Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe
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II La mujer de color y el blanco El hombre es movimiento hacia el mundo y hacia su semejante. Movimiento de agresividad, que engendra la servidumbre o la conquista; movimiento de amor, don de sí, término final de lo que se ha convenido en llamar la orientación ética. Toda conciencia parece poder manifestar, simultánea o alternativamente, esos dos componentes. Energéticamente, el ser amado me respaldará en la asunción de mi virilidad, mientras que la inquietud por merecer la admiración o el amor de otro tejerá a lo largo de mi visión del mundo una superestructura valorizante. En la comprensión de los fenómenos de este orden, el trabajo del analista y del fenomenólogo se revela suficientemente arduo. Y si ha habido un Sartre para realizar una descripción del amor-fracaso (El ser y la nada no es sino el análisis de la mala fe y de la inautenticidad), aún nos queda el amor verdadero, real (querer para los otros lo que se postula para sí, cuando este postulado integra los valores permanentes de la realidad humana) que requiere la movilización de instancias psíquicas fundamentalmente liberadas de conflictos inconscientes. Lejos, muy por detrás, se desvanecen las últimas secuelas de una lucha gigantesca emprendida contra el otro. Hoy creemos en la posibilidad del amor. Por eso nos esforzamos en detectar las imperfecciones, las perversiones. Se trata, para nosotros, en este capítulo dedicado a las relaciones de la mujer de color y el europeo, de determinar en qué medida el amor auténtico continuará siendo un imposible en tanto no sean expulsados ese sentimiento de inferioridad o esa exaltación adleriana, esa compensación que parece ser el indicativo de la Weltan- schauung negra. Porque, en fin, cuando leemos en Je suis martiniquaise: «Yo habría querido casarme, pero con un blanco. Sólo que una mujer de color no es nunca totalmente res 65
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La mujer de color<br />
y el blanco<br />
El hombre es movimiento hacia el mundo y hacia su semejante. Movimiento de<br />
agresividad, que engendra la servidumbre o la conquista; movimiento de amor, don<br />
de sí, término final de lo que se ha convenido en llamar la orientación ética. Toda<br />
conciencia parece poder manifestar, simultánea o alternativamente, esos dos componentes.<br />
Energéticamente, el ser amado me respaldará en la asunción de mi virilidad,<br />
mientras que la inquietud por merecer la admiración o el amor de otro tejerá a<br />
lo largo de mi visión del mundo una superestructura valorizante.<br />
En la comprensión de los fenómenos de este orden, el trabajo del analista y del<br />
fenomenólogo se revela suficientemente arduo. Y si ha habido un Sartre para realizar<br />
una descripción del amor-fracaso (El ser y la nada no es sino el análisis de la mala<br />
fe y de la inautenticidad), aún nos queda el amor verdadero, real (querer para los<br />
otros lo que se postula para sí, cuando este postulado integra los valores permanentes<br />
de la realidad humana) que requiere la movilización de instancias psíquicas fundamentalmente<br />
liberadas de conflictos inconscientes.<br />
Lejos, muy por detrás, se desvanecen las últimas secuelas de una lucha gigantesca<br />
emprendida contra el otro. Hoy creemos en la posibilidad del amor. Por eso nos<br />
esforzamos en detectar las imperfecciones, las perversiones.<br />
Se trata, para nosotros, en este capítulo dedicado a las relaciones de la mujer de<br />
color y el europeo, de determinar en qué medida el amor auténtico continuará siendo<br />
un imposible en tanto no sean expulsados ese sentimiento de inferioridad o esa<br />
exaltación adleriana, esa compensación que parece ser el indicativo de la Weltan-<br />
schauung <strong>negra</strong>.<br />
Porque, en fin, cuando leemos en Je suis martiniquaise: «Yo habría querido casarme,<br />
pero con un blanco. Sólo que una mujer de color no es nunca totalmente res<br />
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