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Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe

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Ahí encontramos tal vez el origen de los esfuerzos de los negros contemporáneos:<br />

cueste lo que cueste hay que demostrar al mundo blanco la existencia de una<br />

civilización <strong>negra</strong>.<br />

El n egro debe, ya lo quiera o no, enfundarse la librea que le ha hecho el blanco.<br />

Mirad las ilustraciones para niños, los n egros tienen todos en la boca el «sí,<br />

bwana» ritual. En el cine la historia es más extraordinaria. La mayoría de las películas<br />

americanas que se doblan en Francia reproducen a n egros tipo «negrito<br />

de la selva tropical». En una de esas películas recientes, T iburones d e a cero<br />

(1943), veíamos a un negro, que navegaba en un submarino, hablar la jerga más<br />

clásica posible. Cierto que además era un n egro de arriba abajo, que marchaba al<br />

final de la cola, que temblaba ante el menor movimiento de cólera del contramaestre<br />

y al que, finalmente, matan en el curso de la aventura. Pero estoy, sin embargo,<br />

convencido de que en la versión original no se expresaba de esa forma. Y,<br />

aunque hubiera sido así, no veo por qué en una Francia democrática, en la que<br />

60 millones de sus ciudadanos son de color, habría que doblar todas las imbecili-,<br />

dades de allende el Atlántico. Y es que el n egro debe presentarse de una forma<br />

determinada, y desde el negro de Sin p ied a d (1948): «Yo buen obrero, nunca<br />

mentir, nunca robar», hasta la criada de D uelo al so l (1946), encontramos ese estereotipo.<br />

Sí, al negro se le pide ser buen negro. Planteado esto, el resto viene solo. Hacerlo<br />

hablar p etit-n égre es anclarlo a su imagen, encolarlo, apresarlo, víctima eterna<br />

de una esencia, de un aparecer del que no es responsable. Y, naturalmente, al<br />

igual que un judío que gasta el dinero sin contarlo es sospechoso, al negro que cita<br />

a Montesquieu hay que vigilarlo. Que se nos entienda: vigilarlo en la medida en<br />

que con él algo comienza. Y, por supuesto, no pretendo que el estudiante negrc<br />

sea sospechoso ante sus compañeros o sus profesores. Pero, más allá de los ambientes<br />

universitarios, subsiste un ejército de imbéciles. Lo importante no es educarlos,<br />

sino conseguir que el negro no sea el esclavo de sus arquetipos.<br />

Que esos imbéciles sean el producto de una estructura económico-psicológica<br />

lo concedemos: sólo es que nosotros no hemos avanzado más.<br />

Cuando un negro habla de Marx la primera reacción es la siguiente: «Os hemos<br />

educado y ahora os volvéis contra vuestros bienhechores. ¡Ingratos! Decididamente<br />

no se puede esperar nada de vosotros.» Y después está ese contundente argu<br />

mentó del plantador en África: nuestro enemigo es el profesor.<br />

Lo que nosotros afirmamos es que el europeo tiene una idea definida del negro 3<br />

que no hay nada más exasperante que te digan: «¿Desde cuándo está usted en Fran<br />

cía? Habla muy bien francés».<br />

Se me podría contestar que esto se debe al hecho de que muchos negros se ex<br />

presan en petit-négre. Pero eso sería demasiado fácil. Estás en un tren y preguntas:<br />

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