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Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe

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Al darse cuenta de lo limitado de sus esfuerzos, trató de blanquearlo, de «lavarlo»:<br />

se convirtió en lavandera. Pero eso no era suficiente, ya que a pesar del éxito de su<br />

negocio no podía obtener la blanquitud sin el reconocimiento blanco. Su amante<br />

blanco, André, era un oficial que podía permitirse ese regalo. Capécia se entregó<br />

completamente. En la lectura hegeliana que nos brinda Fanón, donde la relación señor-esclavo<br />

surge de una lucha por ser reconocido, André «Es el señor. No le reclama<br />

nada, no le exige nada más que un poco de blancura en su vida» (p. 66, Pn<br />

34/BS 42). Ella lo ayuda, y en un momento dado lo convence para que la ascienda a<br />

una clase alta de blancos, donde es humillada por una mujer blanca: «[Las mujeres]<br />

-escribe- me miraban con una indulgencia que se me hizo insoportable. Sentía que<br />

me había maquillado demasiado, que no estaba vestida adecuadamente, que no<br />

honraba a André, quizá simplemente por culpa del color de mi piel, en fin, pasé una<br />

velada tan desagradable que decidí que nunca volvería a pedir a André que me dejara<br />

acompañarlo» (p. 66, Pn 35/BS 43; M. Capécia, 1948, 150) ¿Por qué encuentra<br />

todas las faltas en ella? ¿Por qué no admite simplemente que aquellas mujeres <strong>blancas</strong><br />

eran un grupo de crueles racistas o que André no tenía carácter? En sus referencias<br />

a los negros no escatima improperios, sobre todo en la continuación de su<br />

primera novela, La n égresse blanche, donde se refiere a los varones negros como<br />

«negros» y a las mujeres como «putas <strong>negra</strong>s» o «guarras». La respuesta es sencilla.<br />

Los blancos no se equivocan, son dioses. Fanón recuerda cómo la película G reen<br />

Pastures le pareció un ultraje, por estar Dios y los ángeles representados por actores<br />

negros. Capécia protesta: «¿Cómo imaginarse a Dios con los rasgos de un negro?<br />

No es así como me imagino el paraíso. Pero, después de todo, no era más que un película<br />

estadounidense» (p. 71, Pn 41 IBS 51/M. Capécia 1948, 65). La teodicea de<br />

Capécia necesita de un Dios blanco.<br />

En un momento dado, Capécia descubre encantada que su abuela materna era<br />

blanca. La respuesta de Fanón, en línea con lo que hemos afirmado sobre Puerto<br />

Rico, es que<br />

Como el blanco es el señor y, más sencillamente, el varón, puede darse el lujo de acos­<br />

tarse con muchas mujeres. Esto es cierto en todos los países y más aún en las colonias.<br />

Pero si una blanca acepta a un negro la cosa adquiere automáticamente un aspecto ro­<br />

mántico. Hay ofrenda, no violación. En las colonias, en efecto, sin que haya matrimonio<br />

o cohabitación entre blancos y negros, el número de mestizos es extraordinario. Es porque<br />

los blancos se acuestan con sus criadas <strong>negra</strong>s (p. 68, Pn 37/BS 46, n 5).<br />

Tras citar en la misma nota la representación de Manoni de las relaciones de<br />

los soldados franceses con las jóvenes malgaches como libre de conflicto racial,<br />

Fanón agrega:<br />

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