Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe

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13.05.2013 Views

alización de la desigualdad y la percepción de la conexión entre la subjetividad (para Rousseau «el alma humana») y la sociedad. Estos últimos dos rasgos del pensamiento de Rousseau le condujeron a plantear una diferencia no racista entre lo que el llamaba el «salvaje» y el hombre civilizado. Para Rousseau es la sociedad y no la naturaleza la que moldea el «alma humana». Esto significa que los cambios en la sociedad pueden conllevar cambios en el «alma». Si el civilizado es distinto al salvaje es sólo por las condiciones sociales, no por su naturaleza. De acuerdo con esto, el «salvaje» puede en principio llegar a ser tan civilizado como el europeo. Y el europeo, si se le extrae lo suficientemente pronto de su entorno y es criado en un grupo humano «salvaje» puede convertirse en alguien exactamente igual que ellos. Como ya hemos indicado, Rousseau no pretendía que los europeos se convirtieran en «salvajes» o en europeos «salvajes». No sólo no rechazaba el colonialismo, sino que se refería a la falta de éxito en la civilización de los «salvajes» como prueba de los límites de la civilización ilustrada9. Rousseau afirma que «en diversas ocasiones los salvajes han sido conducidos a París, Londres u otras ciudades; nos hemos apresurado a mostrarles nuestro lujo, nuestras riquezas y todas nuestras artes mas útiles y curiosas; todo esto nunca ha llegado a excitar en ellos más que una estúpida admiración, sin la menor emoción o codicia». Y añade, «es de destacar el hecho de que después de los muchos años que los europeos han empleado en atormentarse para convertir a los salvajes de diversos países del mundo a su modo de vida, no han sido capaces de lograrlo en ningún caso, ni siquiera con la bendición de la cristiandad, pues nuestros misioneros en ocasiones les convierten en cristianos, pero nunca en hombres civilizados». Aunque Rousseau le atribuye la «facultad de mejora» a todo ser humano («salvaje» o civilizado), y no recomienda la civilización a los «salvajes» ni justifica su colonización, éste no deja de ser un elemento muy problemático de su humanismo. El propio uso continuado del término «salvaje» no deja de ser un prejuicio del que no acaba de prescindir su humanismo expansivo. Los «salvajes» son diferentes a los civilizados no sólo en que supuestamente están más cerca del estado de naturaleza, sino también porque parecen responder en primer lugar al instinto, pues no tienen deseos ni necesidades más allá de aquellos que les dictan sus necesidades inmediatas ni tienen visión de futuro. El alma del salvaje, «a la que nada molesta, que mora sólo en la sensación de su existencia presente, sin idea alguna de futuro, por muy cerca que éste pueda estar, y sus proyectos, tan limitados como sus horizontes, apenas se extienden hasta el final del día. Así es incluso en la actualidad», señala Rousseau: «la previsión de un indio del Caribe: vende su cama de algodón por la mañana y por la noche vuele a comprarla, sin haberse dado cuenta de que la necesitaría 9 Véase «Rousseau’s notes» en J. J. Rousseau, D iscourse on Inequality, cit., p. 168. 296

para la noche siguiente». Aunque Rousseau no lo afirma explícitamente, parece que al alma del «hombre salvaje», al estar más cerca del instinto, le falta la posibilidad de sentir el poder de su voluntad en todas sus dimensiones, que es precisamente lo que para él caracteriza al ser humano. Para Rousseau, lo que distingue al Hombre de otros animales no es la comprensión sino la capacidad como agente libre, lo que significa conciencia de libertad, poder de la voluntad y capacidad de elegir10. Para Rousseau, está claro que el «hombre salvaje» elige, pero el grado de dichas elecciones está limitado por el horizonte de sus necesidades inmediatas. El hombre civilizado, por el contrario, nunca vive puramente en el presente y parece alcanzar, por lo tanto, un mayor grado de conciencia de su libertad que el «hombre salvaje». Y en la medida en que el poder de la voluntad y la conciencia de la libertad son marcas distintivas del humano frente al animal, eso hará al hombre civilizado un «hombre» menos feliz pero en última instancia más humano, no en virtud de una diferencia innata respecto a otros seres humanos, sino debido a las circunstancias históricas. Aunque no hay nada en el «hombre salvaje» que le imposibilite para conseguir una mayor conciencia de libertad, parece que su modo de vida, aunque le permita ser feliz, no le permite realizar toda su humanidad. Si bien Rousseau no es explícito al respecto, su argumentación permite entrever una concepción ambigua de la vida «salvaje»: aunque más feliz y armonioso, el «salvaje» parece carecer tanto de «progreso mental» como de conciencia de libertad, propiciadas por «las necesidades que estas gentes han recibido de la naturaleza, o las circunstancias que se les han impuesto». ¿Tacharíamos esta posición de racista?11. Al menos podemos etiquetarla como eurocentrismo antieurocéntrico. Se trata de una posición antieurocéntrica porque problematiza las virtudes de la civilización europea, pero sigue siendo eurocéntrica porque ofrece una base para pensar en Europa como el lugar en el que la razón y la capacidad que nos otorga el libre albedrío se han desarrollado en mayor medida. Esto permite afirmar que aunque no sea apropiado emprender la colonización con el fin de civilizar al «salvaje», sí es legítimo hacerlo con el fin de que los «salvajes» realicen su humanidad. Posteriormente otros pensadores, como Immanuel Kant, irán un paso más allá y afirmarán que las 10 Sobre este asunto véase Emmanuel Chukwudi Eze, «The Color of Reason: The Idea of “Race” in Kant’s Anthropology», en E. Chukwudi Eze (ed.), P ostcolonial African Philosophy. A Reader, Cambridge (Massachusetts), Blackwell, 1997, pp. 123-125. 11 Para una visión diferente acerca del supuesto racismo o falta del mismo de Rousseau, véase Bernard R. Boxill, «Rousseau, Natural Man, and Race», en Andrew Valls (ed.), R ace and Racism in M odern Philosophy, Ithaca (Nueva York), Cornell University Press, 2005, pp. 150-168; Francis III Moran, «Between Primates and Primitives. Natural Man as the Missing Link in Rousseau’s S econd D iscourse», en Julie K. Ward y Tommy L. Lott (eds.), P hilosophers on Race. Critical Essays, Malden (Massachusetts), Blackwell, 2002, pp. 125-144. 297

