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Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe

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odeaba. El pueblo blanco no le reconocía como uno de los suyos, el negro casi renegaba<br />

de él»8.<br />

Jean Veneuse, que se siente incapaz de existir sin amor, va a soñarlo. Lo soñará y<br />

estos son los poemas:<br />

Cuando se ama no hay que decir nada,<br />

más vale incluso esconderlo.<br />

Andrée Marielle le ha escrito que le ama, pero Jean Veneuse necesita una autorización.<br />

Es necesario que un blanco le diga: toma a mi hermana. Veneuse le plantea<br />

unas cuantas preguntas a su amigo Coulanges. He aquí, casi in extenso, la respuesta<br />

de Coulanges:<br />

Oíd boy,<br />

me consultas sin tapujos sobre tu caso y voy a darte mi opinión una vez más y de una vez<br />

por todas. Procedamos por orden. Tu situación, tal y como me la expones, es de lo más<br />

clara. Permíteme no obstante despejar el terreno ante mí. Será todo en tu provecho.<br />

¿Qué edad tenías tú cuando abandonaste tu país y te instalaste en Francia? Tres o<br />

cuatro años, creo. No has vuelto a ver tu isla natal ni pretendes volver a verla. Desde en­<br />

tonces has vivido siempre en Burdeos. En Burdeos, tras hacerte funcionario colonial, pa­<br />

sas la mayor parte de tus vacaciones administrativas. En resumen, eres verdaderamente<br />

de los nuestros. Quizá, no te das bien cuenta de ello. Tienes que saber, en ese caso, que<br />

eres un francés de Burdeos. Métete eso en tu cabezón. No sabes nada de los antillanos,<br />

tus compatriotas. Me sorprendería incluso que consiguieras entenderte con ellos. En<br />

cualquier caso, los que yo conozco no se te parecen en nada.<br />

De hecho, tú eres como nosotros, tú eres «nosotros». Tus reflexiones son las nuestras.<br />

Tú actúas como nosotros actuamos, como actuaríamos. ¿Te crees (y te creemos) negro?<br />

¡Error! No tienes más que la apariencia. Por lo demás, piensas como europeo. Es natu­<br />

ral que ames como europeo. El europeo sólo puede amar a la europea, por tanto tú no<br />

puedes tampoco casarte sino con una mujer del país en el que siempre has vivido, una<br />

hija del buen país de Francia, tu verdadero, tu único país. Establecido esto, pasemos a lo<br />

que constituye el objeto de tu última carta. Por una parte, hay un tal Jean Veneuse, que<br />

se te parece como a un hermano. Por otra parte, la señorita Andrée Marielle, que es blan­<br />

ca de piel, ama ajean Veneuse, que es excesivamente moreno y que adora a Andrée Ma­<br />

rielle. Esto no te impide preguntarme qué hay que hacer. ¡Delicioso cretino!...<br />

Cuando vuelvas a Francia, irrumpe en la casa del padre de aquella que en espíritu<br />

ya te pertenece y grítale golpeándote el corazón con un ruido salvaje: «Yo la amo. Ella<br />

8 Ibid., p. 36.<br />

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