Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe
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humano en la apertura de un nuevo horizonte futuro. Bien podríamos preguntarnos si el humanismo ha llegado a contar o no, alguna vez, con unos cimientos establecidos semejantes. Esta pregunta parece completamente razonable, pero permítaseme exponer la cuestión con mayor precisión: si nos oponemos al sufrimiento impuesto bajo el colonialismo, si llegamos a condenarlo incluso, sin exigir una transformación esencial de las estructuras que sustentan el colonialismo, entonces nuestra objeción se reducirá a ese mero inventario de principios morales, que es capaz de atender a las consecuencias perniciosas de los sistemas políticos, sin arriesgarse a operar una transformación de mayor alcance que acabe con sus raíces. Esto no implica que debamos retractarnos de nuestras objeciones en contra del sufrimiento, sino tan sólo que es necesario sustituir esa forma de humanismo por un cuestionamiento como éste: ¿qué ha sido de la noción misma de humanismo en tales circunstancias? Nuestras objeciones contra el sufrimiento pasan entonces a formar parte de una operación crítica, y se convierten en un medio capaz de abrir al ser humano a un horizonte futuro diferente. Pero incluso en el caso de que lleguemos tan lejos con este razonamiento, aún seguiremos sin ser capaces de deshacernos de la pregunta sobre la violencia y sobre el papel específico que a ésta le corresponde en la formación del ser humano. Bhabha lee el debate sobre la violencia insurrecta de Fanón como «parte de una lucha por la supervivencia psicoafectiva y de una búsqueda por el autodominio humano en mitad de la opresión» (p. xxxvi). La violencia plantea la posibilidad de actuar, de hacerse dueño de las propias acciones, y al mismo tiempo se rebela contra la muerte social, incluso cuando ésta no puede escapar de los parámetros de violencia y de muerte potencial. Es más, bajo estas circunstancias de subyugación colonial, la violencia representa una apuesta y un símbolo que demuestra la existencia de una lucha psicoafectiva constante. Sartre, sin embargo, al menos a lo largo de estas páginas, se muestra menos ambiguo con respecto al papel que a la violencia le corresponde en la configuración del ser humano, incluso dentro del horizonte del poshumanismo. Si, de acuerdo con Nietzsche, el imperativo categórico estaba teñido de sangre, de acuerdo con Sartre, a ciencia cierta, una clase determinada de humanismo está igualmente teñida de sangre. Tanto en el prefacio de Sartre como en el de Bhabha existe una pregunta acerca del ser humano venidero. Sus escritos preceden al texto de Fanón, pero llegan después, y la pregunta que plantean, antes siquiera de que comience a leerse el texto de Fanón, es si podemos concebir o no un futuro para el ser humano al que este texto abre las puertas. Elay en ambos textos introductorios un modo de pensar el ser humano que avanza más allá del humanismo, y esto forma parte del cometido del prefacio de Sartre, que intenta alcanzar a partir del ejemplo del tratamiento directo. Cuando Sartre escribe «vosotros», está tratando de acabar con un modelo de ser hu 202
mano existente y al mismo tiempo de traer a la existencia a uno nuevo. Pero estas designaciones performativas no poseen la fuerza de las designaciones performativas de Dios, así que algo falla y nos vemos sumidos en un aprieto de modo invariable. ¿Está planteando Sartre tal vez la existencia de un agente sobrehumano, al mostrarse convencido de que puede destruir y configurar al hombre a imagen y semejanza de sus propios deseos? Del mismo modo que la fuerza performativa del tratamiento directo de Sartre no trae a la existencia a un hombre nuevo de manera inmediata, tampoco las cicatrices y cadenas supondrán instantáneamente el fin del colonialismo. Sin embargo, debemos comprender finalmente si, de acuerdo con Sartre, la violencia es capaz de generar un «nuevo hombre» y si, al asegurar que esta idea responde asimismo a la opinión de Fanón, Sartre está citando de manera adecuada a Fanón, o bien está valiéndose libremente de su texto para defender sus propios intereses. Confío en demostrar que lo que persigue y celebra Sartre aquí es una configuración cultural específica del ser humano, una configuración que denominaré mascu- linista, si bien parece importante tener en mente que en Fanón, y tal vez en Sartre del mismo modo, existe tanto un reclamo de la restitución del masculinismo como un cuestionamiento de quién podría llegar a constituir el «vosotros», más allá de las restricciones impuestas por el género. El intento de Sartre por pensar el ser humano desde una posición alejada de una determinada clase de humanismo