Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe

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13.05.2013 Views

amargos y desencantados, que constituyen a menudo una especie de autismo. Pero con­ trariamente al verdadero autista, el que tiene miedo a ser abandonado es consciente de esa zona secreta, que cultiva y defiende contra toda intrusión. Más egocéntrico que el neurótico de segundo tipo (el amante positivo), lo relaciona todo consigo mismo. Tiene poca capacidad oblativa; su agresividad y una constante necesidad de venganza contie­ nen sus impulsos. Su repliegue sobre sí mismo no le permite tener ninguna experiencia positiva que compensaría su pasado. También la ausencia de valorización y, en conse­ cuencia, de seguridad afectiva es en él casi completa; de ahí un fuerte sentimiento de im­ potencia frente a la vida y a los seres, y el rechazo total del sentimiento de la responsabi­ lidad. Los otros le han traicionado y frustrado y, sin embargo, solamente de los otros espera él una mejora de su suerte18. Maravillosa descripción en la que encaja el personaje de Jean Veneuse. Porque, nos dice él, «bastó que me hiciera mayor y que fuera a servir a mi patria adoptiva en el país de mis ancestros, para que llegara a preguntarme si y o no estaba siendo traicionado13 por todo lo que me rodeaba, si el pueblo blanco no me reconocía como de los suyos y el negro casi renegaba de mí. Esa es mi situación exacta»20. Actitud recriminatoria hacia el pasado, no valorización de sí, imposibilidad de ser comprendido como se querría. Escuchen a Jean Veneuse: ¡Quién puede saber la desesperación de los chiquillos de países cálidos trasplanta­ dos por sus padres a Francia demasiado pronto, con el designio de hacer de ellos ver­ daderos franceses! Los internan de un día para otro en un instituto, a ellos, tan libres y vivos, «por su bien», les dicen llorando. Yo he sido de esos huérfanos intermitentes y sufriré toda mí vida el haberlo sido. A los siete años confiaron mi infancia escolar a un gran instituto triste situado en me­ dio del campo... Pero los miles de juegos de la adolescencia no han podido nunca ha­ cerme olvidar cuán dolorosa fue la mía. A ello se debe esa melancolía íntima de mi ca­ rácter y ese temor de la vida en sociedad que hoy reprime hasta mis más mínimos impulsos21. Y, sin embargo, él hubiera querido estar rodeado, arropado. No habría querido ser abandonado. En las vacaciones, todo el mundo se marchaba, y solo, retened el término, solo en el gran instituto blanco... 18 G. Guex, La n évrose d ’abandon, cit., pp. 27-28. 19 Cursiva del autor. 20 R. Maran, Un h om m e pareil aux autres, cit. 21 Ibid., p. 227. 86

i Ah, esas lágrimas de niño cuando no hay nadie para consolarlo [...]! Él no olvidará nunca que le iniciaron temprano en el aprendizaje de la soledad [...]. Existencia en­ claustrada, existencia replegada y reclusa en la que demasiado pronto aprendí a meditar y a reflexionar. Vida solitaria que a la larga se conmueve largamente por naderías. Por su causa soy sensible por dentro, incapaz de exteriorizar mi alegría o mi dolor, rechazo todo lo que amo y me alejo a mi pesar de todo lo que me atrae22. ¿De qué se trata? Dos procesos: yo no quiero que me amen. ¿Por qué? Porque un día, y de eso hace mucho tiempo, esbocé una relación objetual y fui abandonado. Nunca he perdonado a mi madre. Habiendo sido abandonado, haré sufrir al otro, y abandonarlo será la expresión directa de mi necesidad de revancha. Me voy a Africa; yo no quiero ser amado y huyo del objeto. Eso se llama, dice Germaine Guex, «poner a prueba para hacer la prueba». Yo no quiero ser amado, adopto una posición de defensa. Y si el objeto persiste, declararé: no quiero que se me ame. ¿No valorización? Sí, sin duda: Esta no valorización de sí mismo en tanto que objeto digno de amor tiene consecuencias graves. Por una parte, mantiene al individuo en un estado de inseguridad interior profunda. De esta forma inhibe o falsea toda relación con otro. El individuo duda de sí mismo como ob­ jeto adecuado para suscitar simpatía o amor. La no valorización afectiva se observa única­ mente en seres que han sufrido una carencia de amor y comprensión en su primera infancia23. Jean Veneuse quería ser un hombre parecido a los demás, pero sabe que esa situación es falsa. Es un cruzado. Persigue la tranquilidad, el permiso en los ojos del blanco. Porque él es el «Otro». La no valorización afectiva lleva siempre al abandónico a un sentimiento inmensa­ mente penoso y obsesivo de expulsión, de no tener un lugar en ninguna parte, de estar de más en todas partes, afectivamente hablando... Ser «el Otro» es una expresión que he ob­ servado en muchas ocasiones en el lenguaje de los abandónicos. Ser «el Otro» es sentirse siempre en posición inestable, permanecer sobre el umbral, listo para ser repudiado y... haciendo inconscientemente todo lo necesario para que la catástrofe prevista se produzca. No podríamos expresar la intensidad del sufrimiento que acompaña a tales estados de abandono, sufrimiento que se liga por una parte a las primeras experiencias de exclu­ sión de la infancia y que se revive con toda agudeza.. ,24. 22 Ibid., p. 228. 23 G. Guex, La névrose d ’abandon, cit., pp. 31-32. 24 Ibid., pp. 35-36. 87

