Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe

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13.05.2013 Views

lugar, existirá tan sólo la fuerza del colono» (p. 17; traducción mía). Al defender esto, Sartre procura hacer derivar la violencia propia de la insurrección colonial a partir de la primacía de la violencia del Estado, proyectando la violencia revolucionaria como un efecto secundario de una forma primordial de opresión violenta. Si los colonizados responden con violencia, su violencia no es más que la transposición o transmutación de la violencia que se ejerce sobre ellos. La formulación de Fanón difiere levemente de la explicación sartreana cuando éste afirma, en el primer capítulo de Los condenados de la tierra, titulado «De la violencia», que la violencia que ha presidido el orden del mundo colonial, que ha marcado incansable­ mente el ritmo de la destrucción de las formas sociales indígenas, y ha demolido sin re­ serva los sistemas de referencia de la economía, las costumbres en el vestir y de la apa­ riencia exterior, será reivindicada y asumida por el indígena en el momento en que, decidiendo personificar la historia, se levante en los rincones olvidados (p. 40). La violencia viaja, pasa de mano en mano, pero ¿podemos aseverar que continúa tratándose en todo momento de la violencia del colono? ¿Puede la violencia atribuirse en verdad a una de las dos partes si ésta permanece invariable mientras oscila entre la violencia impuesta por el dominador y la violencia ejercida por el colonizado? Daría la impresión de que es algo esencialmente transferible. Pero esta no es la opinión defendida por Sartre. De hecho, de acuerdo con su opinión el colonizador se convierte en el sujeto primordial de la violencia. Y esta afirmación parece contradecir su afirmación anterior, a saber, la de que bajo estas circunstancias es posible entender la violencia como el medio de traer al ser humano a la existencia. Si suscribimos la primera de sus tesis, llegamos a la conclusión, seguramente falsa, de que la colonización representa una condición previa para la humanización, algo que las justificaciones civilizatorias han defendido en todo momento, y una opinión a la que, según cabría suponer, Sartre quería oponerse con vehemencia. Sartre lleva a cabo considerables esfuerzos por explicar la resistencia violenta del colonizado. Aborda la acusación que lanzan los colonizadores contra estos pueblos en apariencia previos a la civilización, al asegurar que únicamente son instintos viles o animales los que operan en ellos. Sartre se pregunta: «¿A qué instintos se refiere? ¿A los instintos que empujan a los esclavos a masacrar a sus amos? ¿No puede reconocer en este punto cómo su propia crueldad se vuelve en su contra?» (p. 16). Adelantándose a su afirmación de que «la única violencia existente es la del colono», Sartre apunta aquí que el colonizador no encuentra en la violencia del colonizado más que la expresión de su propia violencia. Se dice que los colonizados «absorbieron» la violencia del colono por cada poro de su piel. Y aunque se asegura que los colonizados toman y retoman la violencia mediante la cual se los oprime, 204

como si todo ello discurriese a través de una inexorable fuerza de transitividad, se asegura asimismo que los colonizados se convierten en lo que son por su «profundo rechazo ante lo que otros han hecho de [ellos]» (p. 17). Sartre parece suscribir una teoría de asimilación o mimetismo psicológico que simplemente transferiría la violencia del colonizador a la violencia del colonizado. En su opinión, los colonizados asimilan y recrean la violencia que se ejerce contra ellos, pero del mismo modo rechazan convertirse en lo que el colonizador ha hecho de ellos (p. 17). Si esto supone una contradicción, se trata de una contradicción en la que los colonizados se ven obligados a vivir. Del mismo modo en que, anteriormente, señalábamos la elección imposible a la que se enfrentan: «Si pelea, le matarán; si se rinde, se degrada a sí mismo». Se vuelve violento por causa de la violencia que se ejerce contra él, pero esta violencia pone en riesgo su propia vida; si no logra volverse violento, continuará siendo la víctima, y «la vergüenza y el miedo dividirán su carácter y harán pedazos su ser más íntimo» (p. 15). Vergüenza, porque no podría o no querría asumir la violencia para contrarrestar a la violencia, y miedo, puesto que sabe de lo precaria y efímera que resulta su vida bajo el gobierno colonial impuesto a través de la violencia. El problema de la violencia, entonces, parece manifestarse aquí, en lo que Bhabha denomina «supervivencia psicoafectiva», en un yo puesto en peligro por la vergüenza y el miedo, en un yo internamente dividido y en riesgo de quedar reducido a pedazos. La cuestión es si existe algo que pueda poner fin a esta división fatal del yo, y por qué la violencia parece ser el camino que conduce hacia la yoidad, el autodominio e incluso la vida. Obsérvese que este yo es distinto de aquél que se limita a asimilar o a imitar, y a devolver ciegamente la violencia que se ejerce contra él. Existe, aquí, un pasaje que discurre a través de un yo diezmado que está a la búsqueda de una guía, y la violencia parece ser un camino en esta precisa dirección. ¿Es éste el único camino existente? ¿Y pensaba de este modo Fanón? Con el fin de responder a estas preguntas, debemos comprender primero qué es lo que ocurre con la violencia cuando el colonizado la toma y retoma en nombre de una resistencia insurgente. Es tan sólo «en un principio» cuando la violencia pertenece al colono, y únicamente entonces, con posterioridad, cuando llega a formar parte de él. ¿Es la violencia que el colonizado hace suya diferente de la violencia impuesta por el colono? Cuando Sartre intenta dar cuenta de esta violencia secundaria, de la violencia que se deriva a partir de la violencia del colono, menciona que «recae sobre nosotros igual que en el momento en que nuestro reflejo sale a nuestro encuentro al dirigirnos hacia el espejo» (p. 17). Esta descripción sugiere que la violencia insurgente no es sino el reflejo de la violencia del colonizador, como si entre ambas existiese una simetría, y la segunda se siguiese sólo en tanto que reflejo dialéctico de la primera. Pero esto no puede darse totalmente por cierto. Dado que el 205

