Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe
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Tic de los ojos, de la frente; resopla, ladra. Duerme muy bien, sin pesadillas, se alimenta bien. No está nerviosa los días de la regla. En su cama, antes de dormir, numerosos tics faciales. Opinión de la vigilante: sobre todo es cuando está sola. Cuando está con los demás o conversando, es menos marcado. El tic depende de lo que hace. Empieza golpeando los dos pies, y sigue alzando los pies, las piernas, los brazos, los hombros simétricamente. Articula sonidos. Nunca se ha podido entender lo que decía. Esto termina con gritos muy fuertes, inarticulados. En cuanto se la llama, se detienen. El médico jefe comienza las sesiones de sueño despierto. Una entrevista previa ha puesto de manifiesto la existencia de alucinaciones bajo la forma de círculos terroríficos, se pide a la enferma que evoque esos círculos. He aquí un resumen de la primera sesión: Profundos, concéntricos, aumentan y disminuyen al ritmo de un tam tam negro. Ese tam tam evoca el peligro de perder a sus padres, sobre todo a su madre. Entonces le pido hacer un signo de la cruz sobre esos círculos, no se borran. Le digo que coja un trapo y los borre, desparecen. Se vuelve del lado del tam tam. Está rodeada de hombres y mujeres semidesnudos, que bailan de forma terrorífica. Le digo que no tenga miedo de entrar en ese baile. Ella lo hace. Inmediatamente los bailarines cambian de aspecto. Es una reunión espléndida. Los hombres y las mujeres van bien vestidos y bailan un vals: Estrella de las nieves. Le digo que se acerque a los círculos; ella ya no los ve. Le digo que los evoque; están ahí, pero rotos. Le digo que entre por la abertura. Ya no estoy rodeada del todo, dice ella espontáneamente, podría volver a salir. El círculo se rompe en dos, después en varios trozos. Quedan sólo dos trozos que desaparecen. Numerosos tics de cuello y de ojos mientras ella cuenta esto. Una serie de sesiones nos lleva a la sedación de la agitación motriz. \ He aquí el resumen de otra sesión: Le digo que recuerde los círculos. Ya no los ve. Después están ahí. Están rotos. Entra dentro. Se parten, se elevan y después caen suavemente unos tras otros en el vacío. Le digo que escuche el tam tam. No lo escucha. Lo llama. Lo oye a la izquierda. Le propongo a un ángel que la acompañaría hacia el tam tam: ella quiere ir sola. Sin embargo, desciende uno del cielo. Es un ángel. Sonríe y la lleva junto al tam tam. Allí sólo hay hombres negros que bailan alrededor de un gran fuego y que tienen un aire mal vado. El ángel les pregunta qué van a hacer: van a quemar a un blanco. Lo busca por to das partes. No lo ve. 172
«¡Ah, lo veo! Es un blanco de unos cincuenta años. Está a medio desvestir». El ángel parlamenta con el jefe negro (porque ella tiene miedo). El jefe negro dice que el hombre blanco no es de la región, así que le van a quemar. Pero no ha hecho nada malo. Lo liberan y se ponen a bailar de alegría. Ella se niega a participar en el baile. Yo la envío a parlamentar con el jefe. Éste baña solo. El blanco ha desaparecido. Ella quiere marcharse y no tiene ganas de conocer a los negros. Quiere marcharse con su ángel a un sitio en el que se encuentre como en casa, con su madre, sus hermanos y hermanas. Los tics han desaparecido y suspendemos el tratamiento. Unos días después volvemos a ver a la enferma, que ha recaído. Resumen de la sesión: Siempre los círculos, se acercan. Ella coge un palo. Se rompen en trozos. Es la varita mágica. Transforma esos trozos de hierro en una materia brülante muy hermosa. Se dirige hacia un fuego: es el fuego de los negros que bañan. Quiere conocer al jefe: Va hacia él. El negro que había parado de bañar retoma el bañe, pero con otro ritmo. Eüa baila al rededor del fuego dándole la mano. Las sesiones han mejorado claramente a la paciente. Escribe a sus padres, recibe visi tas, acude a las sesiones del cine de la institución. Toma