <strong>de</strong> la dictadura. Incluso alg<strong>un</strong>os habían muerto por los<br />

golpes recibidos. El pabellón <strong>de</strong> castigo no sólo era sinónimo <strong>de</strong><br />

aislamiento sino también <strong>de</strong> violentas palizas.<br />

La cárcel <strong>de</strong> La Plata era más mo<strong>de</strong>rna que las <strong>de</strong> Córdoba y Sierra Chica,<br />

pero la estructura <strong>de</strong> los pabellones era siempre la misma: pasillo ancho<br />

en el medio con las celdas a los costados. Éstas eran chicas, pero las<br />

camas- cuchetas <strong>de</strong> cemento daban <strong>un</strong> poco <strong>de</strong> espacio. Había <strong>un</strong>a<br />

estructura metálica que hacía las veces <strong>de</strong> pequeño lavabo con el<br />

inodoro incorporado. Por su forma característica le <strong>de</strong>cian la<br />

"motoneta", y realmente, cuando <strong>un</strong>o se sentaba para hacer sus<br />

necesida<strong>de</strong>s, parecía estar en <strong>un</strong>a motoneta sentado al revés. De la parte<br />

<strong>de</strong> la ventana, siempre alta y chica, había <strong>un</strong> mueblecito para poner<br />

nuestras cosas. La celda era verda<strong>de</strong>ramente chica, no se podía caminar.<br />

Para compensar esto, estaba permitido sentarse en la cama <strong>de</strong> abajo.<br />

Nuestro pabellón estaba en el primer piso y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> nuestra ventana, por<br />

sobre el muro, podíamos ver los edificios vecinos. Era la primera vez,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tres años, que podía ver el m<strong>un</strong>do exterior. A la mañana<br />

veíamos a las mujeres colgar la ropa en la terraza <strong>de</strong> los edificios.<br />

También, <strong>de</strong> vez en cuando, nos llegaba la música y los ruidos <strong>de</strong><br />

"afuera".<br />

Mi nuevo compañero <strong>de</strong> celda era el gringo Nicolini, <strong>un</strong> médico <strong>de</strong> Córdoba,<br />

<strong>de</strong>l Peronismo <strong>de</strong> Base y <strong>de</strong> las Fuerzas Armadas Peronistas. Yo no lo había<br />

conocido mucho a él, pero sí a su señora, "la Negra", <strong>un</strong>a compañera <strong>de</strong><br />

mis primeros años <strong>de</strong> militancia en el PB. Era <strong>un</strong> buen tipo, a<strong>un</strong>que tenía<br />

sus manías, como todos. Las principales eran el mate amargo y el ajedrez.<br />

Hacíamos largas partidas, aprendíamos jugadas particulares, anotábamos<br />

las movidas <strong>de</strong> famosos jugadores. Con el gringo aprendí a querer y<br />

55


valorar ese juego tan importante para los presos. Pero a media mañana<br />

todo se suspendía y, con <strong>un</strong>a <strong>de</strong>voción religiosa, Nico preparaba su amargo<br />

en su mate con forma <strong>de</strong> tomate; acompañándolo con alg<strong>un</strong>a galletita,<br />

hacíamos nuestra merienda.<br />

Las reglas <strong>de</strong> la U9 <strong>de</strong> La Plata estaban <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> las que conocíamos: <strong>un</strong>a<br />

hora u hora y media <strong>de</strong> patio, "mandados" a la tar<strong>de</strong> y la posibilidad <strong>de</strong><br />

comprar diarios y revistas. Para los que veníamos <strong>de</strong> los pabellones 10 y<br />

11 <strong>de</strong> Sierra Chica era toda <strong>un</strong>a mejoría; para los <strong>de</strong>más, se les achicaban<br />

alg<strong>un</strong>os beneficios: no tenían <strong>de</strong>portes y se les había reducido el tiempo<br />

<strong>de</strong> patio.<br />

La hora <strong>de</strong> patio era distinta a Sierra Chica. Salíamos todos los presos <strong>de</strong>l<br />

pabellón j<strong>un</strong>tos y el patio era mucho más chico, piso <strong>de</strong> cemento, con<br />

bancos, y ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> <strong>un</strong> alto tejido, como <strong>un</strong>a gran jaula. Por lo tanto no<br />

se podía caminar mucho, ya que en <strong>un</strong> espacio <strong>de</strong> ocho por veinte metros<br />

metían alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> cien presos. Como compensación se podía jugar<br />

ajedrez y dama, y re<strong>un</strong>irse más <strong>de</strong> tres personas por grupo. Era <strong>un</strong><br />

momento formidable <strong>de</strong> socialización <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la soledad <strong>de</strong> Sierra<br />

Chica. Pu<strong>de</strong> conocer otras personas y encontrarme con amigos y<br />

compañeros que no veía <strong>de</strong> tanto tiempo. Tuve la amarga sorpresa <strong>de</strong><br />

saber que alg<strong>un</strong>os <strong>de</strong> mis compañeros <strong>de</strong> la celda 4 <strong>de</strong> Córdoba habían<br />

aflojado <strong>de</strong> frente a las presiones <strong>de</strong> las autorida<strong>de</strong>s y colaboraban en<br />

alg<strong>un</strong>a medida con ellas, siendo <strong>de</strong>spreciados por los <strong>de</strong>más presos.<br />

Las visitas se realizaban no ya en <strong>un</strong>a capilla, don<strong>de</strong> al menos <strong>un</strong>o se<br />

sentía cerca <strong>de</strong> sus familiares, sino en <strong>un</strong> frío locutorio, con <strong>un</strong> vidrio <strong>de</strong><br />

por medio en pequeñas celditas, como en <strong>un</strong>a cabina telefónica, y se<br />

hablaba a través <strong>de</strong> <strong>un</strong> tubo que <strong>un</strong>ía las dos partes. Yo prefería que en<br />

estas condiciones no me trajeran a los chicos. Era peor verlos así que no<br />

verlos.<br />

Fue en <strong>un</strong> locutorio <strong>de</strong> éstos, <strong>un</strong>a mañana <strong>de</strong> julio <strong>de</strong> 1979, que mi<br />

hermana me com<strong>un</strong>icó que me habían otorgado la opción para irme <strong>de</strong>l<br />

país. Para irme a Italia, que me había dado la ciudadanía italiana y el<br />

consecuente permiso permanente. Mi hermana venía con el encargo <strong>de</strong> mi<br />

padre <strong>de</strong> pedirme, <strong>de</strong> convencerme, que no me fuera, que rechazara<br />

esta autorización. Y que esperara la libertad en el país, que no tardaría<br />

en llegar. A Estela le habían concedido la libertad vigilada y<br />

probablemente me la conce<strong>de</strong>rían también a mí. Mi padre no soportaría<br />

el hecho <strong>de</strong> saberme lejos, inalcanzable. Me <strong>de</strong>cía todo esto con <strong>un</strong>a<br />

tristeza resignada, con <strong>un</strong>a mezcla <strong>de</strong> alegría y <strong>de</strong> pena. Alegría porque<br />

esta pesadilla, que también ellos tuvieron que vivir, se terminaría, se<br />

acabarían los larguísimos viajes para venir a visitarme. Se acabaría la<br />

espera sin tiempo <strong>de</strong> <strong>un</strong>a <strong>de</strong>tención sin con<strong>de</strong>na. Los chicos volverían a<br />

estar con sus padres. En fin... era la libertad. Pena, porque esta libertad<br />

tenía <strong>un</strong> precio muy alto: el <strong>de</strong> la lejanía y la separación.<br />

Pero yo no tenía nig<strong>un</strong>a duda. Me permitían irme, y me iría. A cualquier<br />

parte, Alaska, Groenlandia, no importaba dón<strong>de</strong>, pero irme. Yo no creía<br />

en la lógica <strong>de</strong> los milicos. No tenían. Y había que aprovechar lo que me<br />

ofrecían. Después se vería cómo hacer para vernos con mi familia o para<br />

56


volver. Yo estaba vivo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber estado ro<strong>de</strong>ado portanto tiempo<br />

<strong>de</strong> terror y <strong>de</strong> muerte, y no <strong>de</strong>saprovecharía esta oport<strong>un</strong>idad <strong>de</strong> salvarme<br />

