Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe

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13.05.2013 Views

Por el contrario, resulta imprescindible acabar con aquella escisión. Para lograrlo, uno debe verse obligado a reconocer que «hablar» no significa tan sólo «hallarse en posición de emplear cierta sintaxis, de captar la morfología de este o de aquel lenguaje». «Hablar es emplear determinada sintaxis, poseer la morfología de tal o cual idioma, pero es sobre todo asumir una cultura, soportar el peso de una civilización» (p. 49/BS 17-18). La situación a la que se enfrenta el negro en el Caribe supone, por lo tanto, que dentro de la lógica de la civilización en la que se encuentra inmerso, en el contexto del lenguaje que habla y que le habla, uno, en tanto que «negro», se considerará a sí mismo «proporcionalmente más blanco», y en consecuencia proporcionalmente «más cercano a un ser humano real», en «relación directa» con el dominio que posea de la lengua francesa; o, en el caso del Caribe estadounidense y anglófono, en relación directa con el dominio que posea del inglés estándar característico de clase media (o «buen inglés»)5. En consecuencia, el negro del Caribe, puesto que habla por igual una lengua vernácula criolla franco-africana (o anglo- africana), «se ve permanentemente obligado a enfrentarse con el problema del lenguaje». Este hecho, como un aspecto de un problema más amplio, hace que sus experiencias vitales se vean al mismo tiempo determinadas en tanto que «negro/a» y en tanto que nativo/a «colonizado/a». Ocurre de este modo en «cada uno de los pueblos colonizados», es decir, «en cada uno de los pueblos en cuya alma se ha gestado un complejo de inferioridad, al aniquilar y dar sepultura a todo cuanto en su propia cultura hay de original», y que ahora debe enfrentarse «cara a cara con el lenguaje de la nación civilizadora», esto es, con la cultura de la madre patria. En tales circunstancias, el negro colonizado no sólo es capaz de elevarse «de su sabana en la medida en que haya hecho suyos los valores culturales de la metrópoli», además, «será más blanco en la medida en que haya rechazado su negrura, su sabana» (p. 50/ BS 18). Si bien, puesto que la lógica de estos nuevos estándares culturales ha «tote- 5 La reacción visceral y el furor que ha despertado la propuesta emitida por la Junta del Consejo Escolar de Oakland de California, Estados Unidos, por la que se obliga a los profesores de inglés estándar a conocer las reglas que rigen el criollo angloafricano (que ha sido desafortunadamente etiquetado con la denominación de eb ón ico) hablado por la mayor parte de la población estudiantil en tanto que lengua vernácula cotidiana, debería comprenderse en un sentido paralelo. Es más, la sugerencia apuntada por la Junta del Consejo Escolar asegurando que debería manifestarse el origen africano de muchos de los usos gramaticales propios del inglés africano o negro, se topó con una respuesta negativa idéntica a la que se despliega de manera refleja ante todas las cosas africanas, no sólo por parte de los blancos de clase media, sino también por una serie de miembros prominentes de la inteligencia negra de clase media. Es posible reconocer lo que podría definirse aquí como omnipresente afrofobia, en tanto que atributo indispensable para la realización de la identidad «normal», en los términos de nuestra actual opción del «Hombre» humano, en tanto que fobia dirigida hacia el significante de no-ser, dentro de los términos de su correspondiente criterio sobre aquello en lo que consiste ser plenamente humano. 334

