Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe
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desprende, no hay, espontáneamente, una cierta molestia, atracción o repulsión, es negarse a la evidencia en nombre de una hipocresía absurda que nunca ha resuelto nada [...]». Más adelante incluso hablará de la «prodigiosa vitalidad del negro». Por el estudio de Michel Salomon nos enteramos de que es médico. Debería desconfiar de esas perspectivas literarias que son acientíficas. Los japoneses y los chinos son diez veces más prolíficos que los negros: ¿son por ello sensuales? Y además, señor Salomon, voy a confesarle algo: nunca he podido oír sin sentir nauseas a un hombre que dice de otro hombre «¡Q ué sensual es!». No sé lo que es la sensualidad de un hombre. Imaginad a una mujer que dice de otra: «Es terriblemente deseable, esa muñeca...». Señor Salomon, el negro no desprende un aura de sensualidad ni por su piel ni por sus cabellos. Simplemente, tras largos días y largas noches, la imagen del «egro-biológico-sexual-sensual-y-genital se le ha impuesto y usted no ha sabido desprenderse de ella. El ojo no es solo espejo, sino espejo que corrige. El ojo debe permitirnos corregir los errores culturales. No digo los ojos, digo el ojo, y ya se sabe a lo que remite ese ojo: no a la fisura calcarina sino a ése muy igual resplandor que brota del rojo de Van Gogh, que se desliza de un concierto de Tchaikovski, que se aferra desesperadamente a la Oda a la alegría de Schiller, que se deja llevar en la bocanada vermicular de Césaire. El problema negro no se resuelve en el problema de los negros que viven entre los blancos, sino más bien en el de los negros explotados, esclavizados, despreciados por una sociedad capitalista, colonialista accidentalmente blanca. Usted se pregunta, señor Salomon, qué haría «si hubiera 800.000 n egros en Francia» porque para usted es un problema, el problema del aumento de los negros, el problema del peligro negro. El martinicano es un francés, quiere seguir en el seno de la Unión Francesa, no pide sino una cosa, el martinicano', y es que los imbéciles y los explotadores le dejen la posibilidad de vivir humanamente. Yo me imagino perfectamente perdido en la marea blanca que constituirían hombres como Sartre o Aragón, nada me gustaría más. Michel Salomon dice que no se gana nada siendo hipócrita y comparto su opinión. Pero no tengo la impresión de abdicar de mi personalidad casándome con una europea cualquiera; le aseguro que no hago «un mal negocio». Si se husmea a mis hijos, si se les examina la luna de sus uñas es simplemente porque la sociedad no habrá cambiado, porque habrá, como usted tan bien dice, conservado intacta su mitología. Por nuestra parte, nos negamos a contemplar el problema bajo el modo: o bien, o bien... ¿Qué es este cuento del pueblo negro, de la nacionalidad n egral Yo soy francés. Me interesa la cultura francesa, la civilización francesa, el pueblo francés. Nos negamos a considerarnos «a un lado», estamos de lleno metidos en el drama francés. Cuando unos hombres, no fundamentalmente malos, pero engañados, han invadido Francia para someterla, mi oficio de francés me indicó que mi lugar no era a un 170
lado, sino en el núcleo del problema. Me he interesado personalmente por el destino francés, por los valores franceses, por la nación francesa. ¿Qué tengo yo que ver con un Imperio negro? Georges Mounin, Dermenghem, Howlett, Salomon se han prestado a responder a la encuesta sobre la génesis del mito del negro. Todos nos han convencido de una cosa. Una auténtica aprehensión de la realidad del negro debería hacerse en detrimento de la cristalización cultural. Hace poco leía en un periódico para niños esta frase, que ilustraba una imagen en la que un joven scout negro presentaba una aldea negra a tres o cuatro scouts blancos: «Y esta es la caldera en la que mis ancestros cocían a los vuestros». Se admite sin problemas que ya no hay negros antropófagos, pero acordémonos... Con todo rigor, por otra parte, creo que el autor, sin saberlo, ha prestado un servicio a los negros. Porque el joven blanco que lo lea no se imaginará al n egro comiéndose al blanco, sino habiéndoselo comido. Incontestablemente, hay un progreso. Antes de terminar este capítulo querríamos transcribir unas observaciones que debemos a la amabilidad del médico jefe del pabellón de mujeres del hospital psiquiátrico de Saint-Ylie. Este caso aclara el punto de vista que aquí defendemos. Muestra que, in extremis, el mito del negro, la idea del n egro llega a determinar una auténtica alienación. La señorita B... tiene diecinueve años cuando entra en el hospital en el