<strong>de</strong>finitivamente <strong>de</strong> estos asesinos.<br />

Lo sentía mucho por mi padre. En estos años, los lazos familiares se<br />

habían reforzado. Pero así como en Córdoba había aprendido a aislarme<br />

afectivamente <strong>de</strong> mis hijos para no sufrir y pensar en mi sobrevivencia,<br />

ahora tambien lo hacía. El preso era yo y tenía que sobrevivir.<br />

Volví a mi celda <strong>un</strong> poco turbado pero feliz, inmensamente feliz. Había<br />

llegado la hora <strong>de</strong> la libertad. La hora que yo esperaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el 2 <strong>de</strong> abril<br />

<strong>de</strong> 1976.<br />

-¡Che, Nico! ¡ ¡Me dieron la opción!! -fue lo primero que dije cuando entré<br />

a la celda.<br />

-¡Estás loco! ¿Es cierto?<br />

-Sí que es cierto, me lo dijo mi hermana en la visita.<br />

Cuando salimos al patio todos me ro<strong>de</strong>aron.<br />

-¿Así que te vas, loco?, ¡qué culo!<br />

Y todos se alegraban por mí. A<strong>un</strong>que, en el fondo, también por ellos,<br />

porque significaba que los presos seguían saliendo. Despacio y con<br />

distintas formas, pero salían. Y alg<strong>un</strong> día les tocaría a ellos.<br />

Comencé a hacer los preparativos para irme, porque tenía que estar<br />

pronto para cuando me sacaran <strong>de</strong> la cárcel a fin <strong>de</strong> llevarme a las<br />

<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncias <strong>de</strong> Coordinación Fe<strong>de</strong>ral, en la Capital Fe<strong>de</strong>ral, don<strong>de</strong> me<br />

harían los documentos para la salida <strong>de</strong>l país. Cuando me dijeran: "con<br />

todo", no tendría más tiempo para nada.<br />

Mis cosas quedaban para Nicolini, mi compañero <strong>de</strong> celda. Conmigo<br />

llevaría lo indispensable: la Biblia, compañera inseparable <strong>de</strong> tantos<br />

silencios, el cua<strong>de</strong>rno <strong>de</strong> canciones, el cua<strong>de</strong>rno <strong>de</strong> dibujos y escritos<br />

varios y <strong>un</strong> pulóver. Todo metido en <strong>un</strong>a bolsa que había hecho con <strong>un</strong>a<br />

toalla.<br />

En el patio, alg<strong>un</strong>os me dieron encargues o mensajes para sus familias.<br />

"Cara <strong>de</strong> nona" me dio la dirección <strong>de</strong> sus padres y me pidió que, <strong>un</strong>a vez<br />

llegado a Italia, les escribiera contándoles todo lo que fuera necesario<br />

saber. Él también estaba esperando que le dieran la opción para ir a Italia.<br />

Pasaron alg<strong>un</strong>os días, yo seguía haciendo la vida rutinaria <strong>de</strong> la cárcel<br />

pero la veía con otros ojos.<br />

Estaba en el patio cuando me llamaron.<br />

-¡Pittuelli!, venga con nosotros, se va.<br />

Mientras el guardia abría la reja <strong>de</strong>l patio, traté <strong>de</strong> saludar a los que más<br />

podía. Probablemente no los vería n<strong>un</strong>ca más.<br />

Cuando me iba yendo, continuaron saludándome.<br />

-¡Chau, petiso! ¡ ¡Suerte!!<br />

El pabellón estaba <strong>de</strong>sierto cuando me llevaron a buscar mis cosas.<br />

Saqué mi bultito y el pulóver.<br />

En las oficinas me esperaba <strong>un</strong> policía <strong>de</strong> civil: bigotes y el saco que<br />

ocultaba <strong>un</strong> pistola 45 en la cintura.<br />

-¿Vos sos Pittuelli? Te tengo que llevar a la comisaría <strong>de</strong> La Plata y <strong>de</strong> ahí<br />

a Coordinación Fe<strong>de</strong>ral.<br />

57


Después <strong>de</strong>l rito <strong>de</strong> las huellas digitales, me dieron mi Documento<br />

Nacional <strong>de</strong> I<strong>de</strong>ntidad y la plata que estaba <strong>de</strong>positada a mi nombre. ¡El<br />

D<strong>NI</strong>! Parecía imposible que mi querido D<strong>NI</strong> me hubiese acompañado por<br />

todas las cárceles por las que había pasado en estos años. A la plata no la<br />

conocía, no sabía el valor que tenía, si era mucha o poca.<br />

Salimos a la calle por <strong>un</strong> portón lateral. Eran aproximadamente las diez<br />

<strong>de</strong> la mañana, <strong>un</strong>a mañana fría y con sol. El "cana" estaba solo y <strong>de</strong> a pie.<br />

Caminábamos por las calles <strong>de</strong>l barrio, extrañamente <strong>de</strong>sierto. Me puso la<br />

mano en el hombro, parecíamos dos amigos caminando. Me dijo:<br />

-Mirá, pibe, no te voy a poner las esposas, no me gusta que te vean<br />

esposado por la calle. A<strong>de</strong>más, si te vas en libertad no creo que intentes<br />

escaparte. De todos modos, sabelo, si es necesario no voy a dudar <strong>un</strong><br />

instante en pegarte <strong>un</strong> tiro en la espalda.<br />

Cuando llegamos a <strong>un</strong>a avenida más transitada, me dijo:<br />

-Tomemos <strong>un</strong> taxi. Vos tenés plata, ¡no? Dame, veamos cuánta plata<br />

tenés.<br />

Le di la plata, él agarro dos billetes y me dio el resto. Paró el primer taxi<br />

que pasó.<br />

-A la comisaria <strong>de</strong> La Plata, soy policía.<br />

En la comisaría me pusieron en <strong>un</strong>a pequeña celda con <strong>un</strong> pibe muy joven;<br />

era <strong>un</strong> preso común que <strong>de</strong>bían llevar también a la Fe<strong>de</strong>ral. Tenía todo el<br />

lenguaje y los modos <strong>de</strong> los com<strong>un</strong>es más reos, y la necesidad <strong>de</strong><br />

manisfestar constantemente su odio por la policía.<br />

Nuestro viaje <strong>de</strong> La Plata a Buenos Aires fue algo irreal para mí. Después<br />

<strong>de</strong> más <strong>de</strong> tres años aislado <strong>de</strong> la civilizacion y <strong>de</strong> la gente, había perdido<br />

todo parámetro para juzgar la normalidad <strong>de</strong> <strong>un</strong>a situación, y me <strong>de</strong>jaba<br />

llevar sin entrar en el mérito <strong>de</strong> las cosas.<br />

Nos llevaron en tren, el pibe y yo esposados j<strong>un</strong>tos, y tres policías que<br />

trataban <strong>de</strong> todos modos que la gente no se diera cuenta <strong>de</strong> que éramos<br />

<strong>de</strong>tenidos y que ellos tenían algo que ver con nosotros. Para eso nos<br />

dieron <strong>un</strong>a colcha que sosteníamos con la mano esposada y así<br />

intentábamos ocultar las esposas.<br />

Eran las tres <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, la estación <strong>de</strong> trenes era <strong>un</strong> hormiguero <strong>de</strong><br />

gente y nosotros haciendo el trencito. Un cana, a<strong>de</strong>lante, llevaba al pibe<br />

<strong>de</strong> la mano libre, y otro me tenía a mí, cerrando la fila. El policía más viejo,<br />

el capo, caminaba separado <strong>de</strong> nosotros. A veces, alg<strong>un</strong>as personas<br />

trataban <strong>de</strong> pasar entre el pibe y yo, pero las manos esposadas no lo<br />

permitían y se daban cuenta <strong>de</strong> que algo raro pasaba.<br />

En el tren nos sentamos j<strong>un</strong>tos con el "común", mientras <strong>un</strong> cana se<br />

ubicaba en el asiento <strong>de</strong>l frente. Los otros dos, sentados <strong>un</strong> poco más<br />

lejos, nos controlaban. A pesar <strong>de</strong> todos los intentos, nuestra pinta<br />

