Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe

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13.05.2013 Views

No es el mundo negro el que me dicta la conducta. Mi piel negra no es depositaría de valores específicos. Desde hace tiempo el cielo estrellado que dejaba palpitante a Kant nos ha revelado sus secretos. Y la misma ley moral duda. En tanto hombre, me comprometo a afrontar el riesgo de la aniquilación para que dos o tres verdades lancen sobre el mundo su claridad esencial. Sartre ha mostrado que el pasado, en la línea de una actitud inauténtica «atrapa» en masa y, sólidamente andamiado, inform a entonces al individuo. El pasado se transmuta en valor. Pero yo puedo también retomar mi pasado, valorizarlo o condenarlo por mis elecciones sucesivas. El negro quiere ser como el blanco. Para el negro no hay sino un destino. Y es blanco. Ya hace mucho tiempo que el negro ha admitido la superioridad indiscutible del blanco, y todos sus esfuerzos se dirigen a realizar una existencia blanca. ¿No tengo otra cosa que hacer sobre esta tierra que vengar a los negros del siglo X V II? ¿Debo, sobre esta tierra, que ya trata de ocultarse, plantearme el problema de la verdad negra? ¿Debo confinarme en la justificación de un ángulo facial? No tengo derecho, yo, hombre de color, a investigar qué hace superior o inferior a mi raza frente a otra. No tengo derecho, yo, hombre de color, a anhelar la cristalización en el blanco de una culpabilización ante el pasado de mi raza. No tengo derecho, yo, hombre de color, a preocuparme de los medios que me permitirían pisotear el orgullo del antiguo amo. No tengo ni el derecho ni el deber de exigir reparación por mis ancestros domesticados. No hay misión negra; no hay carga blanca. Me descubro un día en un mundo en el que las cosas van mal; un mundo en el que me reclaman que pelee; un mundo en el que es siempre cuestión de aniquilamiento o victoria. Me descubro yo, hombre, en un mundo en el que las palabras se orlan de silencio, en un mundo donde el otro, interminablemente, se endurece. No, yo no tengo derecho a venir y gritar mí odio al blanco. No tengo el deber de murmurar mi reconocimiento al blanco. He aquí mi vida atrapada en el lazo de la existencia. He aquí mi libertad que me remite a mí mismo. No, no tengo derecho a ser un negro. No tengo el deber de ser esto o aquello... Si el blanco discute mi humanidad, le mostraré, haciendo pesar sobre su vida todo mi peso de hombre, que yo no soy «aquel negrito» que se empeña en imaginar. 188

Me descubro un día en el mundo y me reconozco un único derecho: el de exigir al otro un comportamiento humano. Un solo deber. El de no renegar de mi libertad a través de mis elecciones. No quiero ser la víctima de la astucia de un mundo negro. Mi vida no debe consagrarse a hacer el balance de los valores negros. No hay mundo blanco, no hay ética blanca, ni tampoco inteligencia blanca. Hay en una y otra parte del mundo hombres que buscan. No soy prisionero de la Historia. No debo buscar allí el sentido de mi destino. Debo recordar en todo momento que el verdadero salto consiste en introducir la invención en la existencia. En el mundo al que me encamino, me creo interminablemente. Soy solidario del Ser en la medida en que lo supero. Y vemos, a través de un problema particular, perfilarse el de la Acción. Colocado en este mundo, en situación, «embarcado» como lo quería Pascal, ¿voy a acumular armas? ¿Voy a pedirle al hombre blanco de hoy la responsabilidad de los negreros del siglo X V II? ¿Voy a intentar por todos los medios que nazca la culpabilidad en las almas? ¿El dolor moral ante la densidad del Pasado? Yo soy n egro y toneladas de cadenas, tormentas de golpes, ríos de escupitajos fluyen sobre mis hombros. Pero no tengo derecho a dejarme anclar. No tengo derecho a admitir la menor parcela de ser en mi existencia. No tengo derecho a dejarme enviscar por las determinaciones del pasado. No soy esclavo de la Esclavitud que deshumanizó a mis padres. Para muchos intelectuales de color, la cultura europea presenta un carácter de exterioridad. Más aún, en las relaciones humanas, el negro puede sentirse ajeno al mundo occidental. Si no quiere parecer el pariente pobre, el hijo adoptivo, el chico bastardo, ¿va a intentar febrilmente descubrir una civilización negra? Que ante todo se nos comprenda. Estamos convencidos de que sería de gran interés entrar en contacto con una literatura o una arquitectura negras del siglo III antes de Jesucristo. Estaríamos muy contentos de saber que existe una correspondencia entre tal filósofo n egro y Platón. Pero no vemos en absoluto en qué podría cambiar ese hecho la situación de los niños de ocho años que trabajan en las plantaciones de caña de Martinica o Guadalupe. No hay que intentar fijar al hombre, pues su destino es estar suelto. La densidad de la Historia no determina ninguno de mis actos. Soy mi propio fundamento. Al superar los datos históricos, intrumentales, introduzco el ciclo de mi libertad. La desgracia del hombre de color es el haber sido esclavizado. 189

