Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe
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- o sostener el mundo blanco, es decir, el verdadero mundo y así, empleando entonces el francés, les sigue siendo posible plantearse algunos problemas y tender en sus conclusiones a un cierto grado de universalismo. - o rechazar Europa, «Yo»10, y agruparse en el dialecto, instalarse muy confortablemente en lo que llamaremos el u m w elt martinicano. Con esto queremos decir -y esto se dirige sobre todo a nuestros hermanos antillanos- que cuando uno de nuestros compañeros, en París o en cualquier otra ciudad con universidad, intenta considerar seriamente un problema, se le acusa de hacerse el importante, y la mejor manera de desarmarlo es desviarlo hacia el mundo antillano blandiendo el criollo. Ahí hay que ver una de las razones por las que tantas amistades se deshacen tras un tiempo viviendo en Europa. Siendo nuestro propósito la desalienación de los negros, querríamos que ellos notaran que cada vez que hay incomprensión entre ellos frente al blanco, hay ausencia de discernimiento. Un senegalés aprende el criollo con el fin de hacerse pasar por antillano: yo digo que aquí hay alienación. Los antillanos que lo saben multiplican sus bromas: yo digo que hay ausencia de discernimiento. Como se ve, no estábamos equivocados al pensar que un estudio del lenguaje en el antillano podría revelarnos algunos rasgos de su mundo. Lo hemos dicho al*prin- cipio; hay una relación de sustento entre la lengua y la colectividad. Hablar una lengua es asumir un mundo, una cultura. El antillano que quiere ser blanco lo será más cuanto más haya hecho suyo ese instrumento cultural que es la lengua. Me acuerdo, hace poco más de un año, en Lyon, tras una conferencia en la que yo había trazado un paralelismo entre la poesía negra y la poesía europea, de aquel compañero metropolitano que me decía con entusiasmo: «En el fondo, tú eres un blanco». El hecho de que yo hubiera estudiado un problema tan interesante mediante la lengua del blanco me daba derecho de ciudadanía. Históricamente, hay que entender que el negro quiere hablar francés porque es la llave capaz de abrirle las puertas que, todavía hace cincuenta años, le estaban prohibidas. Volvemos a encontrar, en los antillanos que entran en el marco de nuestra descripción, una búsqueda de las sutilezas, de las rarezas del lenguaje: otros tantos medios de proveerse de una adecuación a la cultura11. Se dice: los oradores antillanos 10 «Yo» en el original francés. Forma genérica de designar a los otros y, más especialmente, a los europeos. [N. de la T.] 11 Véase, por ejemplo, el número casi increíble de anécdotas a las que da lugar la elección a diputado de tal candidato. Una mierda de periódico, que responde al nombre de Le Canard enchaíné, no ha 62
tienen un poder de expresión que dejaría temblando a los europeos. Me viene a la memoria un hecho significativo: en 1945, durante las campañas electorales, Aimé Césaire, candidato a diputado, hablaba en una escuela de chicos de Fort-de-France ante un numeroso público. A mitad de la conferencia una mujer se desmayó. Al día siguiente, un compañero, contando el incidente, comentaba de esta manera: «Frangais a té telle- m ent chaud que la fem m e la tom bé malcadi» 12. ¡Potencia del lenguaje! Otros hechos merecen retener nuestra atención: por ejemplo, Charles-André Ju- lien, presentando a Aimé Césaire: «Un poeta negro agregado de universidad...». O también, sencillamente, el término de «gran poeta negro». En esas frases tan hechas y que parecen responder a una urgencia de buen sentido (porque, en fin, Aimé Césaire es negro y es poeta) hay una sutileza que se esconde, un nudo que persiste. Yo ignoro quién es Jean Paulhan, sólo sé que escribe obras muy interesantes; ignoro qué edad puede tener Caillois, y sólo retengo de él las manifestaciones de su existencia con las que rasga el cielo de tiempo en tiempo. Y que no se nos acuse de anafilaxia afectiva; lo que queremos decir es que no hay ninguna razón para que Bretón diga de Césaire: «He