Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe

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igual que sostenía Campbell, es con respecto a la naturaleza indispensable de los procesos condicionantes requeridos para superar los estrechos límites del parentesco genético, así como para inducir artificialmente los modos inclusivos de altruismo requeridos para garantizar la cohesión de los órdenes humanos, que se hace necesario comprender la omnipresencia de los esquemas de «tentación y pecado en la moral popular propia de nuestras tradiciones religiosas» (Campbell, 1975, p. 22). Esquemas que pueden identificarse, ya sea en su configuración religiosa o bien en su configuración secular actual, como las «narrativas» que sirven para motivar «artificialmente» el comportamiento, y cuyas respectivas «lenguas de credo y deseo vernáculas» (Millar, 1992, p. 182) intervienen en la estructuración de nuestros órdenes de conciencia, modos de mente y, por lo tanto, modos de ser específicos de cada cultura. Son estos esquemas, a la par que la naturaleza coercitiva característica de sus sistemas de significado, lo que hace posible que se cree cada modo de sociogenia, así como su correspondiente concep to de s í m ism o artificialmente instituido, de tal forma que éste sea capaz de anular, allí donde sea preciso, el concepto de sí mismo genético-instintivo, y al mismo tiempo llegue a ser experim entado subjetivamente com o si fu ese instintivo; de este modo, se ve capacitado no sólo para cubrir el lugar hegemónico que ocupaba anteriormente el yo genético, sino también para tomar las riendas de su propio yo sociogenético culturalmente definido10. Si reparamos, por lo tanto, en que la experiencia de cóm o es ser humano únicamente resulta posible, en un primer momento, gracias a los discursos sagrados reli- gioso-culturales, y en los momentos actuales, gracias a los discursos objetivos seculares-culturales, así como a las tecnologías semánticas coercitivas por medio de las cuales el yo genético-instintivo del individuo, a través de procesos de condicionamiento social, se transforma en ese concep to d e s í m ism o determinado culturalmente o principio sociogénico característico de cada orden, entonces es este principio, así como las instituciones por medio de las cuales éste se instituye, lo que nos proporciona la constante capaz de facilitarnos una «realidad común» transcultural- mente aplicable: la constante que Vico, en el contexto de su proclama a favor de una Nueva Ciencia específica de las sociedades humanas, predijo como el complejo 10 Nietzsche, en la G enealogía d e la moral, introdujo la esclarecedora apreciación de que la vida humana llegó a existir en tanto que única forma de vida que se debe exclusivamente al «tremendo esfuerzo» que realizaría la especie sobre sí misma, a través de la mediación de la «moralidad de las costumbres». Como apunta más adelante, «el esfuerzo realizado por el propio hombre durante la mayor parte de la existencia de la raza humana, todo su esfuerzo prehistórico encuentra en ella significado, encuentra en ella su grandiosa justificación a pesar de la severidad, tiranía, estupidez e imbecilidad que implica: con la ayuda de la moral de las costumbres y de la camisa de fuerza social, el hombre se hizo realmente calculable». Véase Walter Kaufmann (ed. y trad.), Basic W ritings o f Nietzsche, Nueva York, New York Modern Library, 1968, p. 495. 350

institucional que se revelaría como elemento común de todas las sociedades (Vico, 1970, p. 53). Ahora bien, dado que en este contexto puede plantearse igualmente que el fenómeno de la «mente», en tanto que modo de conciencia exclusivo de los humanos, constituye la propiedad emergente a partir de estos conceptos d e s í m ism o programados y, así, «artificiales» o socializados, se sigue necesariamente una conclusión. La de que las leyes o reglas que rigen los procesos de naturaleza-cultura determinantes de nuestros modos sociogenéticos de ser y, de este modo, determinantes de nuestros modos de «mente», pueden identificarse como la configuración humana de las leyes psicofísicas cuya existencia ha postulado Chalmers. En consecuencia, la identificación de dichas leyes, en la medida en que actúan en el plano híbrido de nuestros modos de ser humanos, no sólo debería ser capaz de resolver el rompecabezas de la experiencia consciente en el plano de las formas de vida humanas, haciendo esto al desvelar el papel que ésta cumple en tanto que fenómeno concomitante indispensable de cara a nuestros con cep tos d e s í m ism o o modos de ser culturalmente relativos, sino que debería ser capaz de proporcionar asimismo una respuesta a la pregunta correlativa con respecto al p orq u é de la experiencia subjetiva en general, así como al porqué de la preponderancia de la experiencia de la identidad con respecto a nuestra experiencia de qué es ser humano. La tesis expuesta por el neurocientífico Gerald Edelman resulta esclarecedora. Edelman señala que cada organismo, desde el momento en que se enfrenta a su entorno, debe necesariamente conocer y clasificar el mundo en términos que supongan una ventaja adaptativa para sí mismo, en términos capaces de orientar los comportamientos que son necesarios para su propia supervivencia, realización y reproducción. En otras palabras, debe conocer y clasificar su mundo adaptativa- m ente, pese a que el modo en que conoce el mundo no concuerde necesariamente con lo que el mundo realmente es, al margen de los términos establecidos por su propio punto de vista (Edelman, 1978, p. 26). Lo que se pone aquí de manifiesto es que si el organismo conoce y clasifica el mundo en tales términos adapta- tivamente ventajosos, lo hace porque ello, tal y como planteaba el biólogo Richard Dawkins, supone el bien a largo plazo y la reproducción permanente de los genes que componen su genoma, genes que convierten al organismo en un mero vehículo al servicio de su propio imperativo reproductivo (Dawkins, citado por Eldríd- ge, 1995: 180). Sin embargo, ese objetivo a largo plazo sólo p u ed e asegurarse a través de aquello que dicho «vehículo», es decir, el organismo individual, sien te que es su propia ventaja como modo de ser en el mundo. Por lo tanto, el organismo ín- teractúa con su entorno, a través de la mediación de lo que experimenta subjetivamente como «bueno» o «malo» para s í m ism o, desarrollando los comportamientos que constituyen una ventaja adaptativa de cara a su realización, supervivencia y reproducción. 351