No es el mundo negro el que me dicta la conducta. Mi piel <strong>negra</strong> no es depositaría<br />

de valores específicos. Desde hace tiempo el cielo estrellado que dejaba palpitante<br />

a Kant nos ha revelado sus secretos. Y la misma ley moral duda.<br />

En tanto hombre, me comprometo a afrontar el riesgo de la aniquilación para<br />

que dos o tres verdades lancen sobre el mundo su claridad esencial.<br />

Sartre ha mostrado que el pasado, en la línea de una actitud inauténtica «atrapa»<br />

en masa y, sólidamente andamiado, inform a entonces al individuo. El pasado se<br />

transmuta en valor. Pero yo puedo también retomar mi pasado, valorizarlo o condenarlo<br />

por mis elecciones sucesivas.<br />

El negro quiere ser como el blanco. Para el negro no hay sino un destino. Y<br />

es blanco. Ya hace mucho tiempo que el negro ha admitido la superioridad indiscutible<br />

del blanco, y todos sus esfuerzos se dirigen a realizar una existencia<br />

blanca.<br />

¿No tengo otra cosa que hacer sobre esta tierra que vengar a los negros del siglo<br />

X V II?<br />

¿Debo, sobre esta tierra, que ya trata de ocultarse, plantearme el problema de la<br />

verdad <strong>negra</strong>?<br />

¿Debo confinarme en la justificación de un ángulo facial?<br />

No tengo derecho, yo, hombre de color, a investigar qué hace superior o inferior<br />

a mi raza frente a otra.<br />

No tengo derecho, yo, hombre de color, a anhelar la cristalización en el blanco<br />

de una culpabilización ante el pasado de mi raza.<br />

No tengo derecho, yo, hombre de color, a preocuparme de los medios que me<br />

permitirían pisotear el orgullo del antiguo amo.<br />

No tengo ni el derecho ni el deber de exigir reparación por mis ancestros domesticados.<br />

No hay misión <strong>negra</strong>; no hay carga blanca.<br />

Me descubro un día en un mundo en el que las cosas van mal; un mundo en el<br />

que me reclaman que pelee; un mundo en el que es siempre cuestión de aniquilamiento<br />

o victoria.<br />

Me descubro yo, hombre, en un mundo en el que las palabras se orlan de silencio,<br />

en un mundo donde el otro, interminablemente, se endurece.<br />

No, yo no tengo derecho a venir y gritar mí odio al blanco. No tengo el deber de<br />

murmurar mi reconocimiento al blanco.<br />

He aquí mi vida atrapada en el lazo de la existencia. He aquí mi libertad que me<br />

remite a mí mismo. No, no tengo derecho a ser un negro.<br />

No tengo el deber de ser esto o aquello...<br />

Si el blanco discute mi humanidad, le mostraré, haciendo pesar sobre su vida<br />

todo mi peso de hombre, que yo no soy «aquel negrito» que se empeña en imaginar.<br />

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