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Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe

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establece una apreciación que pone de manifiesto las dimensiones de esta paradoja.<br />

En el transcurso de la argumentación en contra de la posibilidad de que el «lenguaje<br />

de la biología» y la presunción meramente fisicalista llegasen a ser capaces de dar<br />

cuenta en algún momento del fenómeno de la conciencia, Miller señala que pese a<br />

que los neurocientíficos han esclarecido el modo en que el cerebro implementa la<br />

conciencia a nivel neurofisiológico, y pese a que la conciencia resulta un fenómeno<br />

autoevidente para todo aquel que la posee, ésta, sin embargo, no puede identificarse<br />

como una propiedad d el cerebro; y de este modo, de acuerdo con los términos de<br />

Nagel, tampoco como una «realidad común».<br />

La clave del asunto aquí tratado reside en lo que Miller identifica cabalmente<br />

como la auto-evidencia de la conciencia para todos cuantos la poseen. Ahora bien,<br />

es precisamente esta conciencia auto-evidente lo que Fanón no sólo se ha visto obligado<br />

a poner en cuestión, sino también a condenar, en la medida en que ésta constituye<br />

la causa tanto de la autofobia característica del negro como de la «aberración<br />

afectiva» propia del blanco antinegro. De modo que si, tal y como Miller sostiene<br />

más adelante, el lenguaje de la biología no puede «expresar cómo es ser consciente»,<br />

entonces la conciencia auto-evidente puede expresar claramente cómo es ser<br />

consciente únicam ente de acuerdo con los términos de su propia conciencia en tanto<br />

que «sujeto normal» específico de cada cultura, para el cual y por el cual tal orden<br />

de conciencia específico, y necesariamente adaptativo, puede experimentarse<br />

en tanto que autoevidente. Asumiendo que esta auto-evidencia puede reconocerse<br />

como una propiedad en sí misma de acuerdo con los términos en los cuales cada<br />

sujeto se ha socializado dentro de un modo específico de ser humano; estos términos<br />

determinan entonces los parámetros adaptativamente ventajosos en los cuales<br />

cada sujeto debe necesariamente conocer, así como responder psicoafectivamente al<br />

Yo, al Otro y al Mundo en tanto que condiciones necesarias de la reproducción<br />

adaptativamente ventajosa de cada modo de ser humano. La consecuencia lógica<br />

que se sigue de ello es entonces que, en el caso de nuestro orden de conciencia contemporáneo,<br />

los modos de experiencia subjetiva expresados, por un lado, por el racismo<br />

antinegro y anti-no-blanco y, por el otro, por la autofobia <strong>negra</strong>, constituyen,<br />

al igual que todos los ism os correlacionados, expresiones de un orden de conciencia<br />

que resulta autoevidente para sus propios sujetos. Ahora bien, se trata simultáneamente<br />

de un orden de conciencia que resulta indispensable para el establecimiento<br />

dinámico y para la reproducción permanente de nuestro actual criterio/concepción<br />

etnoclasista de lo humano, así como para aquel del/de nuestro orden global contemporáneo<br />

en tanto que campo socio-global específico en el cual éste resulta realizable<br />

por sí solo, en tanto que tal modo de ser y tal género de identidad humana.<br />

Así que, si las cosas ocurren verdaderamente de este modo, si el complejo psico-<br />

existencial, así como las respectivas «aberraciones afectivas» -es decir, aquellas re­<br />

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