<strong>de</strong>spertaba la atención <strong>de</strong> la gente.<br />

El policía que estaba sentado frente a nosotros, <strong>de</strong> vez en cuando,<br />

acomodaba la colcha para ocultar las esposas. Estábamos <strong>un</strong>o frente al<br />

otro mirando por la ventanilla. Yo miraba los paisajes <strong>de</strong>l Gran Buenos<br />

Aires que n<strong>un</strong>ca había visto antes, y que probablemente no volvería a ver.<br />

-¿Así que te vas a Italia? -me dijo-. Allí vas a estar bien. Se terminó<br />

58


todo esto para vos. Lograste zafar <strong>de</strong> este país <strong>de</strong> mierda.<br />

Había en su voz <strong>un</strong> poco <strong>de</strong> envidia. Como diciendo: "Este subversivo<br />

estuvo en la mierda todo este tiempo, y ahora se va a Italia a darse la<br />

gran vida, o al menos mejor que la nuestra que nos quedamos aquí".<br />

Las habitaciones <strong>de</strong> Coordinación Fe<strong>de</strong>ral eran como las <strong>de</strong> todas las<br />

cárceles y comisarías que había conocido hasta entonces: <strong>un</strong> ambiente<br />

escuálido, gris, <strong>de</strong>snudo <strong>de</strong> toda vida, viejo y sucio.<br />

Subimos <strong>un</strong>a escalera hasta el primer piso y llegamos a <strong>un</strong>a oficina don<strong>de</strong><br />

estaba el jefe <strong>de</strong> guardia que anotaba los ingresos. Un escritorio en<br />

medio <strong>de</strong> la pieza y <strong>un</strong>a silla. Era joven y con cara <strong>de</strong> loco, ro<strong>de</strong>ado por<br />

dos guardias <strong>de</strong> pie. Todo estaba en penumbras, a pesar <strong>de</strong> que todavía<br />

era <strong>de</strong> día. Si hubiera habido <strong>un</strong> poco <strong>de</strong> humo, podría haber pasado por<br />

<strong>un</strong>a escena <strong>de</strong> <strong>un</strong> film <strong>de</strong> Solanas o Fellini.<br />

-¿Así que vos sos terrorista?<br />

Era inútil respon<strong>de</strong>r que no. Tantas veces lo había hecho sin éxito. Por<br />

otra parte, era más <strong>un</strong>a afirmación que <strong>un</strong>a preg<strong>un</strong>ta. Me quedé callado y<br />

puse la cara más híbrida que pu<strong>de</strong>. A esta altura <strong>de</strong>l partido ¿a quién<br />

quería asustar este tipo?<br />

-¿Que tenés ahí?<br />

-Mis efectos personales -respondí.<br />

Le alcancé la bolsa <strong>de</strong> toalla con el terror <strong>de</strong> que no me la <strong>de</strong>volviera.<br />

Miró los cua<strong>de</strong>rnos y hojeó la Biblia.<br />

-¡ Ah! Vos leés la Biblia -dijo irónicamente.<br />

Estuvo <strong>un</strong> momento in<strong>de</strong>ciso sobre qué hacer y, al final, para mi alivio,<br />

me alcanzó mis cosas.<br />

El pabellón <strong>de</strong> Coordinación Fe<strong>de</strong>ral me recordaba la cárcel <strong>de</strong> Córdoba:<br />

<strong>un</strong> ancho pasillo y gran<strong>de</strong>s celdas a los costados.<br />

-Metete don<strong>de</strong> quieras -me dijo el guardia.<br />

Las celdas estaban abiertas y <strong>un</strong>o se ubicaba don<strong>de</strong> podía y don<strong>de</strong> se lo<br />

permitían los <strong>de</strong>más presos. Existía <strong>un</strong>a gran anarquía y confusión, presos<br />

políticos y com<strong>un</strong>es. Alg<strong>un</strong>os estaban allí porque habían sido<br />

recientemente <strong>de</strong>tenidos, y otros, como yo, estaban por irse.<br />

Alguien vino a recibirme.<br />

-¿Vos sos preso político? Vení con nosotros, estamos en la última celda.<br />

Ahí me recibieron los <strong>de</strong>más "políticos" con <strong>un</strong> poco <strong>de</strong> <strong>de</strong>sconfianza y me<br />

<strong>de</strong>jaron ubicar. Me tenían que estudiar <strong>un</strong> poco. La celda era gran<strong>de</strong>,<br />

oscura y en <strong>un</strong> <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n total; alg<strong>un</strong>os dormían en camas y otros con el<br />

colchón en el piso.<br />

Expliqué rápidamente <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> venía y mi itinerario: Córdoba, Sierra<br />

Chica y La Plata. Un itinerario <strong>de</strong> todo respeto.<br />

Con el pasar <strong>de</strong> los días, empecé a conocer a la gente <strong>de</strong>l pabellón y las<br />

modalida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> vida. Había presos com<strong>un</strong>es <strong>de</strong> todos los tipos: p<strong>un</strong>gas,<br />

choros, estafadores; pero teníamos poca relación con ellos. Con los<br />

"políticos", a medida que nos fuimos relacionando, <strong>de</strong>sapareció la<br />

<strong>de</strong>sconfianza y pasábamos largas horas por la noche contando nuestras<br />

experiencias pasadas. Había alg<strong>un</strong>os que venían <strong>de</strong> Rawson, otra cárcel,<br />

al sur <strong>de</strong>l país, que yo no había conocido. Otros, <strong>de</strong> Caseros, la cárcel<br />

59


"mo<strong>de</strong>lo", <strong>de</strong> reciente construcción, al estilo norteamericano, que los<br />

organismos <strong>de</strong> <strong>de</strong>fensa <strong>de</strong> los <strong>de</strong>rechos humanos criticaban tanto.<br />

Supe por ellos que mi estadía en este lugar no sería breve, <strong>de</strong>pendía<br />

mucho <strong>de</strong> la suerte, pero en general se estaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>un</strong> mes hasta tres<br />

meses, los más <strong>de</strong>safort<strong>un</strong>ados. En síntesis, tenían que hacerme<br />

solamente el pasaporte, pero la policía no mostraba ningún apuro. El<br />

encargado <strong>de</strong> este trámite era <strong>un</strong> tal Darío, <strong>un</strong> empleado <strong>de</strong> la cana medio<br />

afeminado, que a veces tenía sus caprichos.<br />

Una vez terminado el pasaporte, los familiares compraban el pasaje, y se<br />

partía.<br />

Comencé a habituarme a la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> tener que estar bastante tiempo en<br />

esta pocilga y traté <strong>de</strong> pasarla lo mejor posible, que, según mi<br />

experiencia, era el no ser notado.<br />

La vida transcurría muy aburrida durante el día. Una <strong>de</strong> las pocas<br />

noveda<strong>de</strong>s era cuando traían al baño a Giovanni Ventura, <strong>un</strong> italiano,<br />

terrorista <strong>de</strong> <strong>de</strong>recha, que habían <strong>de</strong>tenido hacía pocos días y lo tenían<br />

aislado en otro lugar. Con él entraban tres o cuatro policías que lo<br />

cuidaban cuando estaba en nuestro pabellón.<br />

A los pocos días vino a visitarme mi hermana con las últimas noveda<strong>de</strong>s:<br />

a Estela le habían dado la libertad vigilada y estaba viviendo con los dos<br />

chicos en San Francisco, en la casa <strong>de</strong> mis padres. Tenía que presentarse<br />

todos los días a la comisaría, don<strong>de</strong> no la trataban bien. También le<br />

habían otorgado la opción para irse <strong>de</strong>l país y <strong>de</strong>cidió ir también ella a<br />

Italia, con los chicos. Una <strong>de</strong>cisión no fácil <strong>de</strong> tomar, teniendo en cuenta<br />

que ella estaba libre. Había pedido la autorización para venir a visitarme.<br />

