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Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe

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surgido ese punto de vista particular, esa fenomenología visual? ¿De las fuentes<br />

culturales específicas de las «anécdotas, de las historias», a partir de las cuales ambos<br />

habían sido configurados? Aquí, como señalara Michel Foucault en Las palabras<br />

y las cosas, se había producido la invención del H om bre como una nueva concepción<br />

de lo humano (y aparentemente universal por cuanto que supracultural)<br />

por acción de una cultura específica, la cultura de Europa occidental, durante el siglo<br />

XVI (Foucault, 1973, p. 386). El antropólogo Jacob Pandian señala que esta invención<br />

había podido producirse únicamente sobre la base de una invención paralela<br />

(Pandian, 1985, pp. 3-9). Las cosas habían sucedido así, explica Pandian,<br />

porque en el momento en que Europa occidental estaba a punto de dar el salto del<br />

A uténtico Yo C ristiano a la entonces secularizada identidad del H ombre, se vio<br />

obligada a inventar una nueva forma de O tredad que contraponer binariamente al<br />

H ombre, una nueva forma de O tredad capaz de cubrir el lugar que ocupaba el Falso<br />

Yo Cristiano en el contexto de la concepción religioso-cultural de lo humano, de<br />

la concepción Cristiana. En consecuencia, mientras el Otro del auténtico yo cristiano<br />

había sido en la Europa medieval el fa lso yo cristiano (siendo los Otros provenientes<br />

del exterior considerados Idólatras y/o In fieles), con la invención del H ombre<br />

en dos formas distintas (una en el contexto de la revolución intelectual del<br />

humanismo cívico, que se produjo durante el Renacimiento; la otra, en el contexto<br />

del humanismo económico o liberal, que tuvo lugar a finales del siglo XVIII y se<br />

prolongó durante todo el siglo XIX), Europa estaba a punto de inventar el Otro del<br />

H om bre en dos formas paralelas. Y, en la medida en que el H om bre adquiría a partir<br />

de ese momento el rango de universal supracultural, su Otro debía definirse lógicamente<br />

como el Humano Otro.<br />

En la primera de las formas, serían los pueblos indígenas del Caribe y de las<br />

Américas quienes, clasificados en tanto que «indios», servirían para configurar discursivamente<br />

el referente físico de los «salvajes» y, por lo tanto, Irracionales Humanos<br />

Otros frente al nuevo «concepto de sí mismo» propio del H ombre, concebido<br />

como hom o politicus y como Yo Racional. Al mismo tiempo, los pueblos esclavizados<br />

traídos desde África, clasificados en tanto que N egros8, serían también asimila-<br />

9 Esta clasificación posee un significado específico para el campo de la identidad cultural y cosmogónica<br />

judeocristiana de Occidente. El informe ofrecido por el monje capuchino Antonio de Teruel<br />

(tal y como se cita en el epígrafe 3) nos permite reconocer la especificidad cultural que subyace al uso<br />

europeo del término. Los congoleños, cuenta Antonio de Teruel, pedían a los comerciantes de esclavos<br />

portugueses que no les llamasen n egros sino «pretos». N egros para ellos quería decir esclavos. Y<br />

dentro de los términos de la cultura tradicional congoleña, la denominación de negros se refería únicamente<br />

a una categoría social específica que se consideraba legítimamente esclavizable. Dicha categoría<br />

estaba constituida por todos aquellos que habían caído fuera de la protección de su linaje, y que, antes<br />

que seguir perteneciendo al estatus de la categoría normativa del orden (esto es, el estatus de los hom-<br />

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