Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe

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13.05.2013 Views

acto cuando llegaba al orgasmo. Pensaba (imaginaba) todo lo que podrían hacerme: eso era lo increíble». Siempre sobre el plano genital, el blanco que odia al negro, ¿no obedece a un sentimiento de impotencia o de inferioridad sexual? Siendo el ideal una virilidad absoluta, ¿no habría un fenómeno de disminución en relación al negro, este último percibido como símbolo del pene? El linchamiento del negro, ¿no sería una venganza sexual? Sabemos lo que todo maltrato, tortura, golpe, comporta de sexual. Para convencerse con facilidad basta leer unas pocas páginas del marqués de Sade. ¿La superioridad del negro es real? Todo el mundo sabe que no. Pero lo importante no es eso. El pensamiento prelógico del fóbico ha decidido que era así24. Otra mujer tenía la fobia al negro después de leer Escupiré sobre vuestras tumbas. Hemos intentado mostrarle la irracionalidad de su postura, señalándole que las víctimas blancas eran tan mórbidas como el negro. Además, añadimos, no se trata de una reivindicación negra como daría a entender el título, porque el autor es Boris Vian. Tuvimos que reconocer lo vano de nuestros esfuerzos. Aquella mujer joven no quería oír nada. Quien haya leído el libro comprenderá con facilidad la ambivalencia que expresa esta fobia. Hemos conocido a un estudiante de medicina negro que no se atrevía a hacer un reconocimiento vaginal a las enfermas que acudían a la consulta del servicio de ginecología. Un día nos confesó haber oído esta frase a una paciente: «Ahí dentro hay un negro. Si me toca le cruzo la cara. Con ellos no se sabe nunca. Tendrá manos enormes y seguro que es un bruto». Si queremos comprender psicoanalíticamente la situación racial, concebida no globalmente sino experimentada por conciencias particulares, hay que dar una gran importancia a los fenómenos sexuales. Para el judío se piensa en el dinero y sus derivados. Para el negro, en el sexo. El antisemitismo es susceptible de racionalización sobre el plano territorial. Los judíos son peligrosos porque se agencian el país. Recientemente un compañero nos decía que, sin ser antisemita, estaba obligado a reconocer que la mayoría de los judíos que había conocido durante la guerra se habían comportado como canallas. Intentamos inútilmente hacerle admitir que esa conclusión era la consecuencia de una voluntad decidida a detectar la esencia del judío allá donde podía encontrarse. En el plano clínico, nos acordamos de la historia de esa mujer joven que presentaba un delirio del tacto, que se lavaba sin pausa las manos y los brazos desde del día que le presentaron a un israelí. Como Jean-Paul Sartre ha estudiado magistralmente el problema del antisemitismo, nosotros vamos a intentar ver cuál es el de la negrofobia. Esta fobia se sitúa 24 Para mantenernos en la óptica de Charles Odier, sería más exacto decir «paralógico»: «Se podría proponer el término de “paralógico” cuando se trata de regresión, es decir, de procesos propios del adulto», Ch. Odier, U angoisse et la p en sée magique, cit., p. 95. 144