Y así fue que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>un</strong>a semana <strong>de</strong> la visita <strong>de</strong> mi hermana,<br />

apareció ella. El sueño <strong>de</strong>tantas noches, la espera <strong>de</strong> tantos años. Tanto<br />

tiempo <strong>de</strong>seando verla, tocarla. Había engordado yestaba muy cambiada<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> que nos separaron. Vestía <strong>un</strong> saco azul y tenía los cabellos largos<br />

y<br />

enrulados.<br />

La visita se hacía con las rejas <strong>de</strong> la entrada al pabellón <strong>de</strong> por medio, y<br />

ponían <strong>un</strong> banco para tener más alejados a los visitantes e impedir el<br />

contacto. Yo no pu<strong>de</strong> resistir este tormento y llamé al oficial cara <strong>de</strong> loco.<br />

-Oficial -le dije-, ¿no podría saludar a mi mujer? Hace tres años y medio<br />

que no nos vemos.<br />

El oficial fue fr<strong>un</strong>ciendo las cejas lentamente.<br />

-¿Tres años y medio, dijo?<br />

-Sí. Los dos estuvimos <strong>de</strong>tenidos.<br />

Me miró primero a mí, <strong>de</strong>spués a Estela, y, sin <strong>de</strong>cir nada, llamó al<br />

guardia:<br />

-Guardia, ábrale la puerta al <strong>de</strong>tenido y que esté con su mujer en la<br />

oficina, usted qué<strong>de</strong>se con ellos.<br />

Y entonces, al menos pudimos agarrarnos <strong>de</strong> la mano y darnos <strong>un</strong><br />

rápido beso. Tratamos <strong>de</strong> intuir en esos pocos instantes cómo estábamos<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> los años pasados y hablar rápidamente <strong>de</strong> los planes futuros.<br />

Pero el tiempo, en estos casos, no transcurre normalmente; alguien apura<br />

60


las agujas <strong>de</strong>l reloj, y tuve que volverme a mi celda con la angustia <strong>de</strong> las<br />

cosas no dichas o no preg<strong>un</strong>tadas.<br />

El pasaporte lentamente seguía su gestación. Me hicieron las fotos y me<br />

tomaron las huellas digitales por enésima vez -sería la última. Estas cosas<br />

eran <strong>un</strong>a buena señal.<br />

Me preg<strong>un</strong>taba por el lugar adon<strong>de</strong> iría a parar: Italia, <strong>un</strong> país <strong>de</strong> leyenda,<br />

<strong>de</strong> cuentos y relatos escuchados en los brazos <strong>de</strong> mi nona, don<strong>de</strong> la<br />

guerra y las privaciones eran recurrentes. Pueblos, lugares y nombres<br />

que para mí siempre habían formado parte <strong>de</strong> la fantasía: Friuli, Udine,<br />

Carpeneto. Pero, ¿existirían realmente estos lugares? ¿O eran sólo<br />

recuerdos <strong>de</strong> emigrantes? Decían que en Italia se vivía mejor, que eran<br />

ricos. A mí lo único que me importaba era que sería libre. No más<br />

militares ni policías. No más sueños en la noche ni la convicción <strong>de</strong> que,<br />

en <strong>de</strong>finitiva, mi vida <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong> ellos. Tenía la certeza <strong>de</strong> que, en la<br />

Argentina, ni siquiera libre me habría quitado esa sensación. En mi país<br />

no habría sido n<strong>un</strong>ca más libre. Lo único que me daba la libertad total y<br />

real era irme <strong>de</strong> la Argentina, que me había juzgado y acusado<br />

injustamente, y, al menos, abandonado.<br />

En mi afán <strong>de</strong> información encontré <strong>un</strong> viejo estafador que, según él,<br />

había estado en Italia, y empecé a frecuentarlo para que me contara algo<br />

<strong>de</strong> ese lugar. Él lo hacía con muchas ganas porque era difícil encontrar en<br />

la cárcel que alguien pidiera a otro <strong>de</strong> hablarle, <strong>de</strong> contarle.<br />

Generalmente pasa al revés: te buscan para contarte: su causa, su<br />

<strong>de</strong>sgracia, sus planes, sus esperanzas, su revancha.<br />

-Tenés que ir al norte -me <strong>de</strong>cía-, allí están las fábricas, allí hay trabajo.<br />

Vos trabajaste en <strong>un</strong>a fábrica <strong>de</strong> autos, ¿no? Torino, ahí esta la Fiat, <strong>un</strong>a<br />

fábrica inmensa. Las fábricas <strong>de</strong> aquí no tienen nada que ver con la Fiat<br />

<strong>de</strong> Torino.<br />

-¿Y dón<strong>de</strong> está Torino?<br />

Y el viejo, mientras caminábamos por el pasillo, dibujaba en el aire<br />

con las manos lo que para él era Italia (a mí me parecían más las curvas<br />

<strong>de</strong> <strong>un</strong>a mujer) y plantaba el índice izquierdo en el mapa imaginario:<br />

arriba y a la izquierda.<br />

En la siguiente visita llegó la noticia: el pasaporte estaba listo, el boleto<br />

para Italia lo pagaba el gobierno italiano. El vuelo era el 7 <strong>de</strong> setiembre.<br />

Faltaba <strong>un</strong>a semana.<br />

Mi hermana me había traído ropa para el viaje, todo nuevo: pantalón<br />

marrón media estación, <strong>un</strong>a camisa mangas largas, <strong>un</strong> saquito <strong>de</strong> lana<br />

celeste y blanco, zapatos mocasines y <strong>un</strong> bolso <strong>de</strong> mano. Todo en <strong>un</strong>a<br />

percha que yo custodiaba <strong>de</strong> la mugre <strong>de</strong> la celda. En el bolso puse mis<br />

cosas: la Biblia, el cancionero y el cua<strong>de</strong>rno.<br />

El 7 <strong>de</strong> setiembre me llamaron muy temprano. Con las ropas nuevas<br />

parecía otra persona, afeitado y bien bañado. Era <strong>un</strong>a persona "normal",<br />

<strong>de</strong> las que caminan por la calle. Pero era sólo la ropa, a<strong>de</strong>ntro había <strong>un</strong><br />

hombre que pensaba y sentía como alguien que había estado tres años y<br />

medio preso y aislado <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do.<br />

Me sacaron <strong>de</strong>l edificio y me llevaron a las oficinas <strong>de</strong> la Policía Fe<strong>de</strong>ral,<br />

61


que se encontraban a <strong>un</strong>as cuadras <strong>de</strong> distancia. Y allí me olvidaron. Con<br />

mi ropa nueva y mi bolsito <strong>de</strong> mano era todavía <strong>un</strong> preso que esperaba<br />

horas sin saber el por qué. Las esperas sin sentido que se habían repetido<br />

en estos años. La gente pasaba sin verme ni notarme. Los policías<br />

estaban exitados porque la Argentina había salido campeón juvenil <strong>de</strong><br />

fútbol en Japón, con Maradona y Ramón Díaz, y parecía que la gente se<br />

había lanzado a la calle a festejar.<br />

Al final se acordaron <strong>de</strong> mí y me llevaron al aeropuerto. Los policías que<br />

me acompañaban no sabían cómo tratarme: no era ya preso (o casi),<br />

pero tampoco era libre. Las esposas no me las pusieron.<br />

En las <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncias <strong>de</strong> la policía aeronáutica <strong>de</strong>l aeropuerto <strong>de</strong> Ezeiza me<br />

permitieron ver y <strong>de</strong>spedir a mis familiares, <strong>de</strong> a dos por vez. Allí pu<strong>de</strong> ver<br />

a parientes que no veía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el día <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>tención: mi cuñado y mis<br />

sobrinos, muy cambiados <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tanto tiempo. Me habían llevado mi<br />

ropa en dos gran<strong>de</strong>s valijas, que los policias controlaron sumariamente.<br />

Todos estaban muy contentos pero con los ojos brillosos por <strong>un</strong>a<br />

