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Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe

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e, todavía existía una escapatoria a su alcance. A pesar de ser negros, podían optar<br />

por no com portarse com o tales, evitando de este modo precipitarse plenamente en el<br />

no-ser, en la negación del ser humano. Llegado este momento se plantea un oportuno<br />

paralelismo, un paralelismo que nos permite valernos de la idea de espacio o<br />

perspectiva transcultural de la identidad humana que ha expuesto Mikhail Epstein<br />

recientemente. Epstein ha señalado que, en la medida en que «cultura [...] es aquello<br />

que el ser humano crea y al mismo tiempo aquello que crea al ser humano, el ser<br />

humano debería considerarse (simultáneamente) como criatura y como creador». Si<br />

«en lo sobrenatural disponemos del mundo del creador, y en la naturaleza del mundo<br />

de las creaciones», es sin embargo «la concurrencia de ambos papeles en un determinado<br />

ser humano lo que hace de él un ser cultural». No obstante, el problema<br />

que se nos plantea aquí es que, si bien la cultura logró liberarnos de la naturaleza,<br />

tan sólo le fue posible ejercer dicha liberación a condición de subordinarnos a sus<br />

propias categorías, puesto que es únicamente a través de semejantes categorías culturales<br />

específicas cómo podemos llegar a darnos cuenta por nosotros mismos del<br />

hecho de que, empleando términos fanonianos, somos seres socializados de una vez<br />

y para siempre. Por lo tanto, la propuesta de Epstein en este aspecto supone que es<br />

únicamente la transcultura, el espacio que se abre entre culturas diferentes, lo que<br />

puede liberarnos de la subordinación a la que nos someten las categorías impuestas<br />

por una cultura única: a través de la mediación de la transcultura llegamos a tomar<br />

conciencia de nosotros mismos en tanto que seres humanos.<br />

El paralelismo transcultural se constata aquí al observar que el imperativo «deja<br />

de comportarte como un negro» funcionaba de la misma manera en el caso de Fanón<br />

y de sus iguales de clase media franco caribeños a como lo hacía en el caso de<br />

los practicantes del vudú de Haití. De acuerdo con los términos de las religiones de<br />

origen africano de Haití, cuya deriva hizo que se convirtieran en religiones sincréticas<br />

afro-católicas, el imperativo de abstenerse de todo cuanto se considerase proscrito<br />

en tanto que comportamiento antisocial se veía refrendado a partir del miedo<br />

de los propios sujetos a ser transformados en zombis a consecuencia del castigo de<br />

la sociedad secreta de Bizango, a cuyos miembros les estaba y les está encomendado<br />

el papel de castigar la mencionada clase de comportamientos. Pues si, por lo que<br />

respecta a los practicantes del vudú, el ser o identidad «normal» consiste/consistía<br />

en permanecer anclados en la ti bon ange (es decir, «esa parte del alma vudú de la<br />

que emanan carácter, voluntad y personalidad»), convertirse en zombi -por medio<br />

de la administración de tetrodoxina, una poderosa toxina capaz de inducir en la víctima<br />

un estado físico que puede llegar a confundirse con la muerte (Davis, 1988, p.<br />

9)- supone/suponía hacer que uno entrase en un estado cataléptico, un estado que<br />

se creía causado p or la pérdida d e la propia «ti bon ange», por la pérdida de la propia<br />

alma. Dado que, una vez que el cuerpo experimenta el robo de la propia alma, éste<br />

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