liberal no puede solventar la ambivalencia que reside en el corazón del hom m e, al mismo tiempo como «hombre» y como «ser humano». Pero ciertas posibilidades surgen, sin embargo, a partir de este designador ambivalente; curiosamente, es el «vosotros» -la segunda persona- lo que perturba los circuitos por los que discurre usualmente la significación. Sartre despeja el espacio textual para dar paso a la reflexividad del hombre europeo, para dar paso a la que es su perenne tarea por conocerse a sí mismo en tanto que primera persona. ¿Pero posee el colonizado una reflexividad semejante cualquiera que ésta sea? Sartre concibe las heridas movilizadoras del colonizado como si éstas se trataran de una inevitabilidad histórica, como sí aquellas heridas no tuvieran que pasar a través del filtro de la subjetividad reflexiva del herido. En este sentido, parece eclipsar la reflexividad del colonizado en su prefacio. Esto resulta evidente no sólo en la delicadeza con la que Sartre rehúsa dirigirse al colonizado, reiterando una no-interpelación que él mismo diagnosticaba como raíz causante de la humanidad suprimida que le es propia, sino al tratar la violencia antiinsurgente como si fuera una reacción resuelta o mecanizada, y no justamente la decisión deliberada o reflexiva de una serie de sujetos políticos unidos en torno a un movimiento político determinado. De hecho, cuando nos preguntamos acerca de la acción de la violencia insurgente anticolonial, se revela que el único agente de la violencia verdadero es el colonizador. Sartre dice tanto como eso cuando afirma que «en primer 203
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performativas no poseen la fuerza de las designaciones performativas de<br />
Dios, así que algo falla y nos vemos sumidos en un aprieto de modo invariable. ¿Está<br />
planteando Sartre tal vez la existencia de un agente sobrehumano, al mostrarse convencido<br />
de que puede destruir y configurar al hombre a imagen y semejanza de sus<br />
propios deseos? Del mismo modo que la fuerza performativa del tratamiento directo<br />
de Sartre no trae a la existencia a un hombre nuevo de manera inmediata, tampoco<br />
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debemos comprender finalmente si, de acuerdo con Sartre, la violencia es capaz<br />
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a la opinión de Fanón, Sartre está citando de manera adecuada a Fanón, o bien está<br />
valiéndose libremente de su texto para defender sus propios intereses.<br />
Confío en demostrar que lo que persigue y celebra Sartre aquí es una configuración<br />
cultural específica del ser humano, una configuración que denominaré mascu-<br />
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del mismo modo, existe tanto un reclamo de la restitución del masculinismo como<br />
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restricciones impuestas por el género. El intento de Sartre por pensar el ser humano<br />
desde una posición alejada de una determinada clase de humanismo liberal no<br />
puede solventar la ambivalencia que reside en el corazón del hom m e, al mismo<br />
tiempo como «hombre» y como «ser humano». Pero ciertas posibilidades surgen,<br />
sin embargo, a partir de este designador ambivalente; curiosamente, es el «vosotros»<br />
-la segunda persona- lo que perturba los circuitos por los que discurre usualmente<br />
la significación.<br />
Sartre despeja el espacio textual para dar paso a la reflexividad del hombre europeo,<br />
para dar paso a la que es su perenne tarea por conocerse a sí mismo en tanto<br />
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que ésta sea? Sartre concibe las heridas movilizadoras del colonizado como si<br />
éstas se trataran de una inevitabilidad histórica, como sí aquellas heridas no tuvieran<br />
que pasar a través del filtro de la subjetividad reflexiva del herido. En este sentido,<br />
parece eclipsar la reflexividad del colonizado en su prefacio. Esto resulta evidente<br />
no sólo en la delicadeza con la que Sartre rehúsa dirigirse al colonizado,<br />
reiterando una no-interpelación que él mismo diagnosticaba como raíz causante de<br />
la humanidad suprimida que le es propia, sino al tratar la violencia antiinsurgente<br />
como si fuera una reacción resuelta o mecanizada, y no justamente la decisión deliberada<br />
o reflexiva de una serie de sujetos políticos unidos en torno a un movimiento<br />
político determinado. De hecho, cuando nos preguntamos acerca de la acción de<br />
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es el colonizador. Sartre dice tanto como eso cuando afirma que «en primer<br />
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