<strong>de</strong>spedida llena <strong>de</strong> incógnitas. El largo abrazo con mi viejo fue el<br />

momento más duro, sus lágrimas eran más elocuentes que mil palabras.<br />

Al principio, el tiempo para las <strong>de</strong>spedidas tenía que ser <strong>de</strong> <strong>un</strong>a hora,<br />

pero <strong>de</strong>jaron pasar mucho más tiempo.<br />

A las dos <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> cambió la guardia y se terminaron los saludos. Me<br />

llevaron a las <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncias internas y me dieron <strong>un</strong>a taza <strong>de</strong> café con<br />

leche y medial<strong>un</strong>as. Finalmente me acompañaron al interior <strong>de</strong> la sala <strong>de</strong>l<br />

aeropuerto y me entregaron a dos policías femeninas <strong>de</strong> la aeronautica,<br />

j<strong>un</strong>to con mis papeles y mi pasaporte. Extrañamente, comenzaron a<br />

hacerme <strong>un</strong> interrogatorio como si fuera el primer día <strong>de</strong> <strong>de</strong>tención. ¿No<br />

se daban cuenta <strong>de</strong> que me estaba yendo? Nombre, apellido, domicilio,<br />

lugar <strong>de</strong> <strong>de</strong>tención, cárceles en las que había estado, actividida<strong>de</strong>s<br />

políticas. Faltaba sólo que me preg<strong>un</strong>taran el nombre <strong>de</strong> guerra como en<br />

los primeros días en Informaciones <strong>de</strong> Córdoba. Vinieron a <strong>de</strong>cirles que se<br />

apuraran, pues el avión ya salía. Terminaron el cuestionario y me llevaron<br />

al avión a través <strong>de</strong> <strong>un</strong>a manga. Allí nos esperaba quien <strong>de</strong>spués supe era<br />

el comandante <strong>de</strong>l vuelo. Le com<strong>un</strong>icaron que yo era <strong>un</strong> "<strong>de</strong>portado" y<br />

que tenía que entregarme el pasaporte sólo en Roma, al final <strong>de</strong>l viaje.<br />

N<strong>un</strong>ca había subido a <strong>un</strong> avión <strong>de</strong> pasajeros, y menos aún a <strong>un</strong>o <strong>de</strong> esas<br />

dimensiones. Era <strong>un</strong> avión <strong>de</strong> Alitalia, todas las indicaciones eran en<br />

italiano. La azafata me acompañó a mi asiento. Todos los pasajeros ya<br />

estaban acomodados; parecía que me esperaban sólo a mí. Me acomodé<br />

en mi asiento, al lado <strong>de</strong> <strong>un</strong> hombre <strong>de</strong> mediana edad. Era <strong>un</strong> momento<br />

<strong>de</strong> gran exitación. El hecho <strong>de</strong> viajar en avión por primera vez, <strong>de</strong>biendo<br />

tratar con personas "normales" que no eran ni guardias ni presos, requería<br />

<strong>un</strong> gran esfuerzo <strong>de</strong> mi parte para no <strong>de</strong>jar traslucir que recién salía <strong>de</strong> la<br />

cárcel. Me sentía como <strong>un</strong> elefante en <strong>un</strong> bazar, y trataba <strong>de</strong> hacer y <strong>de</strong>cir<br />

sólo lo indispensable. Todas estas sensaciones se sumaban a la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la<br />

libertad, a la realidad <strong>de</strong> la libertad. ¡Nadie me cuidaba! ¡Ya no existían ni<br />

guardias ni policías! Habían quedado <strong>de</strong>l avión para afuera. ¡ ¡Era libre!! Y<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> poco, este avión se alzaría para llevarme lejos <strong>de</strong> este país, que<br />

62


era el mío pero en el cual no me quería quedar. No en estas condiciones.<br />

No sabía lo que me esperaba al final <strong>de</strong> este viaje, ni cómo sería el lugar<br />

adon<strong>de</strong> iría a parar. No me importaba. Libre, me sentía con fuerzas para<br />

empezar todo <strong>de</strong> nuevo en cualquier parte <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do. Todo <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ría <strong>de</strong><br />

mí.<br />

Dieron las indicaciones para el <strong>de</strong>spegue. Se prendieron luces y señales.<br />

El avión empezó a moverse lentamente y, cuando levantó vuelo, fue <strong>un</strong>o<br />

<strong>de</strong> los momentos más felices <strong>de</strong> mi vida.<br />

Trajeron la comida. ¿Como se hacía para comer en <strong>un</strong> espacio tan<br />

reducido y con esa ban<strong>de</strong>jita? Sobre todo yo, que por años había usado<br />

cuchara y tenedor <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra y me había olvidado <strong>de</strong> cómo era <strong>un</strong><br />

cuchillo. Disimuladamente miraba a mi compañero <strong>de</strong> asiento y trataba <strong>de</strong><br />

imitarlo. Lentamente fui abriendo y <strong>de</strong>vorando todos los paquetitos que<br />

tenía la ban<strong>de</strong>ja. Estuve a p<strong>un</strong>to <strong>de</strong> comerme la servilletita con perfume<br />

para limpiarse las manos.<br />

Despues <strong>de</strong> comer, mi acompañante trató <strong>de</strong> charlar <strong>un</strong> poco, y yo, con<br />

mucha atención, le seguí la conversación. Era italiano y viajaba todos los<br />

años a visitar <strong>un</strong>os parientes <strong>de</strong> Argentina y le gustaba mucho este país.<br />

Al saber que era la primera vez que iba a Italia, trató <strong>de</strong> explicarme<br />

alg<strong>un</strong>as cosas. Pero la conversación terminó enseguida y comencé a<br />

relajarme. Tenía todo el tiempo para pensar y lo usé para or<strong>de</strong>nar las<br />

i<strong>de</strong>as y programar <strong>un</strong> poco los primeros pasos que daría en Italia.<br />

Llevaba la dirección <strong>de</strong> <strong>un</strong> compañero que había estado <strong>de</strong>tenido<br />

conmigo en la cárcel <strong>de</strong> Córdoba, y cuya mujer lo había estado con<br />

Estela. A<strong>de</strong>más, nuestros padres se conocían. Hacía <strong>un</strong> año que estaban<br />

en Roma y se habían ofrecido a darme la primera acogida <strong>un</strong>a vez llegado<br />

a Italia.<br />

También llevaba <strong>un</strong>a carta <strong>de</strong> <strong>un</strong> cura <strong>de</strong> la Consolata, misionero en<br />

Argentina y amigo <strong>de</strong> mi mamá. La carta, dirigida a otro cura <strong>de</strong> esa<br />

congregación, no explicaba mucho pero garantizaba mi seriedad y pedía<br />

que me dieran <strong>un</strong>a mano.<br />

Por último, llevaba la dirección <strong>de</strong> <strong>un</strong>a tía en Friuli, cerca <strong>de</strong> Udine.<br />

Dirección que nadie garantizaba porque las relaciones epistolares se<br />

habían roto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía mucho tiempo, perdiéndose los contactos. La<br />

dirección iba acompañada <strong>de</strong> fotos viejas y nuevas <strong>de</strong> familiares com<strong>un</strong>es<br />

para certificar, en alg<strong>un</strong>a medida, el parentesco.<br />

Éstos eran los primeros pasos a seguir. Mis padres me habían dado<br />

alg<strong>un</strong>os dólares para el primer tiempo.<br />

Con estos elementos y alg<strong>un</strong>a ayuda <strong>de</strong>bía empezar <strong>de</strong>spacito mi vida en<br />

Italia. El or<strong>de</strong>nar las cosas me fue tranquilizando y <strong>de</strong>cidí aprovechar mi<br />

primer viaje en avión.<br />

Después <strong>de</strong> la película en italiano, que no entendí, llegamos a Dakar,<br />

Senegal. Cuando bajamos <strong>de</strong>l avión me pareció entrar en <strong>un</strong> baño sa<strong>un</strong>a,<br />

tal era la humedad y el calor. Era <strong>de</strong> noche y yo trataba <strong>de</strong> no separarme<br />

<strong>de</strong>l grupo <strong>de</strong> mi avión, buscando <strong>de</strong> individualizar alg<strong>un</strong>a persona bien<br />

i<strong>de</strong>ntificable. Era la primera vez que pisaba <strong>un</strong> país extranjero. No<br />

entendía nada <strong>de</strong> lo que <strong>de</strong>cían por los altoparlantes y eso me daba más<br />