alización de la desigualdad y la percepción de la conexión entre la subjetividad<br />

(para Rousseau «el alma humana») y la sociedad. Estos últimos dos rasgos del pensamiento<br />

de Rousseau le condujeron a plantear una diferencia no racista entre lo<br />

que el llamaba el «salvaje» y el hombre civilizado. Para Rousseau es la sociedad y<br />

no la naturaleza la que moldea el «alma humana». Esto significa que los cambios<br />

en la sociedad pueden conllevar cambios en el «alma». Si el civilizado es distinto al<br />

salvaje es sólo por las condiciones sociales, no por su naturaleza. De acuerdo con<br />

esto, el «salvaje» puede en principio llegar a ser tan civilizado como el europeo. Y<br />

el europeo, si se le extrae lo suficientemente pronto de su entorno y es criado en un<br />

grupo humano «salvaje» puede convertirse en alguien exactamente igual que ellos.<br />

Como ya hemos indicado, Rousseau no pretendía que los europeos se convirtieran<br />

en «salvajes» o en europeos «salvajes». No sólo no rechazaba el colonialismo,<br />

sino que se refería a la falta de éxito en la civilización de los «salvajes» como prueba<br />

de los límites de la civilización ilustrada9. Rousseau afirma que «en diversas ocasiones<br />

los salvajes han sido conducidos a París, Londres u otras ciudades; nos hemos<br />

apresurado a mostrarles nuestro lujo, nuestras riquezas y todas nuestras artes mas<br />

útiles y curiosas; todo esto nunca ha llegado a excitar en ellos más que una estúpida<br />

admiración, sin la menor emoción o codicia». Y añade, «es de destacar el hecho de<br />

que después de los muchos años que los europeos han empleado en atormentarse<br />

para convertir a los salvajes de diversos países del mundo a su modo de vida, no han<br />

sido capaces de lograrlo en ningún caso, ni siquiera con la bendición de la cristiandad,<br />

pues nuestros misioneros en ocasiones les convierten en cristianos, pero nunca<br />

en hombres civilizados».<br />

Aunque Rousseau le atribuye la «facultad de mejora» a todo ser humano («salvaje»<br />

o civilizado), y no recomienda la civilización a los «salvajes» ni justifica su colonización,<br />

éste no deja de ser un elemento muy problemático de su humanismo. El<br />

propio uso continuado del término «salvaje» no deja de ser un prejuicio del que no<br />

acaba de prescindir su humanismo expansivo. Los «salvajes» son diferentes a los civilizados<br />

no sólo en que supuestamente están más cerca del estado de naturaleza,<br />

sino también porque parecen responder en primer lugar al instinto, pues no tienen<br />

deseos ni necesidades más allá de aquellos que les dictan sus necesidades inmediatas<br />

ni tienen visión de futuro. El alma del salvaje, «a la que nada molesta, que mora<br />

sólo en la sensación de su existencia presente, sin idea alguna de futuro, por muy<br />

cerca que éste pueda estar, y sus proyectos, tan limitados como sus horizontes, apenas<br />

se extienden hasta el final del día. Así es incluso en la actualidad», señala Rousseau:<br />

«la previsión de un indio del Caribe: vende su cama de algodón por la mañana<br />

y por la noche vuele a comprarla, sin haberse dado cuenta de que la necesitaría<br />

9 Véase «Rousseau’s notes» en J. J. Rousseau, D iscourse on Inequality, cit., p. 168.<br />

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