igual que sostenía Campbell, es con respecto a la naturaleza indispensable de los<br />

procesos condicionantes requeridos para superar los estrechos límites del parentesco<br />

genético, así como para inducir artificialmente los modos inclusivos de altruismo<br />

requeridos para garantizar la cohesión de los órdenes humanos, que se hace necesario<br />

comprender la omnipresencia de los esquemas de «tentación y pecado en la moral<br />

popular propia de nuestras tradiciones religiosas» (Campbell, 1975, p. 22). Esquemas<br />

que pueden identificarse, ya sea en su configuración religiosa o bien en su<br />

configuración secular actual, como las «narrativas» que sirven para motivar «artificialmente»<br />

el comportamiento, y cuyas respectivas «lenguas de credo y deseo vernáculas»<br />

(Millar, 1992, p. 182) intervienen en la estructuración de nuestros órdenes<br />

de conciencia, modos de mente y, por lo tanto, modos de ser específicos de cada<br />

cultura. Son estos esquemas, a la par que la naturaleza coercitiva característica de<br />

sus sistemas de significado, lo que hace posible que se cree cada modo de sociogenia,<br />

así como su correspondiente concep to de s í m ism o artificialmente instituido, de<br />

tal forma que éste sea capaz de anular, allí donde sea preciso, el concepto de sí mismo<br />

genético-instintivo, y al mismo tiempo llegue a ser experim entado subjetivamente<br />

com o si fu ese instintivo; de este modo, se ve capacitado no sólo para cubrir el lugar<br />

hegemónico que ocupaba anteriormente el yo genético, sino también para<br />

tomar las riendas de su propio yo sociogenético culturalmente definido10.<br />

Si reparamos, por lo tanto, en que la experiencia de cóm o es ser humano únicamente<br />

resulta posible, en un primer momento, gracias a los discursos sagrados reli-<br />

gioso-culturales, y en los momentos actuales, gracias a los discursos objetivos seculares-culturales,<br />

así como a las tecnologías semánticas coercitivas por medio de las<br />

cuales el yo genético-instintivo del individuo, a través de procesos de condicionamiento<br />

social, se transforma en ese concep to d e s í m ism o determinado culturalmente<br />

o principio sociogénico característico de cada orden, entonces es este principio,<br />

así como las instituciones por medio de las cuales éste se instituye, lo que nos proporciona<br />

la constante capaz de facilitarnos una «realidad común» transcultural-<br />

mente aplicable: la constante que Vico, en el contexto de su proclama a favor de<br />

una Nueva Ciencia específica de las sociedades humanas, predijo como el complejo<br />

10 Nietzsche, en la G enealogía d e la moral, introdujo la esclarecedora apreciación de que la vida<br />

humana llegó a existir en tanto que única forma de vida que se debe exclusivamente al «tremendo esfuerzo»<br />

que realizaría la especie sobre sí misma, a través de la mediación de la «moralidad de las costumbres».<br />

Como apunta más adelante, «el esfuerzo realizado por el propio hombre durante la mayor<br />

parte de la existencia de la raza humana, todo su esfuerzo prehistórico encuentra en ella significado, encuentra<br />

en ella su grandiosa justificación a pesar de la severidad, tiranía, estupidez e imbecilidad que<br />

implica: con la ayuda de la moral de las costumbres y de la camisa de fuerza social, el hombre se hizo<br />

realmente calculable». Véase Walter Kaufmann (ed. y trad.), Basic W ritings o f Nietzsche, Nueva York,<br />

New York Modern Library, 1968, p. 495.<br />

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