63


miedo <strong>de</strong> no saber cuando llamaran para mi avión.<br />

El viaje siguió y llegamos a Milán, don<strong>de</strong> el avión hacía escala y muchos<br />

pasajeros terminaban su viaje. Caminaba por el aeropuerto pensando que<br />

éste sería el país don<strong>de</strong> me tocaría vivir por <strong>un</strong> tiempo. Cuánto, nadie lo<br />

sabía. Las leyes argentinas establecían que quien, estando a disposición<br />

<strong>de</strong>l PEN, <strong>de</strong>cidiera abandonar el país, no podía retornar a menos que se<br />

levantara el estado <strong>de</strong> sitio u obtuviera <strong>un</strong> permiso especial.<br />

El tramo <strong>de</strong> Milán a Roma fue breve. Mi acompañante había bajado en<br />

Milán y yo me sentía más solo y más <strong>de</strong>sprotegido que antes. A medida<br />

que nos acercábamos al final <strong>de</strong>l viaje crecía en mí la emoción y la<br />

sensación <strong>de</strong> soledad y abandono. Allí sería realmente libre pero también<br />

me las tendría que arreglar por mi cuenta, con mis propias fuerzas.<br />

Llegados a Fiumicino, los pasajeros buscaron sus cosas y fueron bajando.<br />

Yo me dirigí al comandante para que me entregara mi pasaporte. Pero,<br />

para mi sorpresa, me respondio que él lo entregaría a la policía <strong>de</strong>l<br />

aeropuerto porque no sabía en qué condición llegaba yo a Italia.<br />

Estuve esperando con mi bolsito al pie <strong>de</strong> la escalerilla hasta que llegaron<br />

dos policías que me invitaron a seguirlos.<br />

"¡Oh, no! ¡Empezamos <strong>de</strong> nuevo! ¿Cuándo terminará realmente esta<br />

pesadilla? ¿Cuándo me <strong>de</strong>jarán en paz?"<br />

El cartel <strong>de</strong> la oficinita <strong>de</strong>cía "Polizia di Frontiera". El maresciallo que me<br />

atendió no tenía pinta <strong>de</strong> policía. Al menos no como los argentinos. Se<br />

parecía más a <strong>un</strong> almacenero <strong>de</strong> barrio. Gentilmente trató <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r mi<br />

situación, que no entraba en sus programas. La dificultad en enten<strong>de</strong>rnos<br />

complicaba las cosas. Un poco en castellano, alg<strong>un</strong>a que otra palabra en<br />

italiano y con muchas señas, traté <strong>de</strong> explicarle.<br />

-Soy ciudadano italiano, el Ministerio <strong>de</strong>l Exterior italiano me pagó el<br />

pasaje para venir a Italia.<br />

El maresciallo me miraba y, enseñándome el pasaporte, me hacía<br />

enten<strong>de</strong>r que el mismo era argentino y no italiano. Otro policía más<br />

joven y más parecido a los argentinos hizo algún comentario acerca <strong>de</strong><br />

qué clase <strong>de</strong> italiano era que no hablaba el idioma. También insinuó algo<br />

como que "a todos los terroristas los mandan para acá".<br />

Yo no aguanté más. Y comencé a alzar la voz.<br />

-¡Yo no soy ningún terrorista! ¡Vengo <strong>de</strong> <strong>un</strong> país don<strong>de</strong> los terroristas son<br />

los que gobiernan! ¡ Si hubiera aquí en Italia <strong>un</strong> gobierno similar, estarían<br />

presos la mitad <strong>de</strong> los italianos!<br />

En mi arenga hacía siempre referencia al pasaje aéreo pagado por el<br />

Ministerio "<strong>de</strong>gli Esteri". Palabras, estas últimas, que hacían <strong>un</strong> evi<strong>de</strong>nte<br />

efecto sobre el maresciallo.<br />

Éste empezó a hablar por teléfono. Yo entendía sólo alg<strong>un</strong>as palabras<br />

perdidas: "...dottore...<br />

...sí, Dottore ........... domani domenica...". Al rato trajeron <strong>un</strong> traductor y<br />

las cosas se aclararon <strong>un</strong><br />

poco. Este "traductor" no era <strong>un</strong> policía como el maresciallo. Era <strong>de</strong> otra<br />

raza que yo había aprendido a conocer en los años <strong>de</strong> cárcel, <strong>un</strong>o <strong>de</strong><br />

esos policías que mi<strong>de</strong>n cada palabra que escuchan y te miran<br />

64


entrecerrando los ojos y sin pestañear, como si estuvieran leyendo a<strong>de</strong>ntro<br />

<strong>de</strong> tu cabeza. Hablan suavemente pero <strong>un</strong>o intuye que serían capaces <strong>de</strong><br />

generar mucha violencia.<br />

Yo ya sabía cómo tratarlos; a<strong>de</strong>más no tenía nada que escon<strong>de</strong>r.<br />

Me hizo alg<strong>un</strong>as preg<strong>un</strong>tas para tratar <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r quién era yo. Cosas<br />

que respondí sin problemas. Cuando había algo <strong>un</strong> poco <strong>de</strong>licado, yo le<br />

respondía que eran problemas míos, que no era <strong>un</strong> <strong>de</strong>tenido. Esta gente<br />

ya me estaba cansando.<br />

Después habló él, se había relajado.<br />

-Esta situación ya la vivimos hace <strong>un</strong>a semana con otro preso llegado <strong>de</strong><br />

la Argentina. El consulado italiano en Argentina y el Ministerio <strong>de</strong>l Exterior<br />

hacen estas cosas pero no avisan en tiempo a la policía <strong>de</strong> frontera sobre<br />

el caso y suce<strong>de</strong>n estos malentendidos. Trataremos <strong>de</strong> com<strong>un</strong>icarnos con<br />

el ministerio pero hoy es sábado. Si no encontramos a nadie tendrá que<br />

esperar hasta el l<strong>un</strong>es.<br />

"¡Hasta el l<strong>un</strong>es! ¡ ¡Están todos locos!! ¿Dos días aquí?"<br />

Eran casi las seis <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>. Resignándome a estar en el aeropuerto más<br />

tiempo <strong>de</strong> lo pensado, pedí que me acompañaran a cambiar plata y me<br />

<strong>de</strong>jaran hablar por teléfono. Tuve la suerte <strong>de</strong> encontrar en casa a mis<br />

amigos <strong>de</strong> Ostia, Raúl y A<strong>de</strong>la, que tenían problemas para venir ese día,<br />

pero el domingo temprano vendrían al aeropuerto y verían <strong>de</strong> darme <strong>un</strong>a<br />

mano para po<strong>de</strong>r salir.<br />

Ya no tenía más nada que hacer en la oficina. Un policía me acompañó a<br />

la zona internacional y me hizo enten<strong>de</strong>r que tendría que quedarme en<br />

ese lugar hasta que aclararan la situación.<br />

Más tranquilo y resignado, fui a comer algo y me <strong>de</strong>cidí a sacar esa<br />

capacidad que había <strong>de</strong>sarrollado en mis años <strong>de</strong> cárcel: la capacidad <strong>de</strong><br />

esperar sin límite, esperar y basta. Esperaba que fuera la última espera.<br />

A medida que anochecía se vaciaba esa parte <strong>de</strong>l aeropuerto y, durante<br />

la noche, quedamos <strong>un</strong>os pocos tratando <strong>de</strong> dormir en los asientos y<br />

esperando el día, alg<strong>un</strong>os quizás esperando la salida <strong>de</strong> <strong>un</strong> vuelo.<br />

Saqué <strong>de</strong> mi bolsito mis cosas queridas, mis compañeros <strong>de</strong> este largo<br />

"viaje". Cosas que ya empezaban a <strong>de</strong>sentonar en este ambiente y en<br />

esta nueva vida. La Biblia, fiel compañera <strong>de</strong> largas horas <strong>de</strong> silencio y,<br />

por qué no, <strong>de</strong> oración; el cancionero, don<strong>de</strong> cada canción me recordaba<br />

el compañero que me la había enseñado o la celda don<strong>de</strong> la había escrito;<br />

el cua<strong>de</strong>rno <strong>de</strong> ap<strong>un</strong>tes, con la lista y los precios <strong>de</strong> los productos <strong>de</strong> la<br />

cantina, tan <strong>de</strong>seados, y con las jugadas célebres <strong>de</strong> ajedrez que<br />

probablemente n<strong>un</strong>ca más leería ni probaría. Estas cosas iban perdiendo<br />

sentido y valor cada vez más en este nuevo m<strong>un</strong>do. Pertenecían a otro<br />