como si todo ello discurriese a través de una inexorable fuerza de transitividad, se<br />

asegura asimismo que los colonizados se convierten en lo que son por su «profundo<br />

rechazo ante lo que otros han hecho de [ellos]» (p. 17).<br />

Sartre parece suscribir una teoría de asimilación o mimetismo psicológico que<br />

simplemente transferiría la violencia del colonizador a la violencia del colonizado.<br />

En su opinión, los colonizados asimilan y recrean la violencia que se ejerce contra<br />

ellos, pero del mismo modo rechazan convertirse en lo que el colonizador ha hecho<br />

de ellos (p. 17). Si esto supone una contradicción, se trata de una contradicción en<br />

la que los colonizados se ven obligados a vivir. Del mismo modo en que, anteriormente,<br />

señalábamos la elección imposible a la que se enfrentan: «Si pelea, le matarán;<br />

si se rinde, se degrada a sí mismo». Se vuelve violento por causa de la violencia<br />

que se ejerce contra él, pero esta violencia pone en riesgo su propia vida; si no logra<br />

volverse violento, continuará siendo la víctima, y «la vergüenza y el miedo dividirán<br />

su carácter y harán pedazos su ser más íntimo» (p. 15). Vergüenza, porque no podría<br />

o no querría asumir la violencia para contrarrestar a la violencia, y miedo, puesto<br />

que sabe de lo precaria y efímera que resulta su vida bajo el gobierno colonial impuesto<br />

a través de la violencia.<br />

El problema de la violencia, entonces, parece manifestarse aquí, en lo que Bhabha<br />

denomina «supervivencia psicoafectiva», en un yo puesto en peligro por la vergüenza<br />

y el miedo, en un yo internamente dividido y en riesgo de quedar reducido a<br />

pedazos. La cuestión es si existe algo que pueda poner fin a esta división fatal del<br />

yo, y por qué la violencia parece ser el camino que conduce hacia la yoidad, el autodominio<br />

e incluso la vida. Obsérvese que este yo es distinto de aquél que se limita a<br />

asimilar o a imitar, y a devolver ciegamente la violencia que se ejerce contra él. Existe,<br />

aquí, un pasaje que discurre a través de un yo diezmado que está a la búsqueda<br />

de una guía, y la violencia parece ser un camino en esta precisa dirección. ¿Es éste<br />

el único camino existente? ¿Y pensaba de este modo Fanón?<br />

Con el fin de responder a estas preguntas, debemos comprender primero qué es<br />

lo que ocurre con la violencia cuando el colonizado la toma y retoma en nombre de<br />

una resistencia insurgente. Es tan sólo «en un principio» cuando la violencia pertenece<br />

al colono, y únicamente entonces, con posterioridad, cuando llega a formar<br />

parte de él. ¿Es la violencia que el colonizado hace suya diferente de la violencia impuesta<br />

por el colono? Cuando Sartre intenta dar cuenta de esta violencia secundaria,<br />

de la violencia que se deriva a partir de la violencia del colono, menciona que<br />

«recae sobre nosotros igual que en el momento en que nuestro reflejo sale a nuestro<br />

encuentro al dirigirnos hacia el espejo» (p. 17). Esta descripción sugiere que la violencia<br />

insurgente no es sino el reflejo de la violencia del colonizador, como si entre<br />

ambas existiese una simetría, y la segunda se siguiese sólo en tanto que reflejo dialéctico<br />

de la primera. Pero esto no puede darse totalmente por cierto. Dado que el<br />

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