parte en los juegos de grupo. Cuando una enferma interpreta un vals en el piano del Pabellón, invita a una compañe ra y baña. Sus compañeras la aprecian. Extraemos este pasaje de otra sesión: Vuelve a pensar en los círculos. Están rotos en un solo trozo, pero les falta un pedazo a la derecha. Los más pequeños están enteros. Ella querría romper los pequeños. Los coge en sus manos y los retuerce; se rompen. Sin embargo, queda uno pequeño. Pasa a través. Al otro lado está oscuro. No tiene miedo. Llama a alguien, aparece desde lo alto su ángel guardián, amable, sonriente. La lleva hacia el día, a la derecha. El sueño despierto en este caso da resultados apreciables. Pero en cuanto la enferma se queda sola, los tics vuelven a aparecer. No queremos extendernos en la infraestructura de esta psiconeurosis. El interrogatorio del médico jefe ha puesto en evidencia un miedo a los n egros imaginarios, miedo vivido a los doce años. Hemos tenido muchas entrevistas con la enferma. Cuando ella tenía diez o doce años, a su padre, «veterano de la Colonial, le gustaba escuchar programas de música negra. El tam tam resonaba por la casa todas las noches. Ella estaba entonces en la cama. 173
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«¡Ah, lo veo! Es un blanco de unos cincuenta años. Está a medio desvestir».<br />
El ángel parlamenta con el jefe negro (porque ella tiene miedo). El jefe negro dice que<br />
el hombre blanco no es de la región, así que le van a quemar. Pero no ha hecho nada malo.<br />
Lo liberan y se ponen a bailar de alegría. Ella se niega a participar en el baile.<br />
Yo la envío a parlamentar con el jefe. Éste baña solo. El blanco ha desaparecido. Ella<br />
quiere marcharse y no tiene ganas de conocer a los negros. Quiere marcharse con su ángel<br />
a un sitio en el que se encuentre como en casa, con su madre, sus hermanos y hermanas.<br />
Los tics han desaparecido y suspendemos el tratamiento. Unos días después volvemos<br />
a ver a la enferma, que ha recaído. Resumen de la sesión:<br />
Siempre los círculos, se acercan. Ella coge un palo. Se rompen en trozos. Es la varita<br />
mágica. Transforma esos trozos de hierro en una materia brülante muy hermosa.<br />
Se dirige hacia un fuego: es el fuego de los negros que bañan. Quiere conocer al jefe:<br />
Va hacia él.<br />
El negro que había parado de bañar retoma el bañe, pero con otro ritmo. Eüa baila al<br />
rededor del fuego dándole la mano.<br />
Las sesiones han mejorado claramente a la paciente. Escribe a sus padres, recibe visi<br />
tas, acude a las sesiones del cine de la institución. Toma parte en los juegos de grupo.<br />
Cuando una enferma interpreta un vals en el piano del Pabellón, invita a una compañe<br />
ra y baña. Sus compañeras la aprecian.<br />
Extraemos este pasaje de otra sesión:<br />
Vuelve a pensar en los círculos. Están rotos en un solo trozo, pero les falta un pedazo<br />
a la derecha. Los más pequeños están enteros. Ella querría romper los pequeños. Los<br />
coge en sus manos y los retuerce; se rompen. Sin embargo, queda uno pequeño. Pasa a<br />
través. Al otro lado está oscuro. No tiene miedo. Llama a alguien, aparece desde lo alto<br />
su ángel guardián, amable, sonriente. La lleva hacia el día, a la derecha.<br />
El sueño despierto en este caso da resultados apreciables. Pero en cuanto la enferma<br />
se queda sola, los tics vuelven a aparecer.<br />
No queremos extendernos en la infraestructura de esta psiconeurosis. El interrogatorio<br />
del médico jefe ha puesto en evidencia un miedo a los n egros imaginarios,<br />
miedo vivido a los doce años.<br />
Hemos tenido muchas entrevistas con la enferma.<br />
Cuando ella tenía diez o doce años, a su padre, «veterano de la Colonial, le gustaba<br />
escuchar programas de música <strong>negra</strong>. El tam tam resonaba por la casa todas las<br />
noches. Ella estaba entonces en la cama.<br />
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