<strong>un</strong>iverso, a otra dimensión. El tiempo corría veloz y ya se habían<br />

convertido en pasado. Pasado para mí, no para los miles <strong>de</strong> compañeros<br />

que todavía estaban en las cárceles argentinas.<br />

Abrí el cua<strong>de</strong>rno <strong>de</strong> ap<strong>un</strong>tes y me puse a escribir <strong>un</strong>a carta a mis padres.<br />

A la mañana <strong>de</strong>l domingo 9 <strong>de</strong> setiembre me acerqué a la oficina <strong>de</strong> la<br />

policía esperando a mis amigos. Apareció A<strong>de</strong>la, la mujer <strong>de</strong> mi<br />

compañero <strong>de</strong> Córdoba. Estaba embarazada. Su llegada y su tranquilidad<br />

65


me dieron nuevas fuerzas.<br />

Ya habían arreglado todo. Habían hablado con el maresciallo. Habían dado<br />

su dirección como garantía <strong>de</strong> mi entrada a Italia. Si todo estaba en or<strong>de</strong>n<br />

no pasaba nada, si existía algún problema sabrían dón<strong>de</strong> buscarme. El<br />

policía también quería sacarse este problema <strong>de</strong> encima.<br />

Retiramos las valijas <strong>de</strong> la oficina y saludamos al maresciallo. -Arrive<strong>de</strong>rci<br />

e buona fort<strong>un</strong>a -me dijo.<br />

Salimos <strong>de</strong>l aeropuerto con mis dos gran<strong>de</strong>s valijas para esperar el<br />

ómnibus que nos llevaría a Ostia. Allí se me presentó este nuevo país: la<br />

Italia. Totalmente nuevo para mí. Subimos al gran vehículo amarillo,<br />

pusimos tres monedas <strong>de</strong> cien liras en la maquinita <strong>de</strong>l boleto automático<br />

y el ómnibus partió.<br />

La política <strong>de</strong>l terror instaurada por la dictadura militar el 24 <strong>de</strong> marzo <strong>de</strong><br />

1976, y que duró más <strong>de</strong> siete años, <strong>de</strong>jó el terrible saldo <strong>de</strong> más <strong>de</strong><br />

15.000 asesinados en enfrentamientos armados, reales e inventados; la<br />

<strong>de</strong>tención <strong>de</strong> alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> 9.000 presos políticos; más <strong>de</strong> <strong>un</strong> millón <strong>de</strong><br />

exiliados y, sobre todo, la <strong>de</strong>saparición <strong>de</strong> aproximadamente 30.000<br />

personas. Una herida, esta última, que la sociedad argentina no logra<br />

todavía cerrar.<br />

La dictadura militar, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> varios cambios en su cúspi<strong>de</strong>, fue<br />

obligada a retirarse y a llamar a elecciones en el año 1983, a causa <strong>de</strong> su<br />

<strong>de</strong>sgaste en el frente económico y en el <strong>de</strong> los <strong>de</strong>rechos humanos y,<br />

principalmente, por la <strong>de</strong>rrota en la guerra <strong>de</strong> las Malvinas.<br />

Más allá <strong>de</strong> los aciertos y <strong>de</strong> los errores <strong>de</strong> los distintos gobiernos que se<br />

sucedieron, el hecho verda<strong>de</strong>ramente importante es que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> 1983, se<br />

instauró <strong>un</strong>a fase <strong>de</strong> gobiernos elegidos <strong>de</strong>mocráticamente como n<strong>un</strong>ca<br />

antes en la Argentina, y que dura hasta hoy. Realizándose <strong>de</strong> esta forma<br />

<strong>un</strong>a convicción arraigada prof<strong>un</strong>damente en la sociedad, expresada por la<br />

Comisión Gubernamental que indagó sobre los crímenes perpetrados por<br />

los militares: N<strong>un</strong>ca más.<br />

Daniel Esteban Pittuelli<br />

4 <strong>de</strong> j<strong>un</strong>io <strong>de</strong> 1999 Turín - Italia<br />

<strong>NI</strong> <strong>OLVIDO</strong> <strong>NI</strong> PERDÓN<br />

Volví a mi país en el año 2002, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>un</strong> año <strong>de</strong> los graves<br />

inci<strong>de</strong>ntes y cambios que conmovieron a la sociedad argentina.<br />

Había terminado la ilusión <strong>de</strong> <strong>un</strong>a economía floreciente y próspera, que<br />

duró diez años, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> cuando el gobierno <strong>de</strong> la época <strong>de</strong>cidió "atar" el<br />

peso argentino al dólar estado<strong>un</strong>i<strong>de</strong>nse. El mo<strong>de</strong>lo más ejemplar <strong>de</strong><br />

liberalismo y globalización se <strong>de</strong>rrumbó como <strong>un</strong> castillo <strong>de</strong> arena.<br />

De golpe, todos entendieron que la Argentina volvía a ser aquel país<br />

latinoamericano "en vías <strong>de</strong> <strong>de</strong>sarrollo", volvía a su i<strong>de</strong>ntidad histórica.<br />

La Argentina, tan rica en recursos, sigue acuñando para el m<strong>un</strong>do<br />

términos que hablan <strong>de</strong> miseria, <strong>de</strong> sufrimiento y <strong>de</strong> muerte: piqueteros,<br />

cartoneros, <strong>de</strong>saparecidos.<br />

Y <strong>de</strong> esta Argentina todos tenemos nuestra parte <strong>de</strong> culpa y<br />

66


esponsabilidad.<br />

Primeros, entre todos, los que han tenido el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> <strong>de</strong>cidir sobre la<br />

suerte <strong>de</strong>l país. No sólo los militares <strong>de</strong> la dictadura entre el '76 y el '83,<br />

sino también muchos dirigentes políticos que los sucedieron. En el<br />

nombre <strong>de</strong>l peronismo, han hecho exactamente lo contrario: han<br />

privatizado el país y regalado sus recursos para mantener <strong>un</strong>a moneda<br />

"fuerte" que escondía <strong>un</strong>a economía raquítica. Vendieron al pueblo la<br />

ilusión <strong>de</strong>l "primer m<strong>un</strong>do" aumentando la <strong>de</strong>uda externa, no para<br />

financiar políticas <strong>de</strong> <strong>de</strong>sarrollo, sino para cubrir los gastos <strong>de</strong> "su" estado<br />

y sus bolsillos, en <strong>un</strong>a espiral <strong>de</strong> corrupción n<strong>un</strong>ca vista antes, haciendo<br />

precipitar al país en <strong>un</strong> torbellino <strong>de</strong> recesión, pobreza y <strong>de</strong>sigualdad<br />

social.<br />

Cuando todo estuvo vendido, con <strong>un</strong>a <strong>de</strong>uda externa que rozaba los 150<br />

mil millones <strong>de</strong> dólares, sólo entonces el "gran acreedor" <strong>de</strong>cidió que era<br />

<strong>de</strong>masiado y el castillo <strong>de</strong> cartas se <strong>de</strong>rrumbó.<br />

También responsabilidad <strong>de</strong> gran parte <strong>de</strong>l pueblo argentino que, eufórico<br />

por su moneda y su po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> adquisición, creyó realmente haber entrado<br />

en el "primer m<strong>un</strong>do", el m<strong>un</strong>do <strong>de</strong> los viajes, <strong>de</strong> las vacaciones al<br />

extranjero, <strong>de</strong>l consumo <strong>de</strong> los productos <strong>de</strong> importación, sin darse<br />

cuenta <strong>de</strong> las consecuencias económicas <strong>de</strong>l hecho que la Argentina se<br />

hubiera convertido en <strong>un</strong>a <strong>de</strong> los países más caros <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do y con <strong>un</strong>a<br />

industria nacional reducida al mínimo histórico.<br />

Responsabilidad asimismo <strong>de</strong> aquellos que, como yo, <strong>de</strong>cidieron<br />

abandonar el barco, escondiéndose en la excusa <strong>de</strong> la impotencia y en la<br />

débil convicción <strong>de</strong> haber ya pagado su precio. Cambiando el sol argentino<br />

por segurida<strong>de</strong>s extranjeras. Trocando el pasado por el futuro.<br />