aquí un hombre negro que maneja la lengua francesa como no lo hace ningún blanco hoy en día»13. E incluso, aunque Bretón expresara una verdad, no veo dónde reside la paradoja, dónde está lo que hay que subrayar, puesto que, a fin de cuentas, Aimé Césaire es martinicano y profesor universitario. Una vez más nos encontramos con Michel Leiris: Aunque en los escritores antillanos hay una voluntad de ruptura con las formas lite rarias ligadas a la enseñanza oficial, esta voluntad, tensada hacia un porvenir más aéreo, no podría adoptar un aspecto folklorizante. Deseosos por encima de todo, literariamen te, de formular el mensaje que les pertenece en propiedad y conscientes, al menos algu nos de ellos, de ser los portavoces de una verdadera raza de posibilidades desconocidas, desdeñan el artificio que representaría para ellos, cuya formación intelectual se ha lleva do a cabo a través del francés de forma casi exclusiva, el recurso a un habla que no po drían emplear apenas sino como una cosa aprendida14. Pero, me replicarán los negros, es un honor para nosotros que un blanco como Bretón haya escrito cosas semejantes. Sigamos... parado de envolver a M. B. de criollismos viscerales. Es en efecto el arma definitiva de los antillanos: no sabe expresarse en francés. 12 «El francés (la elegancia de la forma) era tan bueno que la mujer ha caído en un trance.» Charles-André Julián, «Introductión» a A. Césaire, Cahier d ’un retour au pays natal, cit., p. 14. 14 M. Leiris, «Martinique-Guadeloupe-Hai’ti», cit. 63
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tienen un poder de expresión que dejaría temblando a los europeos. Me viene a la memoria<br />
un hecho significativo: en 1945, durante las campañas electorales, Aimé Césaire,<br />
candidato a diputado, hablaba en una escuela de chicos de Fort-de-France ante un<br />
numeroso público. A mitad de la conferencia una mujer se desmayó. Al día siguiente,<br />
un compañero, contando el incidente, comentaba de esta manera: «Frangais a té telle-<br />
m ent chaud que la fem m e la tom bé malcadi» 12. ¡Potencia del lenguaje!<br />
Otros hechos merecen retener nuestra atención: por ejemplo, Charles-André Ju-<br />
lien, presentando a Aimé Césaire: «Un poeta negro agregado de universidad...». O<br />
también, sencillamente, el término de «gran poeta negro».<br />
En esas frases tan hechas y que parecen responder a una urgencia de buen sentido<br />
(porque, en fin, Aimé Césaire es negro y es poeta) hay una sutileza que se esconde,<br />
un nudo que persiste. Yo ignoro quién es Jean Paulhan, sólo sé que escribe<br />
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las manifestaciones de su existencia con las que rasga el cielo de tiempo en tiempo.<br />
Y que no se nos acuse de anafilaxia afectiva; lo que queremos decir es que no hay<br />
ninguna razón para que Bretón diga de Césaire: «He aquí un hombre negro que<br />
maneja la lengua francesa como no lo hace ningún blanco hoy en día»13.<br />
E incluso, aunque Bretón expresara una verdad, no veo dónde reside la paradoja,<br />
dónde está lo que hay que subrayar, puesto que, a fin de cuentas, Aimé Césaire es<br />
martinicano y profesor universitario.<br />
Una vez más nos encontramos con Michel Leiris:<br />
Aunque en los escritores antillanos hay una voluntad de ruptura con las formas lite<br />
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desdeñan el artificio que representaría para ellos, cuya formación intelectual se ha lleva<br />
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Pero, me replicarán los negros, es un honor para nosotros que un blanco como<br />
Bretón haya escrito cosas semejantes.<br />
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no sabe expresarse en francés.<br />
12 «El francés (la elegancia de la forma) era tan bueno que la mujer ha caído en un trance.»<br />
Charles-André Julián, «Introductión» a A. Césaire, Cahier d ’un retour au pays natal, cit., p. 14.<br />
14 M. Leiris, «Martinique-Guadeloupe-Hai’ti», cit.<br />
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