amargos y desencantados, que constituyen a menudo una especie de autismo. Pero con­<br />

trariamente al verdadero autista, el que tiene miedo a ser abandonado es consciente de<br />

esa zona secreta, que cultiva y defiende contra toda intrusión. Más egocéntrico que el<br />

neurótico de segundo tipo (el amante positivo), lo relaciona todo consigo mismo. Tiene<br />

poca capacidad oblativa; su agresividad y una constante necesidad de venganza contie­<br />

nen sus impulsos. Su repliegue sobre sí mismo no le permite tener ninguna experiencia<br />

positiva que compensaría su pasado. También la ausencia de valorización y, en conse­<br />

cuencia, de seguridad afectiva es en él casi completa; de ahí un fuerte sentimiento de im­<br />

potencia frente a la vida y a los seres, y el rechazo total del sentimiento de la responsabi­<br />

lidad. Los otros le han traicionado y frustrado y, sin embargo, solamente de los otros<br />

espera él una mejora de su suerte18.<br />

Maravillosa descripción en la que encaja el personaje de Jean Veneuse. Porque,<br />

nos dice él, «bastó que me hiciera mayor y que fuera a servir a mi patria adoptiva en<br />

el país de mis ancestros, para que llegara a preguntarme si y o no estaba siendo traicionado13<br />

por todo lo que me rodeaba, si el pueblo blanco no me reconocía como de<br />

los suyos y el negro casi renegaba de mí. Esa es mi situación exacta»20.<br />

Actitud recriminatoria hacia el pasado, no valorización de sí, imposibilidad de<br />

ser comprendido como se querría. Escuchen a Jean Veneuse:<br />

¡Quién puede saber la desesperación de los chiquillos de países cálidos trasplanta­<br />

dos por sus padres a Francia demasiado pronto, con el designio de hacer de ellos ver­<br />

daderos franceses! Los internan de un día para otro en un instituto, a ellos, tan libres<br />

y vivos, «por su bien», les dicen llorando.<br />

Yo he sido de esos huérfanos intermitentes y sufriré toda mí vida el haberlo sido.<br />

A los siete años confiaron mi infancia escolar a un gran instituto triste situado en me­<br />

dio del campo... Pero los miles de juegos de la adolescencia no han podido nunca ha­<br />

cerme olvidar cuán dolorosa fue la mía. A ello se debe esa melancolía íntima de mi ca­<br />

rácter y ese temor de la vida en sociedad que hoy reprime hasta mis más mínimos<br />

impulsos21.<br />

Y, sin embargo, él hubiera querido estar rodeado, arropado. No habría querido<br />

ser abandonado. En las vacaciones, todo el mundo se marchaba, y solo, retened el<br />

término, solo en el gran instituto blanco...<br />

18 G. Guex, La n évrose d ’abandon, cit., pp. 27-28.<br />

19 Cursiva del autor.<br />

20 R. Maran, Un h om m e pareil aux autres, cit.<br />

21 Ibid., p. 227.<br />

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