mes de marzo de 19... El informe está redactado en los términos siguiente: «El abajo firmante, doctor P ..., residente de los Hospitales de París, certifica haber examinado a la señorita B ..., que sufre de problemas nerviosos consistentes en crisis de agitación, inestabilidad motriz, tics, espasmos conscientes, pero que no puede evitar. Estos problemas están aumentando y le impiden llevar una vida social normal. Es necesario tenerla en observación en un establecimiento regido por la ley de 1838 en régimen de estancia voluntaria». El informe diario del médico-jefe: «Aquejada de una neurosis con tics acaecida a la edad de diez años, que se agrava con la pubertad y los primeros trabajos fuera de casa. Depresión pasajera con ansiedad acompañando un recrudecimiento de los síntomas. Obesidad. Solicita ser curada. Se encuentra segura en compañía. Enferma de régimen abierto. Mantener». En los antecedentes personales no se encuentra ningún proceso patológico. No se retiene de ellos más que una pubertad a los dieciséis años. El examen somático no revela más que una adiposidad, una infiltración mínima de los tegumentos que hace pensar en una insuficiencia endocrina ligera. Períodos menstruales regulares. Una entrevista permite precisar los puntos siguientes: «Los tics aparecen sobre todo cuando trabajo» (la enferma estaba colocada y vivía, por tanto, fuera del ambiente familiar). 171
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nada [...]». Más adelante incluso hablará de la «prodigiosa vitalidad del negro».<br />
Por el estudio de Michel Salomon nos enteramos de que es médico. Debería desconfiar<br />
de esas perspectivas literarias que son acientíficas. Los japoneses y los chinos<br />
son diez veces más prolíficos que los negros: ¿son por ello sensuales? Y además,<br />
señor Salomon, voy a confesarle algo: nunca he podido oír sin sentir nauseas a un<br />
hombre que dice de otro hombre «¡Q ué sensual es!». No sé lo que es la sensualidad<br />
de un hombre. Imaginad a una mujer que dice de otra: «Es terriblemente deseable,<br />
esa muñeca...». Señor Salomon, el negro no desprende un aura de sensualidad ni<br />
por su piel ni por sus cabellos. Simplemente, tras largos días y largas noches, la imagen<br />
del «egro-biológico-sexual-sensual-y-genital se le ha impuesto y usted no ha sabido<br />
desprenderse de ella. El ojo no es solo espejo, sino espejo que corrige. El ojo<br />
debe permitirnos corregir los errores culturales. No digo los ojos, digo el ojo, y ya se<br />
sabe a lo que remite ese ojo: no a la fisura calcarina sino a ése muy igual resplandor<br />
que brota del rojo de Van Gogh, que se desliza de un concierto de Tchaikovski, que<br />
se aferra desesperadamente a la Oda a la alegría de Schiller, que se deja llevar en la<br />
bocanada vermicular de Césaire.<br />
El problema negro no se resuelve en el problema de los negros que viven entre<br />
los blancos, sino más bien en el de los negros explotados, esclavizados, despreciados<br />
por una sociedad capitalista, colonialista accidentalmente blanca. Usted se pregunta,<br />
señor Salomon, qué haría «si hubiera 800.000 n egros en Francia» porque<br />
para usted es un problema, el problema del aumento de los negros, el problema del<br />
peligro negro. El martinicano es un francés, quiere seguir en el seno de la Unión<br />
Francesa, no pide sino una cosa, el martinicano', y es que los imbéciles y los explotadores<br />
le dejen la posibilidad de vivir humanamente. Yo me imagino perfectamente<br />
perdido en la marea blanca que constituirían hombres como Sartre o Aragón,<br />
nada me gustaría más. Michel Salomon dice que no se gana nada siendo hipócrita y<br />
comparto su opinión. Pero no tengo la impresión de abdicar de mi personalidad casándome<br />
con una europea cualquiera; le aseguro que no hago «un mal negocio». Si<br />
se husmea a mis hijos, si se les examina la luna de sus uñas es simplemente porque<br />
la sociedad no habrá cambiado, porque habrá, como usted tan bien dice, conservado<br />
intacta su mitología. Por nuestra parte, nos negamos a contemplar el problema<br />
bajo el modo: o bien, o bien...<br />
¿Qué es este cuento del pueblo negro, de la nacionalidad n egral Yo soy francés.<br />
Me interesa la cultura francesa, la civilización francesa, el pueblo francés. Nos negamos<br />
a considerarnos «a un lado», estamos de lleno metidos en el drama francés.<br />
Cuando unos hombres, no fundamentalmente malos, pero engañados, han invadido<br />
Francia para someterla, mi oficio de francés me indicó que mi lugar no era a un<br />
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