mizado» el hecho de ser completamente humano (esto es, aparentemente más alejado de los primates y, en consecuencia, más evolucionado) -de acuerdo con la fisonomía y con el complejo cultural europeo-, es tan sólo en la medida en que el negro «renuncia a su negrura, renuncia a su lado selvático» que éste puede llegar a experimentarse a sí mismo como más humano. En consecuencia, al haber sido formalmente educado para convertirse en miembro de la elite burguesa francesa y para ser blanco, el sueño de viajar a Francia ha representado lógicamente algo así como el Santo Grial en el imaginario del negro caribeño. Es más, cualquier miembro de este grupo que hubiese viajado a Francia y que, a través del ejercicio riguroso, llegase a ser capaz de hablar el «francés de Francia», descubría que esta es una de las cosas «que a su regreso le confieren, en tanto que alguien que ha vivido en la madre patria, el aura de un semidiós». La fenomenología d e «aquel que una vez estuvo en Francia» sufre de este modo una drástica reestructuración, es decir, se experimenta a sí mismo en términos considerablemente diferentes: El negro que ha vivido algún tiempo en Francia vuelve radicalmente transformado. Para explicarnos genéticamente, diremos que su fenotipo ha sufrido una mutación defi­ nitiva, absoluta. Desde antes de su partida, notamos, en el porte casi aéreo de su caminar, que fuerzas nuevas se han puesto en movimiento (p. 51 /BS 19). Fanón explica más adelante, en una nota al pie, cómo de este modo quiere dar a entender que « los negros que vuelven junto a los suyos dan la impresión de haber culminado un ciclo, de haberse añadido algo que les faltaba. Vuelven, literalmente, henchidos de s í m ism os». Al mismo tiempo avanza, ya dentro del cuerpo del texto, hasta plantear la idea de que esta transformación de la identidad que experimenta el negro caribeño subjetivamente surge, de forma directa, a partir de una determinada situación sociocultural, una situación que sirve para activar un correlato bioquímico y, en consecuencia, fisicalista; en palabras de Bohm, la transformación de los significados ha conducido a la transformación del problem a mismo, a la transformación del modo en que se experimenta el yo. Lo que Fanón pone aquí de manifiesto es que para los negros franco-caribeños, encerrados en la pobreza de una isla asolada por el colonialismo, y sumidos «en un ambiente que carece de la más mínima válvula de escape», el reclamo de Europa representa lo mismo que «aire puro para sus pulmones». Es para él en particular que el mundo parecerá «abrirse» únicamente en el momento en que abandona su isla y llega a Francia. Así pues, según va recibiendo noticias de que se aproxima a Francia, de que se aproxima a «un punto de partida en la vida», se siente colmado de regocijo. Se muestra completamente decidido a cambiar. Entendemos, no obstante, escribe Fanón, que con el paso de una situación cultural cerrada y obstruida a otra en la que relativamente se le abren más posibili­ 335

mizado» el hecho de ser completamente humano (esto es, aparentemente más alejado<br />

de los primates y, en consecuencia, más evolucionado) -de acuerdo con la fisonomía<br />

y con el complejo cultural europeo-, es tan sólo en la medida en que el negro<br />

«renuncia a su negrura, renuncia a su lado selvático» que éste puede llegar a experimentarse<br />

a sí mismo como más humano. En consecuencia, al haber sido formalmente<br />

educado para convertirse en miembro de la elite burguesa francesa y para ser<br />

blanco, el sueño de viajar a Francia ha representado lógicamente algo así como el<br />

Santo Grial en el imaginario del negro caribeño. Es más, cualquier miembro de este<br />

grupo que hubiese viajado a Francia y que, a través del ejercicio riguroso, llegase a<br />

ser capaz de hablar el «francés de Francia», descubría que esta es una de las cosas<br />

«que a su regreso le confieren, en tanto que alguien que ha vivido en la madre patria,<br />

el aura de un semidiós». La fenomenología d e «aquel que una vez estuvo en<br />

Francia» sufre de este modo una drástica reestructuración, es decir, se experimenta<br />

a sí mismo en términos considerablemente diferentes:<br />

El negro que ha vivido algún tiempo en Francia vuelve radicalmente transformado.<br />

Para explicarnos genéticamente, diremos que su fenotipo ha sufrido una mutación defi­<br />

nitiva, absoluta. Desde antes de su partida, notamos, en el porte casi aéreo de su caminar,<br />

que fuerzas nuevas se han puesto en movimiento (p. 51 /BS 19).<br />

Fanón explica más adelante, en una nota al pie, cómo de este modo quiere dar a<br />

entender que « los negros que vuelven junto a los suyos dan la impresión de haber<br />

culminado un ciclo, de haberse añadido algo que les faltaba. Vuelven, literalmente,<br />

henchidos de s í m ism os». Al mismo tiempo avanza, ya dentro del cuerpo del texto,<br />

hasta plantear la idea de que esta transformación de la identidad que experimenta el<br />

negro caribeño subjetivamente surge, de forma directa, a partir de una determinada<br />

situación sociocultural, una situación que sirve para activar un correlato bioquímico<br />

y, en consecuencia, fisicalista; en palabras de Bohm, la transformación de los significados<br />

ha conducido a la transformación del problem a mismo, a la transformación<br />

del modo en que se experimenta el yo. Lo que Fanón pone aquí de manifiesto es<br />

que para los negros franco-caribeños, encerrados en la pobreza de una isla asolada<br />

por el colonialismo, y sumidos «en un ambiente que carece de la más mínima válvula<br />

de escape», el reclamo de Europa representa lo mismo que «aire puro para sus<br />

pulmones». Es para él en particular que el mundo parecerá «abrirse» únicamente en<br />

el momento en que abandona su isla y llega a Francia. Así pues, según va recibiendo<br />

noticias de que se aproxima a Francia, de que se aproxima a «un punto de partida<br />

en la vida», se siente colmado de regocijo. Se muestra completamente decidido a<br />

cambiar. Entendemos, no obstante, escribe Fanón, que con el paso de una situación<br />

cultural cerrada y obstruida a otra en la que relativamente se le abren más posibili­<br />

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