Pero el verda<strong>de</strong>ro origen <strong>de</strong> la actual <strong>de</strong>bacle argentina tenemos que<br />

buscarlo en aquel período oscuro iniciado el 24 <strong>de</strong> marzo <strong>de</strong> 1976, cuando<br />

los militares, <strong>de</strong> frente a la posibilidad <strong>de</strong> <strong>un</strong> verda<strong>de</strong>ro cambio<br />

económico y social, <strong>de</strong>cidieron establecer <strong>un</strong>a política <strong>de</strong> restauración, <strong>un</strong><br />

claro proyecto <strong>de</strong> represión y sumisión <strong>de</strong> <strong>un</strong> pueblo, como presupuesto<br />

para implementar <strong>un</strong>a política que, <strong>de</strong> otro modo, hubiera sido<br />

inadmisible e irrealizable.<br />

A casi treinta años <strong>de</strong> distancia <strong>de</strong>l golpe militar, tengo que admitir que<br />

han logrado su objetivo <strong>de</strong> modo significativo, y las consecuencias <strong>de</strong><br />

aquel período todavía marcan la economía, la sociedad y la cultura <strong>de</strong> los<br />

argentinos.<br />

Fueron ellos los que iniciaron el <strong>de</strong>smantelamiento <strong>de</strong> la incipiente<br />

industria nacional y provocaron el crecimiento <strong>de</strong> la <strong>de</strong>uda externa <strong>de</strong><br />

modo tal <strong>de</strong> condicionar la economía <strong>de</strong>l país hasta asfixiarla.<br />

Han borrado <strong>un</strong>a generación. Más <strong>de</strong> <strong>un</strong> millón <strong>de</strong> exiliados, <strong>de</strong>cenas <strong>de</strong><br />

miles <strong>de</strong> muertos, miles <strong>de</strong> presos. Millares <strong>de</strong> jóvenes entre los más<br />

activos, los más convencidos <strong>de</strong> la necesidad y <strong>de</strong> la posibilidad <strong>de</strong><br />

generar <strong>un</strong>a nueva sociedad, jóvenes qué ahora estarían preparados<br />

para administrar y dirigir los <strong>de</strong>stinos <strong>de</strong>l país. Anulados por la muerte o<br />

<strong>de</strong>sarraigados por el <strong>de</strong>stierro, en todo caso ya fuera <strong>de</strong> todos los ámbitos<br />

<strong>de</strong> intervención.<br />

67


Pero, sobre todo, han cambiado la mentalidad <strong>de</strong> <strong>un</strong> pueblo. El miedo, el<br />

terror, la censura, el control absoluto <strong>de</strong> los medios <strong>de</strong> com<strong>un</strong>icación, han<br />

condicionado el pensamiento argentino. Transformando la conciencia<br />

colectiva para la solución <strong>de</strong> los problemas en <strong>un</strong>a actitud individualista<br />

que inhibe <strong>un</strong>a participación activa para el cambio.<br />

Los militares ganaron su "guerra", <strong>un</strong>a guerra contra su mismo pueblo,<br />

que llevó a la sociedad argentina a <strong>un</strong> túnel que la condujo a este triste<br />

presente. Por más <strong>de</strong> veinte años su obra condicionó la historia <strong>de</strong>l país, y<br />

los siguientes gobiernos se han revelado o impotentes o continuadores <strong>de</strong><br />

su política.<br />

Muchos <strong>de</strong> los jefes militares <strong>de</strong> entonces se han <strong>de</strong>clarado satisfechos,<br />

hasta orgullosos <strong>de</strong>l objetivo alcanzado, y afirman que lo volverían a<br />

hacer. Ning<strong>un</strong>o <strong>de</strong> ellos se arrepintió realmente y ning<strong>un</strong>o <strong>de</strong> ellos fue<br />

realmente castigado. Y si no hay arrepentimiento ni justicia, no hay<br />

perdón.<br />

Merecen el estigma con el cual el pueblo argentino siempre ha<br />

con<strong>de</strong>nado las gran<strong>de</strong>s injusticias y las feroces represiones: Ni olvido ni<br />

perdón.<br />

No queda más que empezar <strong>de</strong> nuevo. Volver al "o nos salvamos todos o<br />

no se salva a nadie". Alg<strong>un</strong>os lo hacen <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace años, cuando todavía<br />

no se hablaba en el m<strong>un</strong>do <strong>de</strong> la "contradicción argentina".<br />

Volver a empezar con humildad, tenacidad y coraje. Aprendiendo <strong>de</strong>l<br />

pasado para que no haya más <strong>de</strong>rrotas. Para que la ban<strong>de</strong>ra no tenga que<br />

flamear sobre las ruinas...<br />

En mi último viaje a la Argentina quise volver a ver los lugares <strong>de</strong> mis<br />

primeros meses <strong>de</strong> <strong>de</strong>tención. Mirar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> afuera lo que había conocido<br />

tan bien <strong>de</strong>s<strong>de</strong> a<strong>de</strong>ntro y <strong>de</strong> don<strong>de</strong>, muchas veces, creí que no saldría<br />

n<strong>un</strong>ca.<br />

Miré los muros y los pisos altos <strong>de</strong> los pabellones <strong>de</strong> la cárcel <strong>de</strong><br />

Córdoba... Estaba tan <strong>de</strong>gradada que daba más miedo <strong>de</strong> afuera que <strong>de</strong><br />

a<strong>de</strong>ntro.<br />

Después <strong>de</strong> alg<strong>un</strong>os minutos ya no la vi más: volvía a ver lo que estaba<br />

sucediendo a<strong>de</strong>ntro... veinticinco años antes.<br />

En los <strong>de</strong>spachos <strong>de</strong> la Central <strong>de</strong> Informaciones <strong>de</strong> la policía <strong>de</strong> Córdoba<br />

ahora hay <strong>un</strong> oficina para las víctimas <strong>de</strong> los crímenes, y toda la vieja<br />

estructura <strong>de</strong>stinada en aquel período a comisaría ahora es <strong>un</strong> museo. En<br />

efecto, la vieja construcción colonial que fuera el cabildo <strong>de</strong> Córdoba,<br />

se<strong>de</strong> <strong>de</strong> las autorida<strong>de</strong>s españolas <strong>de</strong> la ciudad, justo al lado <strong>de</strong> la<br />

catedral.<br />

En <strong>un</strong>o <strong>de</strong> sus muros <strong>de</strong> revoque <strong>de</strong>scascarado, j<strong>un</strong>to a <strong>un</strong>a vieja ventana<br />

con rejas, pusieron <strong>un</strong>a pequeña placa <strong>de</strong> mármol, por <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> la<br />

Cámara <strong>de</strong> diputados <strong>de</strong> la provincia:<br />

"En este lugar, cabildo histórico <strong>de</strong> Córdoba, f<strong>un</strong>cionó a partir <strong>de</strong>l año<br />

1976, durante el gobierno <strong>de</strong> la dictadura militar, <strong>un</strong> centro clan<strong>de</strong>stino <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>tención, tortura y muerte. Mantengamos viva la memoria. "<br />

Yo quiero y <strong>de</strong>bo mantener viva la memoria <strong>de</strong> aquel período; por mí, por<br />

mis hijos, también ellos víctimas <strong>de</strong> esa circ<strong>un</strong>stancia que ha cambiado<br />

68


tanto sus vidas. Por todos los <strong>de</strong>más, para ayudar a recordar y enten<strong>de</strong>r<br />

esa época dolorosa <strong>de</strong> nuestra historia.<br />

En memoria <strong>de</strong> las víctimas y para vergüenza <strong>de</strong> sus verdugos.<br />

Como testigo <strong>de</strong> <strong>un</strong>a pequeña historia. Una pequeña historia que, j<strong>un</strong>to a<br />

millares <strong>de</strong> otras, conformaron <strong>un</strong>a gran tragedia.<br />

69

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!