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Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe

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los notables descubrimientos de las décadas de 1970 y 1980, cuando se comprobó<br />

que existían péptidos opiáceos o moléculas semejantes a la morfina en el interior del<br />

cerebro, del sistema nervioso, y a lo largo de todo el cuerpo de cada una de las especies,<br />

plantean ahora una posible respuesta. Y esta respuesta no sólo explica por<br />

qué, como sugería Chalmers, la experiencia sujetiva debería entenderse como un<br />

rasgo fundamental, irreductible a cualquier otro elemento más básico, sino que resuelve<br />

asimismo la pregunta planteada por Nagel con respecto a cómo «los procesos<br />

objetivos pueden dar lugar a estados subjetivos», al mismo tiempo que ratifica la<br />

identificación establecida por Fanón sobre los procesos objetivos socio-culturales<br />

que conducen a las «aberraciones afectivas» propias del racismo blanco, no negro/no<br />

blanco y antinegro, así como a las «aberraciones afectivas» propias de la au-<br />

tofobia <strong>negra</strong>. Estas aberraciones han llegado a ser comunes a todos los sujetos culturalmente<br />

occidentalizados dentro de los términos etnoclasistas del H ombre.<br />

En el libro Addiction. From B iology to Drug Policy•, el neurobiólogo Avram Golds-<br />

tein, durante el transcurso de su discusión en torno a la neuroquímica del placer y<br />

del dolor, plantea la hipótesis de que en todas las especies vivas «existe un sistema<br />

opiáceo natural tanto para señalizar la recompensa (probablemente a través de la<br />

beta-endorfina) como para señalizar el castigo (a través de las dinorfinas)». Es más,<br />

«el equilibrio entre estos dos péptidos opiáceos contrapuestos puede regular muchos<br />

aspectos» de aquello que se experimenta como un «estado m ental normal». Especula<br />

entonces que son estos sistemas de recompensa «los que rigen los comportamientos<br />

adaptativos». Puesto que dichos sistemas «señalizan “bueno” cuando un<br />

animal hambriento encuentra alimento y come, cuando un animal sediento encuentra<br />

agua y bebe, cuando una promesa de actividad sexual se cumple, cuando se elude<br />

una circunstancia amenazadora». Cuando «se pone en juego un comportamiento<br />

dañino o cuando se experimenta dolor», por el contrario, «señalizan “malo”».<br />

De modo que, en la medida en que «estas señales llegan a asociarse con las circunstancias<br />

que las provocan y con las circunstancias que hacen que éstas sean recordadas»,<br />

su funcionamiento «parece constituir un proceso necesario mediante el cual<br />

un animal aprende a procurar todo aquello cuanto le resulta beneficioso y a evitar<br />

todo cuanto le resulta dañino [...]» (Goldstein, 1994, p. 60).<br />

Lo que Goldstein sugiere aquí es que la fenomenología de la experiencia subjetiva<br />

(lo que cada organismo sien te com o bueno y sien te com o malo) está determinada<br />

neuroquímicamente de acuerdo con los términos de motivación del comportamiento<br />

específicos de una especie determinada. Por lo tanto, es este sistema bioquímico<br />

objetivam ente estructurado el que determina el modo en que cada organismo percibirá,<br />

clasificará y categorizará el mundo de acuerdo con los términos adaptativos<br />

necesarios para su propia supervivencia y realización reproductiva en tanto que tal<br />

organismo. Ahora bien, únicamente a través de la medicación de la experiencia de<br />

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