en el plano instintivo, biológico. En último término diríamos que el negro, por su cuerpo, estorba la clausura del esquema corporal del blanco, en el momento, naturalmente, en el que el negro hace su aparición en el mundo fenoménico del blanco. No es este el lugar para aportar las conclusiones a las que hemos llegado al reflexionar sobre la influencia en el cuerpo de la irrupción de otro cuerpo. (Supongamos, por ejemplo, un grupo de cuatro chavales de quince años, más o menos declaradamente deportistas. En salto en altura, uno de ellos alcanza 1,48 metros. Aparece un quinto que salta 1,52 metros y los cuatro cuerpos sufren una desestructuración). Lo que aquí nos importa es mostrar que con el negro empieza el ciclo de lo biológico25. 25 Tendría ciertamente interés, apoyándose en la noción lacaniana de estadio d el espejo, preguntarse en qué medida la im ago del semejante edificada en el joven blanco a la edad que sabemos no sufrirá una agresión imaginaria con la aparición del negro. Cuando se ha comprendido el proceso descrito por Lacan, no hay duda de que el verdadero Otro del blanco es y sigue siendo el negro. Y a la inversa. Solamente que, para el blanco, el Otro se percibe sobre el plano de la imagen corporal, absolutamente como el no-yo, es decir el no identificable, el no asimilado. Para el negro, hemos demostrado que las realidades históricas y económicas cuentan. «El reconocimiento por el sujeto de su imagen en el espejo -dice Lacan- es un fenómeno que para el análisis de este estadio es dos veces significativo: el fenómeno aparece a los seis meses, y su estudio en ese momento revela de forma demostrativa las tendencias que constituyen entonces la realidad del sujeto; la imagen especular, por la misma razón de estas afinidades, ofrece un buen símbolo de esta realidad: de su valor afectivo, ilusorio como imagen, y de su estructura como reflejo de la forma humana», J. Lacan, E neyclopedie frangaise, pp. 8-40, 9 y 10. Vamos que este descubrimiento es fundamental: cada vez que el sujeto perciba su imagen y que la reconozca afirmándose en ella, es siempre en cierto modo «la unidad mental que le es inherente» lo que se aclama. En patología mental, por ejemplo, si se consideran los delirios alucinatorios o de interpretación, se constata que siempre hay un respeto de esa imagen de sí. Dicho de otra forma, hay una cierta armonía estructural, una totalidad del individuo y de las construcciones que transita, en todos los estadios del comportamiento delirante. Aunque se pueda atribuir esa fidelidad a los contenidos afectivos, sigue siendo una evidencia que sería poco científico no reconocer. Cada vez que hay una convicción delirante hay una reproducción de sí. Es sobre todo en el período de inquietud y desconfianza, que han descrito Dide y Guiraud, cuando el otro interviene. Entonces no es sorprendente encontrarnos con el negro bajo la forma de sátiro o de asesino. Pero en el periodo de sistematización, cuando se elabora la certeza, no hay lugar para el extraño. En último término, por otra parte, no dudaríamos en decir que el tema del n egro en ciertos delirios (cuando no es central) tiene lugar al lado de otros fenómenos como las zoopsias. Lhermitte ha descrito la emancipación de la imagen corporal. Es lo que clínicamente designamos con el término heautoscopia. El caracter repentino de la aparición de este fenómeno es, dice Lhermitte, excesivamente curioso. Se produce incluso en los normales (Goethe, Taine, etc.). Nosotros afirmamos que para el antillano la alucinación especular es siempre neutra. A los que nos han dicho que la han experimentado, les hemos preguntado regularmente: «¿De qué color eras?», «No tenía color». Aún más, en las visiones hipnagógicas y sobre todo en lo que, siguiendo a Duhamel, llamamos «salavinizaciones», el mismo proceso se repite. No soy yo en tanto negro quien actúa, puesto que se me aclama bajo las bóvedas. Por otra parte, aconsejamos a quienes hayan interesado estas conclusiones, que lean algunas redacciones en francés de niños antillanos de entre diez y catorce años. Ante el tema planteado: «Impre­ 145

en el plano instintivo, biológico. En último término diríamos que el negro, por su<br />

cuerpo, estorba la clausura del esquema corporal del blanco, en el momento, naturalmente,<br />

en el que el negro hace su aparición en el mundo fenoménico del blanco.<br />

No es este el lugar para aportar las conclusiones a las que hemos llegado al reflexionar<br />

sobre la influencia en el cuerpo de la irrupción de otro cuerpo. (Supongamos,<br />

por ejemplo, un grupo de cuatro chavales de quince años, más o menos declaradamente<br />

deportistas. En salto en altura, uno de ellos alcanza 1,48 metros. Aparece un<br />

quinto que salta 1,52 metros y los cuatro cuerpos sufren una desestructuración). Lo<br />

que aquí nos importa es mostrar que con el negro empieza el ciclo de lo biológico25.<br />

25 Tendría ciertamente interés, apoyándose en la noción lacaniana de estadio d el espejo, preguntarse<br />

en qué medida la im ago del semejante edificada en el joven blanco a la edad que sabemos no sufrirá<br />

una agresión imaginaria con la aparición del negro. Cuando se ha comprendido el proceso descrito<br />

por Lacan, no hay duda de que el verdadero Otro del blanco es y sigue siendo el negro. Y a la inversa.<br />

Solamente que, para el blanco, el Otro se percibe sobre el plano de la imagen corporal, absolutamente<br />

como el no-yo, es decir el no identificable, el no asimilado. Para el negro, hemos demostrado que las<br />

realidades históricas y económicas cuentan. «El reconocimiento por el sujeto de su imagen en el espejo<br />

-dice Lacan- es un fenómeno que para el análisis de este estadio es dos veces significativo: el fenómeno<br />

aparece a los seis meses, y su estudio en ese momento revela de forma demostrativa las tendencias<br />

que constituyen entonces la realidad del sujeto; la imagen especular, por la misma razón de estas<br />

afinidades, ofrece un buen símbolo de esta realidad: de su valor afectivo, ilusorio como imagen, y de su<br />

estructura como reflejo de la forma humana», J. Lacan, E neyclopedie frangaise, pp. 8-40, 9 y 10.<br />

Vamos que este descubrimiento es fundamental: cada vez que el sujeto perciba su imagen y que la<br />

reconozca afirmándose en ella, es siempre en cierto modo «la unidad mental que le es inherente» lo<br />

que se aclama. En patología mental, por ejemplo, si se consideran los delirios alucinatorios o de interpretación,<br />

se constata que siempre hay un respeto de esa imagen de sí. Dicho de otra forma, hay una<br />

cierta armonía estructural, una totalidad del individuo y de las construcciones que transita, en todos<br />

los estadios del comportamiento delirante. Aunque se pueda atribuir esa fidelidad a los contenidos afectivos,<br />

sigue siendo una evidencia que sería poco científico no reconocer. Cada vez que hay una convicción<br />

delirante hay una reproducción de sí. Es sobre todo en el período de inquietud y desconfianza,<br />

que han descrito Dide y Guiraud, cuando el otro interviene. Entonces no es sorprendente<br />

encontrarnos con el negro bajo la forma de sátiro o de asesino. Pero en el periodo de sistematización,<br />

cuando se elabora la certeza, no hay lugar para el extraño. En último término, por otra parte, no dudaríamos<br />

en decir que el tema del n egro en ciertos delirios (cuando no es central) tiene lugar al lado de<br />

otros fenómenos como las zoopsias. Lhermitte ha descrito la emancipación de la imagen corporal. Es<br />

lo que clínicamente designamos con el término heautoscopia. El caracter repentino de la aparición de<br />

este fenómeno es, dice Lhermitte, excesivamente curioso. Se produce incluso en los normales (Goethe,<br />

Taine, etc.). Nosotros afirmamos que para el antillano la alucinación especular es siempre neutra.<br />

A los que nos han dicho que la han experimentado, les hemos preguntado regularmente: «¿De qué color<br />

eras?», «No tenía color». Aún más, en las visiones hipnagógicas y sobre todo en lo que, siguiendo<br />

a Duhamel, llamamos «salavinizaciones», el mismo proceso se repite. No soy yo en tanto negro quien<br />

actúa, puesto que se me aclama bajo las bóvedas.<br />

Por otra parte, aconsejamos a quienes hayan interesado estas conclusiones, que lean algunas redacciones<br />

en francés de niños antillanos de entre diez y catorce años. Ante el tema planteado: «Impre­<br />

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